Carlos de Rokha. 1920-1962
Carlos de Rokha en Punta Arenas, Chile. |
La muerte huye despavorida a través de tus pestañas
Que saben ir de noche en noche
Cuando la eternidad las hará caer
Sobre playas de fuego
Esa eternidad yo he anunciado
A los pastores que saben agradecerme por tus ojos
Me ves pasar tras su búsqueda poseído de un cruel delirio
Más no deseo detener la borrasca
Ni someter el infinito a tu vértigo de silencio
Que sale de ti convertido en caprichos insensatos
De virtud profética
De amor para su pradera de enigmas
Yo creo en los que arrojan su alma al abismo
Y se sientan a esperar la eternidad
Como el canto de un pájaro que arranca nuestros cabellos
En un círculo de crueldad
Doy la vida de Carlos de Rokha a las ondinas
de Fundación de los Sueños (1936-1937)
DON DEL CRIMEN
El mar en dirección opuesta a los espejos
Me ofrecía el espectáculo soberbio
Del número que se levanta
Así contra la mano que lo traza
Por visibilidad
Los ojos se escapaban de su propio arco iris
El césped tomaba desarrollo
Según el surtidor del paraíso
La noche preparaba sus hidras
Creedme
Subían sobre mi corazón hasta sofocarme
Una oreja copulaba con un dedo
La calle devolvía sus pasos al desconocido
De un reloj salía un vestido
Sobre una mujer
Cuyos senos eran los más bellos erizos
A la mirada de los vecinos al zoo
A veces enguantados pasaban
Los espectadores de un crimen confeccionado
En los anales de una ciudad perdida
Más allá de la cima.
PAVANA A LA DURMIENTE
Si pudiera llevar la noche a los lívidos espejos de tus uñas, sé que ya habría nacido el misterio. Si te fuera dado revelármelo, sé que tendría para mí una espléndida dicha. Pero sobre la noche que refleja extraños cisnes en tu cuello y sobre el alba que los borra (como surgiendo de un camafeo delicadamente conservado) estás tú, que eres la abolición del tiempo, porque a tus pies yacen las sombras del abismo, y tu cabeza, coronada de centelleantes resplandores, es la anunciación y el trofeo.
¡El enigma, la realidad! A tu solo paso, adorable jardinera del deseo que siembras toda magia: en su propia levedad se desvanecen y huyen hasta la total extinción.
¿Sientes cómo, en cambio, vuelven los turbadores, los extraviantes perfumes que se agitan en las umbelas del silencio? ¿No son ellos los prometedores de un embriagador e insospechado ocaso, de una inesperada redención? Ellos nos dicen que ha llegado la iniciadora en las ordalías, la que devora cabelleras-pájaros sobre refulgentes fogatas encendidas por los vagabundos.
Te digo que te silencies porque la hija anhelada, la sobrecogedora medianoche baila y se embriaga en nuestros rostros donde sólo palpitaría el crimen y el odio, que es la más total forma del amor.
Cuando tus ojos revelan la ansiada señal sobre ellos se ha replegado el misterio. Si se abren es la aurora boreal, si se cierran es que te han envuelto las emanaciones misteriosas que brotan del loto azul, talismán cegador llameando en tu frente orlada por la inocencia de los corsarios y la danza de un niño sobre la copa de roja espuma que veo alzarse en tus manos.
La graciosa sacerdotisa del ensueño se sonríe en tus labios (apenas entreabiertos para el cántico del seductor ritual que ofrecen) y entre tus dedos, a medida que de ellos cae la dorada arena y apaga las lámparas, tiembla el ramo de lilas aún húmedas que te traje esta mañana del mercado.
¡El enigma, la realidad! A tu solo paso, adorable jardinera del deseo que siembras toda magia: en su propia levedad se desvanecen y huyen hasta la total extinción.
¿Sientes cómo, en cambio, vuelven los turbadores, los extraviantes perfumes que se agitan en las umbelas del silencio? ¿No son ellos los prometedores de un embriagador e insospechado ocaso, de una inesperada redención? Ellos nos dicen que ha llegado la iniciadora en las ordalías, la que devora cabelleras-pájaros sobre refulgentes fogatas encendidas por los vagabundos.
Te digo que te silencies porque la hija anhelada, la sobrecogedora medianoche baila y se embriaga en nuestros rostros donde sólo palpitaría el crimen y el odio, que es la más total forma del amor.
Cuando tus ojos revelan la ansiada señal sobre ellos se ha replegado el misterio. Si se abren es la aurora boreal, si se cierran es que te han envuelto las emanaciones misteriosas que brotan del loto azul, talismán cegador llameando en tu frente orlada por la inocencia de los corsarios y la danza de un niño sobre la copa de roja espuma que veo alzarse en tus manos.
La graciosa sacerdotisa del ensueño se sonríe en tus labios (apenas entreabiertos para el cántico del seductor ritual que ofrecen) y entre tus dedos, a medida que de ellos cae la dorada arena y apaga las lámparas, tiembla el ramo de lilas aún húmedas que te traje esta mañana del mercado.
Enrique Lihn
ELEGIA A CARLOS DE ROKHA
No hubo dolor en el momento justo
de oír sobre tu muerte. Fue como si tú mismo la hubieras anunciado
en uno de esos absurdos llamados telefónicos que solías hacer a tus amigos:
una broma sangrienta.
Y la inocencia que, a esas horas, se volvía irritante, la cigarra de una voz chirriando
en la paja seca del día. No hubo dolor
por sí, Carlos, la inmediata certeza
de que contigo se eclipsaba la noche
sobre el desierto de un día estable y es como si cayera
un poco de ceniza del cielo sobre tierras eriáceas.
Me he llamado a lo real. Pero qué peso insoportable
tendría ahora un guijarro sobre la palma de la mano. Todas, todas estas pobres historias
diurnas no son sino desgarradoras. Aquí, también, esta visión confusa
y demasiado nítida de caras conocidas.
Si la vida no es más que una locura
lo que importan son los sueños y aun el delirio, la mentira piadosa
de las palabras en libertad arrojadas
al millar de los vientos nocturnos,
como en tu poesía: la oscuridad vidente:
palabras como brasas, balbuceos del fuego.
Tenías que morir acaso así, como quien
despierta de sí mismo en un acceso de sangre;
es sorprendente, pero natural,
la poesía ha muerto, entre nosotros, fue un sueño
tú sabes qué difícil de conciliar entre otros:
palabras y, en el fondo
sigue a la exaltación un cansancio profundo.
sólo una rabia negra que tiende a confundirse
con la oscuridad. Así
todo era destrucción para ti a ciertas horas
tan fácil recaer en la locura aullando
por un poco de paz en el exceso del bosque.
"Vuelvo al bosque" -escribiste a tu familia a una edad que tendrías para siempre-
hijo el más pródigo de todos, tan dócil
como Isaac pero irrecuperable.
Abraham fue el victimado y el ángel
de la poesía enzarzado en las alas
mal te pudo salvar del autosacrificio
si el mismo era un temblor de hojas, un grito pánico.
Oveja negra como todas las noches
de una misma soledad de cuarenta y dos años.
No es verdad que extraviaras el camino, sólo cabía girar
sobre tus propios pasos en un desierto espeso.
Ella -la poesía- al menos fue tu sombra.
No iba a encender en el hueco de la mano
temblorosa, a la siga de un ciego blasfemante
ninguna luz que no fuera tempestad.
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