gisèle prassinos
UNA AMENA FAMILIA
Mi familia es magnífica.
Mi hermana Brindille, la mayor, estaba casada. Tenía un reloj de arena para saber el momento en que el agua del mar alcanzaría un punto secreto en la colina. Cada año, en ese momento, encaramado en una ola, su marido volvía a casa. Este era un negro con una larga cabellera cubierta de algas marinas, con un cuerpo inmenso en el que estaban incrustadas redes de pescar y pequeñas anclas intactas provenientes de barcos sumergidos.
Antes de abrazarnos, su piel resplandeciente se estremecía y estrepitosas risas sacudían sus hombros. Después hinchaba su pecho de repente y por su boca silbante salía una multitud de pescaditos, los que iban a caer en el delantal de mi madre, quien los recibía con un aire triunfal.
Entonces sí que le abrazábamos. El negro dormía la siesta después de un año de trabajo, y por la noche, cuando bajaba la marea al salir la luna, acompañábamos al viajero vacío hasta las olas, en las que desaparecía, sonriéndose.
Desde ese momento, mi hermana Brindille vivía únicamente para la siguiente visita, incapaz de ayudarnos en las faenas del hogar, sin dormir hasta que el mar no llegara al pie de la colina, instante anunciador del retorno del viajero.
Nuestra madre secaba los pescados, los pelaba los cocía en la sartén enrojecida. Después los conservaba durante el invierno bajo la nieve hasta que ésta desaparecía por completo.
Mi hermano Mocó ha hecho la guerra. Pequeños bolsillos de piel acribillan su voluminoso pecho blanco, y si uno metía el dedo en ellos podía tocar una cosa dura: una bala o un pedazo de obús.
Le gustaba a nuestro hermano hacernos creer que estaba muerto. Algunas veces, cuando por la mañana yo le llevaba a su habitación hojas de morera que él mordisqueaba antes de despertarse completamente, me arrancaba gritos de dolor al verle rígido en su cama, con el pecho herido por docenas de puñalitos hundidos hasta la empuñadura. Pero muy pronto volvía la calma, pues comprendía que la oquedad de sus cicatrices le servía de segunda herida para espantarme.. se levantaba entonces riéndose, y se sacudía de una manera tan especial que todos los puñalitos se iban a clavar bien alineados, en la pared.
En uno de estos juegos, uno de los puñales le hirió en el corazón, y le mató.
Mi hermano Abel vino de lejos para verle por última vez. El era hermoso y elegante que le rogamos se quedara con nosotros para siempre. Mi madre, para convencerle, le mostró los pescaditos secos que ya comenzaban a aparecer bajo la nieve, y él aceptó.
Mi hermano Abel tenía el pecho hundido, pero de agradable aspecto. El no ha hecho la guerra sino la revolución, sin recibir heridas. Para recompensarle, el rey de aquel país extranjero le hizo un admirable regalo. Es una pequeña esfera de reloj que le ha deslizado bajo su piel, transparente en dicho sitio, y mi hermano se mostraba muy orgulloso cuando nos respondía inmediatamente al preguntársele la hora. Era muy rico y no trabajaba en nada. Con el marido de nuestra hermana Brindille se han hecho muy amigos, y se juntaban a menudo en el fondo del mar.
El año último llegó el negro, pero en vez de los pescaditos, depositó en el delantal de nuestra madre el agradable cadáver de nuestro hermano Abel. "Era mejor que se hubiera quedado en el extranjero", dijo nuestra madre, y sin una palabra la seguimos hasta la leñera en donde nuestro hermano Mocó ya estaba enterrado.
"Ya no tengo más hermanos", exclamé llorando, pero nuestra madre recordó repentinamente que otro hermanito vivía aún en Noruega, y que él podía llenar el vacío angustioso. Le escribimos inmediatamente. Llegó pronto, y estuvimos felices al comprobar que, en vez del niño rubio que esperábamos, fue un gran señor, fortísimo e inteligente, el que nos estrechó en sus brazos. Mi madre, mi hermana Brindille y yo, le peinamos la barba y los bigotes para que se viera más hermoso aún, y le instalamos en un sillón junto a la estufa encendida. Este hermano se llamaba Gentry. Era joven, su cuerpo era firme y flexible, pero tenía un ombligo demasiado grande, hundido y lúgubre.
Nuestro hermano Gentry ha muerto ayer. El negro, de regreso, se lo ha llevado en sus brazos para arrojarle al mar, pues ya no había más sitio en la leñera. Mi hermana Brindille le ha seguido por fin. De ahora en adelante, ella quiere vivir con él en los mares. El ya no volverá nunca más, nuestra madre ya no tendrá más pescados, y nos quedaremos solas con estos hombres muertos.
Mi hermana Brindille, la mayor, estaba casada. Tenía un reloj de arena para saber el momento en que el agua del mar alcanzaría un punto secreto en la colina. Cada año, en ese momento, encaramado en una ola, su marido volvía a casa. Este era un negro con una larga cabellera cubierta de algas marinas, con un cuerpo inmenso en el que estaban incrustadas redes de pescar y pequeñas anclas intactas provenientes de barcos sumergidos.
Antes de abrazarnos, su piel resplandeciente se estremecía y estrepitosas risas sacudían sus hombros. Después hinchaba su pecho de repente y por su boca silbante salía una multitud de pescaditos, los que iban a caer en el delantal de mi madre, quien los recibía con un aire triunfal.
Entonces sí que le abrazábamos. El negro dormía la siesta después de un año de trabajo, y por la noche, cuando bajaba la marea al salir la luna, acompañábamos al viajero vacío hasta las olas, en las que desaparecía, sonriéndose.
Desde ese momento, mi hermana Brindille vivía únicamente para la siguiente visita, incapaz de ayudarnos en las faenas del hogar, sin dormir hasta que el mar no llegara al pie de la colina, instante anunciador del retorno del viajero.
Nuestra madre secaba los pescados, los pelaba los cocía en la sartén enrojecida. Después los conservaba durante el invierno bajo la nieve hasta que ésta desaparecía por completo.
Mi hermano Mocó ha hecho la guerra. Pequeños bolsillos de piel acribillan su voluminoso pecho blanco, y si uno metía el dedo en ellos podía tocar una cosa dura: una bala o un pedazo de obús.
Le gustaba a nuestro hermano hacernos creer que estaba muerto. Algunas veces, cuando por la mañana yo le llevaba a su habitación hojas de morera que él mordisqueaba antes de despertarse completamente, me arrancaba gritos de dolor al verle rígido en su cama, con el pecho herido por docenas de puñalitos hundidos hasta la empuñadura. Pero muy pronto volvía la calma, pues comprendía que la oquedad de sus cicatrices le servía de segunda herida para espantarme.. se levantaba entonces riéndose, y se sacudía de una manera tan especial que todos los puñalitos se iban a clavar bien alineados, en la pared.
En uno de estos juegos, uno de los puñales le hirió en el corazón, y le mató.
Mi hermano Abel vino de lejos para verle por última vez. El era hermoso y elegante que le rogamos se quedara con nosotros para siempre. Mi madre, para convencerle, le mostró los pescaditos secos que ya comenzaban a aparecer bajo la nieve, y él aceptó.
Mi hermano Abel tenía el pecho hundido, pero de agradable aspecto. El no ha hecho la guerra sino la revolución, sin recibir heridas. Para recompensarle, el rey de aquel país extranjero le hizo un admirable regalo. Es una pequeña esfera de reloj que le ha deslizado bajo su piel, transparente en dicho sitio, y mi hermano se mostraba muy orgulloso cuando nos respondía inmediatamente al preguntársele la hora. Era muy rico y no trabajaba en nada. Con el marido de nuestra hermana Brindille se han hecho muy amigos, y se juntaban a menudo en el fondo del mar.
El año último llegó el negro, pero en vez de los pescaditos, depositó en el delantal de nuestra madre el agradable cadáver de nuestro hermano Abel. "Era mejor que se hubiera quedado en el extranjero", dijo nuestra madre, y sin una palabra la seguimos hasta la leñera en donde nuestro hermano Mocó ya estaba enterrado.
"Ya no tengo más hermanos", exclamé llorando, pero nuestra madre recordó repentinamente que otro hermanito vivía aún en Noruega, y que él podía llenar el vacío angustioso. Le escribimos inmediatamente. Llegó pronto, y estuvimos felices al comprobar que, en vez del niño rubio que esperábamos, fue un gran señor, fortísimo e inteligente, el que nos estrechó en sus brazos. Mi madre, mi hermana Brindille y yo, le peinamos la barba y los bigotes para que se viera más hermoso aún, y le instalamos en un sillón junto a la estufa encendida. Este hermano se llamaba Gentry. Era joven, su cuerpo era firme y flexible, pero tenía un ombligo demasiado grande, hundido y lúgubre.
Nuestro hermano Gentry ha muerto ayer. El negro, de regreso, se lo ha llevado en sus brazos para arrojarle al mar, pues ya no había más sitio en la leñera. Mi hermana Brindille le ha seguido por fin. De ahora en adelante, ella quiere vivir con él en los mares. El ya no volverá nunca más, nuestra madre ya no tendrá más pescados, y nos quedaremos solas con estos hombres muertos.
2 comentarios:
17:35
Lograste una excelente atmósfera. ¿Material onírico? ¿Dónde se pueden leer más obras tuyas?
tecladoalfanumerico@yahoo.es
12:56
gisele es mi hermana,ne.
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