El detective Heredia: de Díaz Eterovic
Por Colomba Orrego Sánchez
Detective Heredia. Ilustración de José Huichamán Estay. |
... me topé con las novelas de Díaz Eterovic.
"inmaculada decepción"
A las novelas de policial negro de Díaz Eterovic, volví hace algún tiempo cuando recobré la memoria al ver la portada de “Los fuegos del pasado”, en una vitrina de LOM Editores. Y es que no están para saberlo pero yo sí para contarles, que los libros de Eterovic, fueron en un tiempo lejano, mis compañeros de velador.
Volver a encontrármelos, fue un palmetazo de recobrar la memoria por algo que se quedó en el pasado. En un Déjà vu sin escalas, volví a viajar por las rutas de los recuerdos y me vi leyendo, apasionadamente, cada una de las aventuras del Detective Heredia.
Por cosas de la vida, mantengo a Chile guardado en un baúl, en donde los latidos salen con rumbo a México constantemente, y en cambio, a través de las letras de Eterovic, sumado a las peripecias del detective privado Heredia, más chilenos imposible, me confieso totalmente adicta.
Adicta desde aquella tarde en que acompañé a mi padre a uno de sus deleites: comprar libros. El destino fue la libreria LOM, que estaba dentro del Archivo Nacional. Y ahí entre bostezos de mi parte y muchas horas de mi padre hojeando libro tras libro, me topé con las novelas de Díaz Eterovic. Leí la contratapa de cada uno de los cuatro volúmenes que tenían y me encantaron, se los pedí a mi papá, quien generoso como siempre, me los compró todos.
Lo más curioso es que con la recuperación de la memoria a por mi pasión de las aventuras de Heredia, pensar que anduve vagando, viajando, por confines tan lejanos como Noruega, Suecia, Inglaterra, en busca de la literatura policial negra, olvidando que en este país existían estas entretenidas historias.
Desde el primer libro y hasta la fecha, he ensoñado con las aventuras del detective privado Heredia, que se convirtió en tal después de dejar la Escuela de Derecho, pese a que no le iba mal en los estudios y le bastaba calentar las pruebas el día anterior para obtener buena nota. Pero en algún momento, y a causa del asesinato de un compañero, comprendió que una cosa era estudiar Derecho en forma teórica y otra la aplicación de las leyes en la realidad.
Dejó la universidad y para ganarse la vida, se puso a trabajar como vigilante nocturno en un motel, donde conoció a un detective jubilado que solía contarle historias de su trabajo en la Policía de Investigaciones. Fue precisamente ese tipo el que lo animó a abrir una oficina. Al poco andar descubrió que era bueno para hacerse preguntas y meter la nariz donde nadie esperaba. Hay que tener paciencia y pensar en las cosas que nadie más repara, luego unir un cabo suelto con otro y zas capaz que resuelves el caso.
Sus primeros casos fueron resolviendo embrollos menores, como robos, infidelidades y fugas de adolescentes. Cuando ya tuvo más experiencia se animó a comprar una placa de investigador privado y la puso en la puerta de su departamento. Y lentamente fueron apareciendo los clientes, hasta que la rutina más entretenida de la vida, se transformó en la vía para salir adelante, al menos, hasta que el aburrimiento no dijera otra cosa.
En esas lides me lo topé con las letras de Eterovic. Con la maestría que tiene en su escritura, en la descripción de ambientes, lugares, barrios, calles, perfiles sicológicos. Lugares como el barrio Mapocho, donde Heredia vive y hace amistad, con vecinos, locatarios, el quiosquero, el dueño del boliche en donde comía a veces y tomaba a diario.
Ese submundo rancio, sucio, que continua existiendo, entre medio de caserones que evocan la opulencia de tiempos pasados, hoy casi todos derruidos, convertidos en cité, vecindades de inmigrantes, como los de Avenida Recoleta, Independencia y Matucana.
Esos barrios, calles, sitios, que en lo personal, de día me gustan para pasear y mirar sus edificaciones ruinosas, visitar sus parques como el Quinta Normal, soñar con andar en bote, sentarme bajo la hermosa y frondosa sombra de algún milenario árbol, contemplar la vida de las personas que transitan por las calles, los que como yo esperan la micro, o entran al metro. Y en cambio de noche, por esos lugares, que me asustan y en los cuales no viviría a menos que fuera estrictamente necesario y muy acompañada.
Mapocho, Matucana, barrios, calles, lugares, San Pablo, Esperanza, que todavía tienen esa identidad, que lo son en toda su extensión y características. Barrios, comuna, calles, con todavía locales pequeños convertidos en abarrotes, panadería, sangucheria, de comida típica chilena, donde puedes comerte una buena cazuela de ave o de res, o quizás un pernil, un arrollado, la salchicha gorda, mientras tomas una cerveza, el tinto o blanco en tacita. O si no entrar a los locales de comida colombiana y peruana, que van sumándose por esas calles. Todo eso que es singular y característico, lo que va quedando de lo “chileno”.
Y de esas curiosidades de la vida, a través de esos escenarios un tanto mucho literarios en pluma de Eterovic, es que de tanto en siempre, retorna el erizamiento de la piel, de querer a ese Santiago, a esas otras ciudades de Chile, donde ocurren otras aventuras del detective Heredia. Aquello de sentir que tras terminar estas historias, reflexionar lo leído-vivido, experimentado, aprendido, soñado, surge un cariño inconmensurable por ese país, por sus calles, sus ciudades, por Heredia y sus principios.
Es por eso que volver a encontrarme con Heredia y Eterovic, fue como toparme con un gran amor. De esos amores inolvidables, aunque en mi caso producto de la misma intensidad experimentada, por el gozo a lo vivido, experimentado y disfrutado… se me había olvidado. Olvidado a tal punto de salir en busca de novelas del genero policial negro, a otras latitudes, como Suecia, Noruega. Introduciéndome en sus mundos, vidas, muertes, investigaciones.
Sumar unas argentinas pensando en que la cercanía y el castellano ayudarían y los resultados no fueron demasiado óptimos. Sí en cambio con las letras de Colombia, en manos de Juan Gabriel Vásquez, mal me fue en Estados Unidos con Jonh Connolly, mucho discurso, existencialismo y poca acción en muertes por resolver. Y la desmemoria no me dejó recordar, a mi querido Heredia, a la pluma de Eterovic, a quienes tenía nada menos que frente a mis narices.
De las novelas de Eterovic, sobre el detective privado Heredia, puedo decir que me gusta de Heredia. Me simpatiza a más no poder que sea oriundo absoluto de Chile y que sus apasionantes casos por resolver, ocurran en una ficción que tiene tanto de realidad, de nacional, local, del acontecer político, como de ficción. Un poco como pasa con la literatura de Henning Merkell o con Jussi Adler Olsen, aquello que llaman “autores críticos” que en sus novelas, aunque sean ficción policial negro, sus personajes protagonistas, hablan criticamente del sistema económico, social y político nacional.
Desde el primer libro, me atrajo leer a Heredia, justamente esa característica tan propia de un personaje que parece real, como uno, a gente como uno, con los que nos rodeamos. Para aquellos que consideramos, sentimos y vivimos, un mundo donde el pasado no está pisado, aunque otros digan que vivimos “pegados en el ayer”. Porque esos nosotros como uno y como Heredia, seguimos buscando a la justa justicia. Y en esa realidad latente, que se mezcla con la ficción, crea historias basadas, muchas de ellas, en 17 años de cruda realidad.
Del personaje Heredia, me gusta ese perfil de quien va por la vida, con un punto de vista por delante, fuere este zurdo o diestro, pero que en todo su ser sale a la vista, porque las historias ficticias o no, uno sabe que están basadas en la cotidianidad del mundo. Como es el caso de la novela con la que nace Heredia y se da a conocer Eterovic: “La ciudad está triste”, publicada en 1987. En esta novela Heredia, va desenrollando una complicada madeja, metiéndose en el centro de la violencia y arrogancia de la dictadura. Marcela Rojas, la joven que acude a solicitar sus servicios, es el retrato interior de muchas mujeres que al lanzarse a la búsqueda de sus familiares desaparecidos, tiene que explorar los laberintos infernales de un régimen despiadado.
En la novela “Ángeles y solitarios”: por ejemplo la trama es la corrupción del poder y el tráfico de armas, que hace que tanto Heredia como los demás personajes que surgen, tengan una visión desencantada del mundo.
En “Los siete hijos de Simenon”: Heredia se ve enfrentado a esclarecer el asesinato de un abogado y tras esa muerte a desentrañar las turbiedades en el mundo de la construcción de un gaseoducto. Para la novela siguiente: “El ojo del alma”: El hilo investigativo lo entrega la misteriosa desaparición de uno de los amigos de la universidad de Heredia y de quien se sospecha pudo haber sido un informante, durante la dictadura de Pinochet.
Después en: “Nunca enamores a un forastero”: Heredia, recibe una carta de Severino Caicheo, antiguo compañero de universidad residente en Punta Arenas, quien es asesinado junto a una mujer, Doris Mollet. Ahí quedé viuda de letras, hasta que caen en mis manos: “Muchos gatos para un solo crimen”, que es la precuela de varios de los libros ya leídos. Y “Los fuegos del pasado”: En donde a Heredia le piden rastrear los orígenes de una persona que aparentemente nació en Villarrica pero ha vivido siempre en Santiago.
Para mi placer me enteré que me estaría faltando devorar “La música de la soledad”, “El color de la piel” y un listín de siete más, a lo que me aprontaré hacer próximamente.
Y es que realmente Heredia, no tiene nada que envidarle a nadie, es tan bueno, atrapa en las primeras páginas y uno ya sabe que se enfrenta a historias de calidad. Como me ocurrió con Jussi Adler Olsen de Noruega, Asa Larsson de Suecia, al igual que Merkell, entre otros.
Todos son de esos autores de policial negro, que saben enganchar al lector, envolverlo, para que no pueda detenerse en devorar página tras página entrometiendo las ñatas en un sin fin de secretos, aventuras. Realmente me saco el sombrero ante Eterovic y las novelas de Heredia, esa ironía tan suya, tan cléver, filosa, con la que nos cuenta del mundo que rodea a Heredia, sobre su entorno, de la sociedad, país, ciudad, que leyendo es imposible que al lector, no le suene más que conocido.
La atmósfera perfecta de ese Santiago bajo, que es Mapocho y sus alrededores y como dignamente refleja su decadencia, empobrecimiento arquitectónico, como el de quienes habitan esos espacios, otorgándole una identidad, para que el lector, en este caso hablo por mí, vuelva a sentir cariño por esa parte del país, esa gente, esas calles, parques, árboles. Aunque solo sea en versión literaria. No es normal, pero qué le voy hacer así soy lo que soy y creo que es tarde para querer o poder cambiar: pero logro querer, querer mucho a este país, a través de esa literatura. Al pasear a través de las páginas por esos lugares, con sus matices, muchos en tono gris y en donde solo ahí ocurre que las escorias terminan donde les corresponde.
Me pasa que me siento identificada con Heredia y al mismo tiempo enamorada. Enamorada de todo ese chilenismo que tanto detesto. A su falta de higiene personal, ese rostro que no existe pero que no puedo dejar de imaginármelo al son de Quintanilla y Hermosilla, con sus trajes nadando al cebo, en tonos gris opaco, no se sabe si por tiempo o por falta de lavado, gastados, envejecidos. Trajes más grandes que lo que el cuerpo necesita, quizás comprados en la ropa usada. Y pese a toda la descripción cero alentadora, lo quiero, me gusta con todo y su seguro aliento a varios grados alcohólicos. Aunque sea de los hombres que prefiere beber que comer y si llega a ingerir bocado, será una vez al día.
Un Heredia feo pero guapo, tincudo, a punta de ser frontal, directo, sin pelos en la lengua. Con un prontuario en materias amorosas y sin embargo con una mala suerte en esas lides, dejándose mejor acompañar por sus amigos-vecinos y por supuesto por Simenon.
El gato blanco, que entró por la ventana y se acomodó en el librero, ganándose el cariño del detective y el ser bautizado como “Simenon”, es un punto aparte en las novelas de Eterovic. Ese es otro detalle que hace de Eterovic y Heredia, realmente amables de amor, su amor por los animales. Y en la soledad del trotamundos, en el caso de Heredia, un día cualquiera sucedió que un hermoso y pulguiento gato blanco, entrara a su departamento. Al que llamó Simenon, porque cuando tras entrar, se acomodó sobre los ejemplares de Georges Simenon, las lecturas habituales del detective.
Así es como la relación de Heredia y Simenon va estrechando vínculos, al principio es el gato a quien este hombre solitario alimenta, le conversa, filosofea del mundo y sus circunstancias, se acompañan en largas horas de soledades, grados alcoholicos, libros, cigarro. Y con el tiempo, terminará siendo su conciencia, el Pepe grillo, con el que habla y el misifú responde.
Todas esas características transformadas en personalidad, hace de Heredia, una gran persona y un confiable detective. El que intenta resolver los casos, sin embaucar a los clientes. No todos los clientes son iguales, ya que a la legua se ve el que puede pagar más del que no. Para los desposeídos cobra 10 mil pesos diarios, más gastos de alimentación y transporte. Para los pudientes de 20 mil para arriba y si hay que viajar, ese gasto sumado al viatico corre por quien solicita. Como buen sabueso, ha ido armando equipo sin tenerlo. En base a las amistades, las buenas y sinceras amistades de la vida, suma un policía en ejercicio, otro en la PDI que de tanto en tanto intercambian información, dinero, una reunión para ir a la hípica y tomar hasta quedar dados vueltas. Y qué decir del apostador de caballos, que de tanto en tanto le entrega, a Heredia, fajos de a mil por las apuestas ganadoras y que de tanto en siempre, le ayuda a husmear en su mundo, dígase el hampa y el robo sistemático. A veces las investigaciones se transforman en tremendos casos, donde todo sale mal, todos mal parados, corre sangre y muere más de uno. Otros en que uno no lo pensaría pero se hace justicia.
Todos estos elementos son los que hacen de Heredia y Eterovic, una poesía que espero no volver a olvidar, cuando ande necesitada de mi género ensoñado, el policial negro.
Datología:
Qué: Heredia, de Díaz Eterovic.
Dónde: Librerías LOM – Moneda 650 y en Maturana 13, Santiago.
Precios: $9.000 y $15.000
Horario: Lunes a Viernes 10.00 a 19.00 hrs – Sábado 10.00 a 13.00 hrs.
Link: http://www.lom.cl
Volver a encontrármelos, fue un palmetazo de recobrar la memoria por algo que se quedó en el pasado. En un Déjà vu sin escalas, volví a viajar por las rutas de los recuerdos y me vi leyendo, apasionadamente, cada una de las aventuras del Detective Heredia.
Por cosas de la vida, mantengo a Chile guardado en un baúl, en donde los latidos salen con rumbo a México constantemente, y en cambio, a través de las letras de Eterovic, sumado a las peripecias del detective privado Heredia, más chilenos imposible, me confieso totalmente adicta.
Adicta desde aquella tarde en que acompañé a mi padre a uno de sus deleites: comprar libros. El destino fue la libreria LOM, que estaba dentro del Archivo Nacional. Y ahí entre bostezos de mi parte y muchas horas de mi padre hojeando libro tras libro, me topé con las novelas de Díaz Eterovic. Leí la contratapa de cada uno de los cuatro volúmenes que tenían y me encantaron, se los pedí a mi papá, quien generoso como siempre, me los compró todos.
Lo más curioso es que con la recuperación de la memoria a por mi pasión de las aventuras de Heredia, pensar que anduve vagando, viajando, por confines tan lejanos como Noruega, Suecia, Inglaterra, en busca de la literatura policial negra, olvidando que en este país existían estas entretenidas historias.
Desde el primer libro y hasta la fecha, he ensoñado con las aventuras del detective privado Heredia, que se convirtió en tal después de dejar la Escuela de Derecho, pese a que no le iba mal en los estudios y le bastaba calentar las pruebas el día anterior para obtener buena nota. Pero en algún momento, y a causa del asesinato de un compañero, comprendió que una cosa era estudiar Derecho en forma teórica y otra la aplicación de las leyes en la realidad.
Dejó la universidad y para ganarse la vida, se puso a trabajar como vigilante nocturno en un motel, donde conoció a un detective jubilado que solía contarle historias de su trabajo en la Policía de Investigaciones. Fue precisamente ese tipo el que lo animó a abrir una oficina. Al poco andar descubrió que era bueno para hacerse preguntas y meter la nariz donde nadie esperaba. Hay que tener paciencia y pensar en las cosas que nadie más repara, luego unir un cabo suelto con otro y zas capaz que resuelves el caso.
El Detective Heredia
Sus primeros casos fueron resolviendo embrollos menores, como robos, infidelidades y fugas de adolescentes. Cuando ya tuvo más experiencia se animó a comprar una placa de investigador privado y la puso en la puerta de su departamento. Y lentamente fueron apareciendo los clientes, hasta que la rutina más entretenida de la vida, se transformó en la vía para salir adelante, al menos, hasta que el aburrimiento no dijera otra cosa.
En esas lides me lo topé con las letras de Eterovic. Con la maestría que tiene en su escritura, en la descripción de ambientes, lugares, barrios, calles, perfiles sicológicos. Lugares como el barrio Mapocho, donde Heredia vive y hace amistad, con vecinos, locatarios, el quiosquero, el dueño del boliche en donde comía a veces y tomaba a diario.
Ese submundo rancio, sucio, que continua existiendo, entre medio de caserones que evocan la opulencia de tiempos pasados, hoy casi todos derruidos, convertidos en cité, vecindades de inmigrantes, como los de Avenida Recoleta, Independencia y Matucana.
Esos barrios, calles, sitios, que en lo personal, de día me gustan para pasear y mirar sus edificaciones ruinosas, visitar sus parques como el Quinta Normal, soñar con andar en bote, sentarme bajo la hermosa y frondosa sombra de algún milenario árbol, contemplar la vida de las personas que transitan por las calles, los que como yo esperan la micro, o entran al metro. Y en cambio de noche, por esos lugares, que me asustan y en los cuales no viviría a menos que fuera estrictamente necesario y muy acompañada.
Mapocho, Matucana, barrios, calles, lugares, San Pablo, Esperanza, que todavía tienen esa identidad, que lo son en toda su extensión y características. Barrios, comuna, calles, con todavía locales pequeños convertidos en abarrotes, panadería, sangucheria, de comida típica chilena, donde puedes comerte una buena cazuela de ave o de res, o quizás un pernil, un arrollado, la salchicha gorda, mientras tomas una cerveza, el tinto o blanco en tacita. O si no entrar a los locales de comida colombiana y peruana, que van sumándose por esas calles. Todo eso que es singular y característico, lo que va quedando de lo “chileno”.
Y de esas curiosidades de la vida, a través de esos escenarios un tanto mucho literarios en pluma de Eterovic, es que de tanto en siempre, retorna el erizamiento de la piel, de querer a ese Santiago, a esas otras ciudades de Chile, donde ocurren otras aventuras del detective Heredia. Aquello de sentir que tras terminar estas historias, reflexionar lo leído-vivido, experimentado, aprendido, soñado, surge un cariño inconmensurable por ese país, por sus calles, sus ciudades, por Heredia y sus principios.
Eterovic, Heredia y yo
Es por eso que volver a encontrarme con Heredia y Eterovic, fue como toparme con un gran amor. De esos amores inolvidables, aunque en mi caso producto de la misma intensidad experimentada, por el gozo a lo vivido, experimentado y disfrutado… se me había olvidado. Olvidado a tal punto de salir en busca de novelas del genero policial negro, a otras latitudes, como Suecia, Noruega. Introduciéndome en sus mundos, vidas, muertes, investigaciones.
Sumar unas argentinas pensando en que la cercanía y el castellano ayudarían y los resultados no fueron demasiado óptimos. Sí en cambio con las letras de Colombia, en manos de Juan Gabriel Vásquez, mal me fue en Estados Unidos con Jonh Connolly, mucho discurso, existencialismo y poca acción en muertes por resolver. Y la desmemoria no me dejó recordar, a mi querido Heredia, a la pluma de Eterovic, a quienes tenía nada menos que frente a mis narices.
De las novelas de Eterovic, sobre el detective privado Heredia, puedo decir que me gusta de Heredia. Me simpatiza a más no poder que sea oriundo absoluto de Chile y que sus apasionantes casos por resolver, ocurran en una ficción que tiene tanto de realidad, de nacional, local, del acontecer político, como de ficción. Un poco como pasa con la literatura de Henning Merkell o con Jussi Adler Olsen, aquello que llaman “autores críticos” que en sus novelas, aunque sean ficción policial negro, sus personajes protagonistas, hablan criticamente del sistema económico, social y político nacional.
Desde el primer libro, me atrajo leer a Heredia, justamente esa característica tan propia de un personaje que parece real, como uno, a gente como uno, con los que nos rodeamos. Para aquellos que consideramos, sentimos y vivimos, un mundo donde el pasado no está pisado, aunque otros digan que vivimos “pegados en el ayer”. Porque esos nosotros como uno y como Heredia, seguimos buscando a la justa justicia. Y en esa realidad latente, que se mezcla con la ficción, crea historias basadas, muchas de ellas, en 17 años de cruda realidad.
Del personaje Heredia, me gusta ese perfil de quien va por la vida, con un punto de vista por delante, fuere este zurdo o diestro, pero que en todo su ser sale a la vista, porque las historias ficticias o no, uno sabe que están basadas en la cotidianidad del mundo. Como es el caso de la novela con la que nace Heredia y se da a conocer Eterovic: “La ciudad está triste”, publicada en 1987. En esta novela Heredia, va desenrollando una complicada madeja, metiéndose en el centro de la violencia y arrogancia de la dictadura. Marcela Rojas, la joven que acude a solicitar sus servicios, es el retrato interior de muchas mujeres que al lanzarse a la búsqueda de sus familiares desaparecidos, tiene que explorar los laberintos infernales de un régimen despiadado.
En la novela “Ángeles y solitarios”: por ejemplo la trama es la corrupción del poder y el tráfico de armas, que hace que tanto Heredia como los demás personajes que surgen, tengan una visión desencantada del mundo.
En “Los siete hijos de Simenon”: Heredia se ve enfrentado a esclarecer el asesinato de un abogado y tras esa muerte a desentrañar las turbiedades en el mundo de la construcción de un gaseoducto. Para la novela siguiente: “El ojo del alma”: El hilo investigativo lo entrega la misteriosa desaparición de uno de los amigos de la universidad de Heredia y de quien se sospecha pudo haber sido un informante, durante la dictadura de Pinochet.
Después en: “Nunca enamores a un forastero”: Heredia, recibe una carta de Severino Caicheo, antiguo compañero de universidad residente en Punta Arenas, quien es asesinado junto a una mujer, Doris Mollet. Ahí quedé viuda de letras, hasta que caen en mis manos: “Muchos gatos para un solo crimen”, que es la precuela de varios de los libros ya leídos. Y “Los fuegos del pasado”: En donde a Heredia le piden rastrear los orígenes de una persona que aparentemente nació en Villarrica pero ha vivido siempre en Santiago.
Para mi placer me enteré que me estaría faltando devorar “La música de la soledad”, “El color de la piel” y un listín de siete más, a lo que me aprontaré hacer próximamente.
Y es que realmente Heredia, no tiene nada que envidarle a nadie, es tan bueno, atrapa en las primeras páginas y uno ya sabe que se enfrenta a historias de calidad. Como me ocurrió con Jussi Adler Olsen de Noruega, Asa Larsson de Suecia, al igual que Merkell, entre otros.
Todos son de esos autores de policial negro, que saben enganchar al lector, envolverlo, para que no pueda detenerse en devorar página tras página entrometiendo las ñatas en un sin fin de secretos, aventuras. Realmente me saco el sombrero ante Eterovic y las novelas de Heredia, esa ironía tan suya, tan cléver, filosa, con la que nos cuenta del mundo que rodea a Heredia, sobre su entorno, de la sociedad, país, ciudad, que leyendo es imposible que al lector, no le suene más que conocido.
La atmósfera perfecta de ese Santiago bajo, que es Mapocho y sus alrededores y como dignamente refleja su decadencia, empobrecimiento arquitectónico, como el de quienes habitan esos espacios, otorgándole una identidad, para que el lector, en este caso hablo por mí, vuelva a sentir cariño por esa parte del país, esa gente, esas calles, parques, árboles. Aunque solo sea en versión literaria. No es normal, pero qué le voy hacer así soy lo que soy y creo que es tarde para querer o poder cambiar: pero logro querer, querer mucho a este país, a través de esa literatura. Al pasear a través de las páginas por esos lugares, con sus matices, muchos en tono gris y en donde solo ahí ocurre que las escorias terminan donde les corresponde.
Me pasa que me siento identificada con Heredia y al mismo tiempo enamorada. Enamorada de todo ese chilenismo que tanto detesto. A su falta de higiene personal, ese rostro que no existe pero que no puedo dejar de imaginármelo al son de Quintanilla y Hermosilla, con sus trajes nadando al cebo, en tonos gris opaco, no se sabe si por tiempo o por falta de lavado, gastados, envejecidos. Trajes más grandes que lo que el cuerpo necesita, quizás comprados en la ropa usada. Y pese a toda la descripción cero alentadora, lo quiero, me gusta con todo y su seguro aliento a varios grados alcohólicos. Aunque sea de los hombres que prefiere beber que comer y si llega a ingerir bocado, será una vez al día.
Un Heredia feo pero guapo, tincudo, a punta de ser frontal, directo, sin pelos en la lengua. Con un prontuario en materias amorosas y sin embargo con una mala suerte en esas lides, dejándose mejor acompañar por sus amigos-vecinos y por supuesto por Simenon.
El gato Simenon
Así es como la relación de Heredia y Simenon va estrechando vínculos, al principio es el gato a quien este hombre solitario alimenta, le conversa, filosofea del mundo y sus circunstancias, se acompañan en largas horas de soledades, grados alcoholicos, libros, cigarro. Y con el tiempo, terminará siendo su conciencia, el Pepe grillo, con el que habla y el misifú responde.
Todas esas características transformadas en personalidad, hace de Heredia, una gran persona y un confiable detective. El que intenta resolver los casos, sin embaucar a los clientes. No todos los clientes son iguales, ya que a la legua se ve el que puede pagar más del que no. Para los desposeídos cobra 10 mil pesos diarios, más gastos de alimentación y transporte. Para los pudientes de 20 mil para arriba y si hay que viajar, ese gasto sumado al viatico corre por quien solicita. Como buen sabueso, ha ido armando equipo sin tenerlo. En base a las amistades, las buenas y sinceras amistades de la vida, suma un policía en ejercicio, otro en la PDI que de tanto en tanto intercambian información, dinero, una reunión para ir a la hípica y tomar hasta quedar dados vueltas. Y qué decir del apostador de caballos, que de tanto en tanto le entrega, a Heredia, fajos de a mil por las apuestas ganadoras y que de tanto en siempre, le ayuda a husmear en su mundo, dígase el hampa y el robo sistemático. A veces las investigaciones se transforman en tremendos casos, donde todo sale mal, todos mal parados, corre sangre y muere más de uno. Otros en que uno no lo pensaría pero se hace justicia.
Todos estos elementos son los que hacen de Heredia y Eterovic, una poesía que espero no volver a olvidar, cuando ande necesitada de mi género ensoñado, el policial negro.
Datología:
Qué: Heredia, de Díaz Eterovic.
Dónde: Librerías LOM – Moneda 650 y en Maturana 13, Santiago.
Precios: $9.000 y $15.000
Horario: Lunes a Viernes 10.00 a 19.00 hrs – Sábado 10.00 a 13.00 hrs.
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