Roberto Arlt por el mismo

Roberto Arlt por el mismo

Roberto Arlt, año 1935.
He nacido el 2 de Abril del año 1900. He cursado las escuelas primarias hasta tercer grado. Luego me echaron por inútil. Fui alumno de la Escuela de Mécanica de la Armada. Me echaron por inútil. De los 15 a los 20 años practiqué todos los oficios. Me echaron por inútil de todas partes. A los 22 años escribí El Juguete Rabioso, novela. Durante cuatro años fue rechazada por todas las editoriales. Luego encontré un editor inexperto. Jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo. Creo que a nosotros no ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad y que no nos queda otro remedio que escribir deshechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos. Pero la gente nos agradecería más esto último. El hombre en general me da asco, y tengo como única virtud en no creer en mi posible valor literario sino cinco minutos al día. Me interesan entre las mujeres deshonestas, las vírgenes, y entre el gremio de los canallas, los hombres honrados.
Autobiografía escrita para Cuentistas de hoy, Editorial Claridad, 1929.

Somos honrados por debilidad. Y únicamente triunfan los que están seguros de triunfar. Muchas veces pienso en Napoleón; se me ocurre pensar que no hay nadie que durante su vida, en el plazo de un minuto, no haya querido ser Napoleón.
Los Lanzallamas

Escribo en un "idioma" que no es propiamente el castellano sino el porteño. Sigo toda una tradición; Fray Mocho, Félix Luna, Last Reason… Y es acaso por exaltar el habla del pueblo, ágil, pintoresca y variable, que interesa a todas las sensibilidades. Este léxico, que yo llamo idioma, primará en nuestra literatura a pesar de la indignación de los puristas, a quienes no leen ni leerá nadie.
La Crónica. Diario El Mundo.

El tiempo que se escapa. Eso. Eso. Y todos que se dejan estar caídos como bolsas. Nadie que quiera volar. ¿Cómo convencerlos a esos burros de que tienen que volar? Y sin embargo, la vida es otra. Otra como ellos no la conciben tan siquiera. El alma como un océano agitándose dentro de setenta kilos de carne. Y la misma carne que quiere volar. Todo en nosotros está deseando subir hasta las nubes, hacer reales los países de las nubes…
Los siete locos.

La verdadera calle. La calle que arranca un suspiro en los desterrados de la ciudad. La calle que se quiere, que se quiere de verdad. La calle que es linda de recorrer de punta a punta porque es calle de vagancia, de atorrantismo, de olvido, de alegría, de placer. La calle que con su nombre hace lindo el comienzo de ese tango: "Corrientes… tres, cuatro, ocho…"
Y es inútil que traten de reformarla. Que traten de adecentarla. Calle porteña de todo corazón. está impregnada tan profundamente de ese espíritu "nuestro" que aunque le poden las casas hasta los cimientos y le echen creolina hasta la napa de agua, la calle seguirá siendo la misma… la recta donde es linda la vagancia y donde hasta el más inofensivo infeliz se da aires de perdonavidas y de calavera jubilado.
El espíritu de la calle Corrientes no cambiará con el ensanche. Diario El Mundo.

¡Ah, periodismo!... Sin embargo, dígase lo que se diga, es lindo. Sobre todo si se tiene un director indulgente que presenta alas visitas con estas elocuentes palabras: "El atorrante de Arlt. Gran escritor".
Una excusa: el hombre del trombón. Diario El Mundo.

Cuando hay un gran deseo, aún durmiendo se desea ¡qué he dicho!, aún en el delirio de la fiebre se continúa deseando… en la agonía se desea… ¿Qué digo? Hasta los condenados a muerte desean.
Los lanzallamas

Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. Sin embargo algún día me moriré y los trenes seguirán caminando y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto, muerto para toda la vida.
El juguete rabioso.

Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.

Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados.

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:

"El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc."
No, no y no.
Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".

El porvenir es triunfalmente nuestro.

Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.
Y que el futuro diga.
Los Lanzallamas

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