Anxos Sumai: Tierra que anda

Anxos Sumai: Tierra que anda

Ría de Río Gallegos. Fotografía de Anxos Sumai.
Estoy sobre un mirador de madera rasgada por el viento, fascinada ante el agua en un ocaso de finales del verano austral. Entre las tablas del suelo asoman miles de flores blancas, blandas, como lomos de ovejas. El agua, brillante y compacta como una roca, es de intenso color azafrán, igual que toda la tierra que la bordea, igual que las pesadas nubes que nos cubren.

Entre el mirador y el agua, hay un espacio de fango marrón en el que las gaviotas dejan huellas estrelladas y se hunden hasta los tobillos los hombres que lanzan las cañas de pescar. No sé qué pescan, quizás más tarde lo pregunte para sentirme dentro y no fuera de esos mundos en los que tengo la sensación de que yo estoy adentrando sin permiso. Es muy frágil la separación entre estar dentro y permanecer fuera, como una simple espectadora. El límite tiene la consistencia de una burbuja de jabón y, hacerla explotar, depende únicamente de quién mira, de un fulgor de lucidez que te recuerda que todas las personas somos -como dice un proverbio quechua- tierra que anda.

Sobre el mirador, me reconozco viajera. Una viajera atónita y distraída, tal y como definió Rafael Dieste, quien "perdió el filo de sus intenciones y anda viajando sin acordarse de dónde salió y tampoco sabe exactamente dónde se dirige". Quizás a mí, viajera atónita -insisto- ya no me importe demasiado mi destino. Simplemente camino, a veces llevada por la curiosidad, por los relatos de otras personas o, casi siempre, por la intuición. A este lugar llego guiada por la insistencia del poeta chileno Hugo Vera Miranda y por la recomendación entusiasta de otro poeta, el argentino Carlos Besoaín: los dos patagónicos generosos y hospitalarios. El mar que miro absorta, incrédula ante el color y la paz que reina entre las ráfagas de viento que me salpican de agua y polvo, es el estuario del río Gallegos antes de diluirse en el océano Atlántico. A mi espalda, la ciudad argentina de Río Gallegos me espera y, en ella, también me aguarda la plaza San Martín.

Pero aun me demoro un tiempo sobre el mirador. Quiero sentir, para no ser una simple cazadora de panorámicas hermosas, que también lo soy y la cámara fotográfica me delata. En el mirador me percato de que mis paisajes cotidianos, en los que nací y sigo habitando, condicionan mi memoria y mi mirada: por eso aquí, en la costa azafrán, veo una ría. Con un color imposible en la ría de Arousa, mi ría; con unos cerros incluso más suaves y tan distinta la vegetación, pero veo mi ría. Cierro los ojos. Carlos Besoaín me recuerda un fragmento de Las ciudades invisibles de Italo Calvino: "Quizás del mundo quedaron un terreno baldío cubierto de alcantarillas y el jardín colgante del Gran Kan. Son nuestros párpados lo que los separan, pero no se sabe cuál está dentro y cuál fuera... ". Yo sé que mi ría está dentro y se muestra aquí, en Río Gallegos, igual que un día me sorprendí excitada al reconocerla en el lago de Pokhara, en Nepal. Mis paisajes son mi memoria y me definen como perteneciente a un lugar, los encuentro en todas partes y me acompañan. Como la luna. Mi padre me dijo de niña: "Estés donde estés, si te sientes sola, mira a la luna. Ella y yo siempre caminaremos a tu lado".

Más tarde, en la plaza San Martín, me hablarán de Crisanto Poceiro, el gallego de Pontevedra que hizo florecer un jardín casi imposible en medio de la ciudad, contra el viento y el frío del sur. Como si hubiera cruzado el Atlántico con los bolsillos llenos de semillas que arraigaron para llenar de flores coloridas los sueños de los niños y de árboles verdes con los que distraer su propia añoranza. Y me siento como el viejo Pocero y como tanta gente desplazada: añico de tierra que anda y, también, semilla que podría arraigar, florecer y dar fruto en cualquier costa.

Quedan otros mares y la luna nunca cansa de caminar.

Publicado originalmente en Tempo Exterior, n.º 25 (julio-diciembre de 2012) 
(Traducción del gallego de Dorotea V. Wilder) 

4 comentarios:

Anxos dijo...
03:18
 

Gracias, Hugo. ¡Cuánto me gustaría repetir ese viaje!

Hermoso relato, no sé por qué me dan ganas de llorar.

Me parece hermoso e impecable en el fondo y en la forma, no sé por qué me dan ganas de llorar, tal vez lo sé.

Un abrazo Anxos.