Escribiré sobre tu tumba

Escribiré sobre tu tumba




Y

llegó aquel momento. Lo esperaba. A la corta o a la larga, ocurriría. El padre se presenta ante mí. Soy el padre de Hugo. Lo hice pasar. Le serví un café y lo dejé hablar. Hay cementerios raros en el mundo. Pienso que el de Puerto Natales es el más raro del mundo. Están a la vista los objetos más curiosos que acompañarán en el viaje a los santos y no santos difuntos. Placas dentales, cédulas de identidad, la soga del ahorcado, los juguetes del niño, la pistola del suicida, el vestido de novia, el reloj quieto con la hora fatal del difunto, la botella de vino de su preferencia, aquella que en definitiva lo mató, la marquilla de cigarrillos de su cáncer, su biblioteca y su obra inédita. Por esto último vino el papá de Hugo. Me cuenta que ha estado leyendo las cosas que escribo. Que hace cinco años fue saqueada la tumba de Hugo. Que fue saqueada su biblioteca. Que antes de ir donde las autoridades, quiere hablar conmigo. Quiere saber si de verdad soy yo el autor del robo. Inmediatamente me declaro culpable. Le cuento la verdad. Que desde niño fue la tumba de mi preferencia. La elegí por sobre todas las otras. Que de a poco la fui llevando a casa. Libro a libro. De a poco. Cuaderno a cuaderno. Que junto a las lecturas de Kafka, Mallarmé y otros, Hugo era lo que más me entusiasmaba. Que fui adoptando su personalidad. Que averigüé muchas cosas sobre él. Que me hubiese encantado escribir como él. Que lo fui plagiando. Que incluso me cambié de nombre. Que pasé a llamarme Hugo. Que pensaba que a través mío, Hugo se daría a conocer. Pone un revólver sobre la mesa. Me pregunta entonces, qué objeto me gustaría que acompañase mi sepultura. Le digo que el revólver que acaba de poner sobra la mesa. Me dice que no. Que ya hay muchas tumbas con revólveres. Que esta vez, por una puta vez, sea original.


5 comentarios:

Hugo: que le saquen el premio a la señora Allende y se lo den a Hugo. Claro, vale preguntarse ¿A cuál de los dos Hugos?

Yo doy mi voto por ti; así es que deja esperando al padre de hugo y no le des ninguna puta idea original.

Anxos dijo...
17:26
 

Seguro que todos tus post son plagios de los apuntes del difunto. Gracias por recuperarlos. Te imagino saliendo de noche, después de cerrar el almacén, a visitar la tumba hasta que te armaste de valor y la saqueaste por completo. Y te lo llevaste todo. Por eso, cuando yo estuve allí y le hice la foto a la biblioteca del muerto apenas quedaban más que una decena de libros tristes, caídos y enfadados porque nadie los leyese.
Fantástica historia, Hugo.
Es buena la recomendación de Ferrer.
Besos para los dos Hugos, y para la abuela.

Yoko dijo...
18:14
 

Hace pocos días desenterraron a mi abuela para dejar sitio en su tumba a una de sus hijas, mi querida tía Delia. Desenterraron a mi abuela y toda la familia estábamos allí: como había muerto en invierno, la habían vestido en el año 1958 con abrigo y medias y calcetines. Estaba toda ella cubierta de ropa. Cuando la desocuparon de su nicho eterno, el ataúd estaba perfecto, mi abuela también estaba perfecta. La vimos. Vimos como la fueron desvistiendo hasta que sólo quedaban sus medias y su ropa interior. Entonces ya no vimos nada, cerramos los ojos y oímos como caían sus huesos al suelo. Sobre todo los huesos de sus piernas, que salían con bastante lentitud de dentro de sus medias. No será fácil olvidar ese sonido. El sonido de los huesos de unas piernas abandonando las medias. Sonaban como las horas de un reloj, como las campanadas de una iglesia. Como la risa de los niños en el circo. Como las costillas en el último estertor de la muerte.
Sonaban como el mordisco de un gusano en el corazón de un melocotón maduro.
Sonaban como mi risa ante la muerte.
No sé como son vuestros cementerios. Yo nunca vi nada parecido a lo que cuenta Hugo. ¿UNa tumba con una biblioteca? LO más parecido que recuerdo es una mujer que dejaba en la tumba de su padre tabletas de cocholate y cigarrillos. Ella creía que su padre comía el chocolate y fumaba los cigarrillos. Pero quien comíamos el chocolate y fumábamos los cigarrillos éramos nosotros, los niños que encontrábamos en el cementerio la clandestinidad de los nacientes placeres de sexo y de todos los pecados capitales. El placer en el cementerio.
Buen post, Hugo. Mis cementerios no se deben parecer en nada a los tuyos. Será cosa de enviar fotos.
Gracias por el desahogo y por permitirme ocupar tanto espacio en tu blog.
El sonido de los huesecillos...

Santi dijo...
03:27
 

¡¡¡Hey, pusiste una foto de la hora fatal!! Hacía años que no veía una.

Los cementerios...
No me atraen. Ni los de las ciudades ni los de los pueblitos por más hermosos que sean. Como en las rutas: el desfile de cruces señalando accidentes mortales.
Acepto la muerte pero no puedo festejarla.
El cementerio como vivienda, como biblioteca, ya es otra cosa. Inevitablemente se trata de un jardín florido y bien podría estar allí "la isla del hombre (o la mujer) feliz".
Lo que dice Yoko de su abuela es inolvidable, bello y tremebundo.
Cuando icineraron a mi madre, pagué los menesteres y no fui a recoger las cenizas.
En estos dos Hugos, sobrevuela un tercero: Victor.
Me gustó este texto.