Los números no cuentan
Qué difícil es hacer una antología personal y dejar bajo el paseo creaturas tan queridas como las seleccionadas. Sin embargo, desde fuera de ese conflicto, celebramos el producto final como una nueva obra en la que encontramos personajes que nos da gusto ver de nuevo. En época de olimpíadas es pertinente recordar a Ruperto, el atleta perfecto...memorable por su imperfección. Fuerte y débil, tratado con admiración y desdén, portador de sueños y derrotas ajenas. Me refiero al entrañable personaje del cuento escogido para iniciar este libro antológico. "Nosotros tuvimos la culpa, Ruperto" es representativo del estado de alma en que escribe Juan Mihovilovich.
Observador distante y meditabundo, en sus relatos transmite conmiseración por sus personajes entumidos, con una mirada cálida que les da el abrigo que claman desde el desamparo. En estas páginas circulan sobrevivientes de los congelamientos reales y metafóricos. Personas y animales; personas que a veces parecen animales; y animales que parecen personas, en páginas que rechazan desde una escritura que funde la ética y la estética- la brutalidad innecesaria y que asume la "cojera moral" que todos podemos tener.
Como evitando el asombro, con toda naturalidad como si lloviera, como si nevara- la narrativa de Juan Mihovilovich nos introduce en atmósferas de locura y precariedad humana, ofreciéndonos escenas que rozan los esperpéntico, como aquella en que llega al mundo Ruperto. Permítanme citar ese párrafo, como si fuera un cuento independiente:
"Algo raro hubo en su nacimiento, toda vez que un gallo casi desplumado y enflaquecido hasta los huesos daba las cuatro de la mañana cuando su madre sintió algo suave y blandengue escurriéndosele por entre las piernas al ir a orinar al pozo del patio. Ruperto, picoteado por las aves y arrastrado del cordón umbilical más de treinta metros sin que su madre notara ese trayecto, logró al fin emitir algo semejante a un llanto humano y graznido de gaviota. Solo entonces ella miró incrédula cómo ese feto de seis meses y medio hacía ademanes de defensa ante las gallinas que lo escrutaban indecisas entre cada picotazo".
El mundo humano y deshumanizado que surge de estas páginas es como un bestiario donde las personas se pueden mimetizar con un gato o un perro o una planta, cuando el olor de la muerte está en el aire y hay lugares donde el silencio duele y los espacios de la rutina nos visten de anonimato. El hombre extraño, el pordiosero, el loquito, el espantapájaros, el preso, el internado, el viejo abandonado, el solitario acechado por las sombras, el que responde a un número más que a su nombre verdadero; esas personas diferentes que provocan susto y cuya cercanía incomoda a los normales es el protagonista que se potencia en un colectivo al revisar el conjunto del libro. La marginalidad como la procesión- va por dentro. Hay una coherencia en este libro que representa bien la mirada de Juan Mihovilovich. Se potencian los cuentos individuales, configurando una sola obra que responde a una voz distintiva que enorgullece a nuestra generación.
También, celebro la poeticidad en la paradoja del título:" los números no cuentan", construido con ese humor socarrón de Mihovilovic que late levemente en todos su relatos. Obviamente nuestro narrador confía más en la palabra que en los números; más en el nombre que en el código de barras; más en la persona que en la serialización deshumanizada.
Y qué privilegio contar con Juan Mihovilovichy sus palabras que cuentan y sus cuentos. Contamos con todo ello y con esa mirada silenciosa. Se nota que este escritor como algunos de sus personajes que miran por el ojo de las cerraduras- se entretiene observando y observándose, un escritor que, además, se conoce el nombre de los pájaros y que "después de contar los jilgueros", canta.
Observador distante y meditabundo, en sus relatos transmite conmiseración por sus personajes entumidos, con una mirada cálida que les da el abrigo que claman desde el desamparo. En estas páginas circulan sobrevivientes de los congelamientos reales y metafóricos. Personas y animales; personas que a veces parecen animales; y animales que parecen personas, en páginas que rechazan desde una escritura que funde la ética y la estética- la brutalidad innecesaria y que asume la "cojera moral" que todos podemos tener.
Como evitando el asombro, con toda naturalidad como si lloviera, como si nevara- la narrativa de Juan Mihovilovich nos introduce en atmósferas de locura y precariedad humana, ofreciéndonos escenas que rozan los esperpéntico, como aquella en que llega al mundo Ruperto. Permítanme citar ese párrafo, como si fuera un cuento independiente:
"Algo raro hubo en su nacimiento, toda vez que un gallo casi desplumado y enflaquecido hasta los huesos daba las cuatro de la mañana cuando su madre sintió algo suave y blandengue escurriéndosele por entre las piernas al ir a orinar al pozo del patio. Ruperto, picoteado por las aves y arrastrado del cordón umbilical más de treinta metros sin que su madre notara ese trayecto, logró al fin emitir algo semejante a un llanto humano y graznido de gaviota. Solo entonces ella miró incrédula cómo ese feto de seis meses y medio hacía ademanes de defensa ante las gallinas que lo escrutaban indecisas entre cada picotazo".
El mundo humano y deshumanizado que surge de estas páginas es como un bestiario donde las personas se pueden mimetizar con un gato o un perro o una planta, cuando el olor de la muerte está en el aire y hay lugares donde el silencio duele y los espacios de la rutina nos visten de anonimato. El hombre extraño, el pordiosero, el loquito, el espantapájaros, el preso, el internado, el viejo abandonado, el solitario acechado por las sombras, el que responde a un número más que a su nombre verdadero; esas personas diferentes que provocan susto y cuya cercanía incomoda a los normales es el protagonista que se potencia en un colectivo al revisar el conjunto del libro. La marginalidad como la procesión- va por dentro. Hay una coherencia en este libro que representa bien la mirada de Juan Mihovilovich. Se potencian los cuentos individuales, configurando una sola obra que responde a una voz distintiva que enorgullece a nuestra generación.
También, celebro la poeticidad en la paradoja del título:" los números no cuentan", construido con ese humor socarrón de Mihovilovic que late levemente en todos su relatos. Obviamente nuestro narrador confía más en la palabra que en los números; más en el nombre que en el código de barras; más en la persona que en la serialización deshumanizada.
Y qué privilegio contar con Juan Mihovilovichy sus palabras que cuentan y sus cuentos. Contamos con todo ello y con esa mirada silenciosa. Se nota que este escritor como algunos de sus personajes que miran por el ojo de las cerraduras- se entretiene observando y observándose, un escritor que, además, se conoce el nombre de los pájaros y que "después de contar los jilgueros", canta.
Jorge Montealegre Iturra.
agosto 2008.
Cuentos escogidos de Juan Mihovilovich. 241 páginas. Mosquito Comunicaciones 2008.
3 comentarios:
13:11
es dificil encontrar en librerias de punta arenas los textos de mihovilovic
salud hugo!
n.
02:04
Tengo algunos de los últimos Poeta n. Te los podría envíar. Aunque eso no sería la solución para mucha gente de Punta Arenas que quisiera leer a Juan. Uno de los muy buenos escritores que tenemos y además, por si fuera poco, una excelente persona. ¡Larga vida a Juan Mihovilovich!
16:00
asi sea estimado hugo, y ojala algun dia sus textos se hicieran accesibles a todos los magallanicos. Un abrazo de aquellos, y otro para yoel, a ver si se anima alguna vez a relatar esa experiencia con el pincel!
n.
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