Jorge Díaz Bustamante: Todos los domingos

Jorge Díaz Bustamante: Todos los domingos



TODOS LOS DOMINGOS la nona me levanta temprano, me lava la cara con agua fría "para que te despabiles m'ijito", toma la peineta y con gran cuidado me acicala, lava cuidadosamente mis oídos, levanta las chasquillas rebeldes, las engomina y me hace un gran jopo de "jovencito de la nueva ola", me visten de pantalones cortos y gruesos calamorros de explorador. Ella dice que me veo ordenado y limpio. Yo digo que parezco un imbécil del siglo pasado. Mis compañeros se ríen ellos andan sucios y zarrapastrosos y nadie los repara. En cambio, a mí me miran y observan como bicho raro. Y la verdad, no los culpo, es que lo parezco. Estoy igualito al tío Sebastián, el hermano mayor de la nona, tal y como aparece en una ajada fotografía blanco y negro, que abuela guarda celosamente en un cofrecito de madera. Lo cierto es que me inquietan sus sanos propósitos.
Ella quiere verme como un ejemplo de pulcritud, y yo pretendo verme como un chico normal. No puedo negar que se preocupa de mi persona, que sus intenciones son buenas, pero yo necesito aire libre para respirar y poder ser quien soy, no me gusta ser este esperpento engominado, acicalado, con anteojos "poto de botella", que veo cada mañana frente al espejo.
La abuela no puede entender que me hace un flaco favor, que ya no soy tan niño, que uno ya tiene otros intereses y que con ésta facha no impresiono a nadie, menos a la Marcia, la chica más rica del barrio, la ojitos de agua, la risa de jilguero. Me entran unos nervios cuando la veo, si hasta me pongo tartamudo, por eso la Marcia no me infló para nada cuando le pedí pololeo. Dijo que yo era un rompebolas y un gil fresco y desaliñado, "oye perejil mejor te vas a freír monos". Mi suerte, sin duda, no es de las mejores.
Yo no se cómo era el abuelo en su juventud, pero lo que es ahora, se lo pasa metido leyendo la Biblia. El viejo parece el hombre mas bueno del mundo, "es un hombre santo" dicen las viejas, pero yo le he visto un brillo en la mirada que me hace despertar sospechas. Por las noches, el veterano se levanta furtivamente a buscar comida y a beber de una misteriosa cajita que guarda con gran celo, lejos de los ojos de la nona en el rincón más alto de la alacena. Es un secreto, nadie sabe que yo lo sorprendí una noche de insomnio, por culpa de la Marcia que al final de cuentas "no estaba ni ahí, conmigo".
Esa noche de sueños inquietos, el silencio fue interrumpido por una risilla nerviosa reconocible. Era el viejo, no me cabia duda. Me levanté sin hacer el menor ruido y me deslicé hasta la cocina. Lo observé con calma allí estaba el abuelo sentado en un viejo sofá, comiendo una enorme pata de pollo asado y bebiendo el rojo liquido de una cajita, se sobaba el abdomen satisfecho y eructaba con gran placer. Sin duda el viejo era mas terrenal que lo que muchos suponían. Desde entonces existe un aire de complicidad entre nosotros que la abuela no entiende, pero que el viejo agradece, dándome moneditas "para tus vicios, hijo mío".
Los chicos del barrio no me creen que soy bueno para el fútbol, les digo que podría ser el arquero, pero no me dan ni bola. Yo los entiendo, los domingos no puedo ir a jugar a la cancha porque tengo que acompañar a los viejos al culto. Ellos tienen que orar, dar las gracias al señor, recibir las bendiciones y todas esas cosas. A mí me llevan para que comparta la gracia de Dios y para que el señor ilumine mi camino. La verdad es que me aburro grandemente, si estuviera la Marcia seria otra cosa, podría hacerle ojitos, o morisquetas para que se ría. Tiene una risa contagiosa. A mi me gustaría tener una foto suya. Los chicos se ríen, ellos se divierten como locos jugando en la cancha del matadero, mientras tanto yo me encuentro encerrado aquí en medio de cánticos y oraciones.
El pastor Luna me ha tomado especial atención "deberían haber muchos niños como éste" dice tomándome los cabellos. Esta empecinado en formar un club de niños y me ha tomado con un "verdadero ejemplo para la juventud". Quiere que además forme parte de su club de ajedrez. Tiene un grupo de admiradores que se dejan derrotar continuamente para el deleite del pastor Luna. Que gana cada partido en medio de bendiciones y aleluyas al señor. En el culto adopta una actitud de buen samaritano, para todos tiene una palabra de animo, "un bálsamo para las heridas del espíritu" dicen las viejas. Lo cierto es que me aburro sin medida y sin aliento.
En la iglesia me pongo a contemplar el techo y me divierto, a mi modo, dibujando con la imaginación caricaturas de la nona, el "viejo chico" y al pastor Luna en estado de éxtasis. Me distraigo con estos juegos, me permiten salir de allí y abstraerme de los himnos y oraciones. Estaba así cuando observé que algunos de los fieles se golpeaban apuntándome "el chico entro en trance otra vez". Yo los observaba por el rabillo del ojo. Fue en ese instante que se me ocurrió, solo por travesura, que podría dar algunos breves saltitos y finalizar con un giro, como lo había visto realizar en el "Circo Mexicano de los Hermanos Paredes". Entonces exclamaron ¡Aleluya, aleluya, hermanos! Agarre ánimos y corrí por toda la sala con los hermanos elevando sus brazos al cielo y dando gracias al señor. El pastor Luna estaba extasiado. "Una experiencia sublime", fue su comentario. Toda la iglesia estaba coreando con fuerza un nuevo milagro de iluminación.
Todo cambió entonces, en el pueblo se comentaba a viva voz el prodigio. En el mercado, en los colegios, en los bares y hasta en los lenocinios. En medio de libaciones y prestaciones de servicios sexuales se hablaba del chico Vera. Algunos, los malidicentes, los descreídos, decían que estaba poseído por un espíritu maligno. Otros, los piadosos, discutían que en el seno de una santa familia no había cabida, ni posibilidades para el demonio, ¡cero posibilidades y sin discusión viejito! Muchos se agarraron a trompadas en medio de estas disquisiciones filosófico religiosas, pero el fenómeno seguía en marcha.
El pastor Luna sonreía con satisfacción viendo como el número de sus feligreses aumentaba semanalmente y también como crecía la bolsita de las ofrendas. Mientras tanto, yo me deslizaba corriendo y dando brincos de acróbata circense. Para ese entonces, me encerraba en mi cuarto a practicar los pasos que efectuaría en el culto del domingo. Mis abuelos no podían comprender el nuevo milagro. Ahora, me levantaba muy temprano, ya no remoloneaba en la cama y pedía que me dejaran bien levantado el jopo de la nueva ola, para lucir como corresponde en la función que ofrecía cada domingo.
Había perfeccionado el estilo, seguramente debo haber alcanzado el grado de maestro; ahora giraba, daba saltos, podía correr en puntas de pie, observaba siempre con los ojos semicerrados. Además podía permitirme ciertos lujos, por allí estiraba la mano y le agarraba el culo a una señora o daba un besito furtivo a una chica que me gustaba, ¡no todo ha de ser trabajo señores! En realidad podía permitirme ciertos excesos. Lo cierto es que me había convertido en una verdadera celebridad, muchos ya ni siquiera escuchaban al pastor Luna, ellos querían verme brincar y que agarrara esa velocidad vertiginosa de pies alados, en medio de los ¡ aleluyas, aleluyas! Y ¡alabado seas señor!
El pastor Luna fruncía el seño cada vez que veía que los fieles me abrazaban terminada la función, me palmeaban la espalda, me daban sus bendiciones y deslizaban monedas en mis bolsillos. Era un verdadero profesional ¡si señor!
La última función fue a teatro lleno, corrí como un bendito, con el rabillo del ojo miraba a las chicas más bellas, un brinco, un pellizco por aquí, un giro, un agarrón por allá, un carrerón y un salto final, para caer justo en medio de los brazos del Pastor Luna. Que miraba al niño prodigio con las dos cejas levantadas, sinónimo de su gran enojo. Mientras todo el público aplaudía y ovacionaba con bendiciones y aleluyas.
La nona y el "viejo chico" fueron inmediatamente citados a la oficina del indignado pastor Luna. Allí le explicaron que las cosas se estaban saliendo de todo cauce, que si bien al principio mi "transformación" sirvió para agrandar la iglesia, ¡alabado seas el señor! Hoy día, el mismo mequetrefe promotor del milagro, armaba tal zafacoca que la casa del señor se estaba convirtiendo en una casa de orates, en un circo, y eso no era bueno, ni para el señor ni para el pastor, por tanto solicitaba a los viejos que me dejaran en casa los días domingos, que me llevaran cuando fuera más adulto, cuando dejara esas inspiraciones de rumbero de carnaval. Los dos viejos soportaron patitiesos, rígidos, con menos cero grado de temperatura, la furia del pastor que no quería ni verme en pintura, ¡y perdoname señor, por estos exabruptos!
Todos los domingos, me visto de negro, chuteadores, camiseta y pantalón corto. La Marcia me mira con otros ojos, dice que me veo interesante con el uniforme. Me voy al fútbol, a la cancha del matadero, los chicos no me dejan jugar a causa de estos enormes lentes poto de botella, pero yo corro como un bendito, respirando a todo pulmón, por la línea lateral levantando de vez en cuando mi banderita de laiman.

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