Isabel Allende: Sobre la importancia de la cama

Isabel Allende: Sobre la importancia de la cama





El mejor modo de evitar que su troglodita desee a otras mujeres, es agotarlo física y emocionalmente hasta el punto de que la sola vista de una falda lo estremezca de horror.
Para eso se inventó la cama. Y también para dormir.
De todo lo que se puede -y debe- hacer en una cama, ya se han escrito muchos metros de libros y se seguirán escribiendo, puesto que para eso produce Estados Unidos varias decenas de candorosos sexólogos al año. Nosotros nos limitaremos a hacer algunas consideraciones sobre este importantísimo mueble.
La cama es un rectángulo sostenido por cuatro patas, que cruje, ocupa mucho espacio y sirve para que duerma el perro. En el hueco que sobra duermen las personas. Al tomar la decisión de vivir juntos, normalmente un hombre y una mujer discuten sobre las alternativas de camas gemelas y cama matrimonial. Hay algunos que llegan a pensar en la posibilidad de dormitorios separados, pero éste es un riesgo que ninguna mujer puede correr.
Conviene declarar enfáticamente, para que no quepa dudas al respecto, que la única manera en que una institución tan antinatural como el matrimonio monógamo sobreviva durante muchos años, es que las víctimas duerman en una sola cama. ¡Y en lo posible bien estrecha! Es la única forma de que el hombre no se escape en la noche, de hacer las paces después de una pelea y de lavar menos sábanas. Teniendo estos altruistas puntos de vista en la mente, será más fácil soportar los inconvenientes de compartir lecho. Esos inconvenientes son muchos.
De partida, los hombres, por ser más peludos, son acalorados, así es que tienden a patear las frazadas fuera de la cama y de paso patear a la mujer. Además, como son más grandes, duermen atravesados en diagonal y con los brazos abiertos en cruz, lo cual le deja a ella un espacio insignificante donde enrollarse en posición fetal. Si ella no toma las medidas adecuadas, el hombre tan pronto pone la cabeza en la almohada se queda dormido como un sátiro extenuado, con estrepitosos ronquidos, como los de un motor de barco ballenero. A veces se da el lujo de tener pesadillas, insomnio o de ser sonámbulo. Con eso las probabilidades de que su compañero pegue los ojos se reducen a cero.
Hay muchos otros inconvenientes de la cama matrimonial que no hay ninguna necesidad de detallar aquí, porque si los ponemos a un lado de la balanza y al otro ponemos el simple placer de dormir acompañada... ¡no hay dudas al respecto!
Pero hay pequeñas venganzas que usted puede practicar con cierta frecuencia y que le recompensarán en parte las molestias que le ocasionará su compañero de lecho. Por ejemplo, el cuento del ladrón. Espere que él esté durmiendo angelicalmente y lo remece hasta que abra un ojo. Dígale que oyó pasos en la cocina, que seguramente se trata de un bandido. Póngale una pantufla en la mano a modo de arma contundente y oblíguelo a partir en viaje de reconocimiento. Lo mismo se puede hacer con la variación de que sintió una laucha, que el niño quiere agua o, lo que es mucho más refinado aún, despiértelo para preguntarle con ternura: ¿estabas durmiendo, mi amor?.
Lógicamente, lo menos interesante que se puede hacer en una cama es dormir. Esa es la primera idea que se le ocurre a su hombre después que pasa la luna de miel, de manera que hay que estimularlo para que haga atletismo de dormitorio. Aparte de las camisas de dormir exóticas, el perfume, las luces indirectas y otros trucos que recomiendan las revistas femeninas, es bueno que usted conozca, estimada lectora, una receta afrodisíaca del Gran Libro de San Cipriano. Es sencilla y barata:
Tómese la grana de lempaza y macháquese en un almirez de mármol. Añádase después el testículo izquierdo de un macho cabrío de cuatro años, de lana negra, y un pillizco de polvos resultantes de los pelos del lomo de un pero blanco, cortados en el día primero de novilunio y quemados siete días después. Todo esto se pondrá en infusión en un frasco a medio llenar de buen aguardiente, dejándolo destapado durante veintiún días, exponiéndolo a la influencia de los planetas. Pasado ese plazo se pondrá a cocer hasta que la mixtura reducida quede como papilla espesa. Filtrado ya el líquido que resulte se frotará sobre las partes del hombre.
Es posible que no consiga todos los ingredientes en el supermercado, pero quien busca, encuentra. Tampoco resulta claro sobre cuáles partes hay que frotar esta receta, de manera que recomendamos preparar la dosis doble y echársela por todo el cuerpo.

Isabel Allende. Civilice a su troglodita, Editorial Lord Cochrane. 1974. Santiago de Chile .

3 comentarios:

Si nos embadurnan con la pócima de san Cipriano, que supongo con fines amatorios, una vez más la cama servirá para todo, menos para dormir.

Y.....................ALGUIEN AQUI SABE QUE DIABLOS ES LA GRANA DE LEMPAZA?

NECESITO este libro!!!