Pablo de Rokha: Carta perdida a Carlos de Rokha
Todo lo lloro en ti, Carlos de Rokha, hijo querido mío: la vida heroica, acumulada, grandiosa y terrible que hiciste, y tu muerte súbita. Traías sobre la frente escrita, con significado trágico, la estrella roja y sola de los predestinados geniales. Y cuando mamabas la leche maternal, ya estabas chupando en el pecho de lirio de la niña divina y maravillosa, sol y mar y flor de la gran poesía de Latinoamérica, el sentido y el destino mortal, la total congoja de la Humanidad irredenta: el sello del genio de Winétt de Rokha, te persiguió, como una gran águila de fuego, desde la cuna a la tumba, pero no te influyó, porque no te influyó nadie, encima del mundo.
Perdóname el haberte dado la vida.
Entre el rumor de panal de abejas del universo de la poesía iluminada y popular de tu madre, toda de oro, y el carro de fuego que arrastra entre las masas humanas, atropellándose, mi estilo, forjaste un lenguaje tuyo y puro, de metales grandes y delgados como cuchillos de sol, único en América, y para lograrlo enfrentaste y desafiaste, como un niño héroe, la locura y el infinito. Pero mi sombra rugiente te hacía daño, te hería, te envenenaba a ti, tan bueno y tan alto como eras, porque los poetas como tú y yo, no únicamente no deberíamos ser hijos de nadie, Carlos de Rokha, hijos de nadie, padres de nadie, abogados del género humano, engendrados por partenogénesis. Esta tan tremenda situación de interdependencia literaria, la comprendías tú, y yo comprendía que tú la comprendías: pero cuando uno de la tiniebla en la literatura, o el amigo desleal te lo planteó, queriendo echar espanto o ceniza de maldición, entre padre e hijo, padre e hijo los abofetearon en todo lo hondo del pantano personal; es que te corría sangre de mártires y héroes por las arterias y tu orgullo era tan grande como tu modestia y como tu grandeza.
Tu propio arte, como un mar furioso, te inundó el corazón, y si te admiré tanto como cuando hoy te admiro, fue porque enorme como tu heroísmo, fue tu sacrificio de toda y cualquiera forma de felicidad a los pies de aquel inmenso monstruo y mito social ardiendo, que es la Belleza, por la decisión irremediable de lanzarte al abismo del estilo en gestación, hasta ver ganada la batalla, por el sentido de llegar hasta el suicidio del destino y el bienestar de las comodidades literarias, para extraer del caos y el desorden de la naturaleza bestial, la vital euritmia de tus cantos de platino y de rubíes incendiados.
Como para todo gran poeta, lo bello fue rigor colosal y oscuro, en tus ocupaciones de artista, y fuiste artista en todos los hechos y los sueños, exactamente como tu madre, de quien trajiste la inmensa imagen grecolatina y el vikingo en los Anabalones y los Sánderson, y el español mundial, alucinado y quemante, con "Dios" adentro, en los Díaz y los Loyola, gentes de fuerte envergadura y místicos de la realidad dramática. Como el hijo mayor de un gran amor, nosotros nos volcamos convulsionados en ti, con todo el dolor, con todo el placer, con todo el horror del amor, del amor por encima de todas las palabras y las leyes humanas, y, con la tremenda problemática de la naturaleza adentro de la naturaleza, nos estrellábamos con la naturaleza y la vida mágica, contigo en los brazos entre peripecias y epopeyas, en condición de artistas pobres, que no quisieron ser pobres artistas, y de creadores de lenguajes, abominables para los abominables y las feroces y tercas bestias negras de las literaturas amarillas. Abriste, pues, entonces, los ojos a la realidad categórica con una inmensa carga de complejos y de sollozos y una gran paloma de humo en la imaginación ardida. Tu madre y yo nacimos con el hermoso y desventurado y grandioso y épico país de Chile bañado de sangre, ensangrentado y crucificado de horrores, por el asesinato de Balmaceda, que aún bramaba en la República traicionada por la oligarquía nacional y el gran capital extranjero; tú, Carlos de Rokha, que te tomaste al abordaje la realidad del mundo a la orilla de "la gran Mar-Océano" de Valparaíso, naciste entre clarines medio a medio del "Año Veinte", pero como a aquellos toros de pellejos rojos que bramaban en el corazón del pueblo los degolló la traición ultramontana y reaccionaria, a tu infancia de creador chileno la presidió "un redoble de tambores enlutados", que, resonando con espanto, venía de las épocas remotísimas, y un sol enarbolado de coronas caídas: un enlutamiento general nos saludó en la cuna y nos va siguiendo, como un perro de hierro tremendo, que aúlla hacia la tumba.
Por eso, amigo del alma, la construcción metafórica de tu lírica tan enardecida era, que era popular en sus contradicciones victoriosas, y es hecha de tierra, con gallos, con pájaros y sepulturas, con trigales y chacarerías en sus vocabularios de finura de florete o de filo de espada de batalla. Y existe aquella fuerza soberbia del átomo en desintegración en tu estilo de selección caballeresca, de caballería popular y escudo de armas de pueblo-pueblo-pueblo, porque, como pueblo, es del pueblo, de donde emergen todas las formas de la energía de la golondrina y del águila, que son equivalentes cruzando los océanos de Continente a Continente, o las altas montañas del mundo, abalanzándose con vuelo épico.
Te quemaste el corazón de gozador goloso de la vida en el oficio irreparable, del poema irreparable, de catástrofe en catástrofe. Ni Mallarmé, ni Rimbaud, ni Baudelaire ni el terrible y genial Isidoro Ducasse, mal nombrado Conde de Lautréamont, te influyen. Son tus predecesores y tus compañeros de jornada, es decir, estás en la linea de ellos y de todos los otros demonios-dioses de lo arcangélico-demoniaco-heroico, en la creación estética, pero tú eras tú, y tu poema es tuyo. Y asi vivías y así creabas. Gozaste de mujeres y vinos y saboreaste las comidas y las bebidas de Chile, como yo mismo y tus antepasados, desbordándote de abundancia y elocuencia pasional, derramándote y suicidándote en cualquier instante, para reconstruirte en la contradicción dialéctica. Por eso aquellos que atribuyeron tu gran bondad natural y el sentido de la hospitalidad chilena a ingenuidades engendradas en lo poético, se engañaban ruidosamente, porque el complejo del resentimiento los fue matando. Había una gran fuerza en tu carácter, ella surgía y rugía de tu vocación irreductible de artista que se realizaba victoriosamente, solo, y saliendo de adentro del pueblo, padre del hombre, de adentro del pueblo para quien escribe, quien escribe responsablemente. Eras y eres una lección de honor y de pasión heroica por lo bello logrado y lo sublime, y tu carácter consistía precisamente en carecer del carácter por el carácter, que es el amparo de los desamparados de su espíritu.
Ahora, e indiscutiblemente, como la sociedad da el contenido y el artista da la forma, y contenido y forma dan la unidad del arte, los grandes artistas son los héroes y son los líderes de la expresión, creadores de lenguaje, expresadores del idioma social de todos los pueblos, del idioma vital de la humanidad, revolucionarios, insurgentes y combatientes, todas las formas del arte expresan la misma materia, -la literatura, la escultura, la arquitectura, la música, la pintura y las artesanías populares- y el pueblo entrega a los héroes y a los líderes artísticos la tarea descomunal de dar idioma y estilo, estilo e idioma, "voz de Dios", a la batalla y a la victoria, a la cual lo conducen los héroes y los líderes políticos. Por todo aquello la gran faena política del creador estético es la gran faena artística. Son inmensamente complejos los pueblos, no sencillos, el hambre que recorre el mundo desde la Biblia, la Grecia antigua y la Mesopotamia, el hambre y la lucha de clases los encadenaron a una técnica estratégica de la personalidad popular épica, que implica todos los modos de la astucia para la guerra social, y la guerra social por la felicidad humana, les engendró su problemática rugiente; andan las masas echando llamas y son muchas las maneras de cantar que poseen, y que unifica la belleza sublimándolas. Lenguaje de imágenes, sí, lenguaje de imágenes en la montaña de las metáforas, que son la realidad estética. Tú sabías esto tan serio y universal, y lo sabías desde que naciste por la intuición poética, que es la sabiduría colosal y subterránea de los hacedores de imágenes, lo sabías porque lo sentías y lo hacías dirigiéndote furiosamente, dirigiéndote con ímpetu de huracán hacia tu destino: dar idioma a tu interpretación dialéctica de la naturaleza; y como te jugabas todo en la empresa maravillosa, te creían desordenado y sin método; por eso, Carlos de Rokha, por eso te estalló el corazón, como me va a estallar a mí, o como debió estallarme, debió estallarme y ser yo el muerto en este instante, y como le estalló a la estupenda y popular-poetisa americana de todos los tiempos y los pueblos que fue tu madre a través de otros modos hondos de la misma tragedia.
Tus crisis épicas hallaron, desde los tiempos heroicos de Winétt, la idolatrada, a toda la familia rodeándote de cariño y de estupor emocionado, y fuiste el eje familiar y el "centro de tormenta" de un núcleo de creadores de lenguaje estético, creadores de lenguaje artístico, por modos diversos, a cuya cabeza patriarcal tu madre y tu padre, yo, padecíamos, arrastrando peñascos desolados, o mordidos de rufianes y de ladrones de la literatura.
Ahora se azota tu memoria contra el resplandor de aurora de oro de la era cósmica que la gran U.R.S.S. y la gran China Popular capitanean, y seguramente se remece tu ataúd, aclamando con espanto a Cuba heroica y líder de líderes, cuya gran victoria definitiva no viviste, porque moriste a la ribera misma del levantamiento general de todos los pueblos, después de haber contribuido con himnos líricos fundamentales, al levantamiento general de todos los pueblos, desde el enorme pueblo de Chile; por lo tanto, tu canto de santo de la poesía es un peñasco en los cimientos reivindicatoríos, sin proponértelo tú siquiera; toda tu obra te coloca en la insurgencia revolucionaria porque la retrata, desde tu ángulo, a la caída de una época para la venida de otra época, la época de la victoria de los explotados y los expoliados sociales.
La existencia la viviste como quisiste, la viviste con la glotonería superior de la imaginación de un Rabelais, y esto te compensa de "El Terror de Existir", que planteó tu madre y yo deploro en "Morfología del Espanto" o, viviste apasionadamente, o acaso, desaforadamente, desde el vértice del instante en que te filiaste revolucionario con el ejemplo "descomunal y soberbio", según las palabras de don "Alonso Quijano, el bueno", y adentro del cual huracanabas las vías públicas del Gran Santiago, con tus hermanos y hermanas, clamando "Bandera Roja" y "Multitud", o estabas encalabozado, recio como reo político, hasta la última vez que llegaste desde todo lo hondo de la noche tronada de aquel septiembre lluvioso y horrendo.
Rodeado de compañeros y amigas muy queridas, que seguramente te amaron admirándote y perdonándote, como es menester ser amado, y que te acompañaron con emoción estremecida hasta la caída en el gran sueño inmóvil de la nada, paladeaste esta contradicción negra y gozosa de ser, en la cual nos hundimos azotándonos: el amor humano, humanamente humano, fue tu ley "divina", y la amistad fue tu ley humana. Te mató, entonces, la superabundancia emocional, no apolínea, furiosamente dionisiaca, y el deslumbramiento inmortal del arte. Se escucha llorar en tu recuerdo un llanto herido de grandeza, esta familia nuestra de los De Rokha, recibió la conmoción, horrorizada, y pasarán largos y muchos años en que estés siempre presente entre nosotros, toda tu obra se va volviendo piedra, tu madre te recibe de muerto a muerto, eterna en la materia maravillosa y criminal, y yo abrazo tu sombra clamante.
Después de haber muerto tu madre épica, Winétt de Rokha, la heroína de las poetisas mundiales, y después de haber muerto tú, al cual llamaban "el Rimbaud chileno" viví en París, en Moscú, en Pekín, en toda la inmensa gran República Popular china, Carlos de Rokha, y me acordé de ustedes desde los atardeceres tremendos a los amaneceres tremendos y el día clásico.
Ahora, tú sabias que nosotros, los viejos andados, golpeados, licoreados por el destino social de los héroes, no nos arrepentimos de nuestros errores, nos arrepentimos de nuestras virtudes, no de lo que hicimos y pudimos hacer, sino de lo que no hicimos y pudimos hacer y debimos porque quisimos hacer, y como yo aludo a mujeres y vinos, que tu madre me perdone, grandiosa, el enorme y gran afán colosal de las capitanías en todas las formas de todas las cosas viriles; por eso escribo estos renglones postumos, entre postumos; escucha, en la tumba, entonces, no la emoción de París, la conmoción de París, la conmoción de Moscú, la conmoción de Pekín, que tu padre, tu anciano padre, enfurecido contra la vida caída, te transmite de las tres ciudades tentaculares, que tanto hubieras tú amado en el recuerdo inmortal de Winétt, la gran amiga mía.
Adiós, Carlos de Rokha, hasta la hora en que no nos volvamos a encontrar jamás, en todos los siglos de los siglos, aunque sean vecinos de vestiglos, los átomos desesperados que nos hicieron hombres.
Santiago de Chile, Junio - Julio de 1965
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