Inauguración del María Teresa

Inauguración del María Teresa



Era la noche de la inauguración. Se trataba del burdel más famoso de la Patagonia. Por fin llegaba a Puerto Natales La María Teresa. Digamos que la sucursal de La María Teresa. La casa matriz por llamarla de algún modo-, se encontraba en Punta Arenas. Desde hacía una semana la radio del pueblo pasaba publicidad con las bondades del lupanar. Quince hermosas azafatas. Quince hermosas chicas. Quince hermosas y exuberantes bellezas. Después hablaban de una noche de ensueño. De estar cerca del cielo. No lo podrás creer. Ángeles en Puerto Natales. Todo lo que imaginaste y soñaste al alcance de tu mano. Tres días antes de la inauguración del viernes, una camioneta con altoparlantes recorría las calles del pueblo. "Invitamos este viernes quince a visitar María Teresa, allí en un ambiente agradable y discreto, quince chicas venidas desde Panamá, República Dominicana, Argentina, Perú y de nuestro querido Chile, harán la delicia de nuestros invitados". Con mensajes aún más directos, el locutor de la Chevrolet incitaba contumazmente al dispendio erótico. Una semana en donde el pueblo no hablaba de otra cosa que no fuera la inauguración de la María Teresa.
Antes que toda esta faramalla se instalara en el pueblo, ya Ricardo me había alertado, me dijo: "Parece que la María Teresa se viene a Natales con camas y petacas". En un comienzo no le di mayor importancia. Pero Ricardo que estaba realmente obsesionado con el tema llevaba día a día la cuenta regresiva. Me decía faltan seis días, faltan cinco días, faltan cuatro días... Comentaba que a él no le gustaba especialmente las casas de putas, pero que tratándose de María Teresa todo cambiaba. El había estado en Punta Arenas y sabía de qué se trataba. Era la mejor mercadería de la Patagonia Chileno-Argentina. Que teníamos el deber ineludible de asistir. Tú no sabes lo que son las dominicanas, agregaba. De una visita semanal a mi casa, la frecuencia se disparó a tres veces por día. Nuestras conversaciones que versaban invariablemente sobre las nuevas corrientes literarias latinoamericana y el simbolismo francés, se transmutaron en senos turgentes, cuartetos, tríos, caderas, cinturitas, polvo, etc. Estaba realmente entusiasmado. Nunca lo había visto así. Salvo alguna vez cuando habló transportado sobre Rimbaud. Insistía en que teníamos que asistir. Además decía que conocía a María Teresa y que era una mujer encantadora.
No fue hasta que me dijo que él pagaría todos los gastos de aquella noche de la inauguración, en que yo me decidí por ir. Realmente asistiría de mala gana. No tenía mayor interés. Había abandonado desde un tiempo atrás, el placer coital quilombero. Los niveles de seguridad de los preservativos me habían ahuyentado de las casitas con luces. Fue así que me aprovisioné de una caja de condones alemanes fiables y esperé la llegada del viernes. Pero ya lo dije. De mala gana

Aquel viernes quince Ricardo llegó temprano. Ansioso. Con aquel inconfundible olor de colonia barata que usaba para fechas importantes. Se había puesto gomina Lord Cheseline al por mayor. Llevaba puesta la chaqueta negra de cuero que había comprado en Buenos Aires y su tapadura de oro brillaba desde la otra esquina. Me puse mi abrigo negro-largo y mi gorra de comandante. Siendo las 22.30 hrs. salimos de mi casa rumbo a María Teresa. Era realmente una noche especial. Hablo de una noche especial, no tanto por lo de la inauguración, que de por sí lo era obviamente, sino que no corría una sola brisa en Puerto Natales. Aquellos que han llegado por estos lares deben saber de lo que hablo. Es muy raro encontrar una noche así en la Patagonia. La noche se presentaba apacible pero sabía que en el corazón de Ricardo se avecinaba una tempestad. Me contó que desde temprano aquel día comenzó a calentar los motores. Recordaba haber tenido quince erecciones pensando en las quince chicas. Una por cada una de ellas. Ricardo había traspasado todo límite.

Fue así como llegamos donde María Teresa. Nada más doblar la cuadra en donde se encontraba el burdel, se comenzaba a vivir una noche distinta. El local estaba más iluminado que la Torre Eiffel cada veinticinco de diciembre. La fuerza pública había cerrado la cuadra y sólo dejaban pasar a peatones. Un mundo de curiosos se arremolinaban en torno de las cercanías. Llegamos hasta la puerta de entrada en donde las quince figurantas vestidas a la usanza de guardias papales daban la bienvenida a los parroquianos. Ricardo se había preocupado de reservar la mesa ocho y allí nos instalamos. Un plasma fijo en el canal Playboy preanunciaba lo que vendría. La música no tenía nada que ver con las imágenes. Beyonce a full. Pronto se cerraron las puertas y las chicas se fueron a cambiar a sus cuartos. Mientras tanto los noctámbulos brindaban, fumaban, reían y hablaban fuerte tratando de escucharse. Trompetas celestiales dieron paso a las mujeres y ellas se desparramaron por las mesas. La jarana había comenzado.

Había pasado una hora en donde bebimos vodka, gin, whisky, y pisco, cuando un par de mujeres se acercaron a nuestra mesa. Carol y Benardette. Inmediatamente realizamos la inspección ocular. Eran dos potras dominicanas con porte de Nba, piernas de jade y cinturas de avispa. Venían presididas de la mismísima María Teresa en persona, quien trató a Ricardo con suma familiaridad, "Ricardito vea usted, acá le traigo a las mejores embajadoras de la República Dominicana". La verdad que no hacía falta tales credenciales, eran lejos las mejores mujeres que uno podría encontrar por los parajes del sur. Ricardo estaba en estado de éxtasis. Vuelto loco. Después de tomar un par de tragos con las diplomáticas, el ambiente se distendió. Y llegó la oferta. Se trataba de estar con ellas un momento y que por todo concepto nos cobrarían, a modo de oferta de inauguración 300 euros. Ricardo aceptó encantado la ganga. Y fue así como fuimos al cuarto, al cuarto de Bernardette.

Era un cuarto modesto y limpio. Calefaccionado. Una cama amplia y confortable con un cubrecama rojo, al tono con la luz difusa del ambiente. Pusieron música y empezaron rápidamente su meritoria labor. Se pusieron más ligeras de ropa aún de la nada que llevaban. Presto estábamos con Ricardo, uno al lado del otro, cabalgando sobre las ancas de las embajadoras. Estuvimos así un buen tiempo. Luego casi al unísono giramos y nos pusimos uno arriba de la otra, luego abajo, después al costado. De pronto me vi con las dos. En aquel momento pensé que tendría que haber trabajado en un circo. De contorsionista. Era realmente glorioso. No sé exactamente cuánto tiempo estuve con ellas. Esas dos chicas se la traían. Eran fantásticas. En eso estábamos cuando giro la cabeza y veo a Ricardo. Sentado en el sillón. Todo compuestito. Vestido con su chaqueta negra de cuero comprada en Buenos Aires. Que me dice: "Ya Hugo, apúrate que es tarde".

2 comentarios:

jajajajajajajaja

me gustó este escrito... me dejó un sabor a ese fascinante ambiente de un pueblo misterioso (yo creo que para la mayoría de los chilenos lo es), mezclado con algo de humor.

saludos!