Jamón de jabugo y caviar ruso

Jamón de jabugo y caviar ruso


Las vidrieras me hicieron delincuente. Los autos dorados. Los adulterados. Todos ustedes señores de la buena mesa y las buenas maneras. Sus restaurantes. Sus jueces, unos más corruptos que otros. Vuestros legisladores, sus amantes y sus niñeras de aspecto circunspecto. Sus hermosos condominios protegidos amurallados. Vuestras amantes amamantísimas traídas desde lejanos y exóticos países de furia. Usted señor ministro. Que sonríe permanentemente porque su vida y su cargo es eterno. Ustedes que pasan y pasan y se exhiben en las pasarelas rojas, en donde bribones aplauden sus estúpidas frases de pacotilla. Ustedes me hicieron malhechor. Y me exhiben en la televisión. Amarrado, encadenado, apaleado. El reporte dice que me darán veinte años. He matado al jefe de familia. Un empresario textil. De botín no obtuve nada. Joyas de la familia, un plasma, un computador y ropa deportiva de los hijos. El empresario tomó un arma y yo fui más rápido. Eso fue todo. Nada más. Y las vidrieras seguirán por siempre. Los autos dorados seguirán rodando. Los señores visitarán como siempre el mejor restaurante de Santiago de Chile o de Santiago de Compostela. Los legisladores seguirán haciendo leyes para sus primos y hermanos. Sus amantes serán cada día más lindas y voluptuosas. Los ministros seguirán sonriendo por toda la eternidad. Aún con una zanahoria en la boca y un palo de escoba en el culo, seguirán sonriendo. Es evidente que la prensa no dice toda la verdad. El empresario textil murió. Yo nací muerto Y seguiré muerto durante veinte años más.

comentarios:

Anónimo dijo...
09:36
 

¡Ay! Maneco, los fantasmas me tienen de apariciones. Son tan inesperados que no me dejan ni un cachito de ganas de vivir. No me atrevo a decir que no tienen sentido ni que se presentan para atormentarme. Son de una humildad y pureza, que queman.
Mi vida delictiva fue generosa y, digamos, en San Francisco me hice adicto a las fetas de salmón ahumado canadiense (no existía en el mundo jamón crudo que se acercara a su gusto)e hice desastres en los almácenes adonde los vendían. Expropié las delicias más costosas de todos los países que visité y debó reconocer que en eso, Estados Unidos fue una panacea. Lógicamente, para zafar de estas contínuas situaciones, alguna vez llegué al crimen y quité vidas "inocentes". Pero, Maneco, mis fantasmas no son aquellos muertos. Mis muertos personales se transformaron en flores, sagrados aromas que perfumaron mi vida. Los fantasmas que me acontecen provienen siempre del pasado, pero tienen que ver con el amor y la amistad. Y su característica es que no tienen piedad, son. Son peor que una telenovela latinoamericana.
Maneco, aún vivo y nunca comí "jamón de jabugo" ni lo comeré durante este cuarto de hora mediante.
El bueno de Dalmiro Sáenz recomendaba a los jóvenes asesinos, vestirse de mujeres para salir a trabajar.