Poli
Por Ramón Díaz Eterovic
Poli Délano y Ramón Díaz Eterovic en Iguazú, Argentina, 1996. |
Fue generoso hasta lo inimaginable.
"inmaculada decepción"
Numerosos amigos despedimos a Poli Délano en la Casa del Escritor y en el Parque del Recuerdo. Fue el último adiós a un escritor que supo atrapar en sus cuentos y novelas la esencia de personajes que transitaron por el optimismo de los años 60’, los años de la Unidad Popular, y el tiempo de la dictadura. Fue un indudable protagonista de la escena literaria chilena y latinoamericana desde que publicó su libro de cuentos: “Gente solitaria”. Asistente frecuente a encuentros, presentaciones de libros, lecturas públicas y todo tipo de actividades que permitían reunirse con sus pares y sus lectores. Dirigió talleres en los que se formaron varias camadas de escritores, organizó antologías en Chile y el extranjero, difundió la literatura chilena como pocos en incontables crónicas, ejerció la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile. Fue un escritor que no esquivó el compromiso político en ninguna circunstancia y eso le valió varios años de exilio y la marginación de reconocimientos que sin duda merecía por su amplia y valiosa obra literaria.
Para muchos de los que éramos jóvenes escritores en los años setenta del siglo pasado, Poli Délano era un autor que leíamos con entusiasmo. Nos gustaban sus cuentos llenos de vida y autenticidad. Desgraciadamente, al menos en mi caso cuando pude viajar a Santiago, Poli emprendía un largo exilio de catorce años, la mayoría de los cuales vivió en su querido México, donde en estos días lo han recordado con sentidas columnas y crónicas. Debí conformarme con leer su relato de viaje “Lo primero es un morral”, su novela breve “Cuadrilátero”, los cuentos de “Vivario”, “Cambio de máscaras” (Premio Casa de Las Américas), y “Los mejores cuentos de Poli Délano” que publicó Zig Zag. Más tarde, en el año 1984, tuve la ocasión de conocerlo y encontrar a un escritor que se parecía a muchos de los personajes de sus cuentos: tenía una fuerza creativa a toda prueba, le gustaba compartir con sus amigos, tenía un notable sentido del humor y unas ganas de vivir a toda prueba. Lo conocimos, y más que hablarnos de su obra como hacían otros escritores mayores, se interesó por conocer y estimular lo que hacíamos los jóvenes. Fue generoso hasta lo inimaginable. Nunca escatimó un prólogo para un libro ni su tiempo para estar en las presentaciones de los mismos. De su mano conocimos a muchos autores que él nos recomendó leer o nos presentó en algún encuentro dentro o fuera de Chile. Fue el maestro de carne y hueso que muchos necesitábamos y sobre todo un amigo constante que se interesaba por lo que estábamos escribiendo, por lo que leíamos, por nuestros hijos y nuestras compañeras. Se podía confiar en él a todo evento y por eso para muchos, entre los que me incluyo, era nuestro Poli.
Tuve la fortuna de ser su amigo. De compartir tardes y noches de copas en las que invariablemente terminábamos discutiendo sobre las bondades de un Roberto Goyeneche o un Edmundo Rivero. Poli era una enciclopedia en muchas materias; autores y libros desde luego, tangos, cine, boleros y corridos mexicanos. Compartimos viajes, entre los que recuerdo dos a México y otro a España para participar en el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón que organizaba Luis Sepúlveda. En ese viaje, y a propósito de un premio que me tocó recibir celebramos en la Plaza Mayor junto a mis editores de LOM, Diego Muñoz, Luisa Percket y Sonia González. Terminamos la celebración cantando la Internacional para asombro de no pocos españoles que a esa hora andaban de copas. Viajamos al encuentro que aun organiza Mempo Giardinelli en la ciudad argentina de Resistencia, y un día después del regreso de ese viaje conocí la desgraciada noticia del accidente que le costó la vida a su hija Bárbara. Creo que sólo un hombre con el coraje de Poli podía haber soportado un golpe tan brutal. Lo hizo con una entereza difícil de explicar, y a pesar de los pesares, siguió adelante, con el corazón quebrado pero siempre aferrado al dulce misterio de vivir.
Poli fue un escritor a tiempo completo y sólo nombrar los títulos de sus libros ocuparía al menos un par de carillas. Era un dios Midas que convertía en literatura todo lo que vivía. Todo le servía: un buen chascarro, una persona que conocía al azar, sus experiencias políticas y amorosas, sus recuerdos más vitales, como los de sus estudios en el Pedagógico que le sirvieron para escribir una de sus últimas novelas: “Un ángel de abrigo azul”.
Han pasado algunos días y cuesta hacerse a la idea de que Poli no está a nuestro lado. A ratos dan ganas de pensar que sólo anda en uno de sus habituales viajes y que uno de esto días llamará para concertar una cita y beber ese penúltimo whisky al que le escribió el poeta Horacio Ferrer en uno de sus tangos, y que esta vez, y por primera vez, quedará sin beber. Nuestro Poli se fue. Nos queda el recuerdo de un escritor y un hombre singular al que tuve el privilegio de conocer: un maestro en el siempre difícil arte de vivir y escribir.
Para muchos de los que éramos jóvenes escritores en los años setenta del siglo pasado, Poli Délano era un autor que leíamos con entusiasmo. Nos gustaban sus cuentos llenos de vida y autenticidad. Desgraciadamente, al menos en mi caso cuando pude viajar a Santiago, Poli emprendía un largo exilio de catorce años, la mayoría de los cuales vivió en su querido México, donde en estos días lo han recordado con sentidas columnas y crónicas. Debí conformarme con leer su relato de viaje “Lo primero es un morral”, su novela breve “Cuadrilátero”, los cuentos de “Vivario”, “Cambio de máscaras” (Premio Casa de Las Américas), y “Los mejores cuentos de Poli Délano” que publicó Zig Zag. Más tarde, en el año 1984, tuve la ocasión de conocerlo y encontrar a un escritor que se parecía a muchos de los personajes de sus cuentos: tenía una fuerza creativa a toda prueba, le gustaba compartir con sus amigos, tenía un notable sentido del humor y unas ganas de vivir a toda prueba. Lo conocimos, y más que hablarnos de su obra como hacían otros escritores mayores, se interesó por conocer y estimular lo que hacíamos los jóvenes. Fue generoso hasta lo inimaginable. Nunca escatimó un prólogo para un libro ni su tiempo para estar en las presentaciones de los mismos. De su mano conocimos a muchos autores que él nos recomendó leer o nos presentó en algún encuentro dentro o fuera de Chile. Fue el maestro de carne y hueso que muchos necesitábamos y sobre todo un amigo constante que se interesaba por lo que estábamos escribiendo, por lo que leíamos, por nuestros hijos y nuestras compañeras. Se podía confiar en él a todo evento y por eso para muchos, entre los que me incluyo, era nuestro Poli.
Tuve la fortuna de ser su amigo. De compartir tardes y noches de copas en las que invariablemente terminábamos discutiendo sobre las bondades de un Roberto Goyeneche o un Edmundo Rivero. Poli era una enciclopedia en muchas materias; autores y libros desde luego, tangos, cine, boleros y corridos mexicanos. Compartimos viajes, entre los que recuerdo dos a México y otro a España para participar en el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón que organizaba Luis Sepúlveda. En ese viaje, y a propósito de un premio que me tocó recibir celebramos en la Plaza Mayor junto a mis editores de LOM, Diego Muñoz, Luisa Percket y Sonia González. Terminamos la celebración cantando la Internacional para asombro de no pocos españoles que a esa hora andaban de copas. Viajamos al encuentro que aun organiza Mempo Giardinelli en la ciudad argentina de Resistencia, y un día después del regreso de ese viaje conocí la desgraciada noticia del accidente que le costó la vida a su hija Bárbara. Creo que sólo un hombre con el coraje de Poli podía haber soportado un golpe tan brutal. Lo hizo con una entereza difícil de explicar, y a pesar de los pesares, siguió adelante, con el corazón quebrado pero siempre aferrado al dulce misterio de vivir.
Poli fue un escritor a tiempo completo y sólo nombrar los títulos de sus libros ocuparía al menos un par de carillas. Era un dios Midas que convertía en literatura todo lo que vivía. Todo le servía: un buen chascarro, una persona que conocía al azar, sus experiencias políticas y amorosas, sus recuerdos más vitales, como los de sus estudios en el Pedagógico que le sirvieron para escribir una de sus últimas novelas: “Un ángel de abrigo azul”.
Han pasado algunos días y cuesta hacerse a la idea de que Poli no está a nuestro lado. A ratos dan ganas de pensar que sólo anda en uno de sus habituales viajes y que uno de esto días llamará para concertar una cita y beber ese penúltimo whisky al que le escribió el poeta Horacio Ferrer en uno de sus tangos, y que esta vez, y por primera vez, quedará sin beber. Nuestro Poli se fue. Nos queda el recuerdo de un escritor y un hombre singular al que tuve el privilegio de conocer: un maestro en el siempre difícil arte de vivir y escribir.
Columna publicada anteriormente en la Revista Punto Final N° 883, septiembre de 2017.
0 comentarios:
Publicar un comentario