juan mihovilovich
EL ESLABON PERDIDO Y UN ADVENIMIENTO…
El Segundo Deseo. Novela.
Autor: Ramón Díaz Eterovic
Lom Ediciones. 244 páginas.
"¿Qué tiene el de especial? ¿Por qué tanto misterio?"
(página 123)
Autor: Ramón Díaz Eterovic
Lom Ediciones. 244 páginas.
"¿Qué tiene el de especial? ¿Por qué tanto misterio?"
(página 123)
Servilo, contrata los servicios de Heredia para encontrar a su padre. Servilo es un exiliado que retorna para reconstituir parte de la cadena. Su eslabón perdido, el que lo antecede, se ha extraviado, vía golpe militar de por medio, océano que ha dividido el espacio y sencillamente, tiempo, nostalgia de las cosas perdidas y reconstitución tardía de escena. Entre medio, asilos de ancianos clandestinos, focos de corrupción, utilización de ancianos para lucrar con la desdicha de la vejez, del olvido, del desamparo.
Con esa información sumaria Heredia pudo construir una saga como otras similares: un cliente, una investigación, su desarrollo, el desenlace y el misterio redimido. Pero, hay más.
Heredia reconstituye su cosmogonía, mediatizado por un mundo del que siempre se ha sentido ajeno. Apenas un animal envejecido, su gato Simenon, le sigue siendo fiel en la medida de sus fuerzas. Un pueblo perdido -Curepto- en la mediterraneidad próxima a la costa, será el señuelo de un boxeador -su padre- que dejó de golpear a su semejante y así mismo, cuando uno de sus contendores murió en el cuadrilátero. Los golpes, "cabeza erguida, mano izquierda adelante…" las enseñanzas del padre Brown en el orfanato, serán claves que el porfiado destino develará.
La lucha, el antagonismo, la decadencia, la miseria humana son, en esta novela, el anticipo de un reencuentro exclusivo: Heredia se ha reencontrado, cree saber quién es y de dónde procede. No obstante, tal respuesta es apenas un símbolo: así como el personaje desafía al azar con sus candorosas apuestas hípicas, el juego de lo providencial lo trasladará hacia donde quiere, más allá de una voluntad que le resulta un lastre.
Sin embargo, ¿qué hace a este "segundo deseo" diferente de otras novelas del personaje? Podrá argumentarse que las reiteraciones cansan, que un investigador privado sumido en la parodia de un mundo abyecto, donde su desfalleciente marginalidad ha cautivado por años, invariablemente, tiende al desgaste, al cansancio, a la repetición. Es posible. Y son interrogantes legítimas. Aún así, el cuestionamiento natural de querer saber hacia dónde va Heredia puede carecer de sentido si se desliga de lo que el sustrato del personaje siempre nos ha evidenciado: la atmósfera que logra irradiar y que extiende a los seres con los cuales cohabita, se entremezcla o a quienes circunstancialmente accede. La vida común exuda su alma a partir de la propia interioridad de Heredia. Su visión del mundo exterior es fruto de una sensibilidad no común, de su desesperanza, es cierto, pero pocos personajes de la literatura nacional actual logran recrear un sentido globalizador, totalizante, a partir de esa individualidad especial que se mueve en las trastiendas del poder, cualquiera sean sus manifestaciones más burdas.
En "El segundo deseo", Heredia, no sólo desnuda -una vez más- tales pecados capitales inherentes a la condición humana, sino que ahora incursiona de manera notable en una realidad metafísica que lo supera. No es preciso que esa necesidad del ser más íntimo sea un enunciado. Es más: probablemente, como en esos insondables misterios del arte, quizás ni siquiera sea una propuesta racional. Pero, el hecho de que una trama sencilla, en apariencia, logre colegir por vías paralelas el sentido del origen personal, logran conmover las fibras íntimas de un lector que comparte su propia búsqueda particular, aún ignorándola. Vale decir, si por destinos casuales, Heredia es llamado a desentrañar una parte o todo su origen existencial, el lector va descubriendo, de manera diagonal, su propia interrogante. En ese entrecruzamiento de mundos paralelos, que Heredia entrelaza transportado por fuerzas ciegas e inciertas, él se deja llevar como poseído de un raro determinismo: su pasado, su infancia y adolescencia en un orfanato, sus vínculos con la soledad individual como forma de vida tienen un antecedente primario, tan doloroso en su expresión de lucha solitaria como el suyo. Si pudiera pensarse que hasta los genes transmite o heredan la soledad, podría extrapolarse la vida de Buenaventura Dantés -su progenitor perdido y real- como un anticipo ineludible de la propia vida de Heredia. Si, Mercedes, su madre, entrega casi como un testamento póstumo su segundo deseo, de alguna manera ha querido presagiar el futuro de su hijo con un atisbo de esperanza, que aunque tardía, le devuelva el sinsentido que pareciera traslucir siempre en su devenir de trastienda.
Heredia está situado en medio del acontecer: cercano al medio siglo se desliza el ineludible proceso de estar más próximo a la certeza de la muerte, que a los imponderables de la vida. Su percepción del mundo, su sentido del fracaso, su aspiración siempre implícita de creer en algo más que en el mísero disfraz de las relaciones humanas, ahora tiene un norte. Y ese norte lo asume impelido por esas variables fortuitas que constituyen su cotidianeidad. Heredia no puede trazar sus investigaciones como un arquitecto diseña un inmueble: sus pesquisas serán siempre producto de las corazonadas, de las intuiciones fugaces, de los gestos, de las actitudes, de aquello que predetermina el velado impulso de la acción. Por eso, como nunca en esta novela, su vida personal queda al desnudo, o más bien, se entiende por qué su rol de investigador es sólo una proyección de una carencia primaria, de una ausencia de historia individual, de un extravío ancestral. Y quizás, por lo mismo, sus pasos hacia ese reencuentro deban ser, necesariamente, tímidos, recelosos, dubitativos, aún previendo que desentrañar su misterio podrá dotarlo de una perspectiva nueva.
Pretender que la vida ha sido injusta con el personaje puede resultar una apreciación equívoca. Sólo es vida, y como tal, le corresponde asumirla, aceptarla o descifrarla. Si su padre se reconstituye en su memoria, si su investigación paralela lo lleva a desentrañar el insano mundo de los hogares clandestnos de ancianos, aquello es fruto de una necesidad laboral, pero fundamentalmente es una metáfora: su padre yace también postrado en algún sitio similar y su memoria es un acicate que lo obliga a seguir en la investigación -odisea- simultánea con el ineludible propósito de re-conocerlo y re-conocerse. Tal vez, por eso, también sus existencias hayan sido y sean tan semejantes: en ambos se consolidó la soledad como distintivo, y si aquél ignoró la existencia de Heredia y jamás pudiera siquiera reconstituirla, -salvo como un fugaz chasquido de la memoria- al menos el personaje no saldrá indemne de los vaivenes del azar.
El inexorable decurrir del tiempo, los personajes menores -pero no por ello menos importantes- que coadyuvan al entramado de la historia subterránea, contribuyen a forjar un universo personal, auténtico y esclarecedor: Heredia está en el umbral de una existencia donde el amor resurge como necesidad, sea lejanamente filial -a pesar de su proximidad póstuma- sea vital y presente -personificado en el regreso de la amante pródiga.-
¿Veleidades del destino, recreaciones planificadas, ausencias que pretenden llenar los vacíos?
Los seguidores de Ramón Díaz Eterovic podrán entrever en esta historia el arribo de algo nuevo, sugerente, de un eslabón que insinúa otra cadena. Es posible. Es posible que estemos en su advenimiento. Por lo pronto, El Segundo Deseo constituye un hito referencial insoslayable, con páginas de memorable emotividad, en el decurso de un personaje antiguo, paradójicamente rejuvenecido, que se ha ganado un sólido espacio en nuestra literatura.
Julio-2006
Con esa información sumaria Heredia pudo construir una saga como otras similares: un cliente, una investigación, su desarrollo, el desenlace y el misterio redimido. Pero, hay más.
Heredia reconstituye su cosmogonía, mediatizado por un mundo del que siempre se ha sentido ajeno. Apenas un animal envejecido, su gato Simenon, le sigue siendo fiel en la medida de sus fuerzas. Un pueblo perdido -Curepto- en la mediterraneidad próxima a la costa, será el señuelo de un boxeador -su padre- que dejó de golpear a su semejante y así mismo, cuando uno de sus contendores murió en el cuadrilátero. Los golpes, "cabeza erguida, mano izquierda adelante…" las enseñanzas del padre Brown en el orfanato, serán claves que el porfiado destino develará.
La lucha, el antagonismo, la decadencia, la miseria humana son, en esta novela, el anticipo de un reencuentro exclusivo: Heredia se ha reencontrado, cree saber quién es y de dónde procede. No obstante, tal respuesta es apenas un símbolo: así como el personaje desafía al azar con sus candorosas apuestas hípicas, el juego de lo providencial lo trasladará hacia donde quiere, más allá de una voluntad que le resulta un lastre.
Sin embargo, ¿qué hace a este "segundo deseo" diferente de otras novelas del personaje? Podrá argumentarse que las reiteraciones cansan, que un investigador privado sumido en la parodia de un mundo abyecto, donde su desfalleciente marginalidad ha cautivado por años, invariablemente, tiende al desgaste, al cansancio, a la repetición. Es posible. Y son interrogantes legítimas. Aún así, el cuestionamiento natural de querer saber hacia dónde va Heredia puede carecer de sentido si se desliga de lo que el sustrato del personaje siempre nos ha evidenciado: la atmósfera que logra irradiar y que extiende a los seres con los cuales cohabita, se entremezcla o a quienes circunstancialmente accede. La vida común exuda su alma a partir de la propia interioridad de Heredia. Su visión del mundo exterior es fruto de una sensibilidad no común, de su desesperanza, es cierto, pero pocos personajes de la literatura nacional actual logran recrear un sentido globalizador, totalizante, a partir de esa individualidad especial que se mueve en las trastiendas del poder, cualquiera sean sus manifestaciones más burdas.
En "El segundo deseo", Heredia, no sólo desnuda -una vez más- tales pecados capitales inherentes a la condición humana, sino que ahora incursiona de manera notable en una realidad metafísica que lo supera. No es preciso que esa necesidad del ser más íntimo sea un enunciado. Es más: probablemente, como en esos insondables misterios del arte, quizás ni siquiera sea una propuesta racional. Pero, el hecho de que una trama sencilla, en apariencia, logre colegir por vías paralelas el sentido del origen personal, logran conmover las fibras íntimas de un lector que comparte su propia búsqueda particular, aún ignorándola. Vale decir, si por destinos casuales, Heredia es llamado a desentrañar una parte o todo su origen existencial, el lector va descubriendo, de manera diagonal, su propia interrogante. En ese entrecruzamiento de mundos paralelos, que Heredia entrelaza transportado por fuerzas ciegas e inciertas, él se deja llevar como poseído de un raro determinismo: su pasado, su infancia y adolescencia en un orfanato, sus vínculos con la soledad individual como forma de vida tienen un antecedente primario, tan doloroso en su expresión de lucha solitaria como el suyo. Si pudiera pensarse que hasta los genes transmite o heredan la soledad, podría extrapolarse la vida de Buenaventura Dantés -su progenitor perdido y real- como un anticipo ineludible de la propia vida de Heredia. Si, Mercedes, su madre, entrega casi como un testamento póstumo su segundo deseo, de alguna manera ha querido presagiar el futuro de su hijo con un atisbo de esperanza, que aunque tardía, le devuelva el sinsentido que pareciera traslucir siempre en su devenir de trastienda.
Heredia está situado en medio del acontecer: cercano al medio siglo se desliza el ineludible proceso de estar más próximo a la certeza de la muerte, que a los imponderables de la vida. Su percepción del mundo, su sentido del fracaso, su aspiración siempre implícita de creer en algo más que en el mísero disfraz de las relaciones humanas, ahora tiene un norte. Y ese norte lo asume impelido por esas variables fortuitas que constituyen su cotidianeidad. Heredia no puede trazar sus investigaciones como un arquitecto diseña un inmueble: sus pesquisas serán siempre producto de las corazonadas, de las intuiciones fugaces, de los gestos, de las actitudes, de aquello que predetermina el velado impulso de la acción. Por eso, como nunca en esta novela, su vida personal queda al desnudo, o más bien, se entiende por qué su rol de investigador es sólo una proyección de una carencia primaria, de una ausencia de historia individual, de un extravío ancestral. Y quizás, por lo mismo, sus pasos hacia ese reencuentro deban ser, necesariamente, tímidos, recelosos, dubitativos, aún previendo que desentrañar su misterio podrá dotarlo de una perspectiva nueva.
Pretender que la vida ha sido injusta con el personaje puede resultar una apreciación equívoca. Sólo es vida, y como tal, le corresponde asumirla, aceptarla o descifrarla. Si su padre se reconstituye en su memoria, si su investigación paralela lo lleva a desentrañar el insano mundo de los hogares clandestnos de ancianos, aquello es fruto de una necesidad laboral, pero fundamentalmente es una metáfora: su padre yace también postrado en algún sitio similar y su memoria es un acicate que lo obliga a seguir en la investigación -odisea- simultánea con el ineludible propósito de re-conocerlo y re-conocerse. Tal vez, por eso, también sus existencias hayan sido y sean tan semejantes: en ambos se consolidó la soledad como distintivo, y si aquél ignoró la existencia de Heredia y jamás pudiera siquiera reconstituirla, -salvo como un fugaz chasquido de la memoria- al menos el personaje no saldrá indemne de los vaivenes del azar.
El inexorable decurrir del tiempo, los personajes menores -pero no por ello menos importantes- que coadyuvan al entramado de la historia subterránea, contribuyen a forjar un universo personal, auténtico y esclarecedor: Heredia está en el umbral de una existencia donde el amor resurge como necesidad, sea lejanamente filial -a pesar de su proximidad póstuma- sea vital y presente -personificado en el regreso de la amante pródiga.-
¿Veleidades del destino, recreaciones planificadas, ausencias que pretenden llenar los vacíos?
Los seguidores de Ramón Díaz Eterovic podrán entrever en esta historia el arribo de algo nuevo, sugerente, de un eslabón que insinúa otra cadena. Es posible. Es posible que estemos en su advenimiento. Por lo pronto, El Segundo Deseo constituye un hito referencial insoslayable, con páginas de memorable emotividad, en el decurso de un personaje antiguo, paradójicamente rejuvenecido, que se ha ganado un sólido espacio en nuestra literatura.
Julio-2006
comentarios:
23:09
Son muy mandones uds. para dar las instrucciones a quien se atreve a mandar un comentario...eso sentí...¿porqué no mas amorosos pa decir lo mismo?
El diseño de Inmaculada Decepción me encanta y el comentario que comento también.
No he leído a Díaz Eterovic, sí a Mihovilovich y como dice lo que dice hace que me den ganas de leer la novela...Pelusa.
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