Una inspirada reedición

Una inspirada reedición

La palabra de sus antepasados.
"inmaculada decepción"



Recientemente, la editorial Bordelibre Ediciones ha reimpreso Tránsito breve de Rolando Cárdenas. Suceso registrado en La Serena, ciudad que el poeta alguna vez visitara cuando integraba el coro de la Universidad Técnica del Estado, y, luego, como invitado al Encuentro de Escritores organizado por la Universidad de Chile, allá por 1968.

“Es bueno comprender que estamos hechos de recuerdos,
un poco de tiempo que crece sin escucharnos
y de muchas cosas que no comprendemos”.

Este poemario –Premio de Poesía de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile- señalaría su debut en las pistas literarias nacionales, en 1961. Después vendrían En el invierno de la provincia, 1963; Personajes de mi ciudad, 1964; Poemas migratorios, (1974, Premio Pedro de Oña 1972 y Segundo lugar en Casa de las Américas, Cuba); Qué tras esos muros, 1986; Vastos Imperios, incluido en Obra Completa; y El viajero de las lluvias, 2015, antología.

Sucinta y trascendente partitura que -en la segunda parte del siglo pasado- lo encaminaría a ser uno de los exponentes más notables de nuestra lírica.

Hijo de un ovejero y domador de caballos oriundo de Curaco de Vélez, isla del archipiélago de Chiloé, Rolando Cárdenas Vera nació en Punta Arenas, en 1933. Su madre, Natividad, le enseñaría los cuentos de Andersen y de los Hermanos Grimm. Más tarde, motivado por el deseo de estudiar Construcción Civil se traslada en 1955 a la capital, donde, entre otras actividades, en la Biblioteca Nacional copiaba en un cuaderno poemas de autores chilenos, cuyos libros no podía adquirir.

Aunque los encasillamientos suelen confundir, ha sido adscrito sin mayores reparos a la corriente lárica. Es decir, a la de quienes abordando sin temor la obra de sus mayores –Huidobro, Mistral, Neruda, De Rokha- la absorben y trasvasijan en una perspectiva personal de la naturaleza y del mundo.

Los poetas láricos, ante el caos urbano pretenden afirmarse en el orden familiar de aldeas y campos; cronistas de lenguaje cotidiano y comunicativo rezuman nostalgia por la infancia y la provincia, o el reencuentro con un paraíso perdido que alguna vez existiera. Cobijados, para esos fines, en un cierto "realismo secreto" pleno de alegorías sobre costumbres ancestrales.

 Esta ligazón atávica se advierte en El invierno de la provincia, el vate en su realidad, la Patagonia, eleva a sus ascendientes a la categoría de figuras míticas, de ángeles guardianes. Quizá por eso en su gesto había más que simple melancolía, algo misterioso, hierático, reservado e impenetrable. Como si fuera custodio del secreto que dio fuerza y orgullo a pueblos australes de los que apenas quedan rastros y cuyas apagadas voces pueden oírse en su canto.

La palabra de sus antepasados.

El encanto de sus espacios poéticos con la tierra viajando circundada por el mar, plena de rumores, leyendas, sombras y silencios, pájaros y caprichosas topografías, de soledades y fantasmas, de arboladuras, navegantes y naufragios, de frágiles nómadas que se extinguen confundidos por la bruma, y de mágicos frutos invocados para encontrar todos los rostros en el definitivo regreso a la ciudad perdida.

Hombre de su tiempo, Cárdenas creyó en la Utopía. Y cuando –el primer día de nuestra saison en enfer- lo llevaron al Estadio Chile, hoy Víctor Jara, portaba el carnet del “glorioso” en el bolsillo superior de la chaqueta. En esa época sombría, reglamentaria sería su asistencia a la Sociedad de Escritores de Chile y a La Unión Chica, cuya convergencia de amigos y escritores lamentaría su prematura partida el 17 de octubre de 1990.

Rolando Cárdenas, bohemio y sobresaliente bebedor con pinta de jinete, fue un talentoso bardo en quien confluían profusas cualidades personales: invariable sentido del afecto; musicalidad: voz y guitarra; simpatía y buen humor en general con mención en chistes de salón.

Su fin fue duro. La vasta, vaga y necesaria muerte no lo aguardó en remotas playas de oro, como el poema de Borges, sino en el desolado departamento de la calle Teatinos. Queda la añoranza de sus afanes y sus días, y el deseo de escucharlo cantar una vez más Nido gaucho o Un hombre de la calle, por ejemplo.

Juan Guzmán P.
Zanzíbar Oriente, abril 2016.

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