louis scutenaire

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UN POCO DE HISTORIA NATURAL

No se quería creer de ninguna manera en América antes del día en que -no sé por cuales operaciones mágicas- el misterioso Colón impulsó su existencia al mundo.
Ahora no se quiere creer en los animales o en las costumbres de los animales, las que, sin embargo, son y permanecen reales, a pesar de la voluntad de los sabios académicos, reales como la luna, los lagos y las flores. Pero pensamos que no está lejano el día en que las palabras que sean necesario decir ceñirán el rasgo que hará ver a estos animales y a estos gestos.
Con tal esperanza, ¿si hablásemos de este mundo olvidado pero que siempre nos sonríe o nos amenaza?
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El basilisco, rey de las serpientes, en signo de soberanía lleva una corona alrededor de la cresta blanca que se yergue en su cabeza. El veneno que exhala envenena los árboles, hace caer los pájaros desde el alto cielo y, cuando un cazador quiere procurarse un ejemplar de esta especie atroz, se ve obligado a fabricar campanas de bronce para protegerse contra las exhalaciones de la bestia.
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El unicornio se presenta con el cuerpo de un caballo blanco, una cabeza de color púrpura y con ojos de azur, o con una cabeza de ciervo y una cola de jabalí, o, todavía mejor, con una cabeza de buey o de chivato. Lleva siempre en medio de la frente, ese cuerno maravilloso, blanco en la base, negro al centro, rojo en el extremo. Más precioso que el ónix y el oro, este cuerno sirve de piedra aislante contra los venenos, ya que el unicornio es enemigo del veneno y de la impureza. Cuando se encuentra en un cantón, todos los otros animales van a beber de preferencia en la fontana en la que él bebe. Dulce y feroz a la vez, al unicornio le gusta reposar a la sombra de los árboles, donde las palomas torcazas hacen su nido, para escuchar el ronroneo de las tórtolas. Pero no teme combatir con los animales más terribles y, antes de emprender el combate, afila su cuerno en una piedra. Su fuerza es tan grande que los más intrépidos y sagaces cazadores no pueden conseguir cazarlo y, para ampararse de él, necesitan emplear un engaño. Hacen venir a una virgen a los lugares donde acostumbra habitar. Tan pronto como el unicornio la percibe, va a recostarse en sus rodillas, sin hacerle ningún daño, y se duerme, apaciblemente en su regazo. Los cazadores, entonces, se aproximan y sin ningún esfuerzo lo matan.
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El león es valeroso y clemente. Cuando está furioso con el hombre, basta que éste se eche al suelo y finja pedirle perdón para que lo perdone. Todos los animales reconocen su soberanía y sus derechos. Cuando quiere mantenerlos alejados, traza una línea en la tierra como para indicar: no pasen, y nadie pasa. Es un buen padre y resucita a sus cachorros con sólo echarles el aliento. Símbolo de la vigilancia, duerme con los ojos abiertos y para escapar del cazador que lo persigue borra con su cola la huella de sus pisadas. Desgraciadamente, le tiene miedo a las mujeres.
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La pantera es una serpiente con manchas, ejerce un encanto irresistible sobre los animales, y no tiene sino un enemigo: el dragón. Siempre, después de comer hasta hartarse lo que ha cazado, duerme durante tres días, y cuando despierta se pone a rugir, escapándose de su hocico un olor de tal manera suave que sobrepasa en dulzura a todos los otros perfumes. Advertidos por sus rugidos, todos los animales de la selva, salen de sus guaridas y se apretujan en torno a ella, para embragarse con su aliento. Mientras los animales le forman un cortejo, el dragón se siente sofocado y se hunde en las profundidades de la tierra.
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El elefante es el más casto de los cuadrúpedos. Emigra en la primavera con su hembra para entregarse en la soledad, a las dulzuras del amor. Durante algunos días no come más que mandrágoras, y varios meses después de este viaje, cuando la hembra está a punto de parir, ella va a sumergirse en un estanque o en el río, temerosa de que el dragón no venga para devorar su progenitura. Durante este tiempo, el elefante vigila desde la ribera y, cuando el enemigo se presenta, se entrega con él a un combate desesperado.
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El zorro inventa una cantidad de procedimientos ingeniosos para atrapar su presa, cuando tiene hambre y no halla qué comer. Se revuelca en la tierra rojiza, para hacer creer que ha recibido graves heridas, que está cubierto de sangre, después se arrastra por el suelo, saca la lengua, retiene su aliento y, con su pata, aturde a los pájaros que, creyéndolo muerto, se abaten sobre él para vengarse a picotazos.
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El onagro se distingue por sus conocimientos astronómicos. Cada año, el 23 de marzo, rebuzna doce veces por la noche y doce veces por el día, para anunciar que el día y la noche tienen igual duración.
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El ciervo renueva su juventud comiendo serpientes. Sabe descubrir, con su admirable instinto, las hendiduras de los árboles y de las rocas donde se esconden, y las succiona con su respiración, tan fuertemente que las serpientes se entran por su dientes y las devora. Su muerte es infalible si permanece tres horas sin beber después de haberlas comido. Pero si encuentra una fuente, en un momento rejuvenece varios años.
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el cocodrilo vive en un río llamado Níger. Esta bestia tiene cuatro patas, garras espantables, y los animales más terribles no son a su lado sino abejorros. Cuando se encuentra con un hombre, lo ataca y se lo come sin dejar un pedazo, pero una vez comido, el cocodrilo pasa el resto de su vida llorándole, y hasta llora cuando se lo está comiendo.
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El dragón es el rey de los monstruos. Participa de la naturaleza de todos los seres y habita indistintamente la tierra, el agua o el fuego. Vuela, camina, nada. Quemado por el fuego que nada puede extinguir, presenta a todos los seres combates furiosos para refrescarse bebiendo su sangre. Tiene alas armadas de garras y aletas natatorias erizadas de colmillos agudos. Tiene una cabeza de hombre con cuerpo y cola de león, y, en el extremo de esta cola, , una cabeza de serpiente. Su hocico vomita llamas, su aliento envenena los aires, agosta las hojas y las flores, mata a los pájaros, y provoca el vértigo en los hombres. No teme sino a una cosa en el mundo, el rayo, porque a menudo es alcanzado por él. Así pues, cuando los encantadores tienen necesidad de sus servicios, imitan con un tambor las descargas del trueno. Engañado por el ruido, el dragón se somete sin resistencia y, una vez domesticado por el miedo, sirve con la facilidad más grande todos los caprichos de su amo. Puede, a su voluntad, cambiar de forma y atravesar con la rapidez del pensamiento las más grandes distancias. Seduce a las mujeres, rapta a las muchachas. Es un centinela vigilante y terrible. Defiende la entrada de las cavernas donde los hechiceros encierran sus tesoros, y las entradas de las fortalezas donde los gigantes encierran a las jovencitas.
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La salamandra vive en medio de las llamas y, cuando los emperadores emprenden una guerra, se hacen fabricar con su piel trajes incombustibles con el fin de poder, sin peligro, pasar a través del incendio de las ciudades tomadas al asalto.
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No se sabe, en toda la antigüedad, sino de Tiresias, Helenus, Casandra, Apolonio y Melampo que hayan poseído la ciencia maravillosa de comprender y hablar la lengua de los animales. Apolunio la había adquirido comiendo el corazón de un dragón de la India, y las serpientes le dieron las primeras lecciones a Melampo. Sus esclavos, habiendo un día descubierto en una vieja encina un nido de reptiles, mataron a los padres y se llevaron a los pequeños, los que regalaron a su amo; éste los hizo criar con gran cuidado. Cuando tuvieron uso de razón, las serpientes se mostraron llenas de reconocimiento hacia el hombre que también las había tratado. Un día que él dormía profundamente, se aproximaron a sus orejas, las acariciaron dulcemente con sus lenguas, y le perfeccionaron de tal modo el sentido del oído -iniciándole al mismo tiempo en el secreto de la lengua universal- que, al despertarse, Melampo se sintió grandemente sorprendido al comprobar la lengua de todos los seres.
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En la ciudad de Cesto se vio a un águila, criada y alimentada por una muchacha, arrojarse -cuando ésta murió- a las llamas de la hoguera encendida para consumirla, dejándose quemar con ella.
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Se vio, igualmente, bajo el reino de Augusto, a un delfín morirse de pesar por haber perdido a un muchachito, al que le ligaba una sincera amistad. Este niño atravesaba todos los días el lago Lucrin, para ir de Bayas a Puzzolo, con el fin de aprender las lecciones de su pedagogo. Le había enseñado al delfín a responder al nombre de Simón. A cualquiera hora que lo llamara, desde la ribera del lago, el animal acudía in mediatamente, escondiendo como en un manto las agudas puntas de que estaba armado su lomo, y llevando dulcemente a su amigo a través de las aguas, le conducía cada mañana a su escuela y le volvía a traer por la tarde. Un día, el niño no compareció a la hora indicada. El delfín le esperó con inquietud; volvió al día siguiente y a los subsiguientes. Pero el pobre niño estaba muerto, y el fiel animal murió también.

Ilustración: Jacek Yerka

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