Análisis de Pavese por Pavese

Análisis de Pavese por Pavese



Pavese es sin duda un hombre insólito que no quiere decir: un hombre que vale.
Tiene los rasgos más evidentes del fracasado -falta de una routine social y facilidad para desenclarse- pero tiene al mismo tiempo una capacidad de concentrarse en un objeto determinado -trabajo o pasión- que le ha permitido siempre, no obstante las desorientaciones intermitentes, el logro de algunos resultados y cierta seguridad en sí mismo.
Su tendencia fundamental es la de dar a sus actos un significado que trscienda su alcance afectivo: hacer de sus días una sucesión de momentos inconfundibles y absolutos. De ahí que cualquier cosa que diga o haga, Pavese se desdobla y mientras parece tomar parte del drama humano, en su interior entiende otra cosa y ya se mueve en una atmósfera distinta que se trasluce en sus acciones, en su imntención simbólica. Esto, que podría parecer desdoblamiento, es en cambio, un inevitable reflejo de su capacidad de ser, frente a una hoja de papel, poeta. Por mucho que Pavese esté convencido de que el arte y la vida deben mantenerse netamente separados, que escribir es un oficio como cualquier otro, como vender botones o trabajar la tierra, no consigue imaginar su existencia más que como un gigantesco espectáculo que el mismo representa. Pero quien compara la vida con un espectáculo, por lo general da por descontado que el espectáculo no debe ser tomado en serio, como para desencadenar en cada escena, que la vida es un absurdo y cosas por el estilo. A Pavese, en cambio, le ocurre que actúa terriblemente en serio, como para desencadenar en cada escena importante de su vida tanta plenitud pasional y tanto fervor de claridad reveladora, que en definitiva tiene todo el aire de un poeta trágico que se interpone entre sus personajes para matar o hacerse matar.
Pero quien dice espectáculo, dice público. Ahí está la tara obscena e inconfesada de Pavese. Cuando era estudiante, Pavese, en una noche de borrachera, mientras paseaba con un grupo de amigos, se sintió tan desatendido y tan poco aceptado, que decidió dejarse caer al suelo como una bolsa, con la única finalidad decaer el centro de atención. Recuerdo que ayudado y puesto de pie otra vez lloraba de rabia por no haber inspirado mayor "piedad".
Ahora bien: Pavese es sin duda un solitario, porque al crecer comprendió que nada de lo que vale la pena hacer puede ser hecho si no se está lejos del comercio del mundo. Mártir viviente de estas exigencias contradictorias, quiere estar solo -y está solo- pero quiere estarlo en medio de un círculo que lo sepa. Quiere experimentar -y experimenta- hacía ciertas personas esos apegos profundos que ninguna palabra puede expresar, pero se atormenta día y noche y atormenta a esas personas tratando de encontrar esa palabra. Todo esto es, sin duda sincero, y por desgracia se entronca con la exigencia expresiva de su naturaleza de poeta. Es más, Pavese, llama a todo esto necesidad de expresión de comunicación, de comunión; y a su ausencia, tragedia de la soledad, incomunicabilidad de las almas y así sucesivamente.

¿Qué puede hacer semejante hombre frente al amor? La respuesta es evidente. Nada, es decir, infinitas cosas extravagantes que quedarán en la nada. Una vez que se ha enamorado, Pavese llegará a hacer exactamente lo que su naturaleza le impone y que es justamente lo que no debe hacer. En primer término, hará que los demás comprendan que ya no es dueño de sí; dejará traslucir que no hay nada en el día que importe tanto para él, como el momento del encuentro con esa mujer; querrá confesarle hasta los pensamientos más secretos que cruzan por su mente; se olvidará siempre de ponerla en una situación tal, que ella, cuando lo deje, quede atada. Esta es la primera precaución del libertino, el único que utiliza de manera impecable la estrategia amorosa. Pavese, en cambio, directamente la revierte, porque se olvida de hacer que la mujer se enamore de él, y se preocupa únicamente de que toda su vida interior fluya hacía ella; trata de que cada partícula de su espíritu se enamore de ella; en fin, se van cortando atrás todos los puentes. Aquí es pertinente su confesión de que cuando está enamorado, él vive en la imposibilidad física de acercarse a otras mujeres -debilidad ésta que ninguna mujer, ni siquiera la amada, perdona,- ¿Por qué tanta ingenuidad? Es evidente: todo lo que hace, Pavese lo hace en serio, "actúa" en serio y se da cuerda, como un actor de la vieja escuela, o como ese trágico dannunziano que exigía que ni la máscara dorada, usada para personificar a Atrídas, fuese de "vil metal". He aquí la manía de absoluto, de simbolismo, que decíamos al comienzo. Pavese juega (plays) a fondo su parte sentimental, ante todo por una necesidad feroz de salir de la soledad, segundo por su necesidad de creer, en forma total, en la pasión que sufre, por el terror de vivir un simple estado fisiológico, de ser solamente el protagonista de una aventurita. Pavese quiere que todo lo que él siente sea noble; que signifique, simbolice una nobleza suya y de las cosas: quiere, en definitiva que eso se le convierta en un ídolo, al cual vale la pena sacrificarle la vida, o el ingenio -y el sabe que tiene mucho-.
¿Pero quién le pide que sacrifique el ingenio o la vida? ¿Qué mujer pide a un hombre que pierda absolutamente todo control y todo equilibrio, para ser amada con la intensidad cósmica e inútil de un temporal de agosto? ¿Qué mujer sino la vamp? Y en efecto, Pavese tiene el don de transformar en vamp, cuando están con él, a muchachas que ni siquiera se lo soñaban. En un primer momento las transforma en vamp y se hace arruinar todo lo que es posible arruinar; después, cuando hasta los escombros han caído y él se encuentra solo, sucede que a la vamp le asaltan los remordimientos y vuelve a buscarlo, con gesto melancólico y maternal. Pavese entonces se averguenza y se enfurece y retorna a su soledad. Natural tragedia; todos los amores obtiene, o puede obtener Pavese de las mujeres, menos el único que, como todos los ratés, él anhela verdaderamente desde el fondo de su corazón: el amor de una esposa.
Este deseo feroz de una casa y una vida que no tendrá jamás, aflora en una orgullosa sentencia que Pavese pronunció un día en el momento más terrible de su conocida y ya famosa pasión: "Las únicas mujeres con las que vale la pena casarse, son aquellas en las que uno no puede confiar en casarse". Aquí adentro está todo: la vamp y el furor, la mujer y el sueño inquebrantable. A este sueño Pavese está, como suele decirse, crucificado, y nada es más patético que los sacudones que él da para desclavar las manos. Y es porque se siente clavado de ese modo, imposibilitado no sólo de moverse, sino también de defenderse, que cualquier atisbo de pasión lo hace temblar.
Pavese posee una fuerte fantasía y le es suficiente representarse a sí mismo en una imagen dolorosa -como esta- para volver a sentir físicamente las torturas. En general, sucede que la sensibilidad exacerbada de tipos como Pavese, tiene sin embargo el aliento corto, y tanto las fantasías como la totalidad de la pasión, estallan y terminan pronto. Sin embargo, Pavese no es un tipo común. Hace un tiempo, llevó en los nervios esa imagen de la cruz durante más de tres meses seguidos, junto a la que él llama la imagen del desarraigo -la sensación de tener el pecho y el corazón destrozado y sangrante- - por el sacudón violento dado a las mil raíces que una mujer le había puesto adentro. Esto es cuanto acontece mientras transcurre la pasión, , y es natural que sea así. La misma exigencia de simbólica nobleza que genera los afectos de este hombre, se hacen valer por la fuerza de su duración y, por otra parte, es Pavese mismo quien inconscientemente le otorga una base semejante; de modo que no es fácil que consiga destruirlos el ácido mismo de su comprobada inutilidad. Aquí conviene tener presente que, para Pavese, una pasión se entronca con su poesía, se vuelve carne de poesía y como tal se identifica con el lenguaje, con la mirada, con el aliento de la fantasía.
Durante un largo período, Pavese logró una estoica ataraxia mediante la renuncia absoluta a cualquier vínculo humano que no fuera el abstracto de escribir. Se sentía como atontado, y doblaba la cabeza, tratando de escribir. Pero de un mes a otro, y de un año a otro, escribía cada vez menos:, la vida en él, iba secándose. Se estaba convirtiendo en un fantasma. Sin embargo, Pavese apretaba los dientes, porque sabía que cualquier derrumbe hacia las criaturas, hacia cualquier criatura, significaría sólo una recaída, nunca sería un renacer. Otro dicho suyo memorable es "todo o nada" -Aut Caesar aut nihil- Pavese no se detiene en la mitad del camino.
En cambio, sobrevino, el derrumbe, y Pavese trató de detenerse en la mitad del camino y no lo logró. Ahora paga por cada instante de esa soledad ficticia que se había criado. La vida se venga con una soledad verdadera. Sea, como quiere la vida.

0 comentarios: