Billy Collins: Jazz y Naturaleza

Billy Collins: Jazz y Naturaleza



Era otra mañana clara y soleada,
una brisa seca agitaba los árboles en torno a la casa
y yo no tenía nada que hacer -
mi escena habitual a finales de agosto.

Estaba leyendo la autobiografía
de Art Pepper, así que puse un disco de Art Pepper
y encendí los altavoces de fuera
para sentarme bajo el sol caliente.

Y leer más acerca de su vida de sordidez y prisión
mientras escuchaba su alto veloz, suave
saliendo de entre dos grandes arces
como si el jazz de la Costa Oeste fuese la música de la propia naturaleza.

Así, dibujé una especie de caja
alrededor de la mañana,
en tres dimensiones y a lápiz,
conmigo dentro sujetando una regla en mi mano.

Leía y escuchaba y leía,
y a veces echaba un vistazo a las fotografías
para comprobar la cara del hombre
que me dijo que una vez había conducido un Cadillac verde dorado

en el que podías perderte para siempre, como cuando
miras a las aguas de un lago;

el hombre que dijo que había compuesto
una balada llamada "Diane" para su segunda mujer
sólo para darse cuenta más tarde

de que la melodía era demasiado hermosa para ella.
El tipo que confesó haber vendido
a su perro, un caniche color champán llamado Bijou,
por un chute de veinte dólares

y el que comentó que los hombres que en la cárcel
intentaban desintoxicarse introducían
los bajos de los pantalones en los calcetines
para que ni la más ligera brisa tocara su piel.

Detrás de donde yo estaba sentado al sol
había un brote de flores silvestres rosadas,
y algunas de las abejas que revoloteaban por allí
comenzaron a zumbar alrededor de mi cabeza.

Una en particular parecía tan interesada
en mí que la di un manotazo,
me levanté rápidamente y dije "no me vaciles
o te parto la cara, fantasma,"

una reacción sin duda inspirada
en mis lecturas sobre los bajos fondos californianos
en el cincuenta y siete,
mi año favorito de todos los tiempos para el jazz.

Pero persistió, esta abeja, y al final
me obligó a retirarme dentro, al estudio oscuro y fresco
donde un gato dormía sobre una silla,
un buen lugar para escribir todo esto

y preguntarme en qué ocuparía el resto del día -
tal vez en colgar un cuadro en la pared
o en recibir una llamada sorpresa
de alguien a quien solía amar.

¿Qué tal algo de Dexter Gordon
a la hora del aperitivo
y quién sabe?
quizás un encuentro con una hormiga cruel -

todo ello, probablemente, es parte de mi propia autobiografía,
un relato más cauto, contado en tiempo presente,
con unas pocas ilustraciones toscas
y un diagrama de mi pequeño árbol genealógico,

un trabajo cuyas páginas pasan
cada día como el agua que hace girar la noria,
la única cosa que no puedo dejar de escribir,
el único libro que nunca podré abandonar.

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