Miguel Mazzeo
Se trata de Miguel Mazzeo. El mejor amigo que tuve en Buenos Aires. Mi hermano. En Argentina, y debe ser el único país del mundo; la Amistad es casi tan importante como el Amor. En la época en que yo viví allí, había más de 400 bares que se llamaban La Amistad. Los amigos de aquel tiempo circulaban por las calles del brazo. Se saludaban con un beso en la mejilla. Se decían Te Quiero. El contá conmigo era moneda corriente. Todo el mundo te podía fallar, menos un amigo. Eso lo aprendí allá, en Buenos Aires. Miguel además de amigo es un ser admirable. ¿De qué otra forma podemos ser amigo de alguien sin admirarlo? Sabía tanto de Kant como de preparar una pizza a la napolitana. De Mariátegui tanto como de fútbol. De Simón Rodríguez como de preparar un biberón a sus hijos. Escuchaba tanto a Rachmaninov como a la Mona Jiménez. Era nuestro comandante. Era el mejor de nosotros. Una vez nos tocó trabajar juntos en un periódico. Entré en problemas con el director y tuve que retirarme. Tres minutos después Miguel renunció. Vino hacía mí y me dijo: Hugo, ahora es la nuestra, te invito a Mar del Plata con todos los gastos pagos. Nos fuimos una semana a la costa atlántica. Todo pagado por Miguel. Por mi amigo, por mi hermano. Aún hoy cuando recuerdo aquello se me nubla la vista. Nunca más me ocurrió algo semejante. Por eso es difícil escribir sobre Miguel Mazzeo. Escribir de él sin que se me piante un lagrimón. Te quiero Miguel.
Primera parte: reflexiones insomnes tras la lectura de El sueño de una cosa (introducción al poder popular)
y tras largas horas de charla cotidiana con su autor, Miguel MazzeoPrimera parte: reflexiones insomnes tras la lectura de El sueño de una cosa (introducción al poder popular)
Por: Sebastián Rodríguez
Quizás sea interesante aclarar dos puntos fundamentales sobre este ensayo. El primero es una aclaración en cuanto a las formas y formalismos. No hay otra manera de plasmar este costado al cual intento acercarme, que no sea a través de un lenguaje coloquial, llano y sin vericuetos protocolares, que últimamente, pienso, sólo persigue la finalidad de delimitar un campo de específica injerencia profesional. En este sentido, y como resultará obvio, este escrito está fundamentalmente pensado (y no solamente realizado) en primera persona. Algo sin duda inusual para el medio académico en general, pero que involucra la evidencia de un elemento que suele estar ausente en la mayoría de los trabajos ascépticos que se ponderan en el campo intelectual como modelos del correcto escribir. Es, claro, la arista relacionada con la cuestión subjetiva, sensitiva si se quiere, vivencial, del autor.
Para ser más claro, este texto, más que hablar de, o comentar un libro, tiene que ver con lo que la lectura de ese libro generó y continúa generando en quien esto escribe. Además de lo que propone el libro en sí, la lectura de la obra de Miguel Mazzeo despierta o despabila, más bien cada vez más la necesidad de reflexionar sobre ciertos formalismos, ciertas restricciones del campo académico y ciertas lógicas de pertenencia y exclusión de los círculos consagratorios en el nivel profesional. Este texto habla entonces de Miguel, de lo que implica empaparse de la obra de Miguel, y también, aunque menos, del último trabajo de Miguel.
Algún agudo inquisidor se preguntará, quizás, qué interés tiene esto, cuando lo que usualmente se busca en un comentario crítico, reseña, o como se llame, es la referencia al texto en cuestión, más que las opiniones personales del reseñador, tanto sobre el libro como sobre otros temas no tan directamente vinculados y que se desprenden tangencialmente. Esto, obedece a una serie de cuestiones que podría resumir de la siguiente manera:
Número uno: no hay mucho más que decir para sintetizar el trabajo de Miguel, que lo que el propio Miguel afirma en las primeras páginas de El sueño de una cosa. Ni que hablar de la inmejorable síntesis de argumentos y contextos que presenta el prólogo de Sergio Nicanoff. Allí se condensa, en pocas líneas, el hilo de la trama, el trasfondo y el posicionamiento político, como también la cocina de los pensamientos vertidos en el libro. Cualquier agregado no solo sería redundante sino, peor aún, implicaría bastardear lo que otros han hecho ya de manera inmejorable.
Número dos: en la misa línea de justificación, extraer la escencia de los pensamientos de Miguel para intentar desplegar alguna reflexión derivada, más o menos inteligente daría como resultado probable un comentario deslucido frente a lo vertido en el epílogo del El sueño...de manera impecable por Rubén Dri. Realmente sería de una actitud inadecuada intentar rizar el rizo y poco procedente querer pecar de originalidad ante una reflexión que se destaca por su exactitud, claridad y contundencia.
Número tres: en el afán de no reiterarme a mi mismo, tampoco me interesa aquí entreverarme con los argumentos de Miguel, ni mucho menos señalar desacuerdos teóricos o del cariz que fuere. Primero porque ya fue esa la forma que tomó un comentario que hice para Periferias sobre un trabajo anterior de Mazzeo (¿Qué no hacer?, publicado por Antropofagia en 2005). En aquélla oportunidad, cometí la imprudencia de desoír la propuesta del autor del libro, para internarme en un debate infructuoso, bizantino, y que contribuía a diluir el verdadero objeto al que apuntaba Miguel. Huelga aclarar que poco importaron y menos aportaron mis críticas teóricas a un texto eminentemente sustentado en la praxis militante. Pero en segundo lugar, aunque esto es algo que debería figurar como la premisa básica de este escrito, antes que nada, Miguel es un amigo y por si no bastara alguien de quien yo aprendo permanentemente. Y si de algo estoy convencido últimamente, es que a los amigos no se los critica por el solo hecho de cumplir con la formalidad pseudo intelectualoide, de que todo comentario debe ser, si pretende guardar un dejo de objetividad, medianamente crítico. Pareciera ser que la fórmula de hablar bien del libro de un amigo debiera ir rodeado de ese cierto aire de crítica constructiva para que el comentario sea tomado en cuenta.
En este sentido, más allá de haber cumplido ese requisito sin demasiado sentido en mi comentario sobre ¿Qué no hacer?, no encuentro muchos otros señalamientos que hacer ya frente a la obra de Miguel, mucho menos aún de su último trabajo. Por lo tanto, este ensayo sólo intenta reflejar lo que El sueño de una cosame ha dejado a mi, y lo que creo que tiene para obsequiar a quien esté dispuesto a empaparse del sentido profundo de todas sus palabras.
El segundo punto aclaratorio de los dos que mencioné al principio, se refiere a la definición del género de estas líneas definición que cobra importancia cuando la misma se desprende de reflexiones disparadas por El sueño de una cosay sobre esto conviene ser categórico: esto no es una reseña de un libro. Aún cuando las líneas que siguen intentan conversar con el lector sobre la base del último trabajo de Miguel Mazzeo, esto, recalco, no es una reseña.
Básicamente porque el modelo reseña parte no siempre, pero usualmente de dos posibles escenarios: el primero puede ser que quien lee la reseña lo hace justamente porque no ha leído el libro, y se acerca primero a ésta para no tener que hacerlo. En este sentido, las reseñas son muchas veces un gran logro del campo profesional que tiene como finalidad última ahorrar el valioso tiempo de los intelectuales consagrados. De hecho, el formato estipulado para una reseña es que esta debe dar cuenta de la estructura del libro (cantidad de apartados, capítulos, paratextos en general, editorial, etc.) y de las líneas argumentales principales. Además, debe señalar si el libro cumple con lo que promete, y si es sólido a la hora de probar lo que afirma. Por último, puede también incluir alguna opinión personal del reseñador, si es que su estatura académica así lo amerita, haciendo que no solo sea interesante para el lector (de la reseña, claro) saber si vale el esfuerzo aproximarse a los argumentos del libro en cuestión, sino también ilustrar sobre quées lo que opina tal o cual intelectual de renombre sobre ese libro y esos temas. Ese intelectual, eventualmente, sentenciará sobre lo fructuoso o no de abordar el libro, haciendo un balance del costo del tiempo invertido en la lectura en relación con el beneficio obtenido luego de ella. Si el libro lo amerita, se nos invitará con énfasis a leerlo, si no, seremos exceptuados de realizar la travesía. En síntesis, en esta primera suposición, las reseñas se hacen para que se nos diga si nos conviene o no leer ese libro. No en vano, como me señalara oportunamente un representante con honores del campo intelectual, las reseñas deben ser, ante, todo, eficientes.
En otro escenario posible, las reseñas presuponen que el libro ya ha sido leído por quien lee la reseña, por lo cual esta no deberá dar cuenta de la estructura del libro ni de sus argumentos, sino que irá directamente a entreverarse en algún debate sobre lo que ese libro propone o afirma. Este formato es quizás más interesante, pero por definición, deja de ser una reseña, porque no habla del libro, sino con el libro. Por lo general aunque no siempre es el caso estos debates están teñidos de un fuerte sesgo endogámico y no buscan más que reforzar esa impenetrabilidad de ciertos espacios intelectuales o políticos, refutando argumentos con el fin de acumular para tal o cual causa. En el caso que el debate sea amistoso, difícilmente contribuirá a sumar lectores para el libro original que no entiendan los códigos sobre los que se fundamenta la discusión.
Entonces, ¿qué queda por hacer a la hora de comentar un libro, sin caer en los moldes señalados? Bueno, antes de hablar directamente del libro o con el libro, podemos entonces hablar de Miguel y de lo que este libro y su obra en general guarda en su seno como potencialidad disparadora. Parte de eso es toda esta disquisición sin aparente conexión con El sueño... Si en estas primeras líneas comencé haciendo referencia a cosas no vinculadas directamente, en realidad, algunas de las molestias propias y sensaciones encontradas en relación con el campo profesional, están simbióticamente alimentadas e inspiradas en el ejemplo trazado por la figura intelectual de Mazzeo, y por el trabajo concreto que él ha sabido realizar en su exilio autoimpuesto, pero también infligido como penalización a su constante irreverencia. Si en líneas generales con sus honrosas excepciones, para ser justos la academia tiende hacia esa trabajada nadería que el propio Mazzeo ha sabido definir con ironía imperdonable, y representa muchas veces un verdadero camión de tedio, es porque se las ha arreglado para expulsar de su seno a gente de las más variadas disciplinas, comprometidos con la praxis y con la militancia política y que no persiguen, además, ningún beneficio personal o corporativo. Esto, aún a costa de perder la posibilidad de recibir en sus venerados brazos a gente con la talla intelectual de Miguel.
Un amigo y compañero de discusiones me señaló una vez y con mucha justeza, que en este mundillo cargado de mezquindades que es el campo profesional, existen básicamente tres líneas posibles de acción: la inserción plena, que pasa por recorrer con disciplina y abnegación el cursus honorum preestablecido, nutrir y engrosar el currículum y llenar planillas eficientemente; la segunda vía, la semi marginal, es decir, la de la oposición al campo, pero tolerada y en buena medida alentada por el propio campo; y por último la vía Mazzeo, la que se inspira como él mismo gusta de definirse en el autodidactismo aplicado y consecuente, obsesivo por momentos y que se vuelca en forma torrencial hacia una producción masiva por su cantidad, pero diferenciada, sutil y original cada vez. En este sentido, Miguel persigue a paso firme una utopía que parece esfumarse más y más, y tiene que ver con el rechazo de la mercantilización de las relaciones humanas y de la mercenarización de los espacios de saber, tomando una opción independiente de las camarillas, de las planillas burocráticas, de los subsidios que hipotecan muchas veces la ética y de los caudillismos, todos elementos básicos a la hora de definir el funcionamiento de las instituciones de investigación y educación. La obra de Miguel está impregnada de esta vía independiente, con todas las implicancias que esto tiene. No hacer un posgrado inconducente por el solo hecho de avanzar en el escalafón nobiliario, por ejemplo, y autocondenarse a la tercera vía la vía Mazzeo, que poco tiene que ver alguna reminiscencia populista del término deja de ser, en la trayectoria de este intelectual, una opción. Miguel piensa, escribe y milita en forma casi compulsiva, porque hay detrás de su trabajo una ética que lo impulsa, que tiene que ver con defender la sustancia, en un sentido profundo. Claro, esto tiene su precio y en una profesión donde la producción se mide por la cantidad de casilleros rellenos en las planillas institucionales, donde la producción intelectual no cotiza, y menos aún la coherencia de la unidad entre teoría, pensamiento y praxis, en ese mundo de transacciones mercantiles, el precio se paga con el cuerpo.
Segunda parte (que afirma que las segundas partes a veces son mejores): reflexiones sobre y entre sueños
Nótese que en lo que va de este ensayo, me he referido a la obra de Miguel, y no solamente a su último libro. No se trata, obviamente de un recurso sintáctico, para no repetir palabras. Esto es porque El sueño de una cosa es inescindible de sus escritos anteriores mucho más claramente de ¿Qué no hacer?, pero más aún, de una coherencia que se vislumbra claramente en la cotidianeidad política e intelectual de este prolífico escritor. Lo que Mazzeo plasma es una línea de pensamiento signada por una particular intensidad, fruto de desvelos, obsesiones y preocupaciones de notoria profundidad. Definir una obra tiene que ver con que la misma es resultado de esa rareza de la intelectualidad contemporánea, que señala una comunión entre pensamiento y praxis, donde la dialéctica entre la cabeza del escritor, la pluma y la acción militante cobra verdadero sentido. Digo rareza porque parece ser que se trata de una especie en extinción, que uno fácilmente reconocería en nombres de otra generación llámense Osvaldo Bayer, o el mismo Rubén Dri pero que no tienen demasiadas piezas de recambio en la intelectualidad de mediana edad. Es también allí donde la figura de Mazzeo cobra un valor inusual para los tiempos que corren.
En El sueño..., Miguel continúa, sí, sus trabajos anteriores, pero con la calidad y la originalidad intacta. No se repite, profundiza, debate sus propios argumentos y los pone a prueba paseando de manera novedosa por tópicos trazados de antemano. Es propiamente la cualidad de una obra, el hecho de mantener una coherencia propia, de hacernos sentir que ya sabemos de qué nos hablará antes de leerlo, pero al mismo tiempo que nos hace sentir confiados de la sorpresa que llega con la novedad de sus argumentos y con los lugares que recorre.
Nuevamente el eje de su disputa es para con la izquierda ortodoxa, momificada en viejos manuales de dudosa aplicación, y también con la izquierda de más reciente aparición, que partiendo de la misma crítica a los partidos tradicionalesencuentra en la vía del autonomismo fundamentalista la vía de escape de la sociedad capitalista. Miguel recupera estos debates ya planteados, contesta a interpretaciones descontextualizadas y tendenciosas sobre ¿Qué no hacer? y lleva sus argumentos a nuevos límites postulando la necesidad de una nueva-nueva izquierda, o mejor dicho, una izquierda por venir. Una izquierda que no ilumine desde la externalidad de la clase a quien interpela, que sepa evadir la reconstitución del poder burgués de cuño populista y que no contribuya a la desorganización de las masas.
Un paso más allá de su libro anterior, Mazzeo comienza a trazar una agenda de tareas por hacer, donde el problema del poder ocupa un lugar de ineludible centralidad. La vía de resolución pasa entonces por pensarlo como una instancia de poder superadora, y no opresora, que se afirma en la necesidad de la construcción del poder popular, donde la base de la construcción de ese poder incluye a la clase obrera, pero engloba a un sujeto social más amplio, liberándolo de fines y trayectorias prefiguradas teleológicamente de antemano.
En este camino, Miguel va de lo general a lo particular, y se detiene a reflexionar sobre la dialéctica sujeto-objeto, la contradicción inmanente entre lo particular y lo universal que encarnada en la díada amo-esclavo le sirve como punto de partida para afirmar que la única vía posible de transformación y superación a modo de síntesis, es la que salda la hasta ahora encerrona del poder como medio para un fin. El poder como medio sin fin. Como lo llama el mismo Mazzeo, ni poder sin amor, ni amor sin poder.
Mucho más asertivo que en trabajo anterior, Mazzeo arriesga aquí una serie de premisas que dan cuenta del crecimiento y la repregunta permanente sobre estos temas. Además, y haciendo gala de su ya conocida erudición libresca e histórica, Miguel piensa distintas realidades desde el prisma del poder popular y se sumerge en el caso chileno de los setenta, que aparece como el laboratorio donde se someten a prueba muchos de los argumentos vertidos en el trabajo, y de donde se extraen conclusiones de aplicabilidad a nuestra realidad actual.
La Teología de la Liberación tiene también mucho que hacer y qué decir en este camino de la construcción del poder popular. La influencia indiscutible de este movimiento obliga al autor a la consideración de sus argumentos a la luz de la experiencia histórica trazada en los pueblos de nuestra América por la decodificación del mensaje cristiano tan particular por parte de este sector de la Iglesia tercermundista. El aporte y la imposibilidad de ignorar la influencia que ha tenido y tienen sus postulados, coloca a Miguel en la necesidad de pensar en los puntos de intersección entre la organización política de las masas y la incidencia de la Teología, con miras a la construcción de movimientos que se planteen la vía de la autoorganización no condenada a la situación insular. La articulación aparece así en la noción de diakonía, que para Miguel es un concepto asimilable a la consigna zapatista que surge como un cimiento para la construcción del poder popular: el mandar obedeciendo.
Pero más allá de los ejes por los que discurre la retórica del autor, quizás uno de los puntos más interesantes del trabajo pasa por su condición de realización. A diferencia de otros escritos anteriores, El sueño de una cosa inaugura un proyecto editorial colectivo y popular que no en vano se denomina justamente así, El colectivo que es punto de llegada y a la vez de inicio de una experiencia compartida de militancia y discusión. Punto de llegada porque surge después de años de lucha en un espacio común entre compañeros que suscriben acuerdos básicos con el autor, pero fundamentalmente punto de partida para proyectar esa discusión hacia espacios más amplios, en la perspectiva de la construcción política y cultural que se plantea en el libro. Primer ejemplar de una serie de trabajos generados en este contexto, El sueño... rechaza furiosamente toda filiación mercadocéntrica y enfatiza la necesidad de que la cultura, el pensamiento y la búsqueda de beneficios marcan una contradicción sin resolución posible. La construcción del poder popular, base, herramienta y fin de la transformación social sólo puede cimentarse sobre la base de una lucha por la hegemonía, y como los mismos colectiveros señalan, se sabe que los libros no cambian el mundo, pero es igual de cierto que hay libros que cambian más que otros.
Es en este sentido que Miguel se constituye en ejemplo como encarnación de esa ética impregnada de lo colectivo, de aquello que él mismo propone en sus trabajos. La búsqueda de la utopía que emprende Miguel tiene entonces un piso de realidad en el terreno de la militancia. Esa utopía que comienza a negarse a sí misma, porque empieza a cobrar forma en un concreto, esa utopía que ya no es un no lugar, esa utopía que es el poder popular, única fuente potencial de transformación y única garantía de la fecundidad de la transición. Si la izquierda por venir debe por fuerza surgir de la construcción de ese poder, ha de surgir entonces de los márgenes del sistema, pero no han de confundirse los márgenes con el aislamiento y la condición de probeta. Como señala Miguel, el horizonte está puesto en la generación de prácticas que concilien internamente la utopía con la realidad actual, donde esas prácticas sean la prefiguración de la sociedad por construir, prácticas que generen en acto una sociedad nueva en pequeña escala, pero con proyección y aspiración hacia la totalidad. No hay determinismos, no hay teleología, pero como señala Mazzeo, hay un mundo que alberga en su seno las condiciones del cambio, un mundo que está preñado de otros mundos.
Si este ensayo no busca ser, entonces, una reseña, sí es claro que quiere ser el reflejo de pensamientos viscerales nutridos por la obra de Miguel. También persigue dos objetivos, modestos, pero fundamentales: el primero es, claro, alentar a la lectura. Pero el segundo tiene que ver con la exhortación a dejarse llevar por los caminos que propone El sueño... y olvidarse por un momento de la lógica individual que el acto de la lectura aparenta entrañar. Esta debe ser, pues, una lectura pensada también desde lo colectivo, porque está concebida desde una instancia colectiva de la cual el autor es una manifestación visible. Quizás la principal implicancia de los argumentos allí vertidos sea entonces la concientización de que el individuo no es más que una abstracción ficticia, producto del espejismo generado por la cultura hegemónica.
Por último, para aquéllos interesados en una lectura que cumpla con una serie de requisitos formales y académicos, estén seguros que no van a encontrarla en este trabajo (aunque paradójicamente, este libro reúne una serie de condiciones en términos de obsesividad y precisión que harían ruborizar de vergüenza a más de un intelectual consagrado por ejemplo, no conozco muchos autores que para escribir un capítulo de un libro relativamente breve, hayan leído a modo de consulta y marco teórico la Fenomenología del Espíritu completa). Pero sí estén seguros que las provocaciones irreverentes que surgen de las páginas del libro los obligará a repensar y reflexionar sobre una serie de estándares y convencionalismos en el nivel político, intelectual, profesional y por qué no, también visceral.
Es probable que como horizonte inmediato, El sueño de una cosa se vea cuando menos demorado en la entrada a ciertos círculos de difusión masiva y erudita. Mucho más aún, sordo por lo general al clamor de las reflexiones que provienen del como señala Miguel mestizaje de arte, filosofía, política y vida, el campo académico y profesional se arrogará con seguridad su derecho de admisión y permanencia para vetar un escrito tan intenso y provocador como el que nos presenta la obra profunda de un intelectual profundo. Pero eso, lejos de ser un obstáculo, será tal vez la confirmación de que el sueño de este soñador está en el camino más fecundo para que sus sueños dejen de serlo.
4 comentarios:
10:13
Hola, necesito información acerca de la Editorial Fiordo Azul, que al parecer es de Puerto Natales.
¿Me puedes ayudar?
Mi mail es: anamarlen@cormupa.cl
Saludos desde Punta Arenas,
Ana Marlen Guerra Encina
13:47
Che!...Miguel Mazzeo es el hombre de mi vida y nunca me lo habìas dicho...Un abrazo.mmm
18:03
Hola! Muy bueno el blog!!
Te pregunto ¿cómo me podría comunicar con Miguel Mazzeo?
Saludos cordiales
Totonet
http://www.cuentosdelapelota.com.ar
19:00
hola!!! me encanta el blog, y tambien miguel mazzeo.
yo lo tuve de profesor y me encanta como explica,tiene algo que te deja hipnotizada, va a mi..
bueno noc :(. pero me encanta, lo adoro, cheu besos. es el mejor
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