Los poetas también se mueren

Los poetas también se mueren

Todo se mantenía intacto. De la misma manera de cuando él se fue. Creo que fue expulsado por ella de la casa, aunque de aquello no estoy seguro. Pero todo se mantenía intacto. Como la madre que le fue arrebatado un hijo por un conductor alcoholizado. Las cosas se mantenían en su sitio. En el mismo sitio que lo había dejado el poeta. Estaban sus libros. Sus cuadros. La fotografía de su abuelo cuando llegó de Europa. Algunos poemas en las paredes. Todo estaba allí tal cual. Decía por si vuelve. Y esperó. Pasaron las estaciones y la muerte de tres Papas. Hasta que un día el poeta apareció. Era su último viaje. Viejo y enfermo. Llego a morir le dijo. Ella lo aceptó. Lo cuidó. Se murió. Un ánfora se posó sobre sus últimos escritos. Yoselin la sirvienta recién llegada de Chiloé, que no tenía por qué conocer la historia, en su primer día de trabajo tiró las cenizas al excusado. Cuando me contó la historia la abracé fuerte. Se puso a llorar. Fui a mi cuarto y me puse a reír.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
04:17
 

Y aquí estás de nuevo, ácido.
Ya te extrañaba. Bienvenido, querido Hugo.
Anxos

Caquita eres y en caquita te convertirás.
Para evitar problemas, mis cenizas irán a dar al Mapocho.

Anónimo dijo...
04:52
 

si al final la muerte es ridículamente soberbia, pretende haber acabado con todo... cuando no había nada.

Yo me creo la muerte. Já.