Roberto Quesada: Big Banana

Roberto Quesada: Big Banana

Afortunadamente, el psiquiatra no le prohibió continuar mirando a James Bond. Y ahora hacía milagros con el control remoto: le gustaba una escena y la retrocedía; la ponía en cámara lenta; y, cuando al James se le ocurría besuquearse o hacer el amor con una actriz, aceleraba y James y su pareja se envolvían en movimientos ridículos: en cuestión de segundos estaban en una escena que la hacía olvidar la ira producida por los excesivos celos en que la hacía caer constantemente su 007.
El psiquiatra explicó a los padres que, a pesar de que Miriam tenía veinte años, su desarrollo en el arte de amar le venía con retraso y por eso era normal que actuara como una chiquilla de catorce que se enamora de las estrellas de cine, pero que con un poco de tiempo y luego de que se aburriera de ver a su James se le pasaría, y se enamoraría de un hombre real. Por consiguiente, no había que reprimirla ni reprenderla.
Al principio los padres creyeron la teoría del psiquiatra, más al pasar el primer semestre y no encontrar cambios positivos en su hija -todo lo contrario, estaba más enloquecida que nunca por su agente, no le aburrían en absoluto las películas de su Bond, y ahora se sabía de memoria, en impecable inglés, los diálogos de su amado-, decidieron buscar nuevos métodos. El psiquiatra y los padres conspiraron: recordaron que no sólo Roger Moore había sido el Agente 007, y obtuvieron videocasetes de pasados agentes 007: Sean Connery, George Lasenby, y de nuevos agentes: Timothy Dalton y Pierce Brosnan. Y, envueltos en papel de regalo, se los dieron el día en que cumplía los veintiuno.
Al ver sobre la caja de los casetes los letreros que decían: James Bond, Agente 007, se alegró, pues supuso que vería películas de su agente desconocidas por ella. Se llevó una tremenda decepción. Enterada del fraude, destruyó violentamente los videos y regó las cintas despedazadas por toda la casa. Lo que le costó nuevas visitas al psiquiatra.
-¿Y por qué ahora me trata de usted?
-Porque usted ya es toda una mujer, ya cumplió veintiuno.
-¿Quiere decir que antes de los veintiuno una es hombre?
- Me gustaría que no se hiciera la graciosa.
-¿Y es que se puede hablar en serio con un psiquiatra?
-¿Por qué destruyó los videocasetes?
-¿No cree que es una pregunta muy elemental? Se supone que los destruí porque no me gustaron. Ellos son unos impostores, no son el Agente 007.
-¿Para usted quién es el real 007?
-Roger Moore, no puede ser otro.
-Sean Connery lo fue antes que él, tal vez él sea el original o George Lasenby.
-Ninguno. Ni antes ni después. El verdadero es Roger Moore.
-¿Cómo podría probar eso usted?
-¿A quién necesito demostrárselo? Me imagino que a nadie. Pero basta con verlo. Yo no concibo un agente 007 que no sea Roger Moore.
-Otros no lo conciben si no es Sean Connery.
-Es su problema. Yo el mío lo tengo resuelto.
-Su problema es que la deslumbra la fama, la celebridad.
-Quizás no, a lo mejor es la inteligencia de James la que me pierde.

(Fragmento)

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