Resaca

Resaca

Despierto y aún no despierto. De a poco abro mis ojos y veo la portada de la revista Life en donde están Richard Burton y Liz Taylor en Cleopatra. Me doy cuenta que estoy en mi cuarto. Me asombro. Cierro mis ojos. Sobre mi cabeza siento el estallido de una granada. Por un momento pienso que no soy yo el que soy. Mi cuerpo a la deriva. Es como si me hubiese enfrentado a un luchador de Sumo. No se lo deseo a nadie. Ni a Obama ni a ningún miembro de Boko Haram. Extiendo mi mano y no encuentro a mi mujer. Trato de pensar. Es posible que haya salido de compras o esté por ahí. No me sale la voz para llamarla. Trato de incorporarme y no me resulta. Me quedo quieto. Hago el esfuerzo nuevamente. Me doy de bruces contra un foto de Manuel Benítez, El Cordobés. Logro llegar al baño. Mientras estoy sentado veo las Obras Completas de Pablo Neruda nadando en la tina. Qué mierda ocurrió acá me pregunto. Trato de recordar. Era una fiesta. Una más de tantas en casa. Entre amigos. Voy al espejo y veo mi rostro. Qué pasó me pregunto. ¡Tanta sangre! Lloro. Llamo a mi mujer. Grito: ¡Leonor, Leonor, Leonor! Nadie responde. Completo silencio.

Mientras salgo del baño delirando, me juro que esta será la última vez. Se acabó toda esta mierda. No más noches de tragos con complacientes poetas dominicales. No más tragos con jinetes del Apocalipsis. No más tragos con artistas contorsionistas de circo pobre. No nací en un buen lugar y será éste el momento de cambiar de rutina y vida. Es tiempo de partir del limbo y atravesar la avenida de la desdicha. Tiene que haber un lugar en que el desamparo sea un poco más amigable. Pienso en Lisboa, París o Ruanda. En cualquier lugar en donde mis huesos sean bienvenidos. Es que no puede ser que noche tras noche te acuestes en estado de coma. Deberé ahuecar el ala y que la brisa o un tsunami digiten mi destino. ¡Tiene que haber un lugar!

Abro la puerta de mi dormitorio para pasar a la biblioteca y en el pasadizo, mi primer grito de espanto. Leonor yace muerta. ¡Oh mi Dios! Esto no está sucediendo. Un cuchillo atraviesa su corazón. Sangre por todo el pasillo. Llego a la biblioteca y encuentro a Pedro. Le han destrozado el cráneo con una vieja y pesada máquina de escribir Remington. Es que no puede ser. No sé lo que pasó. Algo sucedió. No lo sé. No recuerdo. En verdad que no recuerdo. Es que nos llevábamos bien. De repente discutíamos por algo sin importancia. Sobre la polémica Reverdy-Huidobro, por ejemplo. Pero nada más. Algo pasó. No lo sé. Es posible que alguien llegó de afuera y los mató. Un asesino en serie tal vez. No lo sé. Es posible. No lo recuerdo. En verdad que no recuerdo. No lo recuerdo, no recuerdo. No lo recuerdo. Y mi cabeza a punto de estallar.

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