Lo oculto de lo miserable es instransferible

Lo oculto de lo miserable es instransferible

Es una tarde apacible. Una hermosa tarde. Estamos en la cocina mi abuela y yo. El televisor encendido. El televisor encendido en cualquier canal. Mi abuela dentro de poco cumplirá 102 años. Habla como todas las tardes de su infancia. Una vida dura y de trabajo. Criando al resto de los hermanos y trabajando la tierra. Una vida dura y de trabajo. Había que hacerlo. Se recuerda de su abuela materna: no la queríamos, y eso era por culpa de mis padres, siempre hablaban de que era mala, pero yo no la recuerdo así. Pongo mi mano en el bolsillo y hago girar una moneda de cien pesos. Es lo único que tengo. La hago girar mientras mi abuela sigue en su relato. Mi vida siempre fue dura. Luego viajamos hacía acá. Llegamos donde un tío con mis padres y mis hermanos. Allí estuvimos un tiempo. Mi tío era un hombre bueno y allí nos quedamos un tiempo. Luego me casé con el viejo y siguió mi vida dura y de trabajo. Teníamos dos vaquitas. Yo las ordeñaba y con eso vivíamos. También tenía gallinas y vendíamos huevos. Con eso vivíamos.

Una y otra vez hago girar la moneda de cien pesos que tengo en el bolsillo. Pienso que esta noche no comeremos. Que mañana y el resto de vida que nos queda, no comeremos. Que no hay pan ni nada que se le parezca. Gira y gira la moneda de cien pesos que tengo en el bolsillo. Comienzan las noticias y todo es un bruto drama eterno. Niñas violadas por el padre. Muerte en Afganistán. Un loco asesina niños. Un avión se estrella. No empatizo con nada ni con nadie. Nada me importa. No conozco a las niñas violadas. Ningún amigo muere en Afganistán. Mi niño no muere en manos de un loco. En ese avión no iba nadie. Sólo estoy yo y mi futuro. Mi futuro es la cena de aquella noche. Lo oculto de lo miserable es intransferible. El ser humano no tendría por qué alimentarse. Un error de la naturaleza. O de quién fuese. Sólo tengo una moneda de cien pesos que gira y gira en mi bolsillo. Mi drama, es el más grande drama de la humanidad. He intentado todo y todo ha fallado. Seguramente todo seguirá fallando. Me recrimino. ¡Yo soy la falla de San Andrés! Es mi puta culpa. Fui generoso y la estoy pagando.

Mi abuela habla ahora de cuando su viejo cayó enfermo. Tres meses en el hospital. Con la venta de leche de las vacas y los huevos de las gallinas, se fue acomodando. Eso fue en otoño. Bajas temperaturas. Tuvieron que llevarlo a 250 kilómetros de acá. A Punta Arenas. Ella se quedó con dos niñas pequeñas. Una era mi madre. Y salió adelante. Me dice: aun así, nunca nos faltó nada. Siempre tuvimos para comer.

Pego un salto y digo: ¡Oh Dios mío! ¡Ayúdame! Me sorprendo. Acudo en alguien que no creo. Que no creo en absoluto. Atravieso el pasillo. Paso por mi dormitorio y me dirijo a la habitación de la abuela. Voy directamente a su habitación y reviso su velador. Hay una biblia allí. La abro y encuentro cien mil pesos. Lo robo y lo pongo en mi bolsillo en donde está la moneda de cien pesos. Digo: ¡Gracias Señor! Vuelvo a la cocina en donde está la abuela. Le pregunto qué quiere cenar esa noche.

2 comentarios:

Me tocaste a fondo con la historia, Hugo. Y para remachar esa foto: el único amor para ese hombre, pero tan verdadero! Un abrazo.

Un abrazo Alejandro.