Eduardo Gudiño Kieffer: El sexto pecado
a Rodolfo Kuhn
Lo criaron, pues, los monjes. En su infancia no conoció sino cánticos sagrados, oraciones y penitencia. A los dieciséis años pronunció los votos definitivos, no creyendo que fuera de esa vida pudiera haber otra, ignorando las tentaciones mundanas y sin haber visto jamás, hasta entonces, una mujer.
Una tarde el Abad le pidió que ensillara dos caballos para ir juntos hasta Schonau, donde debía hacer unas diligencias frente al Obispo.
Césario obedeció, y por primera en su corta existencia, custodiado por los venerables años del Abad, salió fuera de los muros del Monasterio.
El sol parecía más brillante, los campos eran verdes, entre las encinas cantaban los pájaros.
De pronto, Césario vio unos extraños seres de largos cabellos y cuerpos mórbidos. Eran dos pastoras que apacentaban sus ovejas, y que lo miraron y le sonrieron. -¿Qué son?- preguntó el joven, que nunca en su vida había visto una mujer.
-Son demonios- contestó el Abad persignándose.
Césario calló, persignándose a su vez y pidiendo perdón en su fuero íntimo porque esos demonios le parecían las criaturas más deliciosas que viera jamás.
Esa noche le costó dormirse. Cuando lo logró, los demonios aquellos que tan hermosos le habían parecido, surgieron en medio del sueño, que se transformó en una sucesión de estertorios, suspiros y sudores fríos. Césario despertó violentamente; nada en la oscuridad de la celda delataba presencias extrañas; los demonios eran solo fantasmas oníricos. Pero se sentía diferente, y sólo pudo calmar su ansiedad saliendo al frío de la noche, dejando que el viento y la nevisca azotaran.
Confesó al otro día, y supo así de los santos labios de su Superior que esos eran los demonios de la lujuria, apetito desordenado de sucios y deshonestos deleites. Supo que tenía que luchar para que ese feo y abominable vicio no tentara su corazón y sus sentidos.
Porque el confesor le dijo que la lujuria es pecado contra el propio cuerpo, profanándolo.
Porque le dijo que era un vicio semejante a aun pozo boquiangosto; donde siendo tan fácil la entrada es tan difícil la salida.
Y Césario empezó a orar.
Poco efecto la hacía las oraciones; los demonios se le aparecían todas las noches, hermosísimos.
Para castigarse, Césario se entablilló la mano derecha.
Pero los demonios seguían apareciendo.
Y tuvo que entablillarse también la mano izquierda.
Pero los demonio seguían apareciendo.
Césario decidió castigarse más aún, y pidió a sus hermanos monjes que le colgaran una pesa en los genitales.
Pidió que lo encerraran en un cepo.
Pidió que cada media hora lo azotaran, y que cada dos horas lo bañaran con agua fría.
Pero los demonios seguían apareciendo.
Cada vez más hermosos, cada vez más sonrientes.
Fue entonces cuando, con autorización del Abad, del Obispo y del Papa, Césario decidió su propio martirio; pidió que lo enterraran totalmente, dejando fuera de tierra solamente la cabeza, que fue untada con miel para atraer a las hormigas.
Estas acudieron (¡enviadas celestiales!) para luchar contra los demonios de la lujuria, horrible sexto pecado. En dos horas sólo quedaba la calavera de Césario, emergiendo del huerto del Monasterio, con sus hermanos orando a su alrededor.
Esta historia, perteneciente a Pelagio (De Haereticis, III, 22) era enseñada como ejemplo hasta mediados del siglo XIV en Conventos y Abadías. Luego se la prohibió, colocándola en el Index, porque Juan de Bemberg, en su Compendium Studii Philosophiae, probó que cada picadura de hormiga había sido para Césario como un beso.
5 comentarios:
14:49
Llego aquí por pura casualidad (imagina, buscando en google cosas sobre RENE DAUMAL). Sin embargo me ha gustado. Pasa a mi blog para que pueda regresar al tuyo, ¿vale?
saludos
Y arriba esos demonios tormentosos!!
14:59
y tu eres el monje o las hormigas.
14:59
y tu eres el monje o las hormigas.
20:43
Ojalá me pueda ayudar...
Necesito saber si Eduardo Gudiño Kieffer, en alguna de sus novelas, crea a dos personajes llamados Mierdalin y Mierdalón.
Es muy importante para mí.
Gracias de antemano.
Un Saludo.
19:47
Por supuesto, Mierdalín y Mierdalón aparecen en Para comerte mejor, su primera novela, me parece, y mi favorita.
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