Marcelo Fox: El último comunista

Marcelo Fox: El último comunista

Libro de Marcelo Fox
Primera edición del Libro de Marcelo Fox,
la tapa fue confeccionada tomando un
emblema creado por el autor para su
escudo de armas.


Yo soy comunista. Si. El último. Parece una broma. Que me he vuelto loco. Tan luego yo comunista que los barrí a todos de la faz del planeta. A veces las apariencias engañan. Pero cómo afirmar que es apariencia mi obra. Mi lucha hasta el fin contra aquellos con los que digo identificarme. Qué es lo que falló. El plan era genial. Perfecto. Si fuera posible aniquilar la memoria. No. No es posible.

Iluminado por la clara luz del marxismo leninismo me afilié al Partido Comunista de mi patria y empecé a militar. Pegaba carteles. Pintaba paredes. Vendía bonos. Repartía volantes. Iba a la cárcel y era torturado de vez en cuando. Golpeaba. Me golpeaban. Concurría a bailes organizados para obtener fondos para las campañas financieras. Me alistaba en brigadas que nunca partían para ir a luchar a tal o cual nación agredida por los bárbaros imperialistas. No perdía oportunidad de firmar papeles por la paz. Contra la carestía de la vida. Pidiendo la libertad de los presos políticos de la Macronesia. Felicitando al primer ministros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas al cumplir los 64 años. Alentando al gloriosos partido hermano de Tongolandia en su lucha sin tregua en defensa de las libertades democráticas pisoteadas salvajemente por el ejército de ocupación de los agresores yankis. Hacía el amor exclusivamente con camaradas. Del sexo femenino claro está. Así transcurría tranquilamente mi vida entre una firma y otro. Una paliza y otra. Una pintada y otra.

De pronto mi buena conciencia de abnegado luchador por la paz y el socialismo se desmoronó. Me di cuenta que lo que hacía no era suficiente. Que era mucho más que la cotidianeidad militante lo necesario para que se pusiera fin sobre el planeta al reino de la Necesidad instaurando el de la Libertad. La situación estaba estancada. Poco a poco los dirigentes del campo socialista se volvían más y más conciliadores con los pérfidos imperialistas. En vez de agudizarse las contradicciones iban amortiguándose. Los pueblos bajo la garra de los capitalistas no se daban cuenta de su condición de esclavos de los monopolios adormecidos en el crecimiento confort posibilitado por el avance de la técnica. No. No podía continuar esta situación. Era necesario cambiar la estrategia revolucionaria ante la nueva realidad. Seguir usando las tácticas antiguas hubiera sido traicionar el espíritu siempre vivo y creador del marxismo leninismo. En mi país sucedía lo mismo que en el resto de Occidente. Teníamos un gobierno burgués de mano blanda que con artefactos cada vez más numerosos sobornaba el espíritu de rebeldía popular. El Partido era volcado por nefastas y crecientes corrientes liquidacionistas reformistas hacía una línea política día a día más amarilla.

Consideré mi deber volver a atizar el fuego de las contradicciones tal como nos enseña los clásicos del materialismo dialéctico que hay que hacer para que sea posible el advenimiento de la dictadura del proletariado. Basta de buenas relaciones entre los burgueses y el Partido. Puse unas cuantas decenas de bombas. Hospitales. Cuarteles. Orfanatos. Puentes. Ministerios. Iglesias. Volaron por el aires. Los explosivos que me sobraron los introduje junto a unos planes falsificados de implacable subversión en casa de un alto dirigente amigo a quien inmediatamente delaté a la policía. Esta allanó su domicilio y los burgueses ante la magnitud del inesperado peligro que se imaginaban correr empezaron una feroz represión que trajo las respuestas violentas de los camaradas que yo deseaban que se produjeran. En los paredones blancos eran baleados de a gruesas los comunistas. Ya serían vengados esos mártires del fascismo cuando reaccionando el pueblo se uniera alrededor de su partido de vanguardia y tomando el poder levantara los paredones rojos donde exterminaríamos a los enemigos del Sol.

La repercusión internacional de los acontecimientos fue favorable pues llevó a un cierto enfriamiento de las relaciones entre los bloques. Por la delación fui condecorado y me dieron en agradecimiento un importante puesto en el servicio de represión política. En la ceremonia en que se fue prendida la medalla e impuestos los grados yo reventaba de risa interiormente. Si supieran los pobres infelices cómo los actos que había provocado los llevarían a su destrucción. Ascendí rápidamente por el celo puesto en las tareas encomendadas. Al cabo de unos pocos años me nombraron jefe de la repartición pues el puesto quedó imprevistamente vacante. A mi antecesor lo disgregaron los camaradas con una granada. En su entierro pronuncié un feroz discurso anticomunista en el que prometí ser el doble de implacable que él con la barbarie roja. Mi júbilo no tenía límites. Habían eliminado a esa bestia sanguinaria cebada con la sangre de los humildes. Perfeccioné la organización a mi mando y los métodos represivos por ella usados. Se abrían las bocas que tartamudeaban nombres de otros que abrían a su vez las bocas que. Me sentía un plasmador de la Historia. El más grande bolchevique vivo. Una nueva forma de hacer la revolución empezaba a ponerse en marcha. Primero haría que reinase la faz negativa de la dialéctica social para que luego la positividad proletaria estallara desde dentro de ella y destruyéndola pusiera fin a la alienación burguesa con la instauración de las masas trabajadoras en el gobierno.

Mis camaradas morían insultándome y escupiéndome en la cara. No podía expresarles cuánto los amaba. Qué dolor verlos apalear. Verlos agonizar con un balazo en el estómago. Hubiera querido acercarme a ellos. Explicarles. Que comprendieran. Pero no había lugar para el desfallecimiento. La Revolución ante todo.

Me di cuenta que para alcanzar mis ocultos fines debía rebasar el marco de mi patria fundando un movimiento ultrareaccionario de carácter internacional capaz de producir la reacción que esperaba de los pueblos del mundo. Así como luego de derrotado el nazismo el socialismo se extendió hasta abarcar una tercera parte de la humanidad después de ser derrotado mi movimiento se extendería a ella entera. El mundo entonces viviría en adelante feliz en el único orden racional y justo. El comunista. Cuya divisa iba a ser. De cada uno según sus posibilidades. A cada uno sus necesidades.

En el Occidente desesperado y carcomido mi doctrina de redención fue el clavo ardiente al que se aferraron los burgueses fanáticamente y en montón. Luego de tomar el poder en mi país mis discípulos se apoderaron del gobierno de las principales naciones en donde aún subsistían el degenerado capitalismo. La doctrina sobre la que cabalgué hasta ser proclamado Emperador de Occidente era sólo una exasperación de todas las reaccionarias anteriores manipuladas para fines propagandísticos con los últimos adelantos de la psicología de masas y el materialismo dialéctico. La humanidad marcha hacía la noche roja impulsada por las irracionales fuerzas de la infraestructura. No debemos dejarnos arrastrar. Somos Hombres. Libres herederos de Occidente. No robots. Amamos nuestro caos. Nuestros errores. Injusticias. Miserias. Grandezas. Este es nuestro clima. Hemos nacido y vivido en él. Podrán hablar de hormigueros estériles y perfectos. Podrán hablar del aumento de la producción de yeso en Ucrania. Es inútil. Ya tenemos pulmones. No nos harán volver al mar. Lucharemos hasta el fin contra la uniformidad monocromática que nos quieren imponer. A ellos. A ellos. A incendiar sus ciudades. A matarlos junto a sus mujeres y sus hijos. La sangre llama a la Rebelión sin Fronteras. La sangre llama. Occidente responde. Sus vástagos ávidos de tinieblas e Infinito asuelan las tierras extranjeras.

Aparentemente el cumplimiento de esta ideología era hacer dar a la Historia ujna vuelta de 180º. Yo pensaba al llevarla hasta sus últimas consecuencias prácticas que diera un giro de 360º. Es decir afirmar la marcha de la humanidad hacia el comunismo. Pero los comunistas se replegaban. No contestaban a las absurdas provocaciones y masacres de pueblos indefensos nada más que con golpes fallidos y amenazas de guerra atómica que nunca se animaron a cumplir. Retrocedían. Retrocedían ante el furor de las falanges nihilistas fanatizadas con la criminal y monstruosa ideología por mí inventada. Los marxistas que quedaban en los países bajo nuestra férula eran exterminados sistemáticamente y a los del otro lado ya les habíamos tomado algunos baluarte territoriales. Pero cuándo. Cuándo reaccionarían los camaradas del Kremlin. De Pekín. De Yugoslavia. Cuándo reaccionarían las masas para aplastar al caduco y envilecido Occidente cuyas huestes iban por doquier sembrando la muerte y el terror.

Un científico inventó el arma absoluta. Sin temor a represalias ya era posible barrer todo Oriente y dejar de él nada más que una delgada capa de vidrio.

Traté de frenar el proyecto. No lo logré. Había prendido demasiado mi prédica de acabar con la peste bolchevique totalmente de la forma más eficaz que estuviera al alcance. El engendro puesto a funcionar rebasó los esquemas de su creación. Yo no pude controlarlo a pesar de la gran cantidad de artimañas que usé para trabar su marcha lógica.

Una mañana sucedió lo inevitable. Los electroimanes radiotónicos apuntaron a Oriente y 5" después nada quedaba del campo socialista. Nada no. Vidrio.

En el resto del mundo hubo grandes fiestas. Tedeums. Júbilo. El mal había sido vencido. Los electroimanes siempre en guardia cuidarían que su derrota fuera eterna. Mientras los fuegos artificiales coloreaban alegremente la cámara imperial yo gemía sobre el lecho golpeándome la cabeza contra los barrotes de oro y ébano. Alrededor mío estaban esparcidas las fotos tomadas por los radares visores de la ciudades y praderas donde hasta hace muy poco construían y reían los forjadores de la Nueva Sociedad.

En Occidente no quedaba ni un comunista. Recorrí las prisiones. Los últimos habían sido inmolados ante mis estatuas para festejar el Triunfo. Horror. Mi culpa era tan enorme. Me rebasaba tanto que no podía ni sentirla ni abarcarla. Cómo definir mi profunda tenebrosidad con palabras. Con ideas. Yo el perpetuador de la noche. El asesino del Sol. El marxicida. Pensé que quizá lo que pasaba era que esta faz de la dialéctica aún no era absolutamente negativa. Subsistía un rojo sobre el planeta. Yo. Me suicidaría. Entonces todo sería absolutamente negro y recién podría estallar la luz y acabar con la pesadilla creada por mí.

Pero me detuve con el dedo ya en el gatillo y el cañón de la pistola apoyado en un ojo. Quizá no pasara nada de eso. Quizá mis concepciones y planes habían sido erróneos y solo había jugado en contra de mis verdaderas ideas desde el principio. Por lo tanto ya no era comunista. No había sido nunca comunista. Sino completamente inverso. El piso se terminó de abrir y en vano traté de no ser tragado. La dialéctica. La negatividad. Las contradicciones. Marx. Los cuadros estadísticos. Los slogans. Las banderas rojas. Todas mis ilusiones flotando rotas en un mar de absurdo que se las tragaba. Qué cansancio. Aún me quedaron energías para decidir no permitir que la humanidad sufriera de la eterna condena de tinieblas a la que la había exilado yo. El Régimen que fundé es demasiado sólido como para caer alguna vez. Está basado en una nueva lógica estática e indestructible. La oportunidad histórica del comunismo ha pasado. Ya nada vale la pena.

He hecho enfocar los electroimanes radiotónicos a lo que resta del mundo. Pronto se acabará todo. No habrá más alienaciones. Más sufrimientos. Ahora creo comprender que el Reino de la Libertad es el Reino del No Ser. De las llanuras de cristal. La luna se contemplará el pálido rostro por primera vez y por el resto de la eternidad lo podrá seguir haciendo. Espacios silenciosos. Vacíos. Congelados.


Marcelo Fox

Nota: Este relato corresponde a un capítulo del Libro Invitación a la masacre de Marcelo Fox. Publicado por Falbo Librero Editor. Este libro se terminó de imprimir el día 10 de septiembre de 1965, en impresiones "La Estrella", Lamadrid 360. Capital Federal. República Argentina.

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2 comentarios:

tu blog está power!
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¡por fin se publica este texto maravilloso de quien debe ser uno de los grandes poetas argentinos desconocidos!