Huellas sobre la nieve
Por Jorge Díaz Bustamante
... un oscuro cantante de Punta Arenas en el ocaso de su vida.
"inmaculada decepción"
Chumangos es el nombre común y de cierta manera peyorativo, que se les da a los habitantes de Punta Arenas, o más bien a la persona nacida en Punta Arenas. Es también el título de un volumen de cuentos, que pertenecen al prolífico autor magallánico, Ramón Díaz Eterovic, sí el mismo de la saga del detective Heredia.
No existe una acepción correcta de la palabra chumango, de hecho existen varias versiones, como anécdota entregamos una que leímos hace mucho tiempo. Dicen que ocurrió en la estancia Oazy Harbour. Un airado capataz, de origen inglés, habría ordenado a uno de sus peones “You man go”. Al consultar a sus compañeros qué había dicho el gringo, el trabajador respondió: no sé algo así como Chumango.
Sabíamos de la existencia de este libro, sin embargo nunca lo tuvimos a la vista. No habíamos leído ningún comentario en la prensa escrita. Las noticias recibidas eran de aquellas largas conversaciones sostenidas en casa del poeta Hugo Vera Miranda, por tanto, a nuestro entender, pasaba ser uno de los tantos libros ficticios publicados por autores magallánicos, que ya deben sumar un centenar.
Por eso es que, para nosotros, fue una gran sorpresa encontrarlo en un escaparate de una pequeña librería de Puerto Natales. La amable librera entonces no debe haber entendido un carajo mis expresiones de júbilo, al encontrarme con este volumen de textos, del que para ser franco dudaba de su existencia. La alegría, para que los lectores entiendan, es como cuando ganas una difícil partida de truco, o cuando te alzas con todas las bolitas en un juego de la “hachita y cuarta”.
Ramón Díaz Eterovic, nos revela un volumen de cuentos que consta de 8 relatos, todos ambientados en la Patagonia; “En la bahía recalaban vapores que traían mercaderías europeas y se llevaban cargamentos de carne y cueros. Me gustaba ir al puerto a ver como trabajaban los estibadores. Los nombres y banderas de las embarcaciones invitaban a soñar con países lejanos, como del que llegó tu abuelo materno, con la esperanza de hacerse la América con el mentado oro de la Isla de Tierra del Fuego”.
En apretadas 100 páginas el autor nos presenta un nutrido volumen de cuentos: “El regreso”, “El minuto feliz de Largo Viñuelas”, “La última aventura”, “Costumbres familiares”, “Mi padre peinaba a lo Gardel”, “Largas noches de hospital”, “En el corazón profundo de la noche” y “Crónica roja”. Los personajes trasuntan y trascienden al paisaje magallánico; está presente el abuelo croata de siniestro pasado, el desgarbado y querible Viñuelas, “porque a pesar de su porte cercano a los dos metros y de sus brazos extensos, como los tentáculos de un pulpo”, permanecía como suplente del equipo de sus amores. Del viejo pícaro, don Gaspar, del que “se hablaba con respeto y las anécdotas que él había protagonizado siempre tenían un trasfondo de ingenio o pillería usada en buena ley”. Está también Gatica, “la voz que acaricia y asombra”, un oscuro cantante de Punta Arenas en el ocaso de su vida.
Muchas de estas narraciones estaban en el imaginario colectivo austral, eran comentarios obligados en tertulias de amigos y compañeros, que compartiendo un buen asado y un trago de vino, se despachaban un relato fronterizo entre la fantasía y realidad. “Los cuerpos de Dollenz y Valcarce nunca fueron encontrados y sobre la caja fuerte extraviada comenzaron a tejerse una serie de leyendas. Que habíamos alcanzado a dejarla en una isla, que nunca la sacamos del pueblo. Fábulas, simples fábulas…” Nos señala en “La última Aventura”. Así desarrolla una vieja historia en la zona de Última Esperanza que tiene numerosas variantes y hoy día se plasma en letras de imprenta.
Se trata de un volumen de cuentos muy cercano, historias recientes que abarcan el entorno de nuestros abuelos y nuestros padres. En el que nos vemos reflejados como en un espejo. La vida cotidiana, las tradiciones y las costumbres, como así también la tragedia, el aislamiento y la soledad son los motivos que mueven estas páginas.
Nos vamos a detener en el emotivo relato “Mi padre peinaba a lo Gardel”; “Pensar en él es recobrar cualquiera de esas noches en que regresaba del trabajo a la casa, a ese ir y venir cotidiano de quehaceres domésticos, al que entraba siempre como un viajero, como alguien que volvía de un espacio remoto del que apenas teníamos una visión borrosa, esbozada en las anécdotas que recreaba de tarde en tarde, o cuando miraba a sus hijos que iban distanciándose de las imágenes que reproducían las fotos que portaba en su billetera de añoso cuero café”. De manera casi autobiográfica Díaz Eterovic, nos cuenta los primeros afanes literarios y la importancia de la aprobación de su padre en el oficio de escribir. El viejo sin mayores expresiones, le compra una máquina de escribir y le regala un ajado volumen de cuentos de Jack London.
Luego viene el éxodo, la larga peregrinación de los magallánicos de antaño, para estudiar en otras latitudes para forjar su futuro. Las comunicaciones por carta con el terruño familiar. En esos tiempos, la palabra escrita, era el único medio de comunicación con nuestros padres, emociona entonces el adiós del joven escritor: “sus pasos dejaban huellas sobre la nieve y en el vaho de los vidrios comenzaba a escribir de aquellas cosas que nunca le dije”.
No existe una acepción correcta de la palabra chumango, de hecho existen varias versiones, como anécdota entregamos una que leímos hace mucho tiempo. Dicen que ocurrió en la estancia Oazy Harbour. Un airado capataz, de origen inglés, habría ordenado a uno de sus peones “You man go”. Al consultar a sus compañeros qué había dicho el gringo, el trabajador respondió: no sé algo así como Chumango.
Sabíamos de la existencia de este libro, sin embargo nunca lo tuvimos a la vista. No habíamos leído ningún comentario en la prensa escrita. Las noticias recibidas eran de aquellas largas conversaciones sostenidas en casa del poeta Hugo Vera Miranda, por tanto, a nuestro entender, pasaba ser uno de los tantos libros ficticios publicados por autores magallánicos, que ya deben sumar un centenar.
Por eso es que, para nosotros, fue una gran sorpresa encontrarlo en un escaparate de una pequeña librería de Puerto Natales. La amable librera entonces no debe haber entendido un carajo mis expresiones de júbilo, al encontrarme con este volumen de textos, del que para ser franco dudaba de su existencia. La alegría, para que los lectores entiendan, es como cuando ganas una difícil partida de truco, o cuando te alzas con todas las bolitas en un juego de la “hachita y cuarta”.
Ramón Díaz Eterovic, nos revela un volumen de cuentos que consta de 8 relatos, todos ambientados en la Patagonia; “En la bahía recalaban vapores que traían mercaderías europeas y se llevaban cargamentos de carne y cueros. Me gustaba ir al puerto a ver como trabajaban los estibadores. Los nombres y banderas de las embarcaciones invitaban a soñar con países lejanos, como del que llegó tu abuelo materno, con la esperanza de hacerse la América con el mentado oro de la Isla de Tierra del Fuego”.
En apretadas 100 páginas el autor nos presenta un nutrido volumen de cuentos: “El regreso”, “El minuto feliz de Largo Viñuelas”, “La última aventura”, “Costumbres familiares”, “Mi padre peinaba a lo Gardel”, “Largas noches de hospital”, “En el corazón profundo de la noche” y “Crónica roja”. Los personajes trasuntan y trascienden al paisaje magallánico; está presente el abuelo croata de siniestro pasado, el desgarbado y querible Viñuelas, “porque a pesar de su porte cercano a los dos metros y de sus brazos extensos, como los tentáculos de un pulpo”, permanecía como suplente del equipo de sus amores. Del viejo pícaro, don Gaspar, del que “se hablaba con respeto y las anécdotas que él había protagonizado siempre tenían un trasfondo de ingenio o pillería usada en buena ley”. Está también Gatica, “la voz que acaricia y asombra”, un oscuro cantante de Punta Arenas en el ocaso de su vida.
Muchas de estas narraciones estaban en el imaginario colectivo austral, eran comentarios obligados en tertulias de amigos y compañeros, que compartiendo un buen asado y un trago de vino, se despachaban un relato fronterizo entre la fantasía y realidad. “Los cuerpos de Dollenz y Valcarce nunca fueron encontrados y sobre la caja fuerte extraviada comenzaron a tejerse una serie de leyendas. Que habíamos alcanzado a dejarla en una isla, que nunca la sacamos del pueblo. Fábulas, simples fábulas…” Nos señala en “La última Aventura”. Así desarrolla una vieja historia en la zona de Última Esperanza que tiene numerosas variantes y hoy día se plasma en letras de imprenta.
Se trata de un volumen de cuentos muy cercano, historias recientes que abarcan el entorno de nuestros abuelos y nuestros padres. En el que nos vemos reflejados como en un espejo. La vida cotidiana, las tradiciones y las costumbres, como así también la tragedia, el aislamiento y la soledad son los motivos que mueven estas páginas.
Nos vamos a detener en el emotivo relato “Mi padre peinaba a lo Gardel”; “Pensar en él es recobrar cualquiera de esas noches en que regresaba del trabajo a la casa, a ese ir y venir cotidiano de quehaceres domésticos, al que entraba siempre como un viajero, como alguien que volvía de un espacio remoto del que apenas teníamos una visión borrosa, esbozada en las anécdotas que recreaba de tarde en tarde, o cuando miraba a sus hijos que iban distanciándose de las imágenes que reproducían las fotos que portaba en su billetera de añoso cuero café”. De manera casi autobiográfica Díaz Eterovic, nos cuenta los primeros afanes literarios y la importancia de la aprobación de su padre en el oficio de escribir. El viejo sin mayores expresiones, le compra una máquina de escribir y le regala un ajado volumen de cuentos de Jack London.
Luego viene el éxodo, la larga peregrinación de los magallánicos de antaño, para estudiar en otras latitudes para forjar su futuro. Las comunicaciones por carta con el terruño familiar. En esos tiempos, la palabra escrita, era el único medio de comunicación con nuestros padres, emociona entonces el adiós del joven escritor: “sus pasos dejaban huellas sobre la nieve y en el vaho de los vidrios comenzaba a escribir de aquellas cosas que nunca le dije”.
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