Anxos Sumai: Tacto

Anxos Sumai: Tacto



Ocurrió hace algunos años, a principios de los años 90 más o menos. Íbamos a la iglesias todos los sábados para fregar el suelo, adornar el altar y aprender el catecismo. El cura nos mostraba los cuadros llenos de calaveras y de almas retorciéndose en el fuego eterno del infierno. Aquel sábado yo había estrenado un vestido de verano, de sisas, y me sentía casi una chica. Acababa de venirme la primera regla y yo soñaba con el momento en que habría de marchar de la aldea. Pero aquel hijo de puta consiguió convertirme en polvo.


H
ubo un tiempo en que las niñas de la aldea corríamos a la iglesia los sábados por la tarde para adornar los altares, limpiar el polvo a los santos y fregar con legía las losas del suelo. Era un tiempo agradable, sobre todo en primavera cuando podíamos correr libres, en busca de fresas debajo de las viñas y en los bordes de los caminos. O en el verano, cuando el cura nos regalaba una cesta de cerezas, dulces y lascivamente rojas y líquidas.

Era un tiempo hermoso, húmedo y placentero, en el que empezaban a asomar los pequeños pechos recientes y nos intimidaban los pelos furiosos que les nacían a las mujeres adultas en las axilas. Queríamos crecer e íbamos aprendiendo despacito, sobre todo con los pasos breves y tímidos que dábamos con las yemas de los dedos sobre la piel de nuestros compañeros de juego.

Debería recordar de aquel tiempo la humedad gozosa y el placer de un dedo tocando el mío, el contacto eléctrico de las rodillas desnudas de un niño con mis rodillas también desnudas. Pero no recuerdo eso, sino la aridez del polvo y las quemaduras de la legía, que me secaron cualquier fluido que pudiese nacer de mi cuerpo.

Todavía hoy no puedo tocar a nadie: se me secan incluso los ojos, me convierto en cartón. Veo las cosas, las personas que puedo tocar como si fuesen blandas, suaves, de mantequilla o algo semejante, derrochando líquidos, pero sé que si las toco yo misma me quedaré sin agua en el cuerpo y entonces me dolerá incluso mirar. Todo será una repulsión continua, si toco. Tampoco soporto que me toquen: me convierto en una uva pasa, en un trozo de pan reseco y deshidratado. Aparto las manos de los demás porque las manos de los demás también me convertirán en cartón. Absorberán toda el agua de mi cuerpo, me dejarán muerta y quemada como las ánimas que nos mostraba el cura cuando no éramos dóciles, buenas y obedientes.

El cura no era un hombre como los que yo conocía. Se afeitaba todos los días y tenía la piel de la cara y de las manos suaves como las de un niño. Su boca era una especie de herida obscena abierta en la cara a base de pensamientos lascivos. Yo acababa de estrenar un vestido amarillo que mi madre me había cosido para el verano. El cura se me acercó y me dijo que estaba muy guapa, que parecía ya una chica. Se colocó detrás de mí y recuerdo sus manos aplastándome los pechos, sus manos subiendo y bajando. Arriba y abajo. Despacito. Pegaba su boca a mi oreja y me decía "que bonito vestido llevas hoy", pero más lento, como si estuviese haciendo un trabajo que requería un esfuerzo tan grande como cuando Dios creó el mundo.

Me lamía el pescuezo, metía sus manos -siempre despacito- por el escote del bonito vestido y se detenía, se detenía, se detenía sobre mis pechos pequeños que ni siquiera eran conscientes de que estaban allí. Y entonces, cuando llegó al bulto tierno de mis pezones recientes, los apretó y restregó su cuerpo contra mi espalda. Después me sentó en un banco, levantó la sotana y bajó la pretina del pantalón. Me tomó de la mano y la puso sobre su pene inflamado que semejaba carne cruda. Y yo sentía tanto asco y tanto miedo que decidí convertirme en polvo. En el polvo que barría cada sábado del suelo de la iglesia. En el polvo que dejaban los zapatos de la gente que debería cuidarnos. En el polvo que las polillas arrancaban a los viejos vestidos con los que se engalanaba el cura para ofrendar a su dios.

Aquel día me regaló una gran cesta de cerezas y me hizo prometer que no se lo dijese a nadie. Que si lo decía, iría al infierno, a arder como aquellos cuerpos en combustión. Y no dije nada. porque entonces yo ya era madera y cartón. Como los santos que llenábamos de flores los sábados por la tarde.

Textos en español de Os sentidos da perigosa normalidade. Traducción del gallego de Dorotea V. Wilder.
Fotografía de Alberte Peiteavel


12 comentarios:

Pat_agónica dijo...
11:56
 

tactos que dejan huellas, surcos y petrifican

Lectura que sacude y reflota dolorosos recuerdos

Excelente , Anxos

Alejandra dijo...
19:53
 

¡Que horror!

Anónimo dijo...
20:12
 

Hoy estuve traduciendo los relatos de Mr. Button de cuando vivía en Puerto Prat y los patos lo acompañaban a todas partes. Fue hermoso leer los textos ingenuos del señor Button. Me gustó un momento en el que escribe que hay gente que no sabe lo que es la felicidad y por eso le pega un tiro a un pato para matarlo y después deja que su cuerpo se pudra en la playa. Cosas tontas.
Era algo que quería escribir porque me inquietó mucho este post.

Nunca sabremos cuál es el error. Aceptar o rechazar. Es algo que nace dentro de uno, decir si o no. En Méjico (1972) tuve una propuesta para un trabajo muy bien pago en el espectáculo, aparte de mis condiciones, lo fundamental era si yo aceptaba encamarme con productores o productoras, como si fueran caramelos...
No dije que no... Dudé. Y no me dieron más pelota.
Anxos rechaza la verga del cura. La protagonista de "Memorias de una pulga", la acepta.
¿Cuál de las dos protagonistas acertó? ¿Cuál erró?
Como diría Hugo en francés, "¿Quién lo sabe?".

Cruz dijo...
17:27
 

Joel dice que la autora rechaza la verga de cura. La autora podría decir, tal como yo lo leo, que no tuvo opción de decidir. Se la impusieron. Y no es cosa de limitarlo a los apóstoles de la iglesia, es campo abierto a otras imposiciones.
¿Y por qué sabes que es una autora? Para mi es un autor.
Lo de las sotanas me asquea, no hay discusión posible para mí si nos limitamos al tema religioso. Es posible plantearse la duda en otros lugares, en otros campos de juego. Pero lo de los curas es de lo más asqueroso que se puede ver nunca. Yo también me secaría como una madera vieja, como escribió la autora o el autor del texto. Es un horror, como dijo Esmeralda. No es una opción, para mi, como propone Joel.
Y por seguir respondiendo a los comentaristas del post, concuerdo con Patagónica en que me petrifica.

Chico, que no soy "joel". Soy "yoel" (yo-el).

lo importante es competir dijo...
12:41
 

apostaría 20 lucas a que es autora.
pagaderas en el almacén de hugo.

Cruz dijo...
17:06
 

Oká, Yoel: "tu-ello".
Vista la foto y la información del Hugo, debe ser "ella". A menos que Hugo tenga la capacidad de ser miles de otras personas. Algún fallo tendrá en algún momento.

Cruz dijo...
17:16
 

Una búsqueda en google de Anxos Sumai me confirma que que es una "ella". Yoel, "you-it", acepta mis disculpas.

cmayerovich dijo...
10:19
 

Cada vez que leo un post aparece el yo-yo yoel, me parece que como personaje funciona, mirá porque siempre ha estado en algún país, en alguna fecha particular y nosé tiene un mundo tan amplio... Me recuerda a uno que otro poetillo que se cree maldito porque se emborracha y se acuesta con una que otra putilla y la hace su musa...cada vez que hace un comentario yo-yo yoel da una lección como si hubiese sobrevivido al Titanic, derribado el muro de Berlin, estado en hiroshima una semana antes de que tiraran la bomba atómica... un Forrest Gump cualquiera, claro que sin ingenuidad... imagino que este yo-yo yoel dice tenerla dura todo el tiempo jajajajaj en fin, soy poeta, escribo a veces, el resto del tiempo leo y pienso, me sorprende encontrar este tipo de personajes en cada lugar, en ningún caso he querido ser ofensiva, espero que yo-yo yoel no se lo tome a pecho...vivo en el desierto de Atacama... Anxos me gustó tu relato, cariños!

Funciona? dijo...
12:26
 

El yo de yoel dá para toda una eternidad.
Y de eso se trata, supongo.
Besos con sabor a vino albariño.

Todo lo que dice cnmaverovich es cierto, menos lo de la pija dura. LO mencioné como recuerdo romántico infantil.
Hoy día no se me para por más bendiciones y promesas que se le hagan. Eso si, para mear me sirve un fenómeno.