La comandante Yogurt

La comandante Yogurt

En el pueblo no había una pandilla igual a la nuestra. Y Jenny estaba allí con nosotros. Era la única chica del redil. Con ella la pasábamos bomba. Siempre aparecía de noche con pantalones de cuero y rojos los labios. Llegaba y te daban ganas de bailar. De pelear con Hemingway y salir al ruedo con el toro más bravo. Nos excitaba al máximo pero siempre la respetábamos. Aunque a veces, bueno… De día era otra cosa. Otra cosa distinta. La encontrábamos por el pueblo y no nos saludaba. Nos desconocía olímpicamente. Seria de seriedad total. Vestida como una chica formal. Con el pelo recogido y caminando a paso pluma. Como si levitase. Hermosa como siempre pero lejana. Como si no fuese del pueblo. Como si fuese una azafata de una línea aérea escandinava. Aquello primero nos descolocó y se lo hicimos saber. Nos dijo que esa sería la única manera de estar con nosotros. Sólo por las noches y con pantalones de cuero y sus labios rojos. Tampoco nunca supimos dónde vivía pero aquello no nos importaba. Ella llegaba por las noches y te daban ganas de bailar. De pelear con Hemingway y salir al ruedo con el toro más bravo.

Y la rutina se apoltronaba en casa. Mötley Crüe, William Burroughs, tragos, bailes, peleas, discusiones bizantinas y toda la mierda ambulante. Y como siempre pasaba, se acababa el licor y era Jenny quien se encargaba de todo. Salía por las noches y volvía a casa con licores, cigarros y comida. No era que iba y las compraba, no. Asaltaba locales de comida rápida, licorerías y almacenes de menestras. Rompía vidrieras, arrasaba y escapaba. Encontraba algún borracho dormido y aliviaba su faltriquera. A veces volvía cantando. Otras veces, herida y sangrante. Pero eso sí, nunca se despeinaba. Muchas veces sabíamos que había atracado a alguien y estaba a punto de llegar, por la sirena del único carro policial del pueblo. ¡Es Jenny! Decíamos. En verdad que éramos unos putos cobardes que sólo esperábamos la llegada de nuestra hada madrina, Jenny.

Fue una noche que salimos en tropel a ver a una banda de Heavy Metal de Punta Arenas en que descubrimos una faceta de Jenny que no conocíamos. Le pidió a Roque que le comprase un yogurt. Luego me pidió a mí que le comprase un yogurt. Más tarde a Simón. A Esteban. A Salvador. A mi primo. A mi hermano. Y así… Más tarde, le preguntábamos nosotros si quería un yogurt. Y siempre quería un yogurt. O casi siempre. Le encantaba. De sabores diversos y marcas distintas. No importaba. Ella quería un yogurt. Y sabíamos lo que vendría después. Una felliato. Con yogurt. Con sabores diversos y marcas distintas. Una manía. Un yogurt. Una felliato.

Pasó el tiempo y nunca la olvidé. Pasó el tiempo y me fui del pueblo y del país. Un día paseando con mi cuarta mujer por el Centro Cultural Jaime Sabines en Tuxtla Gutiérrez, me encuentro con Roque paseando con su tercera mujer. En un aparte, le pregunto si sabe algo de Jenny. Me dice que algo sabe pero que no está seguro. Que cree que estudió abogacía. Que nunca volvió al pueblo. Que se enteró que trabajaba en un ministerio o algo así. Que alguien la vio en la tele. Luego hablamos de Messi y el golazo que le metió al Getafe.

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