Relatos novelescos de Juan Mihovilovich

Relatos novelescos de Juan Mihovilovich

Por Diego Muñoz Valenzuela


Libro de Juan Mihovilovich


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Estimo que conozco bien la narrativa de Juan Mihovilovich y probablemente algo menos al autor, lo cual no obsta para dar cuenta de una sólida y profunda amistad. Si no compartiera con Juan el credo de la dificultad para conocerse a uno mismo, y luego derivar de allí la evidente imposibilidad de conocer a otro, por más cerca que esté, no seríamos amigos, ni disfrutaría tan intensamente de su prosa reflexiva, aguda y penetrante.

De otra parte, la amistad entre escritores es bastante menos frecuente que el aprecio literario recíproco. Y suele ocurrir que la experiencia de conocer al autor -a la persona quiero decir- resulte decepcionante en grado superlativo. De ahí que pueda concluirse una suerte de máxima que reza: “no quiero conocer a más escritores, sólo quiero leerlos”.

Y digo esto para establecer que en este caso aplica la excepcionalidad que implica, desde quien habla, una altísima valoración del trabajo de Juan Mihovilovich, que se inició mucho antes de transformarnos en amigos. De hecho, recuerdo que experimenté temor cuando se dio la oportunidad de encontrarnos en la vida real y compartir un par de días. La amistad fue instantánea, probablemente porque fue la oportunidad de aquilatar una coincidencia de convicciones muy hondas acerca del ser humano y la historia de la humanidad.

Pero no se espanten, porque no pretendo abordar esta temática -imposible de agotar ni en una ni en varias vidas- sino comentar este libro singular en la trayectoria del escritor que nos reúne, ya singular en sí mismo, diferente entre los diferentes, dentro de la ya variada vertiente de la generación de los 80.

Sin embargo, la categoría de singular que atribuyo a este nuevo libro, dentro de la misma producción de Mihovilovich, no significa que contradiga las características o dimensiones de sus obras anteriores.

La prosa de nuestro autor siempre tiene al fondo, en la estructura misma de lo que nos relata, una reflexión penetrante, dura, dolorosa, exenta de cualquier concesión, consideración o prudencia. ¿Materias de la reflexión? Varias pueblan sus dominios: la naturaleza humana, el debate entre el espíritu y la carne, el deseo, la búsqueda de la trascendencia, la ambición por el poder, el crimen, los celos, la solidaridad, la codicia.

Otra dimensión: la puesta en escena de estas individualidades en la vida social: las instituciones gigantescas, kafkianas, abrumadoras que gobiernan nuestras existencias y conducen, o al menos regulan, el caudal de nuestras incontenibles pasiones dostoievskianas.

Una tercera dimensión: el dialéctico dilema entre cordura y locura, oposición que traspasa de manera bastante honda -aunque raramente esto se hable con franqueza- nuestra vida en comunidad. ¿Quién decide el límite entre la enfermedad y la salud mental? ¿Están los verdaderos locos, los más peligrosos, encerrados en las instituciones siquiátricas? ¿Estamos libres en las calles, o aquí mismo, en este acto, aquellos seres humanos que cumplen las exigencias de la normalidad sicológica o síquica?

Otra dimensión, que apela no sólo a la forma, sino al fondo, es la tonalidad poética que estructura la prosa de Juan. Más allá de sus incursiones tempranas en el ámbito de la poesía, nuestro autor es un lector recurrente de ese género. Y lo practica dentro de su propio trabajo narrativo, mediante una eficaz técnica de infiltración gradual o mediante explosiones focalizadas. Importante aprovechar de destacar que entre los narradores de los 80, la lectura de la poesía es muy importante, muy respetuosa, seguramente porque al fin y al cabo la literatura es una sola materia, continua y diversa a la vez, dentro de la cual nos hemos encargado de establecer límites, por decir lo menos, arbitrarios.

He nombrado cuatro dimensiones, para mí las más importantes. En todas ellas me siento coincidente, no en la forma, sino en el fondo. Y esto ocurre con otros autores presentes, por ejemplo, con la querida Lilian Elphick. Esto ocurre porque la humanidad resulta ser el centro fundamental de la obra narrativa, en una época de enormes y turbulentos conflictos que nos exponen a situaciones y amenazas terribles, que ponen en duda acaso la condición humana permitirá sobrevivir a este maremágnum de intereses, poderes, ambiciones y fuerzas en creciente contradicción.

Esta es la materia esencial de este libro, insisto con este adjetivo, singular.

Singular, porque desde el título, o desde la portada, nos interpela de una manera extraña, que anuncia el abordaje de un misterio que probablemente no se podrá resolver, al revés que una novela policial de enigma. ¿Qué une, más allá de la evidente semejanza física, al cineasta (uno de mis predilectos) y al escritor? Creo haber expresado ya los fundamentos de esta conexión. En esencia, la actitud de proponer preguntas, más que responderlas. ¿Cuál es el significado del monolito en 2001 Odisea del Espacio? ¿O del feto enorme flotando en el espacio? Es uno quien debe aventurar sus propias respuestas.

Otra singularidad, expresada en el subtítulo, relatos novelescos. ¿A qué puede responder esta categoría? Tras mi lectura atenta, aventuro una respuesta. Usted dará la suya propia. El nombre sugiere una criatura a medio camino entre el relato y la novela; por ejemplo, un conjunto de relatos que leídos en secuencia y vistos en conjunto conforman una novela. Los relatos vienen a equivaler a capítulos que pueden leerse en forma autónoma.

Bueno, para mí resulta ser una novela. Hay capítulos que brillan con luz propia, pero eso ocurre con muchas otras novelas. Sin embargo, este asunto, la verdad, no hace diferencia alguna para la lectura. La clasificación taxonómica es un distractivo de lo esencial. Queda como tarea para los estudiosos, los entomólogos de la literatura. Ergo, le estoy recomendando a usted, apreciado lector, no haga caso de tales fuegos de artificio.

Lea esta obra; a todas luces saldrá ganando en el saldo final, sobre todo porque tendrá más preguntas que respuestas. Y de esto trata la mejor literatura, de remover la condición humana con sismos profundos, ancestrales, que arrastran a la superficie los misterios que nos son consustanciales.

Simplemente Editores. 144 páginas. 2017.


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