Miguel Mazzeo: Intelectuales y praxis emancipadora
Apuntes para un manifiesto
La condición serial
Sin negar la importancia de los enfoques que exploran la intersección entre el lenguaje y la construcción de la praxis (en sentido estricto corresponde decir las praxis), lo cierto es que el pensamiento sobre la realidad social, a partir de los años 80, comenzó a diluirse en "textualizaciones", a desorientarse en el "decontructivismo" o el positivismo de los símbolos, lo que llevó a abandonar las explicaciones totalizadoras y a la crítica radical de la realidad.
Se fueron fortaleciendo así las miradas reduccionistas y empobrecedoras que a veces eran también eurocéntricas. El minimalismo, entró en un período de auge y aún sigue consolidado. Desde estas condiciones se reeditó una producción intelectual y artística displicente y uno de los males endémicos de la intelectualidad local: el lugar aristocrático en una nueva versión trabajada por el espectáculo, consistente en una banalidad ennoblecida superficialmente contrapuesta a la otra banalidad, la rústica, en que se sostiene el otro régimen de lo espectacular pero con la que comparte evidentemente la misma matriz.
Pero para explicar el deterioro del pensamiento crítico, la ausencia de audacia política y poética, no alcanza con echarle la culpa al "giro lingüístico" y a lo que de él se deriva: la primacía de los significantes sobre el significado y el descentramiento del sujeto.
Norberto Bobbio decía que los intelectuales son expresión de la sociedad en la cual viven. Los intelectuales argentinos, incluyendo a los de izquierda, críticos, marxistas, etc.. habitan una sociedad fragmentada. Esa fragmentación o condición serial de la sociedad, es el fundamento de las nuevas formas de dominación. Y aunque se trata del resultado de un proceso histórico, que involucra una dura derrota del campo popular, ha construido una eficaz condición de naturalidad.
En efecto, también los intelectuales de izquierda se han afincado en un determinado lugar de la serie y muestran escasa capacidad para cuestionar, no solo el propio lugar, sino la serialidad misma. Con resignación asumieron (o por lo menos sospecharon) que la realidad en su conjunto era irrepresentable y decidieron trabajar en una parte de la realidad relativamente pública y convencional.
Un ejemplo: esta situación hace que la identificación del Grupo Clarín como parte fundamental del "establishment" pueda convivir con la aspiración al reconocimiento ("legítimo") del Suplemento Ñ. Lo interesante es que la situación puede ser vivida como no esquizofrénica, no funcional ni orgánica.
Al aceptar la condición serial desaparece la necesidad de afirmar el desencuentro con la realidad. La condición serial aplaca todas las furias y confunde a los intelectuales a la hora de formular alternativas frente al discurso del poder. Ahora cuesta cada vez más determinar por dónde pasa la negatividad de un discurso o una práctica.
Los intelectuales, a partir de los 80, comenzaron a pensar no solo dentro de los límites impuestos por la realidad, sino al interior de los límites de un fragmento de esa realidad. Los intelectuales de izquierda no escaparon a estas formas afásicas. Incluso los marxistas cumplieron con las exigencias de intervención práctica, actuando en una exclusiva serie.
Aunque suene a paradoja el denominado "pensamiento único" que impuso el capitalismo en la era de la globalización neoliberal es en alto grado pluralista. No debemos confundir el pensamiento único con una versión ultraconservadora y fundamentalista. La pelea es mucho más complicada.
El pensamiento único, es su versión más eficaz, no solo acepta lo diverso, sino que erige la convivencia de lo diverso en horizonte y proyecto. Ese pluralismo, amplio y superficial a la vez, es su principal base de sustentación. El pensamiento único es la naturalización de la condición serial. Ofrece la posibilidad de pensar y hacer desde distintas identidades y definiciones, pero sin afectar el núcleo duro que asegura la reproducción del sistema. Ofrece la posibilidad de asumir el lugar seductor de la herejía y la heterodoxia pero sin pagar las consecuencias que conllevan las verdaderas, puesto que se trata de herejías y heterodoxias siempre falsas o de baja intensidad y efectos controlados.
La no representación (importancia de las anticipaciones)
Una posible certeza: no queremos ser administradores del conocimiento existente. En la Argentina abundan los intelectuales alejados de la vida práctica, cultores de los conceptos vacíos y los discursos altisonantes, especialistas en algún fragmento del mundo, cuando no apologistas más o menos encubiertos del infame estado de las cosas. Abundan también los artistas que producen fetiches en serie, los artistas del clishe y el fatuo, los artistas del realismo acabado (se olvidan que el realismo cambia con la realidad), los fabricantes del vacío. Los exhibidores de íconos. Abundan los que se niegan a las anticipaciones, a las creaciones de realidades nuevas, a la permanente aporía, a la subversión.
En fin, intelectuales (en sentido tradicional) hay muchos; incluso los hay con pretensiones radicales, especialistas en trascripciones de un sistema a otro, establecedores de correspondencias. Lo que escasea es la voluntad y la capacidad de comunicar la inteligencia teórica de las acciones y reacciones del campo popular (dentro del campo popular y en su periferia) y de organizar la unidad sintética de la experiencia de las clases subalternas. Escasea la voluntad de desarrollar el trabajo de hormiga de reconstruir (aportar a la reconstrucción) de imaginarios sociales plebeyos - populares.
No se trata de contraponer nuevos guiones políticos a los viejos y agotados guiones de la izquierda. Sino de elaborar el "nuevo texto" de modo diverso, a partir de la acción. La política que preexiste a la lucha corre el riesgo del dogmatismo, la ingenuidad, lo convencional y la previsibilidad. Corre el riesgo de convertirse en un medio para anular la potencia de la lucha popular.
Soledad y naufragio
Existe una imagen, cada vez más extendida, que exhibe al intelectual "radical" como sujeto excepcional, aislado, en un contexto degradado, donde predomina el "transformismo", la integración, la tristeza ideológica y la pasividad popular. Intelectual radical sería todo aquel que asume una actitud a contramano de la infamia generalizada y está a la expectativa de alguna irrupción o signo proveniente "desde abajo". Es la princesa proletaria cautiva del ogro burgués en la torre del castillo. Es el hombre que está solo y espera.
Se trata de la construcción de un estado de soledad que se asume positivamente, es decir, como resultado de la ética y de una inalterada fidelidad a los principios y valores. Los intelectuales náufragos se dedican a arrojar, al inmenso océano del pueblo, botellas con sus mensajes, con la expectativa de que estas lleguen ¿redentoras? ¿esperanzadoras? ¿esclarecedoras? ¿concientizadoras? a uno o a muchos.
Esta imagen y la función que la construye no deja de ser una forma de expresar política y - o artísticamente el desencanto. Es una actitud casi de fuga.
Una imagen nueva (aunque un tanto indecorosa) surge del siguiente interrogante: ¿No será mejor usar las botellas para partir cabezas?
Nuestra condición marginal no vivida como condena debe ser la respuesta necesaria respecto de un orden dominante. No debe confundirse con vocación, o con una actitud neorromántica. Nosotros no tenemos que hablar desde el resentimiento o el orgullo del excomulgado. No, porque nuestro campo de acción es otro. Hemos elegido otro territorio y asumimos las consecuencias de nuestras elección.
El viejo idealismo que persiste: (anti)política y cultura
El intelectual de izquierda, no ha podido apartarse, por lo menos no lo suficiente, de la concepción Croceana, o sea: de la concepción idealista. Aunque lo niegue cada vez que se le presenta la oportunidad, se sigue concibiendo como el conductor de la historia, y considera que el terreno en el que se libra la batalla esencial es un terreno de ideas, cultural, no político.
La "batalla cultural", exigiría armas específicas, bien diferentes a las del arsenal político. La cultura aparece así como el medio para realizar los fines de la política. ¿Se pueden alcanzar los fines de la política a través de la cultura?. La respuesta afirmativa conduce al Utopismo como forma de evadirse de la responsabilidad. De este modo, el intelectual de izquierda salta de Croce a Ortega y Gasset, alimentando un espíritu de casta.
Esta es una época dominada por el Intelectual "de cubículo". La política significa poder, y el intelectual le rehuye, aún asumiendo "compromisos sociales". Hoy proliferan los intelectuales de izquierda "antipolíticos", muchos de ellos vinculados a los movimientos sociales. Estos intelectuales subordinan la política a la cultura e incluso llegan a contraponer cultura y política.
Frente a un poder político visto como algo emporcado por naturaleza y como puro esquematismo, la cultura aparece como lo transparente y elevado. La batalla cultural se perfila como lance caballeresco, sin riesgo, sin drama, sin conflicto sustancial. Esta actitud también tiende a expresarse en un teoricismo vacuo, del tipo: "Mi reino no es de este mundo".
En tiempos donde predomina el uso indiscriminado del término "profesional", sin tener presente que la "profesionalización" puede ser una de las formas de la reproducción del sistema de dominación, el intelectual de izquierda aspira a un aporte profesional o técnico, se considera un especialista, un asesor, Además refuerza la idea de que el campo exclusivo del intelectual es la superestructura. Reproduce así una concepción burguesa la cultura. La batalla es esencialmente política pero cuando la política es revolucionaria es expresión de una cultura potencial enfrentada a la real.
La academia o la estrategia de la autopsia. Sacerdotes y profetas
La academia recorta, distribuye, disecciona, compite, disciplina, auto disciplina, formaliza y diseca. Entre el plano académico y el plano de la militancia política de izquierda que aspira a la condición de revolucionaria, existen tensiones que hacen, sino imposibles, por lo menos improbables las combinaciones. A uno y otro campo les corresponden distintas instancias proveedoras de autoridad. La militancia iguala, la academia jerarquiza. La autoridad de la academia provee en buena medida de un conjunto de garantías institucionales y ortodoxas. La Academia es el habitus que preexiste, es el despliegue del nivel de la realidad que la realidad tiene. La academia alimenta un conjunto de formas del conformismo cultural, produce ilustración, nunca lenguaje.
Como los espacios constituyen, existen además procesos de academización. Un tema puede ser academizado, esto es, ingresa al terreno de lo que prescribe, se formaliza. La academia promueve las vocaciones de taxidermistas y necrófilos (se trata de una metáfora polisémica).
En muchos ámbitos con vocación alternativa, se puede percibir una tendencia a la construcción de un mercado de prestigio paralelo. Lo alternativo, en los últimos años, ha asumido la forma de la academia paralela. Es común que los "espacios alternativos" reproduzcan compartimentaciones típicas de la academia. O sea, se parte de la aceptación política de los escaques. Las pulsiones burocráticas han profundizado estas tendencias.
La academia conserva, no crea, y organiza bajo la relación de ortodoxia. Pierre Bourdieu se refería a la oposición y complementariedad entre profesores y creadores como la estructura fundamental del campo intelectual. La comparaba con la oposición entre el sacerdote y el profeta. Los primeros serían los conservadores de la cultura y los segundos los creadores. Ambas funciones pueden ser importantes. Solo que ahora necesitamos profetas.
Los límites de la "radicalidad" de los contenidos
Somos conscientes de la insuficiencia de la radicalidad de los "temas", pero también de los "contenidos" como sostén de un pensamiento emancipador. La condición serial nos permite ser muy revolucionarios sin sacar los pies del plato, sin exponernos a la detractación y sin cometer "crímenes de lesa ciencia", hay un lugar para todos en el infolio de la civilización. Pier Paolo Passolini, en los años 70, ya identificaba un conformismo de la contestación.
Este problema ocupó a Herbert Marcuse hace cuarenta años, y hoy, en nuestro país y en nuestro continente, merece una atenta rediscusión. Jean P. Sartre, antes, había identificado un marxismo para burgueses. Mientras que los contenidos radicales, son asequibles y tolerados socialmente, legitimados académicamente, y hasta fetichizados, en la sociedad se clausuran sus espacios de eficacia. Existe un "sistema de traducción" que asimila y neutraliza los contenidos radicales y las propuestas alternativas, que los constriñe a un repertorio de imágenes limitado, que les succiona toda trascendencia cualitativa y crítica y que relega la cuota de verdad que portan al terreno de lo subjetivo -que siempre termina edificando algún elitismo intelectual- cuando no los arroja directamente al campo de lo inviable. Dicho sistema, recurre a:
1) la figura del intelectual como traductor de lo "objetivo".
2) la primacía de la garantía del objeto de las ciencias sociales sobre los riesgos del sujeto de la historia concebido por la dialéctica
3) al espectáculo, entendido como relación social y estrategia de comunicación y no solo como puesta en escena o parafernalia. El espectáculo simplifica, reduce y desdramatiza. El espectáculo contribuye a "cristalizar el mundo" y a oscurecer lo real, favorece las ontologías vacuas y autoritarias y la producción de clises como organizadores de la experiencia humana. La política y las modernas industrias culturales se dedican a fabricar clises en serie que parodian vulgaridades o se basan en la burla elitista. El sujeto espectador de la política, del arte y de la vida, es un sujeto (des)armado. Ese sujeto debe ser desilusionado. Hay que desilusionar espectadores para ilusionar sujetos activos y mostrarles, a través de diferentes intervenciones, la vacuidad de su condición.
De esta manera, los contenidos y temáticas radicales, las producciones "comprometidas" terminan siendo funcionales al sistema, porque no dejan de interpelar a "espectadores" y "consumidores", porque se mantienen diversas formas de delegación de poderes hacia los "personajes", los "escritores", etc.., porque no sirven para la negación concreta de la realidad establecida. Les falta el plus de la utopía y la voluntad para identificar y romper ese sistema de traducción. Les falta el macro clima para sus ideas, una línea de abastecimiento, fundamentalmente les falta un movimiento, un vínculo orgánico con un movimiento. O sea, les falta lo que decide en última instancia: la praxis. Les falta la lucha (y las formas de cooperación que solo la lucha puede instituir) que es la principal forma de comunicación, del pueblo y con el pueblo, y por lo tanto el medio para alterar el sistema de traducción.
La novela de Enrioque Fogwill, En otro orden de cosas, muestra intelectuales aprisionados por las redes del poder. Ahora, bien el modo a través del cual el poder los disciplina, no consiste en la integración. El poder no les otorga fama ni beneficios materiales, solo les permite organizar vanas utopías humanísticas. Esa es la forma de controlar a los intelectuales de izquierda.
Los contenidos para ser críticos necesitan una resistencia interior. Además de los contenidos, importa su "más allá": el mundo de las relaciones sociales y de los modos de construcción de los modos de percepción de la realidad y la hegemonía.
El Pensamiento emancipador es performativo
La experiencia de las clases subalternas no refleja la "historia del mundo" (aunque se desarrolla en forma paralela). La "historia del mundo" vive como "exis" (lo contrario a la praxis) y la conservan los órganos especializados. Si el pensamiento emancipador (en el marco de la praxis emancipadora) cabalga en la experiencia de las clases subalternas, en sus fracasos, sus resurrecciones (sus momentos de autoorganización y de integración) y sus contradicciones, tiene que negarse al objetivo de reflejar la "historia del mundo" y asumir su carácter cuasi subterráneo puesto que lo que debe reflejar es el arduo trabajo de inserción de los subalternos en el mundo que los rechaza.
La otra opción (una tentación en muchos intelectuales de izquierda y tal vez la peor forma del didactismo) es tratar de introducir su versión de la subalternidad en la historia del mundo, en la historia oficial. Una forma de jugar a ser maestro del pensamiento e instructor de las clases subalternas al mismo tiempo que se disputa por un espacio en las instancias oficiales de consagración y difusión cultural.
¿Serán posibles las vanguardias?
Nuestra aspiración es la de desarrollar permanentemente un "espíritu de vanguardia" y alimentar nuestra praxis con una pizca de la política y la estética de las vanguardias, necesarias para dejar bien sentado que uno quiere cambiar la vida, pero teniendo siempre presente que la idea de Vanguardia vale sólo como eterna aspiración. Por ende la condición vanguardista, es una condición nunca corroborada por el "sujeto vanguardista". Solo la historia puede determinar esa condición que además suele ser fugaz.
Pero esa aspiración exige recuperar algunas estrategias. Por ejemplo la de ubicarse siempre en tarimas incomodas para mirar el futuro, o la del movimiento que tiende al "mestizaje". Las vanguardias mezclan, fusionan, mestizan, (o simplemente ponen a dialogar), arte, política, vida. La especialización y la profesionalización están decididamente en contra de la vanguardia. La vanguardia rompe con esas separaciones. Cada uno cultiva su fetiche hasta que aparece una vanguardia. Otra estrategia es la que prioriza la faceta que se basa en la experimentación y el estallido desde una interioridad con - en el campo popular y a la vez sujeta a su veredicto.
Se trata de fecundar el campo de la práctica y de construir tarimas para saltar hacia otro lado sin mezquinar el cuerpo y favorecer, en otros órdenes, una institucionalidad paralela. Se trata de potenciar hechos de vanguardia despersonalizados y orgánicos, sin sujetos permanentes, de construir núcleos de empuje hacia lo diverso. Se trata de instituir un conflicto interno permanente para evitar que la vanguardia sea el camino para una nueva conformidad.
Reducto innegociable y punto ecuménico: la perspectiva de la transformación revolucionaria de la sociedad
Nuestro objetivo debe ser el de importunar, con lenguajes ásperos y con acciones contundentes (con nuestro trabajo) a todos los templos cerrados con el candado de la pacatería literaria, académica, política y alterar los mecanismos de la banalidad rústica o ennoblecida del espectáculo. Queremos establecer una jerarquía de valores (y de poder) diferente, y por lo tanto estamos obligados a cuestionar siempre axiomáticas fundamentales. De seguro, buena parte de nuestra tarea consistirá en descubrir los lenguajes adecuados para la expresión y creación de valores nuevos que sostengan un proyecto emancipador.
Tenemos que tener siempre presente que sólo los hombres y las mujeres intentan y (ocasionalmente) hacen lo que no pueden ni deben hacer. De este modo, con una gramática siempre a contramano y fuera de la ley, heréticamente, la humanidad, cada tanto, se salva y se redime en un instante pleno de futuros y encrucijadas.
Estas disrupciones han suministrado cierto basamento a las concepciones de algunos insurrectos y han justificado versiones heterodoxas y no infamantes de eso que generalmente se denomina progreso o utopía (en su versión no restaurativa, claro está).
Nosotros, almas plenamente concientes del vacío inconmensurable y de todas las carencias. Nosotros, cuerpos arrojados a un mundo tan opaco y tan poco maternal. Nosotros, a pesar de tanto recule, no tenemos otra alternativa -descartando a la muerte- que seguir confiando en los buenos oficios de esas disrupciones y en la proyección de algunas señales sublimes que hemos visto en los suburbios.
Somos fieles a la tentación del movimiento. No necesitamos del concurso del universo o el de alguna mezquina comunidad religiosa, literaria, o política para dar el paso de la creación. Lejos de toda adoración y obediencia, la creación es parte de la adopción de un plan magnífico que consiste en no dejar la vida para más adelante.
Debemos comprometemos a producir textos, imágenes y acciones que no muestren jardines donde hay cloacas o campos de batalla, textos, imágenes y acciones que den cuenta de la desdicha pero que intuyan algún horizonte. Que traigan alguna noticia intranquila, que digan alguna palabra fundamental. Que denuncien todo lo que deshumanice o celebre la deshumanización y todo lo que yugula la acción transformadora de las clases populares. Que teoricen sin proponer ninguna teoría definitiva. Deseamos palabras e imágenes que eludan el lugar narcisista, teóricos sin teoría (por ahora).
Prefiguramos una pizca de la estética del reculadero, necesaria para dejar bien sentado que uno vive en este mundo. Que las fuerzas de la emancipación se desarrollan dentro de este sistema, y que por eso el proceso de liberación (incluyendo la construcción de las herramientas que le son inherentes) debe cabalgar sobre la contradicción.
Se fueron fortaleciendo así las miradas reduccionistas y empobrecedoras que a veces eran también eurocéntricas. El minimalismo, entró en un período de auge y aún sigue consolidado. Desde estas condiciones se reeditó una producción intelectual y artística displicente y uno de los males endémicos de la intelectualidad local: el lugar aristocrático en una nueva versión trabajada por el espectáculo, consistente en una banalidad ennoblecida superficialmente contrapuesta a la otra banalidad, la rústica, en que se sostiene el otro régimen de lo espectacular pero con la que comparte evidentemente la misma matriz.
Pero para explicar el deterioro del pensamiento crítico, la ausencia de audacia política y poética, no alcanza con echarle la culpa al "giro lingüístico" y a lo que de él se deriva: la primacía de los significantes sobre el significado y el descentramiento del sujeto.
Norberto Bobbio decía que los intelectuales son expresión de la sociedad en la cual viven. Los intelectuales argentinos, incluyendo a los de izquierda, críticos, marxistas, etc.. habitan una sociedad fragmentada. Esa fragmentación o condición serial de la sociedad, es el fundamento de las nuevas formas de dominación. Y aunque se trata del resultado de un proceso histórico, que involucra una dura derrota del campo popular, ha construido una eficaz condición de naturalidad.
En efecto, también los intelectuales de izquierda se han afincado en un determinado lugar de la serie y muestran escasa capacidad para cuestionar, no solo el propio lugar, sino la serialidad misma. Con resignación asumieron (o por lo menos sospecharon) que la realidad en su conjunto era irrepresentable y decidieron trabajar en una parte de la realidad relativamente pública y convencional.
Un ejemplo: esta situación hace que la identificación del Grupo Clarín como parte fundamental del "establishment" pueda convivir con la aspiración al reconocimiento ("legítimo") del Suplemento Ñ. Lo interesante es que la situación puede ser vivida como no esquizofrénica, no funcional ni orgánica.
Al aceptar la condición serial desaparece la necesidad de afirmar el desencuentro con la realidad. La condición serial aplaca todas las furias y confunde a los intelectuales a la hora de formular alternativas frente al discurso del poder. Ahora cuesta cada vez más determinar por dónde pasa la negatividad de un discurso o una práctica.
Los intelectuales, a partir de los 80, comenzaron a pensar no solo dentro de los límites impuestos por la realidad, sino al interior de los límites de un fragmento de esa realidad. Los intelectuales de izquierda no escaparon a estas formas afásicas. Incluso los marxistas cumplieron con las exigencias de intervención práctica, actuando en una exclusiva serie.
Aunque suene a paradoja el denominado "pensamiento único" que impuso el capitalismo en la era de la globalización neoliberal es en alto grado pluralista. No debemos confundir el pensamiento único con una versión ultraconservadora y fundamentalista. La pelea es mucho más complicada.
El pensamiento único, es su versión más eficaz, no solo acepta lo diverso, sino que erige la convivencia de lo diverso en horizonte y proyecto. Ese pluralismo, amplio y superficial a la vez, es su principal base de sustentación. El pensamiento único es la naturalización de la condición serial. Ofrece la posibilidad de pensar y hacer desde distintas identidades y definiciones, pero sin afectar el núcleo duro que asegura la reproducción del sistema. Ofrece la posibilidad de asumir el lugar seductor de la herejía y la heterodoxia pero sin pagar las consecuencias que conllevan las verdaderas, puesto que se trata de herejías y heterodoxias siempre falsas o de baja intensidad y efectos controlados.
La no representación (importancia de las anticipaciones)
Una posible certeza: no queremos ser administradores del conocimiento existente. En la Argentina abundan los intelectuales alejados de la vida práctica, cultores de los conceptos vacíos y los discursos altisonantes, especialistas en algún fragmento del mundo, cuando no apologistas más o menos encubiertos del infame estado de las cosas. Abundan también los artistas que producen fetiches en serie, los artistas del clishe y el fatuo, los artistas del realismo acabado (se olvidan que el realismo cambia con la realidad), los fabricantes del vacío. Los exhibidores de íconos. Abundan los que se niegan a las anticipaciones, a las creaciones de realidades nuevas, a la permanente aporía, a la subversión.
En fin, intelectuales (en sentido tradicional) hay muchos; incluso los hay con pretensiones radicales, especialistas en trascripciones de un sistema a otro, establecedores de correspondencias. Lo que escasea es la voluntad y la capacidad de comunicar la inteligencia teórica de las acciones y reacciones del campo popular (dentro del campo popular y en su periferia) y de organizar la unidad sintética de la experiencia de las clases subalternas. Escasea la voluntad de desarrollar el trabajo de hormiga de reconstruir (aportar a la reconstrucción) de imaginarios sociales plebeyos - populares.
No se trata de contraponer nuevos guiones políticos a los viejos y agotados guiones de la izquierda. Sino de elaborar el "nuevo texto" de modo diverso, a partir de la acción. La política que preexiste a la lucha corre el riesgo del dogmatismo, la ingenuidad, lo convencional y la previsibilidad. Corre el riesgo de convertirse en un medio para anular la potencia de la lucha popular.
Soledad y naufragio
Existe una imagen, cada vez más extendida, que exhibe al intelectual "radical" como sujeto excepcional, aislado, en un contexto degradado, donde predomina el "transformismo", la integración, la tristeza ideológica y la pasividad popular. Intelectual radical sería todo aquel que asume una actitud a contramano de la infamia generalizada y está a la expectativa de alguna irrupción o signo proveniente "desde abajo". Es la princesa proletaria cautiva del ogro burgués en la torre del castillo. Es el hombre que está solo y espera.
Se trata de la construcción de un estado de soledad que se asume positivamente, es decir, como resultado de la ética y de una inalterada fidelidad a los principios y valores. Los intelectuales náufragos se dedican a arrojar, al inmenso océano del pueblo, botellas con sus mensajes, con la expectativa de que estas lleguen ¿redentoras? ¿esperanzadoras? ¿esclarecedoras? ¿concientizadoras? a uno o a muchos.
Esta imagen y la función que la construye no deja de ser una forma de expresar política y - o artísticamente el desencanto. Es una actitud casi de fuga.
Una imagen nueva (aunque un tanto indecorosa) surge del siguiente interrogante: ¿No será mejor usar las botellas para partir cabezas?
Nuestra condición marginal no vivida como condena debe ser la respuesta necesaria respecto de un orden dominante. No debe confundirse con vocación, o con una actitud neorromántica. Nosotros no tenemos que hablar desde el resentimiento o el orgullo del excomulgado. No, porque nuestro campo de acción es otro. Hemos elegido otro territorio y asumimos las consecuencias de nuestras elección.
El viejo idealismo que persiste: (anti)política y cultura
El intelectual de izquierda, no ha podido apartarse, por lo menos no lo suficiente, de la concepción Croceana, o sea: de la concepción idealista. Aunque lo niegue cada vez que se le presenta la oportunidad, se sigue concibiendo como el conductor de la historia, y considera que el terreno en el que se libra la batalla esencial es un terreno de ideas, cultural, no político.
La "batalla cultural", exigiría armas específicas, bien diferentes a las del arsenal político. La cultura aparece así como el medio para realizar los fines de la política. ¿Se pueden alcanzar los fines de la política a través de la cultura?. La respuesta afirmativa conduce al Utopismo como forma de evadirse de la responsabilidad. De este modo, el intelectual de izquierda salta de Croce a Ortega y Gasset, alimentando un espíritu de casta.
Esta es una época dominada por el Intelectual "de cubículo". La política significa poder, y el intelectual le rehuye, aún asumiendo "compromisos sociales". Hoy proliferan los intelectuales de izquierda "antipolíticos", muchos de ellos vinculados a los movimientos sociales. Estos intelectuales subordinan la política a la cultura e incluso llegan a contraponer cultura y política.
Frente a un poder político visto como algo emporcado por naturaleza y como puro esquematismo, la cultura aparece como lo transparente y elevado. La batalla cultural se perfila como lance caballeresco, sin riesgo, sin drama, sin conflicto sustancial. Esta actitud también tiende a expresarse en un teoricismo vacuo, del tipo: "Mi reino no es de este mundo".
En tiempos donde predomina el uso indiscriminado del término "profesional", sin tener presente que la "profesionalización" puede ser una de las formas de la reproducción del sistema de dominación, el intelectual de izquierda aspira a un aporte profesional o técnico, se considera un especialista, un asesor, Además refuerza la idea de que el campo exclusivo del intelectual es la superestructura. Reproduce así una concepción burguesa la cultura. La batalla es esencialmente política pero cuando la política es revolucionaria es expresión de una cultura potencial enfrentada a la real.
La academia o la estrategia de la autopsia. Sacerdotes y profetas
La academia recorta, distribuye, disecciona, compite, disciplina, auto disciplina, formaliza y diseca. Entre el plano académico y el plano de la militancia política de izquierda que aspira a la condición de revolucionaria, existen tensiones que hacen, sino imposibles, por lo menos improbables las combinaciones. A uno y otro campo les corresponden distintas instancias proveedoras de autoridad. La militancia iguala, la academia jerarquiza. La autoridad de la academia provee en buena medida de un conjunto de garantías institucionales y ortodoxas. La Academia es el habitus que preexiste, es el despliegue del nivel de la realidad que la realidad tiene. La academia alimenta un conjunto de formas del conformismo cultural, produce ilustración, nunca lenguaje.
Como los espacios constituyen, existen además procesos de academización. Un tema puede ser academizado, esto es, ingresa al terreno de lo que prescribe, se formaliza. La academia promueve las vocaciones de taxidermistas y necrófilos (se trata de una metáfora polisémica).
En muchos ámbitos con vocación alternativa, se puede percibir una tendencia a la construcción de un mercado de prestigio paralelo. Lo alternativo, en los últimos años, ha asumido la forma de la academia paralela. Es común que los "espacios alternativos" reproduzcan compartimentaciones típicas de la academia. O sea, se parte de la aceptación política de los escaques. Las pulsiones burocráticas han profundizado estas tendencias.
La academia conserva, no crea, y organiza bajo la relación de ortodoxia. Pierre Bourdieu se refería a la oposición y complementariedad entre profesores y creadores como la estructura fundamental del campo intelectual. La comparaba con la oposición entre el sacerdote y el profeta. Los primeros serían los conservadores de la cultura y los segundos los creadores. Ambas funciones pueden ser importantes. Solo que ahora necesitamos profetas.
Los límites de la "radicalidad" de los contenidos
Somos conscientes de la insuficiencia de la radicalidad de los "temas", pero también de los "contenidos" como sostén de un pensamiento emancipador. La condición serial nos permite ser muy revolucionarios sin sacar los pies del plato, sin exponernos a la detractación y sin cometer "crímenes de lesa ciencia", hay un lugar para todos en el infolio de la civilización. Pier Paolo Passolini, en los años 70, ya identificaba un conformismo de la contestación.
Este problema ocupó a Herbert Marcuse hace cuarenta años, y hoy, en nuestro país y en nuestro continente, merece una atenta rediscusión. Jean P. Sartre, antes, había identificado un marxismo para burgueses. Mientras que los contenidos radicales, son asequibles y tolerados socialmente, legitimados académicamente, y hasta fetichizados, en la sociedad se clausuran sus espacios de eficacia. Existe un "sistema de traducción" que asimila y neutraliza los contenidos radicales y las propuestas alternativas, que los constriñe a un repertorio de imágenes limitado, que les succiona toda trascendencia cualitativa y crítica y que relega la cuota de verdad que portan al terreno de lo subjetivo -que siempre termina edificando algún elitismo intelectual- cuando no los arroja directamente al campo de lo inviable. Dicho sistema, recurre a:
1) la figura del intelectual como traductor de lo "objetivo".
2) la primacía de la garantía del objeto de las ciencias sociales sobre los riesgos del sujeto de la historia concebido por la dialéctica
3) al espectáculo, entendido como relación social y estrategia de comunicación y no solo como puesta en escena o parafernalia. El espectáculo simplifica, reduce y desdramatiza. El espectáculo contribuye a "cristalizar el mundo" y a oscurecer lo real, favorece las ontologías vacuas y autoritarias y la producción de clises como organizadores de la experiencia humana. La política y las modernas industrias culturales se dedican a fabricar clises en serie que parodian vulgaridades o se basan en la burla elitista. El sujeto espectador de la política, del arte y de la vida, es un sujeto (des)armado. Ese sujeto debe ser desilusionado. Hay que desilusionar espectadores para ilusionar sujetos activos y mostrarles, a través de diferentes intervenciones, la vacuidad de su condición.
De esta manera, los contenidos y temáticas radicales, las producciones "comprometidas" terminan siendo funcionales al sistema, porque no dejan de interpelar a "espectadores" y "consumidores", porque se mantienen diversas formas de delegación de poderes hacia los "personajes", los "escritores", etc.., porque no sirven para la negación concreta de la realidad establecida. Les falta el plus de la utopía y la voluntad para identificar y romper ese sistema de traducción. Les falta el macro clima para sus ideas, una línea de abastecimiento, fundamentalmente les falta un movimiento, un vínculo orgánico con un movimiento. O sea, les falta lo que decide en última instancia: la praxis. Les falta la lucha (y las formas de cooperación que solo la lucha puede instituir) que es la principal forma de comunicación, del pueblo y con el pueblo, y por lo tanto el medio para alterar el sistema de traducción.
La novela de Enrioque Fogwill, En otro orden de cosas, muestra intelectuales aprisionados por las redes del poder. Ahora, bien el modo a través del cual el poder los disciplina, no consiste en la integración. El poder no les otorga fama ni beneficios materiales, solo les permite organizar vanas utopías humanísticas. Esa es la forma de controlar a los intelectuales de izquierda.
Los contenidos para ser críticos necesitan una resistencia interior. Además de los contenidos, importa su "más allá": el mundo de las relaciones sociales y de los modos de construcción de los modos de percepción de la realidad y la hegemonía.
El Pensamiento emancipador es performativo
La experiencia de las clases subalternas no refleja la "historia del mundo" (aunque se desarrolla en forma paralela). La "historia del mundo" vive como "exis" (lo contrario a la praxis) y la conservan los órganos especializados. Si el pensamiento emancipador (en el marco de la praxis emancipadora) cabalga en la experiencia de las clases subalternas, en sus fracasos, sus resurrecciones (sus momentos de autoorganización y de integración) y sus contradicciones, tiene que negarse al objetivo de reflejar la "historia del mundo" y asumir su carácter cuasi subterráneo puesto que lo que debe reflejar es el arduo trabajo de inserción de los subalternos en el mundo que los rechaza.
La otra opción (una tentación en muchos intelectuales de izquierda y tal vez la peor forma del didactismo) es tratar de introducir su versión de la subalternidad en la historia del mundo, en la historia oficial. Una forma de jugar a ser maestro del pensamiento e instructor de las clases subalternas al mismo tiempo que se disputa por un espacio en las instancias oficiales de consagración y difusión cultural.
¿Serán posibles las vanguardias?
Nuestra aspiración es la de desarrollar permanentemente un "espíritu de vanguardia" y alimentar nuestra praxis con una pizca de la política y la estética de las vanguardias, necesarias para dejar bien sentado que uno quiere cambiar la vida, pero teniendo siempre presente que la idea de Vanguardia vale sólo como eterna aspiración. Por ende la condición vanguardista, es una condición nunca corroborada por el "sujeto vanguardista". Solo la historia puede determinar esa condición que además suele ser fugaz.
Pero esa aspiración exige recuperar algunas estrategias. Por ejemplo la de ubicarse siempre en tarimas incomodas para mirar el futuro, o la del movimiento que tiende al "mestizaje". Las vanguardias mezclan, fusionan, mestizan, (o simplemente ponen a dialogar), arte, política, vida. La especialización y la profesionalización están decididamente en contra de la vanguardia. La vanguardia rompe con esas separaciones. Cada uno cultiva su fetiche hasta que aparece una vanguardia. Otra estrategia es la que prioriza la faceta que se basa en la experimentación y el estallido desde una interioridad con - en el campo popular y a la vez sujeta a su veredicto.
Se trata de fecundar el campo de la práctica y de construir tarimas para saltar hacia otro lado sin mezquinar el cuerpo y favorecer, en otros órdenes, una institucionalidad paralela. Se trata de potenciar hechos de vanguardia despersonalizados y orgánicos, sin sujetos permanentes, de construir núcleos de empuje hacia lo diverso. Se trata de instituir un conflicto interno permanente para evitar que la vanguardia sea el camino para una nueva conformidad.
Reducto innegociable y punto ecuménico: la perspectiva de la transformación revolucionaria de la sociedad
Nuestro objetivo debe ser el de importunar, con lenguajes ásperos y con acciones contundentes (con nuestro trabajo) a todos los templos cerrados con el candado de la pacatería literaria, académica, política y alterar los mecanismos de la banalidad rústica o ennoblecida del espectáculo. Queremos establecer una jerarquía de valores (y de poder) diferente, y por lo tanto estamos obligados a cuestionar siempre axiomáticas fundamentales. De seguro, buena parte de nuestra tarea consistirá en descubrir los lenguajes adecuados para la expresión y creación de valores nuevos que sostengan un proyecto emancipador.
Tenemos que tener siempre presente que sólo los hombres y las mujeres intentan y (ocasionalmente) hacen lo que no pueden ni deben hacer. De este modo, con una gramática siempre a contramano y fuera de la ley, heréticamente, la humanidad, cada tanto, se salva y se redime en un instante pleno de futuros y encrucijadas.
Estas disrupciones han suministrado cierto basamento a las concepciones de algunos insurrectos y han justificado versiones heterodoxas y no infamantes de eso que generalmente se denomina progreso o utopía (en su versión no restaurativa, claro está).
Nosotros, almas plenamente concientes del vacío inconmensurable y de todas las carencias. Nosotros, cuerpos arrojados a un mundo tan opaco y tan poco maternal. Nosotros, a pesar de tanto recule, no tenemos otra alternativa -descartando a la muerte- que seguir confiando en los buenos oficios de esas disrupciones y en la proyección de algunas señales sublimes que hemos visto en los suburbios.
Somos fieles a la tentación del movimiento. No necesitamos del concurso del universo o el de alguna mezquina comunidad religiosa, literaria, o política para dar el paso de la creación. Lejos de toda adoración y obediencia, la creación es parte de la adopción de un plan magnífico que consiste en no dejar la vida para más adelante.
Debemos comprometemos a producir textos, imágenes y acciones que no muestren jardines donde hay cloacas o campos de batalla, textos, imágenes y acciones que den cuenta de la desdicha pero que intuyan algún horizonte. Que traigan alguna noticia intranquila, que digan alguna palabra fundamental. Que denuncien todo lo que deshumanice o celebre la deshumanización y todo lo que yugula la acción transformadora de las clases populares. Que teoricen sin proponer ninguna teoría definitiva. Deseamos palabras e imágenes que eludan el lugar narcisista, teóricos sin teoría (por ahora).
Prefiguramos una pizca de la estética del reculadero, necesaria para dejar bien sentado que uno vive en este mundo. Que las fuerzas de la emancipación se desarrollan dentro de este sistema, y que por eso el proceso de liberación (incluyendo la construcción de las herramientas que le son inherentes) debe cabalgar sobre la contradicción.
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