Anxos Sumai: Fuimos las novias de los Beatles

Anxos Sumai: Fuimos las novias de los Beatles


Y le dijo Dylan a Sam Sheppard, muchos años después
de escribir "pararé sobre tu tumba / hasta asegurarme de que estás muerto",
de conocer a Lennon y ofrecer a los Beatles el primer cigarrillo
de marihuana: "las palabras perdieron su sentido y ya no significan tanto como antes".

Del roce de dos esferas nace la música o nace el grito. Puede pasar cualquier día, en cualquier instante, porque cualquier día, cualquier instante, es una excepción y puede ocurrir lo impreviso a la vuelta de un segundo. Puede ocurrir, como hoy, que mi eterna amiga Helena aparezca en mi casa con un táper lleno de croquetas congeladas y me diga que las cocinó su madre un par de semanas antes de morir. Que no puede comerlas, porque comerlas es cometer un acto de canibalismo. Me pregunto que tendrá que ver la muerte de su madre con unas docenas de croquetas de mejillones. Le digo que las congele, que las comeremos en otro momento, cuando la palabra "madre" se haya desposeído del dolor, de la ausencia y, sobre todo, del frío.

Helena se acerca al congelador y yo me dispongo a abrir dos botellas de cerveza. Siento como la esfera que envuelve a mi amiga está a punto de chocar con la esfera que rodea al combi. Inmóvil, sin mover la cabeza, espero el grito -porque de Helena, siempre irritable, sólo puedo esperar un grito. Pero le nace una canción antigua: In the town where I was born, lived a man who sailed to sea... La miro divertida y la veo inspeccionando el interior de la nevera. Se diría que las dos se fundieron en un abrazo de luz amarilla.

-¿Recuerdas? El submarino amarillo llegó en un mercante coreano -me dice mientras se aleja del combi y echa mano de mi cajetilla de tabaco. Enciende un cigarrillo. Yo le ofrezco la botella de cerveza- Me gusta esa imagen: un submarino que viaja en la maleta de mi primo dentro de un mercante asiático. Fue bonito, ¿verdad? Siempre nos traían paraguas plegables, jabón y caramelos. ¿Te acuerdas? Pero el Yellow submarine fue lo más bonito que nadie nos regaló nunca -se queda callada, fuma y vuelve a cantar In the town where I... - Aunque, pensándolo bien, es una canción totalmente imbécil.

Sí, es una canción totalmente imbécil. Pero eso lo decimos ahora porque las palabras de entonces perdieron su sentido y no significan tanto como antes. Lo decimos ahora que ya no recordamos la consistencia que tenían las esferas que chocaron para ofrecernos la música de nuestra liberación, el camino de salida. Yellow submarine era como una contraseña que pronunciábamos para que se nos mostrase el mundo que estaba al otro lado de lo poco que conocíamos, y nos nació una pasión nueva: los Beatles. Cualquier música que sonaba en la radio en un idioma desconocido y que nos gustaba decíamos que era la música de los Beatles, aunque lo más seguro es que no lo fuese. Ellos aparecieron en nuestras vidas en ese tiempo fronterizo en que la ingenuidad, los cuerpos y los sueños sufrían las primeras violaciones; en que el dolor y la conciencia de la mortalidad comenzaban a transformarnos en granito y vino ácido como la gente que nos rodeaba. También era el tiempo en que nos cubríamos con los velos de boda de nuestras madres y algo debajo de los vestidos hormigueaba y producía un delicioso placer clandestino. Comezamos, entonces, a bailar como posesas sobre las voces de nuestras madres, que entonaban nostálgicas melodías de Luis Mariano mientras lavaban la ropa en el río o limpiaban la casa, y exhibíamos orgullosas nuestro pechos recientes.

El placer tenía entonces la consintencia de lo líquido, como ahora que bebemos cerveza y recordamos que durante un tiempo fuimos las novias de los Beatles. Las únicas, las auténticas novias de los Beatles: los adorábamos, los dibujábamos en los cuadernos del colegio, recortábamos las fotos de las revista y las mirábamos, a escondidas, en la cama antes de dormir. Ellos, los tripulantes del submarino amarillo, nuestros primeros amantes, nos arrancaron de la infancia como si fuésemos mejillones agarrados a las piedras y nos llevaron a la consistente carnalidad del placer, de la muerte y del dolor. Elllos fueron nuestro antídoto contra todo mal, las voces que nos acariciaban para liberar el nuevo deseo de que alguien fuese para nosotros y hurgase bajo nuestras faldas y nos dejase la mirada estupefacta, un asomo de saliva en los labios y las primeras lenguas de humedad en las ingles.

Hasta que el mercante asiático, otra vez en la maleta de mi primo, nos trajo una nueva canción: Honky Tonk Woman. La canción de mi vida, la canción que Helena siempre odió. Los Rolling Stones se convirtieron en mis dioses y dejé de ser cualquier novia de los Beatles para convertirme en Marianne Faitful, e incluso pelando cebollas llegaba a sentir una ambigua forma de satisfacción. Pero esa es ya otra historia. Tiene que ver con una esfera que nunca rozó la esfera que cobija a Helena. Sólo rozó la mía y me nacieron deseos que nunca germinaron en ella. Pero, aún así, seguimos siendo amigas. Ella quiso ser Yoko Ono y yo Marianne Faithful, dos niñas que arañaban la tierra, el agua y el aire. Ella, Yoko, y yo, Marianne, perdemos los hijos de nuestros ídolos el mismo día, quizás a la misma hora y en el mismo minuto. Y fue entonces cuando decidimos dejar de ser ellas para ser nosotras, embarcar en los mercantes asiáticos y no esperar que nos trajesen la vida desde fuera.

Acabamos la cerveza y nuestras esferas se separan. Mañana volverán a rozarse, habrá música y gritos, porque cada instante seguirá siendo una excepción. Mientras, la madre de Helena congelada en forma de croquetas dormirá entre un par de pizzas, guisantes cocidos y calamares sin ojos. Y un submarino amarillo.

Dylan le dijo a Marianne Faithful que escribiría un poema épico sobre ella. Lo escribió y se lo rompió delante de las narices.

3 comentarios:

Basti Piñera dijo...
13:08
 

I LOVE BEATLES FOREVER!!!!!!!!!

Anónimo dijo...
18:09
 

Tengo miedo de este sentimiento irracional indescriptible, no sé si tiene algo que ver con una cosa específica, pero quiero dormir... Si me levantase y me acostase no me dormiría, no sin fumarme antes un buen porro, son las diez menos diez de la noche, y no suelo acostarme hasta las una y media. Pero las clases han empezado, y llevo despierto desde las ocho. No he comido, he vomitado, y no voy a cenar. No por falta de hambre, por sobrarme las ganas de ver a nadie (ni al antiguo ni al nuevo ni a la nueva compañera). Estoy poniendome malo, llevo un par de días decaído. No se lo que me pasa, y me fastidia que me inunde el tedio y las ganas de ser nada por un rato, quizás así consiga estar en paz, ser feliz... Aquí no consigo nada, no me gusta lo desagradable del entorno, y nadie parece salirse de su tópico, nadie quiere conocer, nadie quiere respetar. Hoy solo quiero dormir... y levantarme mañana como una rosa. Pero hay mucho ruido, y una risa de pájaro-loco, y una música cutre, y una banda de música que ensaya por el barrio para semana santa. Estoy agotado, me falta una dulce canción, enviar el comentario y hacerme un buen porro.

Fets

Anónimo dijo...
18:52
 

Fets, el invierto se está prolongando más de lo debido aquí. Llueve y el viento nos levanta la tapa de los sesos. Es terrible. Ya nadie sabe en que territorio neutral acogerse y hasta las canciones de los Beatles nos resultan tristes y poco contundentes. Quizás necesitásemos algo grave, algo más solemne. Algo así como los Sex Pistols cantando My way, para resucitar. Es mi obsesión.
Para ti, cariño: http://www.youtube.com/watch?v=WIXg9KUiy00