La última carta de Manuel

La última carta de Manuel


Noche tras noche y trasnoche Manuel apostaba en el casino. Taxista de profesión y ludópata por adopción. Jugaba, ganaba, perdía y perdía. El casino se había convertido en su fuente de egresos más importante. Lo peor que te puede pasar en un casino, es ganar. Y Manuel ganaba, a veces. Irremediablemente al ganar, vuelves a por un nuevo botín. Era lo que hacía Manuel. Integrante de Radio Taxis Milodón, giraba por el pueblo en busca de clientes. Cuando completaba su tercera carrera se dirigía al casino, directo al tragaperras. Y allí pasaba un buen rato hablándole a la máquina, acariciándola, retándola, dándole consejos. Su afición era conocida por la gente del casino y sus compañeros de trabajo. Sus apuestas no eran importantes pero en el tiempo que llevaba jugando sí. Hasta que un día llegó el día. El gran día. El día que obtuvo un préstamo de una financiera para pagar en su totalidad, la deuda del taxi. Esto, junto al ahorro familiar le dio ánimo como para doblar la apuesta y salir de una vez por todas triunfante del casino y no volver nunca más. Nunca más era su cantinela predilecta. Nunca más. No voy a volver nunca más.

Al cabo de dos horas Manuel, le dio una patada a la máquina, una patada al préstamo de la financiera y otra patada al ahorro familiar Y a la vida. Redactó una carta, su última carta, en donde se despedía de Laura, su mujer, de Manuelito su hijo y de sus compañeros de trabajo. Daba algunas recomendaciones banales y al final de la carta decía que nunca había podido superar su adicción al juego y que lo enterraran con la camiseta del club de sus amores.

No fue sino hasta las tres de la tarde del día siguiente en que encontraron el taxi de Manuel. Se encontraba inclinado peligrosamente frente al mar a veinte kilómetros de Natales. Sus puertas abiertas y sin rastro de Manuel. La escena era francamente apabullante. Su mujer y el hijo abrazados y llorando. Los compañeros de trabajo se tomaban de los pelos y hasta el viento de la Patagonia arreciaba con más fuerza en aquel paraje desolado de roqueríos y pasto seco.
Llegó el juez, el fiscal, la policía y algunos curiosos que nunca faltan. Sólo faltaba Manuel. Manuel que apareció por la casa de noche, llorando, empapado en agua, tiritando y pidiendo perdón. Perdón que fue inmediatamente concedido por la mujer, el hijo y los compañeros de trabajo. Todos ellos sabían que la lección debía ser eterna, el perdón siempre tiene carácter transitorio. Al día siguiente fueron al casino y hablaron con el gerente. La entrada de Manuel sería vedada por los siglos de los siglos. Verdaderamente era el comienzo de una nueva vida. Nunca más.

Un mes después Miriam, la expendedora de entradas al casino, vio llegar a personajes francamente extravagantes; una viejita platinada con grandes gafas de carey. Al otro día a un anciano con muletas y pelo cano. Al otro día a un tipo de lentes oscuros y abrigo largo. Al siguiente a ...

comentarios:

a un tipo disfrazado de poeta con una que bailaba como gingers rogers