Nunca más jugué ajedrez
Pedimos una botella del mejor Champagne.
"inmaculada decepción"
Para Ariel Moyano.
Íbamos por las noche a jugar ajedrez donde un amigo de Valparaíso. Ariel Moyano, Eduardo Fernández y yo. Nuestro amigo trabajaba en el Hotel Chile de Avenida de Mayo en Buenos Aires. Éramos todos chilenos. El hotel era de un gallego que le puso Chile solo para conquistar cierto segmento turístico. Nuestro amigo de Valparaíso era el que atendía el turno de noche del hotel. Por el día vagábamos por ahí y por las noches, ajedrez. Un día nuestro amigo nos regaló unas invitaciones para conocer un Night Club de la calle Florida. En verdad nos regaló 10 invitaciones y fuimos para allá. Era un lugar de marca mayor y pronto nos vimos introducidos al Salón Vip del antro. Un lugar caro, elegante, para turistas. Inmediatamente aparecieron tres potras de cincuenta metros a nuestro lado. Estábamos cerquita del cielo. Gracias al ajedrez y a nuestro amigo del turno noche del hotel. Pedimos una botella del mejor Champagne. Y lo mejor, el susurro enloquecedor de las minas con acento argentino. En verdad que estábamos cerquita del cielo.
La mina que me tocó en suerte, me preguntó si en verdad los chilenos éramos buenos para follar como decían por ahí. Absolutamente le dije. Que solo los conejos nos aventajaban en parte. Que habíamos robado parte de la Patagonia argentina en base a nuestra gran polla. Nuestra polla tan grande como el Aconcagua. Me toca la cremallera y dice: ¡Huy! Parece que es verdad todo lo que me cuentas. Y así. Etcétera.
Vino el encargado del local y nos preguntó si estábamos cómodos. Al unísono contestamos que sí. Le dijimos que éramos chilenos y que en nuestro país no había ningún sitio así. El Champagne duró un suspiro entre seis. Pedimos una nueva corrida de lo mismo. Junto a la nueva botella vino la cuenta. Nos sorprendimos. Dijimos que era una invitación. Que se suponía que la casa pagaba. Las potras argentinas desaparecieron. Nos quedamos agarrándonos las cabezas. No puede ser. Debe existir algún error. No puede ser. Éramos invitados.
Aparecieron tres tipos más altos que el Himalaya. Esos tipos que aparecen arrastrando camiones con el cuello en la tv. Nos llevaron a un cuarto de la limpieza y comenzaron:
- A ver… chilenitos de mierda. Que puta se han creído. Pelotudos de mierda. ¿Qué se van a ir sin pagar toda por una puta invitación para visitar el local? Acá pagan o no salen vivos del local. ¿Entendieron maricas putos chilenos?
- No tenemos dinero dijo Eduardo.
- No sabíamos nada del sistema dijo Ariel.
- No habríamos venido de saberlo dije yo.
- No nos tomen por pelotudos chilenos muertos de hambre. Aulló el más grande entre los grandes arrastradores de camiones por el cuello. Pagan o dejan su vida acá. ¿Entendieron? ¿Pero cómo pueden ser tan boludos estos putos chilenos? Habría que matarlos a todas estas ratas. Putos chilenos de mierda. Comunistas hijos de puta.
Luego nos preguntaron cuánto dinero andábamos trayendo. Que la cuenta era de $100.000. Revisamos nuestros bolsillos y sumamos $5000. Recibimos unas cuantas puteadas que haría enrojecer a un hincha de Boca. Nos llevaron en volandas a la puta calle. Fui el último en salir recibiendo una patada en el culo. Caí de bruces sobre la calle Florida. Vi a mis amigos correr doblando para la Nueve de Julio. Nunca más jugué ajedrez.
La mina que me tocó en suerte, me preguntó si en verdad los chilenos éramos buenos para follar como decían por ahí. Absolutamente le dije. Que solo los conejos nos aventajaban en parte. Que habíamos robado parte de la Patagonia argentina en base a nuestra gran polla. Nuestra polla tan grande como el Aconcagua. Me toca la cremallera y dice: ¡Huy! Parece que es verdad todo lo que me cuentas. Y así. Etcétera.
Vino el encargado del local y nos preguntó si estábamos cómodos. Al unísono contestamos que sí. Le dijimos que éramos chilenos y que en nuestro país no había ningún sitio así. El Champagne duró un suspiro entre seis. Pedimos una nueva corrida de lo mismo. Junto a la nueva botella vino la cuenta. Nos sorprendimos. Dijimos que era una invitación. Que se suponía que la casa pagaba. Las potras argentinas desaparecieron. Nos quedamos agarrándonos las cabezas. No puede ser. Debe existir algún error. No puede ser. Éramos invitados.
Aparecieron tres tipos más altos que el Himalaya. Esos tipos que aparecen arrastrando camiones con el cuello en la tv. Nos llevaron a un cuarto de la limpieza y comenzaron:
- A ver… chilenitos de mierda. Que puta se han creído. Pelotudos de mierda. ¿Qué se van a ir sin pagar toda por una puta invitación para visitar el local? Acá pagan o no salen vivos del local. ¿Entendieron maricas putos chilenos?
- No tenemos dinero dijo Eduardo.
- No sabíamos nada del sistema dijo Ariel.
- No habríamos venido de saberlo dije yo.
- No nos tomen por pelotudos chilenos muertos de hambre. Aulló el más grande entre los grandes arrastradores de camiones por el cuello. Pagan o dejan su vida acá. ¿Entendieron? ¿Pero cómo pueden ser tan boludos estos putos chilenos? Habría que matarlos a todas estas ratas. Putos chilenos de mierda. Comunistas hijos de puta.
Luego nos preguntaron cuánto dinero andábamos trayendo. Que la cuenta era de $100.000. Revisamos nuestros bolsillos y sumamos $5000. Recibimos unas cuantas puteadas que haría enrojecer a un hincha de Boca. Nos llevaron en volandas a la puta calle. Fui el último en salir recibiendo una patada en el culo. Caí de bruces sobre la calle Florida. Vi a mis amigos correr doblando para la Nueve de Julio. Nunca más jugué ajedrez.
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