Cavilaciones sobre las barras bravas

Cavilaciones sobre las barras bravas

Por Miguel Mazzeo



"Pero ya basta de insignificancias lúgubres y vayamos a las cuestiones realmente lúgubres".

Francis Scott Fitzgerald.


Cuando se aborda el tema de las barras bravas y de la violencia en el fútbol el lugar común y la mirada astigmática, que suelen derivar en cantinelas moralistas o en recetarios meramente represivos y fascistoides, están a la hora del día. Se ha dicho que el periodismo, mal ejercido, propone océanos de un céntimo de profundidad. ¿Qué decir del mal ejercicio del periodismo deportivo?, ¿llega al centímetro?
Como modesta contribución a una estrategia que intente un análisis un poco más “estructural”, un análisis que de cuenta de la complejidad de la problemática, consideramos que es necesario reconocer como dato incontrastable que, en nuestro país, desde hace muchos años, se vienen desarrollado procesos de "institucionalización" de las barras bravas. Estos procesos de institucionalización reproducen, inevitablemente, las lógicas institucionales generales impuestas por el contexto socio-histórico. En un sentido más limitado, las barras bravas reproducen las lógicas de aquellas instituciones que tradicionalmente han estado más cerca del fútbol.
Las barras bravas, en mayor o en menor medida, según el club que se tome como referencia, denotan siempre la especialización de una función. Una función antes generalizada y abierta. Se presupone que esta especialización, más que cualquier otra, dada la carga "afectiva" e "identitaria" que en teoría posee, no puede dejarse en manos de no selectos, tampoco puede concebirse como una función meramente formal y operativa, aunque lo es.
Con especificidades propias, que obviamente no son las de un club de Golf o de Tenis, las barras establecen incentivos selectivos, condiciones de membresía y las pautas para realizar un cursus honorum: ser amigo o conocido de algún miembro histórico, seguir al equipo a todas partes, mostrar arrojo en las paradas bravas, sea contra otras barras o contra la policía. En buena medida esto explica el perfil del “sujeto barra brava”: una combinación de performer y burócrata. A su vez, existen, en muchos casos, incentivos materiales. Ser hincha se convierte en una tarea rentada, una estrategia de supervivencia y hasta de ascenso social. Los incentivos selectivos y materiales se retroalimentan.
Con la especialización, la función de alentar pierde su connatural espontaneidad. El grupo especializado fija normas, códigos, reglas. Surgen las jerarquías que se justifican invocando alguna eficacia. La especialización genera naturalmente algún tipo de organización. Una organización que, dado el medio económico, social, político y cultural en el que se desarrolla, tiende a ser verticalista, intolerante y violenta (hacia fuera y hacia dentro). No es casual la compatibilidad que existe entre las barras bravas y algunos partidos políticos, sindicatos, y otras instituciones que auspician los sentimientos de insignificancia en los más pobres y explotados, que favorecen el sectarismo y el personalismo, que siempre traban las perspectivas desde abajo, que se rigen por lógicas pre-políticas de gestión (incluidos los propios clubes, claro está). Es decir, no es para nada casual la compatibilidad entre la barra brava y los espacios regulados por las lógicas estatales y mercantiles.
Elitismo, positivismo, y manipulación, alimentan siempre relaciones sociales que no son auténticas.
Los excesos violentos de las barras, como todos los excesos, revelan la esencia de un fenómeno (al decir de Bertold Brecht). Ante incidentes graves, se buscan explicaciones que nunca atienden a los valores, normas y pautas vigentes en la sociedad. A la hora de analizar un hecho violento vinculado con el fútbol, pocas veces se toma en consideración que para una parte importante de esta sociedad la mafia es utopía y horizonte. Si la falta de poder y la pobreza se presentan como falta de aptitud no sólo se fomenta la auto-culpabilización de las víctimas sino también la inescrupulosidad a la hora de obtener riquezas y poder. Por cierto, la barra brava refleja el grado de idiotez y de vileza moral de amplios sectores "pacíficos" y "respetables" de nuestra sociedad, de hombres y mujeres cuyas virtudes hogareñas, laborales y barriales requerirían de extensas reseñas. La especialización es funcional a la inescrupulosidad del barra brava pero también a la del dirigente, el sindicalista, el político, etc.
Las barras se nutren de aquellos sectores sociales a la deriva (no sólo los más pobres) sin horizonte, influidos por una identidad pre-popular y hasta pre-plebeya: una identidad que podríamos denominar lumpen que, aunque negativa, no deja de ser aglutinante y precisamente por eso es también objeto de manipulación. Las barras alimentan con su miseria moral el poder de otros.
La condición del barra brava es de una alta hipocresía. Una condición usualmente emparentada con el altruismo y el desinterés, se utiliza para obtener algún poder y algún beneficio material. Lo mismo ocurre en otras instituciones que dicen "expresar", "representar" o "defender", determinados intereses. Por lo tanto, en contra de lo que supone, la violencia ejercida por las barras bravas, es una violencia sin pasión. Del mismo modo que su sensualidad es una sensualidad sin calor. En fin: la barra brava es el lugar de la ansiedad, la angustia, la frustración y la desesperación sin fe. El fervor postergado espera en otros espacios. En el hipotético caso de no existir hipocresía, lo que podemos encontrar es un abuso del amor a la camiseta. Claro, tanto amor termina por hacerla jirones.

Miguel Mazzeo: Escritor. Profesor de Historia y Dr. en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hincha del glorioso club Lanús de Argentina.


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