Antonio Cisneros: Oraciones de un señor arrepentido

Antonio Cisneros: Oraciones de un señor arrepentido


NOTA. Durante el virreinato, cuando los grandes señores llegaban a la vejez, hartos de fechorías -o imposibilitados para ellas por sus huesos- dedicábanse a escribir poesía religiosa. Muchos trasnocharon acomodando versos, hasta coger enfermedades terribles. Así, la muerte los sorprendía en plena charla con Dios.

CUANDO EL DIABLO ME RONDABA ANUNCIANDO TUS RIGORES

Señor, oxida mis tenedores
y medallas, pica estas muelas,
enloquece a mi peluquero,
los sirvientes
en su cama de palo sean muertos,
pero líbrame del diablo. Con su olor
a cañazo y los pelos embarrados,
se acerca hasta mi casa.
Lo he sorprendido
tumbado entre macetas de geranio,
desnudo y arrugado.
Estoy un poco gordo, Señor,
espero tus rigores, más no tantos.
He envejecido en batallas,
los ídolos han muerto.
Ahora, espanta al diablo,
lava estos geranios y mi corazón,
hágase la paz, amén.

CUANDO LIBRADO DEL DEMONIO, COMULGUE DE MANOS DEL OBISPO

Señor, siento tu sangre
embravecer mis venas,
lecho de hojas tu carne
me conforta, es más dulce este amor
de los rigores,
que ropajes ociosos
y tabernas.
Fiero, me has colmado
de favores,
más mi reciente piedad
está quejosa
del obispo. Señor,
tu santo cuerpo en sus manos
-las mismas que secuestran
candelabros
y los cambian por vino-
se hace añicos.
Manos viajeras
entre confesionarios
sobre el cuerpo
de viudas
o muchachos.
Raja sus dedos, Señor,
con sal lava sus ojos,
que las ratas
mastiquen sus anillos,
su mitra colorada,
y haz un cerco, Señor,
con tus guerreros,
porque el diablo
no escape de su alma.

CUANDO MURIO EL OBISPO, QUE EN VERDAD ERA DE TU CALAÑA

Señor, ha muerto
tu cómplice el obispo.
Algunas viejas lloran
en medio de campanas enterradas
y guardan regocijado luto
sus deudores.
Señor, era en verdad
tu amigo,
y junto al mostrador
de tablas, te preocupaban
sus negocios.
En otros tiempos
hinchste tus baúles
con la granja de Abel.
También sospecho que, a sabiendas,
a Jesús lo mandaste
al matadero.

A CRISTO EN EL MATADERO

Cuando hablaste
del amor y repartías
la paz y los pescados,
se acercaban
para amarte, Señor
amable y sabio.
Un buen día, aburridos
de milagros,
hartos de caminatas,
decidieron
cambiar tu cabellera
y tus sandalias
por unos cuantos reales.
Lleno de clavos
tu cuerpo fue enterrado
junto al vientre
de las ratas. Tus palabras
se hicieron estropajos,
tambores pellejudos
que anuncian
negocios y matanzas.

comentarios:

Anónimo dijo...
19:25
 

Grande es el poeta Cisneros. Leedlo y releedlo.