benjamín prado

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Raro


Sólo los tontos creen en sí mismos. Ésa era la frase favorita de mi padre. Le gustaba decirla para acabar algunas de sus historias acerca de la manera en que había construido el futuro con sus propias manos, contra viento y marea. Una cosa es verdad: antes de tirar su vida por la borda en mitad de la tormenta, se movía como pez en el agua en el mundo de las cosas tal como son. No sé si respetaba las reglas, pero pueden apostar a que conocía todos los trucos del juego. De hecho, otra de sus frases favoritas se le ocurrió mientras leía un libro sobre el Watergate: sería más fácil su suscribir a Nixon al Washington Post que darme a mí gato por liebre.
Pero lo cierto es que poco después todo cambió; la suerte le dio la espalda, lo despidieron y se derrumbó. Al principio, pasaba las mañanas leyendo la columna del zodíaco y las ofertas de empleo, y las tardes buscando un trabajo que no parecía dispuesto a aparecer.
-¿Sabes? decía-, cuando más te hundes, menos gente confía en ti: no creen que hayas caído desde alguna parte, sino que siempre has estado abajo; creen que confiar en ti sería como poner a la familia Manson a anunciar la Navidad.
Desde luego, algo había cambiado. Sus viejas ideas del tipo de en esta vida sólo tienes que sabes hacer dos cosas; ser listo para los negocios y no creerte todo lo que te dicen parecían no tener ya nada que ver con él. En realidad, mis padres eran cuatro personas distintas; dos de ellas fingían delante de mi hermana Rosalita y de mí que el mundo seguía girando en su dirección de siempre; las otras dos estaban encerradas en un lugar del que no podían salir. Yese lugar era cada vez pequeño y estaba más oscuro.
Nuestras viejas discusiones intelectuales, como la s llamaba mi padre, por ejemplo cuando hablábamos de religión, empezaron a desaparecer. Entonces, él zanjaba siempre la cuestión a su manera.
-Pero quién puede creerse un cuento como el de Judas decía-. Nadie es tan tonto para vender a un tipo como Jesucristo por tan poco dinero.
Mi madre lo regañaba en broma y sonreía. Era una mujer hermosa, de unos treinta años, con grandes ojos oscuros y un cuerpo generoso.
Ahora, el tono era distinto y hasta la voz de mi padre parecía la de otro hombre. Una noche presencié desde donde no podían verme una conversación. Estaban en la cocina, él sentado junto a una taza de café y mi madre preparando unos bocadillos mientras hablaba en voz baja desde el otro lado de la habitación.
-Siempre creemos que si no hubiéramos hecho las cosas tal y como las hicimos decía ella-, ahora viviríamos en un sitio mucho mejor, pero estamos equivocados. Sólo es que a veces las ruedas cambian de dirección antes de que todo vuelva a su sitio; sólo eso, cariño.
Él seguía en silencio, mirando algo extraño en el fondo de su taza.
-Ven dijo mi madre-. Julen, cariño. Y soltó un botón de su blusa.
Mi padre siguió callado y ella continúo por el mismo camino; cada vez que soltaba un botón decía: ven, y sonreía. Mi padre se levantó y empezó a cruzar el cuarto.
-¿Sabes?-dijo-, es como si todo el tiempo estuvieras corriendo junto a un enorme pozo, levantando un muro a su alrededor, y bastara un pequeño empujón para caer dentro de él. Parece que alguien viene y escribe algo encimade toda tu vida y cuando vas a mirar, lo que ha escrito es no hay trato. Sólo eso: no hay trato.

Fragmento de Raro, novela de Benjamín Prado. Editorial Plaza y Janés, 1995.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
18:43
 

Enhorabuena y gracias por poner esta página de Benjamín Prado. Llevo meses tras el libro, el único que me queda de este autor.

Ponerme este fragmento delante de mis ojos ha sido tan gratificante como dar de beber un sorbo de agua a un sediento... y derramar el resto por el suelo.

Buen gusto!!

benjaminprado.blogspot.com

Está poblado de frases increíbles Raro. Uno de los libros con los que más he disfrutado leyendo.

Grandioso! De verdad es emocionante el haber encontrado este libro! Comparto el gusto en esta página .