MARCELA MUÑOZ MOLINA

MARCELA MUÑOZ MOLINA



DIJO KUBRICK

Dijo Kubrick. Y pensé en el resplandor. Y no por mucho madrugar amanece más temprano y no por mucho madrugar amanece más temprano, no por mucho madrugar amanece más temprano. Dijo Kubrick y eso no encajaba con la dulzura, con el almíbar, con el azúcar. Quizás Kubrick encaje con la insulina, con los siete mil pinchazos, con la gota de sangre fresca de cada día, con el mal funcionamiento del páncreas. Dijo Kubrick y me descolocó. Creo que pensé...aquí hay bastante más de lo que se ve. Quizás fuera por mi afición a las catacumbas y a esos grandes laberintos podados prolijamente en los ante jardines de casas inglesas qué solo he visto en televisión. Tal vez porque pasé demasiado tiempo en mi niñez mirando un cerro que se llama "El Rotundo", grande, rocoso, cuadrado, macizo, húmedo, donde imaginaba que sólo un ogro, con sus cóndores y águilas podrían vivir. Con el tiempo, otras cosas no encajaban con sus dedos para el piano. Pero sí con Kubrick. El ojo tras el lente, observando, pre-visualizando. El guardar registro. La violencia de aquel que evitó siempre ser violento, la sensación de perder pie al borde del abismo, y salvarse. La cerveza de todos los días y licor fuerte cada tanto, como para quedarse para siempre ahí, por si en una de esas no se vuelve nunca más Dijo Kubrick. Después dijo que pagaría lo que fuera por estar tres minutos en Marte. Dijo sur de Africa, dijo piedra de río, dijo caracol, me mostró el nacimiento de una estrella gemela y dijo desesperación. Quizás comencé este viaje por las catacumbas, sin saber qué terminaría en la cima de aquella montaña qué tanto miedo me provocaba, pero qué no podía dejar de mirar. Aún no he sabido de nadie que haya llegado allí y haya vuelto para contarlo. Tú te vas pegar un tiro, me dijo. Yo pienso que si llego a la cima del Rotundo, me veré desde el otro lado de la bahía, sentada en la cima del Dorotea, con apenas nueve años, con la memoria intacta y con todas las preguntas del mundo en la cabeza. Si opté por sus catacumbas, es para llegar a mirarme frente a frente, con mis ojos de antes y con los de ahora, a la misma altura, para ser un instante por un instante y que mi pendón quede clavado en la vieja cumbre del destierro, para siempre. Aunque las historias no parezcan de amor, todas lo son de alguna manera, Kubrick.

DERROTA

Esto
Que entra por los ojos
Y llega directo a la sangre
Que no conoce la dimensión de los instantes,
Que sólo cae
Como los rayos
Como los golpes de un sable
Esto que no avisa
Que no da tiempo a prepararse
Que es la mala maniobra
De un conductor borracho
Que no vio el semáforo
Mientras tu cruzabas
Silbando tu tema preferido
O pensabas en qué harías mañana.
Esto,
Intravenoso
Violento
Que arremete,
Que despierta a saltos y temblores
Que pone la piel de gallina
Esto que quita el aire
Que se presenta como un espectro en medio
Del sueño más inocente.
Esto
Que recorre y te recorre
y que entra por los ojos
Y va directo a la venas
Como un trago fuerte
Como un pinchazo de heroína.
Esto
Como un laberinto sin escapatoria
Que recuerda los bordes y las orillas
Y ese equilibrio tan relativo
Estos golpes
Contra paredes
que nada sienten
ni saben
ni escuchan
que de nada sirven.
Esto y los gritos que se pierden
En los túneles serpenteantes de la historia.
Los movimientos continuos de mis pies
Y los puños cerrados
Como si fuera a caer de un décimo piso.
Todo esto
Que es mío
Y tuyo también
Y Nuestro
Y de todos.
Es ese minuto cabrón
en que nadie está
Y nada sirve.
Esto
todo esto y más
Son los hijos de la derrota.

SUBIENDO CALLE VALDIVIA

Cuando esta ciudad me deje de doler,
y yo deje de verla
como la sala de un hospital inhóspito y frío.
Cuando mi memoria se borre
con el barrido de una ola
y tenga que descubrir otra vez
por qué nací en los cerros.
Cuando las calles de esta ciudad
no sean los laberintos oscuros de hoy
aunque los árboles estén amarillos
y el sol no se descuelgue de su lugar.
Cuando me olvide
que la risa y el llanto
y mi lamento de animal herido
respiraron casi a mismo ritmo
en esta ciudad
que es toda mía.
Cuando el tiempo me gire,
para ser otra vez
la niña con sombrero que corría
buscando mariposas por la pampa.
Tal vez,
entonces,
tome un bus
y vuelva a Puerto Natales,
como una desconocida
que después de cincuenta años,
vuelve a cruzar por la plaza
sube por calle Valdivia,
y entra a la casa amarilla
de los abuelos que nunca mueren.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
14:18
 

"Olvidad a los poetas que lanzan aullidos celestiales" - Maïakovski

En Marcela encontramos una de las voces Magallánicas más importantes, a pesar de los desafortunados comentarios de un cierto personaje unos meses atrás, en este mismo espacio. Es su literatura sagaz y a la vez delicada, un cardo y una rosa.
Es importante destacar su aparición dentro de una época crucial para las letras australes, en que nos movilizamos entre la verdad y los orgullos. Ojalá algún día alcancemos la verdad oculta.

Marcela es una poeta de alta estirpe (¿Todavía se utiliza la palabra estirpe?). No tranza ni con el granizo ni con las trompetas celestiales, va por la vida acarreando los pesaras del austro y un manojo de velas encendidas, en cualquier momento se convertirá en ángel, en ángel de la Patagonia, para alumbrar el desierto de nuestro desamparo.

Anónimo dijo...
03:57
 

Marcela es voz distinta dentro de una zona de grises uniformes

Encontre por casualidad su blog, buscando civilice a su hombre de Isabel Allende.
Su blog me parecio muy interesante, lo seguire leyendo.
saludos desde Talcahuano,chile.