La Comuna de París y los libros de turismo

La Comuna de París y los libros de turismo



Parece chiste, pero desgraciadamente no lo es. La semana pasada, interesado en encontrar algún libro que me sirviera de información sobre la Pequeña Comuna de París, me encaminé hacia la galería de librerías que existe en la segunda cuadra de la calle San Diego. Es cierto que las librerías "de viejo" no son lo que eran antes, que en ellas prima "lo nuevo que se vende" y el "libro pirateado", pero algo de su glorioso pasado permanece en sus mesones de oferta, y como uno suele dejarse engañar por la nostalgia, insiste en recorrer sus añosas estanterías con la esperanza de encontrar el libro deseado.

Decidí probar fortuna en una librería atendida por una muchacha que se veía más interesada en seguir jugando en el computador que tenía a su alcance, que en atender a un probable comprador. Le pregunté si tenía alguna historia de la Comuna de París, y sin pensarlo dos veces, me respondió que no tenía textos sobre temas municipales. Por un segundo, pensé en explicarle un par de cosas acerca del tema que me interesaba, pero la muchacha volvió rápidamente a prestar atención en el juego que la mantenía pegada a la pantalla del computador.

Salí del local y me encaminé hacia el siguiente, atendido por una señora algo madurona que concentraba sus neuronas en el exigente trabajo de limar sus uñas. El local se veía atestado de libros y algo en los tomos envejecidos de algunos de ellos me hizo pensar que esta vez tendría mejor suerte.

-¿Tiene alguna historia de la Comuna de París? -le pregunté apenas vi que terminaba con el cuidado de sus uñas pintadas de un furioso color amaranto.
-No, nada relacionado con París -respondió la mujer, casi con desprecio, y luego, como si se tratara de arrojar un hueso a un perro hambriento, agregó-: Vaya al local 11, ahí se dedican a la venta de libros de turismo.

Miré de reojo a la mujer intentando descubrir algún asomo de picardía en su mirada. Pero nada, la mujer parecía convencida de haber dado el más certero de los consejos. Seguramente, pensé, le da lo mismo vender un libro que un kilo de longanizas. Salí mascullando mi rabia. Si se lo cuento a un amigo, va a creer que es un chiste, me dije, y, temiendo que la tontera fuera algo contagioso, huí rápidamente de la galería.

Anónimo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
14:28
 

qué bárbaro!!! aunque recapitulando lo que han sido las últimas décadas de nuestro chilito, no me extraña nada.

Piénsalo de otra forma: el hecho de que nadie sepa lo que vende puede significar que también puedas encontrar joyitas a precios nimios.

saludos