Cristián Arregui Berger: Ribera Sur

Cristián Arregui Berger: Ribera Sur



A Iván Fuentes, Misael Ruiz
y los miembros de la Mesa Social,
en recuerdo de esos primeros días;
vueltos a reunir en el ‘Punto Cero’.

Lejos del poder y la gloria

De la tierra, la Palabra. Junto al camino tantas veces transitado,
vemos el rostro de un vecino. Cambia según las horas de su día
y la preocupación de sus noches. ¿A quién pedirle potestad
en el circuito de nuestra resistencia cotidiana?
Son de otros el poder y la gloria: los fundos, el agua.
Pero tienen voz los ríos. Tiene voz la faena
del campo y del mar. Y tiene voz el frío: Es la nuestra.
La escuchamos junto al fuego de la estufa.
Nos cobija la demora del hombre por el hombre.
Afuera no ha parado de llover. Tomamos mate.
Nosotros hemos hecho este adentro.

No calzamos en la foto del turista

No es como el mar. La ola de nuestras voces
se parece más al silencio, fíjate, al de la casa
cuando afuera arrecia el temporal. Lo que deseamos
es la dignidad de nuestra existencia, sin más. Apagado el TV
los niños ya dormidos, ese intervalo
en que la noche nos devuelve.
Estas marchas no son como las de otras rebeliones.
El fuego que hemos ido a encender a la calle
no es un fuego distinto al de casa.
No somos como el mar, ni como la tierra.
No somos como los bosques. Nunca calzamos
en la foto del turista. Somos, como salmones,
machos o hembras, remontando el río,
la vida nos va sacando el color de adentro.
No somos tampoco un canto de protesta. Llega un día
en que la canción termina. Pero la ola sigue.
En el cuerpo se va quedando
todo lo que del día fue radiancia.
No somos héroes ni santos ni estrellas de película.
Somos padres e hijos, asalariados, pero sin patrón.
A menudo nos ha sobrado la violencia,
muchas veces nos faltó el valor. Pero basta.
Ya está bueno. El problema tuyo es también el mío.
Trae a tu gente. La provincia entera será la casa. 

Ya no queda miedo

Ya no queda miedo. Se ha perdido en las miles de hectáreas sin un alma.
Se murió esperando un hospital. Lo derivaron de O’Higgins a Coyhaique, no alcanzó a llegar.
No le alcanzó la leña, se durmió en el frío. Llegó la nieve, perdió el forraje.
Se nos murió el miedo, che. El mate hace tiempo que no aguantaba otro lavado.
Hacíamos el teatro de seguir chupando, porque alguien nos dijo que hacer patria era eso.
Pero no. La patria fue llevar y juntar nuestros pellejos, enarbolar juntos las negro-tricolor.
Ya no queda miedo. Nos dejaron vaciados. El tiempo nos llevó la juventud, la pinta.
Las mujeres, firmes a nuestro lado, siguen amasando tristezas y esperanzas.
Depusimos las redes, para pescar hombres, conciencias, era tiempo ya.
Todos esos peces que huían de los sueños, los trajimos a la olla común.
Ya no queda miedo. Lo lavó la lluvia que caló hasta los huesos.
Lo pisó la gente que marchó por las calles. Nos aplaudieron los discursos,
les emprestamos el verso. Ya no queda miedo, y si llegase a haberlo,
haremos como si no. Ahí están nuestros viejos y nuestros chicos que nos miran.
Estamos cerca. Hay quienes piden ver un charco de sangre,
pero arde más la sangre que despierta, la paciencia que se hiende
en las horas de una toma, en el camino, en la desgarrada lucha
de nuestra humildad.
Y nos querían devolver el miedo, gancho, quitar la unidad.
La sala de reuniones tenía el aire viciado,
los ajustes, las presiones, los intereses de tal o cual partido.
Nos pegaron la encerrona.
Entonces abrimos las puertas, las ventanas
y entró Aysén.

Se vuelven a encender las barricadas

Se vuelven a encender las barricadas.
Los pescadores y campesinos regresan a sus puestos de combate.
La noche será larga.
Un cura camina entre el grupo.
Los encapuchados le muestran sus rostros y piden la bendición.
Santa María de la Divina Providencia:
Una sola radio en toda la Tierra
da testimonio de la noche. 

Poca patria

Yo quería morir con ellos
pero no alcanzaba mi alma la cumbre de sus cansancios
ni mi piel el temple de sus oficios.
Duele no ser pescador, no ser campesino,
no ser jinete de Valle Huemules.
Los sociólogos, los eruditos,
los doctores de toda escritura:
mucho simulacro y poca patria.
La poesía es hoy un asunto de cobardes.

Cuando Aysén estuvo unido 

¿Te acuerdas de esos días en que todo Aysén estuvo unido?
Caminabas por las calles a oscuras,
iluminadas de vez en cuando por fogatas.
Había otro fuego. Te inclinabas
ante el fervor de su aura.
Viste al Cordero esa Cuaresma, en el Puente,
recibiendo piedras y balines.
Tuvo hambre ¿le diste de comer? Tuvo frío ¿lo abrigaste?
Estuvo herido ¿lo visitaste?
Nunca olvidarás el Puente Ibañez de esas noches
con el viento que auguraba otra batalla: la más grande,
la del alma. La de todas las almas juntas.
Y decíamos: “Quizá se corte la luz. No importa.
Quizá se acabe el gas. No importa.
Escasean los alimentos. No importa.
Vamos a resistir. Vamos a reinventar la solidaridad.
La justicia es un valor absoluto.
La verdad también”.
Y ahora vuelve a circular el discurso por las calles
El sonido del poema no se oye.
Los árboles cortados se reemplazan y ya crecen.
Quedan los testigos, pero cada cual vuelve a sus oficios.
Los niños se aburren en la escuela.
Se firman entregas de terrenos, cuotas de pesca.
Pero sabemos que la victoria es otra.
Y si vuelve a encenderse ese fuego por las calles
Buscaremos las cenizas esparcidas en los barrios
Para trazar el signo en nuestras frentes.
¿Te acuerdas? La lucha tiene un esplendor
que la victoria no conoce.

Esta gente que arrimó su sílaba a la tierra

Y esta gente que arrimó su sílaba a la tierra
Del mallín brotó la patria, la pequeña patria
que el país esconde.

Esos días que guardamos dentro

Hijo, te contaré la historia de un bosque y un mar con olor a gente.
Se levantó un día de la tierra y se tomó las calles de los pueblos.
Fueron días en que guardamos tantas cosas dentro.
Nos mentían del gobierno. Aprendimos del puñal en los noticieros y los diarios.
Pero nosotros, en Aysén, estuvimos en la verdad.
Te diré cómo lo notaba: cada quien se mostraba como el que era.
Había fuerzas que trabajaban a fuego el metal noble
y al innoble lo quebraban. Eran tiempos de cuaresma y conversión.
Se acercaba Pascua. No nos atrevíamos a pensar quién sería el Cordero.
Pero marchamos juntos por las catorce estaciones
y cargamos la misma cruz: “Tu problema es mi problema”.
No sé si era de ñire o de lenga la cruz. Quizá era de coigüe. La leña estaba cara.
Pero supimos perdonar al enemigo y por eso muchos nos desprecian.
No importa, hijo. Perdonar podemos, olvidar no.
Una gracia nos hirió y su estigma no se cura.

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