juan pablo riveros

juan pablo riveros


Cuando comencé a escribir hace ya 25 años, tuve la suerte de encontrar un maestro muy cercano y lejano, Ernesto Sábato. En esos tiempos, nuestro país vivía momentos dramáticos de su historia, y una crisis global que afectaba y aún afecta a la sociedad chilena. Con ingenua e inexplicable lucidez -si pensamos en el escaso dominio del instrumento y del estado del arte y la paciente tarea que tenía por delante- casi con candidez o irresponsabilidad, dirían otros, dejé prácticamente todo de lado para esa tarea.

Pero no vengo aquí a hablar de mí.

Nadie es más importante aquí que la poesía misma. Esa actividad oscura y que muchas veces inspira sospecha y miramos con recelo. Palabra poética que puede causar los mayores estragos que podamos imaginar. Y como todo es susceptible de poesía, hasta los hechos más deleznables, la poesía es la sangre o savia que circula silenciosa y secreta por las arterias individuales y sociales del planeta. Nada escapa a ella. La poesía no está sólo en los grandes libros que han manufacturado nuestros poetas, ella es el aire -enrarecido o limpio- que respiramos. Pero la poesía renueva todo aire contaminado y lo hace otra vez respirable, vivible y vital. Poesía es algo más que la sencilla pero costosa palabra que leemos, es el hálito eterno o la energía que el Creador o Temáukel nos insufla desde el inicio de los tiempos, es la esperanza de que todo puede terminar y de nuevo comenzar, de que todo aún es posible. La poesía es aquello que todos queremos decir pero que sólo, y a veces, algunos logran plasmar en la palabra. La poesía es quién escribió a través de Celan, mientras éste veía ascender hacia el aire los fantasmas cenicientos de sus seres queridos cuando nos dice "cavamos una fosa en los aires, allí no hay estrechez". Poesía es la Jolie Rousse, "la hermosa Pelirroja" o el orden de la aventura o las comarcas inexploradas de Apollinaire. Es aquella que nos hace encaramarnos con asombro a los árboles de la infancia, a los monumentos o a los murallas de las ciudades, aquella que nos hace correr y respirar profundo frente a los grandes cordones cordilleranos o ante las grandes estepas magallánicas o los desiertos del norte. Poesía es aquello que respiramos y bebemos sin saber. Es la estrella que brilla al final de cada Canto del Dante.

Una actividad que lamentablemente es mal comprendida y valorada. Y esto ocurre en el país más poético de América. Por eso he venido a hablar de nuestra poesía que es el bien más preciado que tiene Chile hoy y que, en realidad, posee desde hace más de un siglo. Más preciado que el cobre y sus productos de exportación. Pues sin poesía no se podría producir ni exportar ni generar riqueza material. Y si por un instante asumimos la terminología y la lógica del mercado que rige hoy nuestras vidas, resulta que la poesía es el producto de exportación tradicional por excelencia y, en consecuencia, podría ser el producto más rentable del país. La poesía es el mejor producto cultural de la sociedad chilena en casi todos los tiempos de nuestra historia latinoamericana. Salvo excepciones, casi no hay competidores. Ha demostrado que tiene ventajas comparativas por razones que, en realidad, desconocemos, y quizá, por nuestro natural y ancestral modo de ser tristes, por los sufrimientos que ha padecido nuestro pueblo, leche con la que nos han alimentado nuestras madres.

No lo sé. Pero el hecho es que Chile ha producido a Gabriela Mistral, Huidobro, Neruda, Parra, De Rokha, Gonzalo Rojas, y a un sinnúmero de otros poetas tan prominentes pero en la práctica desconocidos. Porque, además, en nuestro país olvidamos o dejamos de lado, como reclamó tantas veces Gabriela, a poetas tan importantes como Rosamel del Valle, y en narrativa a Juan Emar ayer, y hoy la escritura lúcida y casi anónima de Andrés Gallardo y sus Estructuras Inexorables de Parentesco o los trabajos de Hernán Castellano Girón -tan poco conocido y valorado en nuestro país con su obra magna Calducho- y a la misma Gabriela en su momento o, en fin, de postergar a tantos otros hasta la eternidad. Por ello, mi intención ahora es reivindicar el trabajo silencioso de tantos poetas jóvenes y escritores de nuestro país, a quienes hay que ayudar y apoyar para que avancen en sus proyectos escriturales. Hace pocos días, un importante y promisorio poeta joven de Chiloé, Mario García, profesor en esa isla mitológica, en medio de la lluvia me escribía lamentándose de la falta de apoyo real a las actividades literarias de esa región y, en general, a la literatura.

Así más que de los grandes de la poesía chilena y del continente, vengo a hablar por aquellos que escribieron y que escriben la historia poética de nuestra tierra en todas la ciudades y los campos y desiertos del país en forma anónima y silenciosa y, además, sin pretensión alguna, lejos de toda vitrina, de todo bullicio, de todo esplendor. Hablo por aquellos que escriben la historia de la poesía a pesar de todo y a contrapelo, por aquellos que son mirados de reojo, y que sólo han sido reconocidos luego de muertos y para utilizarlos luego como dato o adorno en el papel moneda. Pienso en Pezoa Véliz, Teófilo Cid, Rosamel del Valle, en la misma Gabriela. Post funeras virtus dice el latín. ¿Qué se hizo la voz árida de la Mistral de los Recados cuando nos susurraba sobre la educación de los niños de Chile? ¿O cuándo nos hablaba de las aves, de la flora y de la fauna de nuestra patria? ¿Dónde está la voz suave y respetuosa y casi de niño grande, de uno de los poetas más inteligentes y cultos que ha pasado por esta tierra, la voz pausada de Teillier? ¿Qué se hizo de la palabra de Rolando Cárdenas y de otros tantos como él? ¿Dónde están los mundos ocultos o los dominios perdidos de Calducho de Castellano Girón?

Todos los poetas pertenecen al país o al imperio de la poesía. Ella, como reina de todo ese imperio, distribuye y dictamina los roles claros u oscuros de los poetas. Hay poetas que están más cercanos al silencio y otros más próximos al bullicio mundano, y toda una infinita gama intermedia. Todos son importantes y respetables. Pero, su majestad la poesía, gobierna también en las diferentes regiones del país. Están los poetas del sur: desde Concepción a Magallanes, los poetas del centro y los poetas del norte. Con sus atributos propios, todo el territorio poético tienen sus grandes cultores anónimos. En este mismo instante y en algún ignoto lugar alguien está escribiendo el poema que luego leeremos o que no leeremos nunca. ¿En cuántos lugares remotos y, muchas veces precarios, en el más extenso y lacerante sentido de la palabra, se está escribiendo el poema o el libro que leeremos el 2010?

De esos lugares subterráneos y aledaños proviene mi trabajo poético. Del territorio de lo anónimo. Del trabajo silencioso y paciente, donde el tiempo de la publicación -y si ésta alguna vez se produce es más una cuestión de azar que una realidad buscada- siempre está lejano Mi trabajo, como el de aquellos que quiero representar, nace de la profunda convicción de que a través de la palabra se puede pintar o despintar un país o construir una leve sonrisa en el rostro duro del hombre. Nuestro trabajo nace de la creencia de que los índices macroeconómicos son sólo una pálida superficie que flota, como un témpano, sobre realidades más profundas y a la que sólo la palabra poética tiene acceso real.

Hay una enorme cantidad de poetas que merecen esta distinción que hoy nos convoca. Conozco a muchos escritores a lo largo de nuestra tierra: Hugo Vera Miranda en Magallanes, Mario García en Chiloé, y a tantos otros en Valdivia, Concepción y Santiago que, de pronto, desesperanzados y frustrados optan por el silencio, por el abandono de la palabra. Y estoy hablando, por cierto, de los orfebres de nuestra lengua, de aquellos que trabajan con paciencia y sin tiempo en la construcción de un verso perdurable.

Es necesario pues que la sociedad chilena y sus políticos sean solidarios con aquellos que piensan a su tierra y a sus gentes con palabras, solidarios con aquellos que saben que la palabra es la morada de algo sagrado, de las concepciones y sentimientos -oscuros o blancos- mas caros de una sociedad, de aquellos que con Heidegger saben que la palabra es la morada del ser, que en la palabra vive lo mejor de nosotros mismos, aún cuando con frecuencia las palabras "no digan nada" y que son difíciles las palabras para las experiencias profundas.

El otro día estuve leyendo algunos poemas de Paul Celan. Si los campos de concentración lo hubieran exterminado nunca habríamos conocido la palabra viva del poeta- palabra en el tiempo diría Machado- sobre esas terribles experiencias que afloran en el poema Fuga de Muerte. Como él, algunos poetas optan por el silencio: es decir, por el suicidio o por el abandono definitivo de la palabra. Así, el río Sena se llevó la poesía de Celan. Y la premura económica y la incomprensión se llevó la poesía del poeta magallánico Rolando Cárdenas y también se llevó la narrativa de Juan Emar y la prosa de unos de nuestros premiados de hoy, Andrés Couve.

Quiero finalizar estas palabras con un escritor desconocido y casi anónimo en su tiempo, pero que soñó anticipadamente la pesadilla del Occidente del siglo XX. Kafka nos recuerda a los poetas en tiempos de penuria que: Lo que debemos tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro.

Un libro que rompa nuestra banquiza interior.

Gracias.

Discurso pronunciado por Juan Pablo Riveros, al recibir el Premio Municipal 2001, en la ciudad de Santiago de Chile.


JUAN PABLO RIVEROS (Punta Arenas, 1954), ingeniero comercial, magister en Estudios Internacionales, doctor en Economía, librero, editor, profesor universitario, es ante todo poeta. Ha publicado Nimia, De la tierra sin fuegos y El libro del frío.


6 comentarios:

La poesía no necesita palabras ni reconocimiento. Es.
El no reconocimiento es una panacea de libertad, de poder marginal, jamás un valor de intercambio.
A Borges le costó -y no pudo- escapar al reconocimiento, perder el deslumbramiento del secreto.
O sea, la obra permanece pero el creador se convierte en un montoncito de mierda (lastímera realidad biológica).
El verdadero arte consiste en escapar al vampírico "reconocimiento" que Bergman retrató en "La hora del lobo".
Zafar es costoso y grandioso, el reconocimiento tiene el valor de un pedo acuoso. Lo peor es cuando el artista cree eso, como le pasó a Federico Klem, a Leopoldo Marechal y a medio mundo: hasta su carozo se volvieron insoportables.

Algo está por ser descubierto.
El fisiólogo Bernard confiaba en que la medicina y la poesía "algún día" iban a usar el mismo lenguaje.

Algo esta por ser descubierto (la tecnología apunta a ello) y es el poder de la palabra y Esto no sucederá mediante el reconocimiento pues el reconocimiento es el enemigo de la palabra.
De todos mis parientes, me quedo con Borges, con su filosa tutela, Borges no solo habló mal de Arlt (me conmueve que lo llamara "malevo mal educado"), también lo hizo con Macedonio, Xul Solar y montones. De ninguno habló bien, salvo en los "prólogos". Borges era de defenestrar a sus conocidos "reconocidos".

El asunto es largo... Yo que se... Se que por los trópicos conocí poetas "desconocidos" a quienes luego de la lectura de sus poemas, había que matarlos (una realidad). No por sus poesías, por la radiación de sus almas mierdentas ansiosas de reconocimiento.

Hola Yoel:
En El informe de Brodie. En el prólogo. Para defender su trabajo estilístico, dice Borges: "Recuerdo que a Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y que replicó. Me he criado en Villa Luro, entre gente pobre y malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas".

Lo de hablar mal de medio mundo, de Borges, surge del cuaderno de conversaciones particulares que publicó Bioy antes de morir. A mi Páez (Roberto lo ilustró y anduvo unos días con él) me describió a Borges como "matón intelectual". Dice que le dijo hablando de Girri: "Poeta curioso. Ha medida que uno lo lee, lo olvida".
Creo que Borges fue un gran jodón y antes de cagarse en medio mundo, se cagó en si mismo, y se meaba de risa.
Yo estaba en Méjico cuando Borges llegó allí a participar de un programa de TV sobre literaria latinoamericana, le preguntaron qué pensaba de Méjico y contestó que se trataba de un pueblo irremediablemente "sometido", primero a los conquistadores españoles y "hoy, al hermano pueblo norteamericano". Cito de memoria, seguro no fueron sus palabras exactas, la cuestión que salieron titulares en los periódicos pidiendo la expulsión de Borges de Méjico.
En Buenos Aires a principos de los sesenta, fue a Ciencias Exactas (foco de izquierda) a decir que la guerra de Vietnan la hacían los norteamericanos para salvar al mundo del comunismo. El Chileno estaba con la gente de Malena y subió al estrado para darle con un palo en la cabeza. El Chile me dijo que lo tuvo a su merced, que vió a "un viejito cagado en las patas" y que no pudo tocarlo.
Tipo con pelotas Borges, el Chile no lo desnucó y el maestro siguió escribiendo maravillas.
Borges, aunque tuvo su adaptabilidad y la usó para escribir prólogos geniales, siempre dijo lo que se le ocurrió decir y eso es más genial todavía.
Cuando Borges murió, me ahondó el agujero que me había dejado la muerte del Chileno.

Una vez Borges llegó a Puerto Natales, no recuerdo exactamente el año, pero fue finales de la década del sesenta. Estaba yo con un grupo de amigos en el Bar de Manos Limpias. De repente veo entrar a Borges con una puta llamada La Repollo. Me acerco donde el maestro y le doy un beso con lengua. Tomo a La Repollo y hacemos el amor sobre un escenario. Borges asombrado me dice: “Ché, chilote pelotudo, vení que te rompo el ojete”. Esa fue la primera vez que vi a Borges. Pero no fue la última.

Hugo, pensá cómo me sentí al leer ese concepto de Borges sobre Arlt. Ya tenía entendida la vieja interpretación peyorativa, pero "malevo mal educado", me conmovió realmente.
Desde mi primer lectura de "Los siete locos" me supe la reencarnación de Arlt y viví alimentado por esa fuerza. Que Borges diga que soy un malevo mal educado, lo tomo como viene y lo agradezco. El tiempo y la muerte nos iguala.

El expazyo ex la zombra del tyempo.
Noz belmont.