Cioran: Retazos de Angustia
París: insectos comprimidos en una caja. Ser un insecto célebre. Toda gloria es ridícula; quien a ella aspira ha de tener en verdad el gusto de la decadencia.
Desde hace veinticinco años, vivo en hoteles. Entraña una ventaja: no estás fijo en ninguna parte, no te apegas a nada, llevas una vida de transeúnte. Sensación de estar siempre a punto de partir, percepción de una realidad sumamente provisional.
No se me oculta que en todo lo que hago hay una mezcla de periodismo y metafísica.
Heidegger y Céline: el filósofo y el escritor que, después de Joyce, más se han ocupado de la lengua para modelarla, torturarla, hacerla hablar…
Verdugos del lenguaje.
Nada puede echar a perder a alguien, salvo el éxito. La gloria es la peor forma de maldición que puede caer sobre una persona.
Dos hombres ejercen en mí un efecto estimulante y siempre me han infundido deseos de trabajar, de hacer algo, de querer a toda costa dejar alguna huella: Napoleón y Dostoyevski. (Entre paréntesis, ¡dos epilépticos!)
¿Por qué se agravan con la edad los defectos y los vicios? Porque se desgastan menos que las virtudes y, además, son más propios de nosotros, más individuales, mientras que estas últimas parecían -y son, por lo demás- más impersonales, más abstractas y más convencionales. No tienen rostro, mientras que los vicios y los defectos llevan la marca de la unicidad, sin por ello dejar de ser atributos universales del hombre.
Montaigne, un sabio, no tuvo posteridad; Rousseau, un histérico odioso, suscita aún discípulos.
Esta es una de las pocas cosas de las que estoy seguro; la única razón que tienen los hombres para vivir en común es la de atormentarse, hacerse sufrir unos a otros. Nunca me cansaré de machacar esta evidencia.
He intentado releer el Fausto, treinta años después. Sigue resultándome igualmente imposible: no consigo entrar en el mundo de Goethe. Solo me gustan los escritores enfermos, heridos de una forma o de otra. Goethe sigue siendo para mí frío y envarado, alguien a quien no se nos ocurriría recurrir en un momento de angustia. No de é, sino de Kleist, es de quien nos sentimos próximos. Una vida sin fracasos importantes, misteriosos o sospechosos no nos seduce.
James Joyce: el hombre más orgulloso del siglo, porque quiso -y en parte alcanzó- lo imposible con el empecinamiento de un dios loco y porque nunca transigió con el lector y no estaba dispuesto a ser legible a toda costa. Culminar en la oscuridad.
El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.
(Tusquets Editores)
comentarios:
09:17
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