Un natalino en Venezuela
Por Ramón Díaz Eterovic
INMACULADA DECEPCIÓN
Nadie es profeta en su tierra. El dicho nunca ha sido tan cierto como en el caso de Hugo Vera Miranda, poeta y narrador de Puerto Natales que ha desarrollado un trabajo silencioso, apartado de las capillas literarias regionales donde se administran opciones editoriales, invitaciones a encuentros, selecciones en antologías y loas críticas con olor a naftalina. Vendedor de libros y editor de una revista de poesía en Buenos Aires, administrador de un boliche de menestras en la Patagonia, recordado medio campista de la selección de fútbol de Puerto Natales, y amigo a tiempo completo de sus amigos, son algunos de los oficios que ha ejercido con variada fortuna en algo más de seis décadas de vida. Su obra, tan breve como notable, considera dos libros hasta la fecha: “El tigre de la memoria” conjunto de poemas publicado en Chile por la Editorial La Calabaza del Diablo; y “Inmaculada Decepción” libro de relatos recientemente publicado en Venezuela por la Fundación Editorial El Perro y la Rana, creada durante el gobierno de Hugo Chávez para difundir textos clásicos y la obra de escritores latinoamericanos contemporáneos. Este libro cuenta con las ilustraciones del español Javier Molinero, y un enjundioso prólogo a cargo del escritor argentino Miguel Mazzeo. El cuidado de la edición estuvo a cargo del poeta venezolano Marco Aurelio Rodríguez. Los textos de Vera Miranda también han sido traducidos al portugués, italiano y al inglés. Lo poco que Vera ha dado a conocer hasta ahora de su obra, ciertamente es más apreciado en otros países que en Chile.
Los relatos de Vera Miranda son sorprendentes; combinan la biografía personal del autor con hechos imaginados, referencias literarias, musicales, cinéfilas; anécdotas de barrio y copuchas de almacén. Una combinación que también considera altas dosis de erotismo, ironía y humor para intentar atrapar una realidad que al autor, y seguramente a muchos de sus lectores, se les escapa de las manos o se les presenta como una permanente mueca hostil. Nada parece distante a los dardos de este autor que expone su vida y sus sentimientos sin cálculos ni consideraciones: escritores, autoridades, amantes tormentosas y hasta Dios, como un personaje más de la comedia humana, es interpelado por la protesta vital de Vera. Bien dice el prologuista Miguel Mazzeo cuando comenta que los textos de Vera Miranda se pueden definir “como piezas perfectas de belleza magullada. O belleza corrosiva. Su obra posee el raro encanto de ser al mismo tiempo bella, cruda y justa”. Y también acierta Mazzeo, cuando caracteriza a Vera como “un gato negro, viejo y canchero que camina en la cornisa al borde de lo imposible”.
Lo que escribe Vera Miranda tiene el brillo indiscutible de lo auténtico. En sus historias no hay artificios ni imposturas. Sabemos que muchos de sus relatos son parte de las huellas que la vida fue dejando en sus sentimientos y visión de mundo, luego de sus peripecias por Buenos Aires y su posterior estadía en Puerto Natales, donde rodeado de una biblioteca infinita se dedica a mirar por la ventana un mundo que está lejos de las estrechas calles de su pueblo. Y es difícil salir sin magulladuras de la lectura de este libro, porque por uno u otro motivo su autor se encarga de propinar certeros golpes a la razón y la conciencia. La visión de las cosas en Vera parece conducir inevitablemente a una suerte de desesperanza lúdica frente a un mundo que se presenta con los colores de la farsa, de la impostura, del fracaso. La que lo hace Vera Miranda. Sus textos existenciales, a ratos caóticos o desesperados, actúan siempre como pequeños espejos que reflejan una realidad que no se puede soslayar. Y si es ácido con su entorno, lo es más consigo mismo, como cuando escribe: “Publiqué un librito que nadie lee. Que nadie cita. Que pasará al olvido tanto como aquel tipo que estaba destinado a las ligas mayores. Algún día alguien se acordará de mí. Se acordará como el tipo al que la poesía arruinó su vida”.
Los textos de este libro y muchos otros más se pueden conocer accediendo al blog Inmaculada Decepción que administra Vera Miranda desde hace más de una década. Su obra no dejará a nadie indiferente, y desde luego, alguna editorial chilena debería publicar y difundir la obra de Vera Miranda, antes que esta se vuelva un autor de culto en otros países, y se tenga que reconocer una vez más que no sabemos reconocer y disfrutar a tiempo a nuestros auténticos y valiosos creadores.
Publicado en la Revista Punto Final N° 867.
23 de diciembre de 2016.
Los relatos de Vera Miranda son sorprendentes; combinan la biografía personal del autor con hechos imaginados, referencias literarias, musicales, cinéfilas; anécdotas de barrio y copuchas de almacén. Una combinación que también considera altas dosis de erotismo, ironía y humor para intentar atrapar una realidad que al autor, y seguramente a muchos de sus lectores, se les escapa de las manos o se les presenta como una permanente mueca hostil. Nada parece distante a los dardos de este autor que expone su vida y sus sentimientos sin cálculos ni consideraciones: escritores, autoridades, amantes tormentosas y hasta Dios, como un personaje más de la comedia humana, es interpelado por la protesta vital de Vera. Bien dice el prologuista Miguel Mazzeo cuando comenta que los textos de Vera Miranda se pueden definir “como piezas perfectas de belleza magullada. O belleza corrosiva. Su obra posee el raro encanto de ser al mismo tiempo bella, cruda y justa”. Y también acierta Mazzeo, cuando caracteriza a Vera como “un gato negro, viejo y canchero que camina en la cornisa al borde de lo imposible”.
Lo que escribe Vera Miranda tiene el brillo indiscutible de lo auténtico. En sus historias no hay artificios ni imposturas. Sabemos que muchos de sus relatos son parte de las huellas que la vida fue dejando en sus sentimientos y visión de mundo, luego de sus peripecias por Buenos Aires y su posterior estadía en Puerto Natales, donde rodeado de una biblioteca infinita se dedica a mirar por la ventana un mundo que está lejos de las estrechas calles de su pueblo. Y es difícil salir sin magulladuras de la lectura de este libro, porque por uno u otro motivo su autor se encarga de propinar certeros golpes a la razón y la conciencia. La visión de las cosas en Vera parece conducir inevitablemente a una suerte de desesperanza lúdica frente a un mundo que se presenta con los colores de la farsa, de la impostura, del fracaso. La que lo hace Vera Miranda. Sus textos existenciales, a ratos caóticos o desesperados, actúan siempre como pequeños espejos que reflejan una realidad que no se puede soslayar. Y si es ácido con su entorno, lo es más consigo mismo, como cuando escribe: “Publiqué un librito que nadie lee. Que nadie cita. Que pasará al olvido tanto como aquel tipo que estaba destinado a las ligas mayores. Algún día alguien se acordará de mí. Se acordará como el tipo al que la poesía arruinó su vida”.
Los textos de este libro y muchos otros más se pueden conocer accediendo al blog Inmaculada Decepción que administra Vera Miranda desde hace más de una década. Su obra no dejará a nadie indiferente, y desde luego, alguna editorial chilena debería publicar y difundir la obra de Vera Miranda, antes que esta se vuelva un autor de culto en otros países, y se tenga que reconocer una vez más que no sabemos reconocer y disfrutar a tiempo a nuestros auténticos y valiosos creadores.
Publicado en la Revista Punto Final N° 867.
23 de diciembre de 2016.
4 comentarios:
10:39
Che, hablo por varios cuando digo que ya hay un culto, que como lectores lo notamos hace rato y vemos con orgullo cómo cae. Cuando la academia asome su cara desde su torre de marfil o cuando las editoriales consideren que hay recursos que explotar en esta obra, imagino que sería un acto más que nada cosmético. No se le puede pedir a los jotes que vuelen como cernícalos.
11:41
Un abrazo Sémola.
11:17
Felicidades Hugo. Por fin lo pude leer. Un beso grande. Anxos.
21:47
Otro para ti Anxos.
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