El día en que Puerto Natales se quedó sin papas

El día en que Puerto Natales se quedó sin papas


Fue el día en que Natales se quedó sin papas. Mi madre antes de morir me dijo: huye y escribe. Escribe el sufrimiento tal cual, no agregues nada, cuenta la verdad. Cuenta lo que hemos pasado y que Dios te bendiga. A más de treinta años de la tragedia, recién ahora estoy en condiciones de escribir la epopeya. Murieron mis padres, mis tíos, mis primos y sobrinos. Mucha gente amiga que adoraba. Junto con ellos también se murió Puerto Natales. Por lo menos ese Puerto Natales que yo conocí. Que tanto amé. Una Arcadia apacible en donde el puma, el ñandú y el zorro coexistían pacíficamente con un pueblo de ganaderos, mineros y pescadores, todos ellos inocentes de toda inocencia. El paseo por la plaza, la misa en latín y la matiné de los domingos. el juego del trompo y las bolitas. El fútbol de todos los días, el intercambio de figuritas, los besos primeros y la urgente sensación de la premura del deseo. Junto a una vida bucólica, siempre tuvimos la sensación de vivir una vida fuera de lo común. Un lugar en el mundo en donde pasaban cosas extraordinarias y que no nos llamaban particularmente la atención.

Recuerdo perfectamente que cada dos o tres casas, se vendían o intercambiaban libros y revistas. Una cosa desusada para la época en contraposición a otros pueblos vecinos. En algunos registros de aquel tiempo, aparecía Puerto Natales, denominado como El pueblo lector. Aquello no nos daba precisamente cierto real orgullo. Para nada, sino que era tan normal para nosotros, como beber la sangre del cordero pascual en cada diciembre. La gente leía, trabajaba, jugaba. Casi en perfecta armonía. Todo en un maravilloso entorno. Montañas rojas, glaciares agrietados en azul, verdes praderas, fiordos enloquecidos, guanacos rampantes. Traigo a colación lo de los libros, para daros a conocer el impacto que pudo haber causado García Márquez entre los natalinos. Téngalo por seguro que ninguno. La verdad que Macondo era un pálido reflejo de la magia de nuestro pueblo. Aquelarres constantes en el cerro Dorotea. Brujos convirtiéndose en gatos. Pumas devorándose pescadores. Payasos asesinos. Putas en carromatos por el pueblo. Monjas a caballo. Muertos dando discursos dentro de su ataúd. Nada nuevo bajo el sol. Nada nuevo bajo el sol de Natales. Es que de esas y otras historias, estábamos hasta el cuello. Todos los días nos pasaban historias que te cagas. Y se volvían rutina. Como la de Domingo Santos. Gaucho a carta cabal y a mucha estima. Que un día en Torres del Paine, se atragantó con un huesillo. A punto de morir, ya casi sin respirar, morado moradísimo, su compañero de faenas fue en su rescate y le cortó el cuello con su facón. No morirás como un perro. Ahora respira le dijo. Y respiró. Y lo salvó. Lo tendió sobre un caballo, lo amarró bien amarrado y lo llevó hacia el pueblo. Tres días y tres noches sobre el caballo. Por entre los matorrales y la nieve. Con caballos navegando sobre pantanos. Irguiéndose por entre el pardo oscuro de la turba. Sin descanso, hasta llegar al pueblo. Lo salvó. Acaba de morir don Domingo Santos. Después de sesenta años de esta historia. Por cosas como estas es que el realismo mágico de Aracataca nunca entró al pueblo. Pero el día en que Natales se quedó sin papas, supera todo relato imaginable.

Por ejemplo: Mi madre pelaba las patatas y luego preguntaba qué nos gustaría comer. Aquello significaba papas con carne, papas con pescado, papas con pollo, papas con puma -en ese tiempo no era especie protegida- papas con harina, papas con cilantro, papas con habichuelas, papas con guisantes, papas con tomates, papas con pingüino, papas con algo. Toda nuestra vida giraba en torno a la diosa Papa. Los viejos sabios del pueblo, que extrañamente eran los que menos sabían, aseguraban que las papas corailas, servían para endurecer una parte específica de un músculo determinado del hombre. Luego también se usaban para bajar la fiebre. Se cortaban en rodajas, se la ponían en la frente del calenturiento y se lo amarraba con un pañuelo. Puedo dar fe que la fiebre se iba como por encanto. También en noches de San Juan servían para saber el derrotero del destino humano. Los marineros la usaban para seguir el rumbo. Existía un cuento muy hermoso en donde Eva le invita a comer una papa a Adán y él renuncia a comer la papa. Luego seguía toda una saga, una larga y brumosa historia hasta terminar en Hiroshima. También la papa, como ya sabéis, servía para hacer unos licores embriagantes y contundentes. Y no hablo del vodka polaco, sino de un licor que fabricaba gente del pueblo, que antes de beberlo, tenías que tener preparado un testamento, en donde legabas lo que tenías al cuerpo de Bomberos, asumías toda la responsabilidad y renunciabas a toda ayuda exterior.

Aquel viernes el día había amanecido espléndido y el Ferry Evangelistas ponía proa hacia Puerto Natales. Dejaba atrás un Puerto Montt gris con sus dolorosas esculturas boterianas esperpénticas. Serían tres días como los de siempre. Fiordos, canales, caídas de agua, mar embravecido, turistas mareados, camiones con vituallas y papas para abastecer al pueblo. El capitán, un tranquilo marino avezado, con plenos poderes en situación de mando de la nave. Un viaje de rutina y hastío. Fue hasta el segundo día en que la cosa se fueron complicando. Y no fue por vientos ni mareas, ni por algún desperfecto de la nave, sino por el ingreso a la sala del capitán de tres turistas catalanas de Santa Coloma de Gramanet. Y así el viaje se fue haciendo. Se fue haciendo más entretenido para el capitán y sus lugartenientes. Las catalanas, unas chavalas preciosas y divertidas. Generosas y con un desparpajo al más alto nivel. Entre fiordo y fiordo la cosa se fue animando. Licores a raudales y las bragas que salían disparadas rumbo a cualquier parte del Pacífico. ¡Coño, que grande la tenéis los chilenos! ¡Es que la estamos pasando de su puta madre! Y así. Hasta llegar a chocar contra el muelle de Puerto Natales.

Un muelle destrozado por el jolgorio. Por un capitán borracho y una tripulación alucinada que dormía. Se tardarían tres meses en reconstruirlo. Tres meses sin el suministro de nuestra querida papa. La ausencia de la papa se comenzó a sentir a la semana. Acaparamiento y mercado negro pusieron la tónica. Gente deambulando como lemúridas por las calles, con sus ojos fuera de órbita. Alguien cambió su auto por tres kilos de papas. Otros su casa. Alguien cambió a su mujer. Trueques disparatados. El oro no servía de nada. Otros partieron errantes por los campos, tirándose por acantilados. El único hospital del pueblo no daba abasto. Se podía matar por una papa. Una inmensa baba blanca saliendo por la comisura de los labios. Preanuncio de la muerte. De qué vale vivir sin papas, era el comentario obligado. Todo por esas putas catalanas, fueron las últimas palabras de mi tío Albam Miranda. Mi tío Olegario mató a su mujer y a sus hijos y luego se pegó un tiro. Mi sobrina Yislen se tiró ante el paso del tren a Bories. Eso pasó. Y miles de otros casos que por escabrosos, no me animo a contar. Y ahora lo escribo. Por mandato de mi madre. Me dijo que huyera y hui, me dijo que escribiera y escribí. Que contara el sufrimiento de un pueblo ante la escasez de papas. Ahora llegan miles de turistas, gente que no conoce esta historia. Sí que quedan sorprendidos ante el cartel que está a la entrada del pueblo. Prohibido el ingreso de catalanas.

11 comentarios:

Anónimo dijo...
06:53
 

Las catalanas estamos hasta las narices de que nos culpen de aquello. Es historia más que sabida que las tres señoritas aquellas eran malagueñas.
Es que todo se lo achacan a los catalanes. Siempre.
Farts que estem ja, collons!

Genial Hugo, son las 8 de la mañana de un lunes gris y este relato de antología me ha alegrado el día.
Lo que puede hacer la buena literatura.
Yo pensaba que el problema de la papa sólo lo habían tenido lo irlandeses.
Siempre te visito aunque no comente.
Felicitaciones.
Beatriz

Muy bueno. Siempre recuerdo,que en una de mis estadías en un hostal en Natales, al mirar hacia el patio del mismo, ver todo sembrado con papas. No había espacio para nada más.

Anónimo dijo...
12:51
 

Genial el cuento.
Me encanta como escribes!

Anónimo dijo...
17:38
 

La realidad supera al cuento,mi abuela trocó su viñedo por una bolsa de harina, una cabra y su cabrito.Esto pasaba en tiempos de la sopa de tortuga doméstica.
estrella

Estupendo texto. Una agilidad envidiable. Además emparentado con la forma de comer de mi familia. Para mi madre también las papas son imprescindibles como para la madre del relato. Me ha traído buenos recuerdos.

Magnífico relato!

Anónimo dijo...
13:22
 

Muy bueno!!

Si que quedan sorprendidos ante el cartel! jajaja Muuy bueeno!!

un abrazo!

Anónimo dijo...
15:49
 

natales apocalíptico

abrazos
n.

Il capitano Francesco Schettino dijo...
00:12
 

huy dio me pasó lo mismo