roberto bolaño
EDELMIRA THOMPSON DE MENDILUCE
Buenos Aires, 1894-Buenos Aires, 1993
Literatura Nazi en América Latina
A los quince años publicó su primer libro de poemas, A Papá, que consiguió introducirla en una discreta posición en la inmensa galería de las poetisas de la alta sociedad bonaerense. A partir de entonces fue asidua de los salones de Ximena San Diego y de Susana Lezcano Lafinur, dictadoras de la lírica y del buen gusto en ambas márgenes del Plata en los albores del siglo XX. Sus primeros poemas, como es lógico suponer, hablan de sentimientos filiales, pensamientos religiosos y jardines. Coqueteó con la idea de hacerse monja. Aprendió a montar a caballo. En 1917 conoce al ganadero e industrial Sebastián Mendiluce, veinte años mayor que ella. Todo el mundo quedó sorprendido cuando al cabo de pocos meses se casaron. Según los testimonios de la época Mendiluce despreciaba la literatura en general y la poesía en particular, carecía de sensibilidad artística (aunque de tanto en tanto acudía a la ópera) y su conversación estaba al mismo nivel que la de sus peones y obreros. Era alto y enérgico, pero distaba mucho de ser guapo. Su única cualidad reconocida era su inagotable fortuna.
Las amigas de Edelmira Thompson dijeron que había sido un matrimonio de conveniencia, pero la verdad es que se casó por amor. Un amor que ni ella ni Mendiluce supieron jamás explicar y que se mantuvo impertérrito hasta la muerte.
El matrimonio que acaba con la carrera de tantas escritoras en ciernes dio nuevos bríos a la pluma de Edelmira Thompson. Abrió su propio salón en Buenos Aires, que rivalizó con el de la San Diego y el de la Lezcano Lafinur. Protegió a jóvenes pintores argentinos a quienes no sólo compraba obra (en 1950 su pinacoteca de plástica argentina era no la mejor pero sí una de las más numerosas y extravagantes de la República) sino que solía llevarlos a su estancia de Azul para que pintaran lejos del mundanal ruido y con todas las necesidades cubiertas. Fundó la editorial Candil Sureño en donde publicó más de cincuenta libros de poesía, muchos de los cuales están dedicados a ella, el «hada buena de las letras criollas».
En 1921 publica su primer libro en prosa, Toda mi vida, autobiografía idílica, cuando no plana, exenta de chismorreos y llena de descripciones paisajísticas y de consideraciones poéticas que, contra lo que la autora esperaba, pasa sin pena ni gloria por los escaparates de las librerías de Buenos Aires. Decepcionada y en compañía de sus dos hijos pequeños, dos sirvientas y más de veinte maletas, Edelmira parte para Europa.
Visita Lourdes y las grandes catedrales. La recibe el Papa. Recorre en velero las islas del Egeo y llega a Creta un mediodía de primavera. En 1922 publica en París un librito de poemas infantiles en francés y otro en español. Luego vuelve a la Argentina.
Pero las cosas han cambiado y Edelmira ya no se siente a gusto en su país. En un periódico reciben la aparición de su nuevo libro de poesía (Horas de Europa, 1923) tildándola de cursi. El crítico literario más influyente de la prensa nacional, el doctor Luis Enrique Belmar, la juzga «dama infantil y desocupada que haría mejor dedicando su esfuerzo a la beneficencia y a la educación de tanto pillete desharrapado que corre por los espacios sin límites de la patria». Edelmira responde con elegancia invitando al doctor Belmar y a otros críticos a su salón. Sólo acuden cuatro periodistas muertos de hambre que atienden páginas de sucesos. Edelmira, desairada, se recluye en la estancia de Azul a donde la siguen unos pocos incondicionales. En la paz de los campos, escuchando las conversaciones de la gente trabajadora y humilde, prepara un nuevo libro de poesía que arrojará a la cara a sus detractores. Horas Argentinas (1925), el poemario esperado, provoca el escándalo y la controversia desde el mismo día de su publicación. En él Edelmira abandona la visión contemplativa y pasa al ataque. Arremete contra los críticos, contra las literatas, contra la decadencia que envuelve la vida cultural. Propugna un regreso a los orígenes: las labores del campo, la frontera sur siempre abierta. Atrás quedan los requiebros y deliquios amorosos. Edelmira quiere una literatura épica, epopéyica, a la que no le tiemble el pulso a la hora de cantarle a la patria. A su manera, el libro es todo un éxito y en un acto de humildad, apenas con tiempo para saborear las mieles del trabajo reconocido, Edelmira parte otra vez para Europa. La acompañan sus hijos, sus sirvientas y el filósofo bonaerense Aldo Carozzone que hace las veces de secretario particular.
El año 1926 lo pasa viajando con su numeroso séquito por Italia. En 1927 se le une Mendiluce. En 1928 nace en Berlín su primera hija, Luz Mendiluce, una rozagante niña de cuatro kilos y medio. El filósofo alemán Haushofer oficiará de padrino de bautizo en una ceremonia en donde se dará cita la crema de la intelectualidad argentina y alemana y que al cabo de tres días de fiesta ininterrumpida terminará en un bosquecillo cercano a Rathenow en donde los Mendiluce obsequian a Haushofer con un solo de timbales, compuesto y ejecutado por el maestro Tito Vázquez, que causará sensación en la época.
En 1929, mientras el crac mundial obliga a Sebastián Mendiluce a retomar a la Argentina, Edelmira y sus hijos son presentados a Adolfo Hitler, quien cogerá a la pequeña Luz y dirá: «Es sin duda una niña maravillosa. » Se hacen fotos. El futuro Führer del Reich causa en la poetisa argentina una gran impresión. Antes de despedirse le regala algunos de sus libros y un ejemplar de lujo del Martín Fierro, obsequios que Hitler agradece calurosamente obligándola a improvisar una traducción al alemán allí mismo, cosa que no sin dificultad consiguen entre Edelmira y Carozzone. Hitler se muestra complacido. Son versos rotundos y que apuntan al futuro. Edelmira, feliz, le pide consejo sobre la escuela más apropiada para sus dos hijos mayores. Hitler sugiere un internado suizo, aunque apostilla que la mejor escuela es la vida. Al terminar la entrevista, tanto Edelmira como Carozzone se confesarán hitlerianos convencidos.
Es 1930 un año de viajes y de aventuras. En compañía de Carozzone, de su hija pequeña (los niños han quedado internos en un selecto colegio de Berna) y de sus dos sirvientas pampas, Edelmira recorre el Nilo, visita Jerusalén (en donde sufre una crisis mística o nerviosa que la mantiene tres días postrada en la habitación de su hotel), Damasco, Bagdad...
Su cabeza bulle de proyectos: planea fundar una nueva editorial a su regreso a Buenos Aires en donde traducirá a pensadores y novelistas europeos, sueña con estudiar arquitectura y diseñar macroescuelas que edificará en los territorios argentinos en donde la civilización aún no ha llegado, desea crear una fundación que lleve el nombre de su madre para jovencitas de escasos recursos y de inquietudes artísticas. Poco a poco un nuevo libro empieza a tomar forma en su espíritu.
En 1931 vuelve a Buenos Aires y empieza a dar cuerpo a sus proyectos. Funda una revista, La Argentina Moderna, que dirigirá Carozzone y que publicará lo último en la poesía y prosa sin desdeñar los artículos políticos, el ensayo filosófico, la reseña cinematográfica y la actualidad social. La salida de la revista coincide con la aparición de su libro El Nuevo Manantial, al que La Argentina Moderna dedicará la mitad de sus páginas. El Nuevo Manantial, a mitad de camino entre la crónica de viaje y las memorias filosóficas, constituye una reflexión sobre el mundo contemporáneo, sobre el destino del continente europeo y el continente americano al tiempo que avizora y advierte sobre la amenaza que para la civilización cristiana representa el comunismo.
Los años siguientes son pródigos en nuevos libros, nuevas amistades, nuevos viajes (recorre el norte de Argentinay cruza la frontera boliviana montada a caballo), nuevas aventuras editoriales y nuevas experiencias artísticas que la llevarán a escribir el libreto de una ópera (Ana, la campesina redimida, 1935, estrenada en el Colón con división de opiniones y enfrentamientos verbales y físicos), a pintar una serie de paisajes de la provincia de Buenos Aires y a colaborar en el montaje de tres piezas del dramaturgo uruguayo Wenceslao Hassel.
En 1940 muere Sebastián Mendiluce y la guerra le impide viajar a Europa como hubiera sido su deseo. Loca de dolor, redacta ella misma la nota necrológica que aparece ocupando una página a dos columnas en los principales periódicos del país. Lo firma: Edelmira, viuda de Mendiluce. El texto acusa sin duda el extravío mental en que se encuentra. Concita burlas, puyas, el desprecio de gran parte de la intelectualidad argentina.
Una vez más, se refugia en la estancia de Azul con la única compañía de su hija menor, del inseparable Carozzone y del joven pintor Atilio Franchetti. Por las mañanas escribe o pinta. Por las tardes da largos paseos solitarios o dedica las horas a la lectura. Fruto de estas lecturas y de su manifiesta vocación de diseñadora de interiores es su obra mejor, La Habitación de Poe (1944), que prefigurará el nouveau roman y muchas de las vanguardias posteriores y que gana para la viuda de Mendiluce un lugar al sol en la literatura argentina e hispanoamericana. La historia es la siguiente. Edelmira lee Filosofía del moblaje, de Edgar Allan Poe. El ensayo le entusiasma, encuentra en Poe un alma gemela en lo decorativo y discute el tema ampliamente con Carozzone y Atilio Franchetti. Este último pinta un cuadro siguiendo fielmente las instrucciones de Poe: una cámara oblonga de unos treinta pies de largo por veinticinco de ancho (un pie equivale aproximadamente a veintiocho centímetros), con una puerta y dos ventanas colocadas en el extremo opuesto. Los muebles, el empapelado, las cortinas son reproducidas con el máximo de exactitud por Franchetti. Tal exactitud, sin embargo, le parece poca cosa a Edelmira que opta por reproducir al natural la habitación de Poe. A tal efecto manda construir en el jardín de la hacienda una habitación con las mismas medidas que la descrita por Poe y luego lanza a sus agentes (anticuarios, mueblistas y carpinteros) a la pesquisa de los enseres descritos en el ensayo. El resultado buscado y conseguido sólo a medias era el siguiente:
- Las ventanas son amplias, bajan hasta el suelo y se hallan montadas en profundos nichos.
- Los cristales de las ventanas son de color carmesí.
- Los marcos, de palorrosa, más gruesos que los usuales.
- Del lado interior del nicho tienen por cortinas un espejo tejido de plata adaptado a la forma de la ventana, que cuelga suelto en menudos pliegues.
- Fuera del nicho se ven cortinas de una riquísima seda carmesí, orlada con una brillante red de oro y forrada con el tejido de plata que forma la cortina exterior.
- Los pliegues de las cortinas surgen de debajo de un ancho cornisamento dorado que recorre la habitación en la línea de contacto de las paredes con el techo.
- El cortinado se abre o se cierra por medio de un ancho cordón de oro, que lo sostiene flojamente y termina en un sencillo nudo; no se ven clavijas ni otros dispositivos semejantes.
- Los colores de las cortinas y de sus orlas, es decir el carmesí y el oro, aparecen profusamente en todas partes, determinando el carácter de la habitación.
- La alfombra, tejida en Sajonia, tiene media pulgada de espesor y su fondo es también carmesí, simplemente realzado por un cordoncillo de oro (análogo al que festonea las cortinas) que se levanta apenas sobre el fondo, hallándose dispuesto de manera tal que constituye una serie de curvas breves e irregulares, las cuales se entrecruzan una y otra vez.
- Las paredes están revestidas de un papel satinado de una tonalidad plateada grisácea, en la que figuran menudos diseños arabescos del tono carmesí dominante, pero de un matiz más suave.
- Numerosos cuadros. Predominan los paisajes de estilo imaginativo, tales como las grutas de las hadas de Stanfield o el lago melancólico de Chapman. Vense, sin embargo, tres o cuatro cabezas femeninas de etérea belleza; son retratos a la manera de Sully. La tonalidad de todos los cuadros es cálida pero sombría.
- No hay ninguno de pequeño tamaño. Las pinturas diminutas dan a un cuarto ese aire manchado que constituye la falla de tantas hermosas obras de arte excesivamente retocadas.
- Los marcos son anchos, pero no profundos; están ricamente labrados sin ser opacos ni afiligranados.
- Las pinturas están bien adosadas a las paredes, sin colgar de cordones.
- Un espejo no muy grande, casi circular, cuelga de manera que no se refleje en él nadie que se encuentre ubicado en los sitios donde hay asientos.
- Éstos están constituidos por dos amplios sofás de palorrosa y seda carmesí, con flores de oro, y dos sillas livianas igualmente de palorrosa.
- De esta madera es también el piano, que no tiene funda y está abierto.
- Cerca de un sofá se ve una mesa octogonal del más hermoso mármol incrustado de oro. La mesa no tiene tapete alguno.
- Cuatro grandes y espléndidos vasos de Sévres, de donde asoma una profusión de hermosas y brillantes flores, ocupan los ángulos ligeramente redondeados de la estancia.
- Un alto candelabro, que contiene una lamparilla antigua llena de aceite perfumado, se levanta cerca de uno de los sillones (aquel en donde duerme el amigo de Poe, el poseedor de esta habitación ideal).
- Algunos livianos y graciosos anaqueles de dorados bordes, suspendidos de cordeles de seda carmesí con borlas de oro, soportan doscientos o trescientos volúmenes magníficamente encuadernados.
Fuera de ello no hay otros muebles, excepto una lámpara de Argand con su pantalla de vidrio transparente de color carmesí suspendida del alto y abovedado techo por una fina cadena de oro, y que vierte un resplandor sereno y mágico sobre todas las cosas.
La lámpara de Argand no fue extremadamente difícil de conseguir. Tampoco las cortinas, la alfombra o los sillones. Con el empapelado hubo problemas que la viuda de Mendiluce solucionó encargándolo directamente a la fábrica con un modelo diseñado especialmente por Franchetti. Las pinturas de Stanfield o de Chapman fueron inencontrables, pero el pintor y su amigo Arturo Velasco, un joven y prometedor artista, realizaron unos lienzos que acabaron por satisfacer el deseo de Edelmira. El piano de palorrosa también planteó algunos problemas pero a la larga todos fueron superados.
Con la habitación reconstruida Edelmira creyó llegado el momento de escribir. La primera parte de La Habitación de Poe es una descripción al detalle de ésta. La segunda parte es un breviario sobre el buen gusto en el diseño de interiores, tomando como punto de partida algunos de los preceptos de Poe. La tercera parte es la construcción propiamente dicha de la habitación en un prado del jardín de la estancia de Azul. La cuarta parte es una descripción prolija de la búsqueda de los muebles. La quinta parte es, otra vez, una descripción de la habitación reconstruida, similar pero distinta de la habitación descrita por Poe, con particular énfasis en la luz, en el color carmesí, en la procedencia y en el estado de conservación de algunos muebles, en la calidad de las pinturas (todas, una por una, son descritas por Edelmira sin ahorrarle al lector ni un solo detalle). La sexta y última parte, acaso la más breve, es el retrato del amigo de Poe, el hombre que dormita. Algunos críticos, tal vez demasiado perspicaces, quisieron ver en él al recientemente fallecido Sebastián Mendiluce.
La obra se publica sin pena ni gloria. Esta vez, sin embargo, Edelmira está tan segura de lo que ha escrito que la incomprensión apenas la afecta.
Durante 1945 y 1946, según sus enemigos, es asidua visitante de playas abandonadas y calles assecretas en donde da la bienvenida a la Argentina a viajeros clandestinos que arriban en los restos de la flota de submarinos del almirante Doenitz. Se comenta, asimismo, que es su dinero el que está detrás de la revista El Cuarto Reich Argentino y posteriormente de la editorial del mismo nombre.
En 1947 aparece una segunda edición corregida y aumentada de La Habitación de Poe. Esta vez se incluye una reproducción de la pintura de Franchetti: en ésta se puede apreciar la habitación desde la perspectiva de la puerta. Del durmiente sólo es posible vislumbrar media cara. En efecto, podría ser Sebastián Mendiluce o tal vez sólo un hombre corpulento.
En 1948, sin deshacerse de La Argentina Moderna, funda una nueva revista, Letras Criollas, cuya dirección deja en manos de sus hijos Juan y Luz. Poco después parte para Europa de donde no volverá hasta 1955. Como motivo de este largo exilio se cita su irreconciliable enemistad con Eva Perón. En muchas fotos de la época, sin embargo, Evita y Edelmira aparecen juntas, ya sea en cócteles, recepciones, fiestas de cumpleaños, estrenos teatrales y gestas deportivas. Evita, probablemente, no pudo llegar jamás a la página diez de La Habitación de Poe y Edelmira seguramente no aprobaba la procedencia social de la primera dama, pero existen papeles y cartas de terceros que atestiguan que ambas estaban embarcadas en proyectos comunes como la creación de un gran museo (diseñado por Edelmira y el joven arquitecto Hugo Bossi) de arte contemporáneo argentino, con un servicio de residencia y pensión completa incorporado, algo nunca visto en ningún complejo museístico mundial, con el objetivo de facilitar la creación y la vida cotidiana a los jóvenes y no tan jóvenes exponentes de la pintura moderna y evitar, de paso, su emigración a París o Nueva York. Se habla también del borrador de un guión cinematográfico escrito por ambas sobre la vida y desgracias de un joven donjuán inocente que protagonizaría Hugo del Carril, pero el borrador, como tantas otras cosas, se perdió.
Lo cierto es que Edelmira no volvió a la Argentina hasta 1955 y por entonces la estrella ascendente en las letras bonaerenses era su hija Luz Mendiluce.
Pocos libros más publicará Edelmira. El primer tomo de sus Poesías Completas apareceráen 1962; el segundo, en 1979. Un libro de memorias, El siglo que he vivido (1968), escrito con la colaboración de su fiel Carozzone, un conjunto de relatos brevísimos, Iglesias y cementerios de Europa (1972), en donde destaca su prodigioso sentido común, y una recopilación de poemas inéditos de juventud, Fervor (1985), componen la totalidad de su obra publicada en los últimos años.
Su labor de animadora de las artes y promotora de nuevos talentos, por el contrario, no decaería con el tiempo. Son incontables los libros que ostentan un prólogo, un epílogo o un envío de la viuda de Mendiluce, como incontables son las primeras ediciones que financió de su bolsillo. Entre los primeros cabe destacar Corazones rancios y corazones jóvenes, de Julián Rico Anaya, novela que en 1978 levantó considerable polémica tanto en Argentina como en el extranjero, o Las Adoratrices Invisibles, de Carola Leyva, poemario con voluntad de poner punto final a la estéril discusión que sobre la poesía se mantenía en algunos círculos argentinos desde el Segundo Manifiesto del Surrealismo. Entre los segundos es imposible no citar La Muchachada de Puerto Argentino, memorias acaso un tanto infladas sobre la guerra de las Malvinas con las que irrumpe en el mundo literario el ex soldado Jorge Esteban Petrovich, y Los Dardos y él Viento, una antología de poetas jóvenes y de buena familia entre cuyos objetivos estéticos está el de no utilizar cacofonías ni palabras disonantes ni groserías cotidianas y que, prologada por Juan Mendiluce, obtuvo un éxito de ventas inesperado.
Sus últimos años los pasó en la estancia de Azul, recluida en la habitación de Poe en donde solía dormitar y soñar con el pasado, o en la amplia terraza de la casa principal, sumida en la lectura o en la contemplación del paisaje.
Mantuvo la lucidez («la rabia», decía ella) hasta el final.
Las amigas de Edelmira Thompson dijeron que había sido un matrimonio de conveniencia, pero la verdad es que se casó por amor. Un amor que ni ella ni Mendiluce supieron jamás explicar y que se mantuvo impertérrito hasta la muerte.
El matrimonio que acaba con la carrera de tantas escritoras en ciernes dio nuevos bríos a la pluma de Edelmira Thompson. Abrió su propio salón en Buenos Aires, que rivalizó con el de la San Diego y el de la Lezcano Lafinur. Protegió a jóvenes pintores argentinos a quienes no sólo compraba obra (en 1950 su pinacoteca de plástica argentina era no la mejor pero sí una de las más numerosas y extravagantes de la República) sino que solía llevarlos a su estancia de Azul para que pintaran lejos del mundanal ruido y con todas las necesidades cubiertas. Fundó la editorial Candil Sureño en donde publicó más de cincuenta libros de poesía, muchos de los cuales están dedicados a ella, el «hada buena de las letras criollas».
En 1921 publica su primer libro en prosa, Toda mi vida, autobiografía idílica, cuando no plana, exenta de chismorreos y llena de descripciones paisajísticas y de consideraciones poéticas que, contra lo que la autora esperaba, pasa sin pena ni gloria por los escaparates de las librerías de Buenos Aires. Decepcionada y en compañía de sus dos hijos pequeños, dos sirvientas y más de veinte maletas, Edelmira parte para Europa.
Visita Lourdes y las grandes catedrales. La recibe el Papa. Recorre en velero las islas del Egeo y llega a Creta un mediodía de primavera. En 1922 publica en París un librito de poemas infantiles en francés y otro en español. Luego vuelve a la Argentina.
Pero las cosas han cambiado y Edelmira ya no se siente a gusto en su país. En un periódico reciben la aparición de su nuevo libro de poesía (Horas de Europa, 1923) tildándola de cursi. El crítico literario más influyente de la prensa nacional, el doctor Luis Enrique Belmar, la juzga «dama infantil y desocupada que haría mejor dedicando su esfuerzo a la beneficencia y a la educación de tanto pillete desharrapado que corre por los espacios sin límites de la patria». Edelmira responde con elegancia invitando al doctor Belmar y a otros críticos a su salón. Sólo acuden cuatro periodistas muertos de hambre que atienden páginas de sucesos. Edelmira, desairada, se recluye en la estancia de Azul a donde la siguen unos pocos incondicionales. En la paz de los campos, escuchando las conversaciones de la gente trabajadora y humilde, prepara un nuevo libro de poesía que arrojará a la cara a sus detractores. Horas Argentinas (1925), el poemario esperado, provoca el escándalo y la controversia desde el mismo día de su publicación. En él Edelmira abandona la visión contemplativa y pasa al ataque. Arremete contra los críticos, contra las literatas, contra la decadencia que envuelve la vida cultural. Propugna un regreso a los orígenes: las labores del campo, la frontera sur siempre abierta. Atrás quedan los requiebros y deliquios amorosos. Edelmira quiere una literatura épica, epopéyica, a la que no le tiemble el pulso a la hora de cantarle a la patria. A su manera, el libro es todo un éxito y en un acto de humildad, apenas con tiempo para saborear las mieles del trabajo reconocido, Edelmira parte otra vez para Europa. La acompañan sus hijos, sus sirvientas y el filósofo bonaerense Aldo Carozzone que hace las veces de secretario particular.
El año 1926 lo pasa viajando con su numeroso séquito por Italia. En 1927 se le une Mendiluce. En 1928 nace en Berlín su primera hija, Luz Mendiluce, una rozagante niña de cuatro kilos y medio. El filósofo alemán Haushofer oficiará de padrino de bautizo en una ceremonia en donde se dará cita la crema de la intelectualidad argentina y alemana y que al cabo de tres días de fiesta ininterrumpida terminará en un bosquecillo cercano a Rathenow en donde los Mendiluce obsequian a Haushofer con un solo de timbales, compuesto y ejecutado por el maestro Tito Vázquez, que causará sensación en la época.
En 1929, mientras el crac mundial obliga a Sebastián Mendiluce a retomar a la Argentina, Edelmira y sus hijos son presentados a Adolfo Hitler, quien cogerá a la pequeña Luz y dirá: «Es sin duda una niña maravillosa. » Se hacen fotos. El futuro Führer del Reich causa en la poetisa argentina una gran impresión. Antes de despedirse le regala algunos de sus libros y un ejemplar de lujo del Martín Fierro, obsequios que Hitler agradece calurosamente obligándola a improvisar una traducción al alemán allí mismo, cosa que no sin dificultad consiguen entre Edelmira y Carozzone. Hitler se muestra complacido. Son versos rotundos y que apuntan al futuro. Edelmira, feliz, le pide consejo sobre la escuela más apropiada para sus dos hijos mayores. Hitler sugiere un internado suizo, aunque apostilla que la mejor escuela es la vida. Al terminar la entrevista, tanto Edelmira como Carozzone se confesarán hitlerianos convencidos.
Es 1930 un año de viajes y de aventuras. En compañía de Carozzone, de su hija pequeña (los niños han quedado internos en un selecto colegio de Berna) y de sus dos sirvientas pampas, Edelmira recorre el Nilo, visita Jerusalén (en donde sufre una crisis mística o nerviosa que la mantiene tres días postrada en la habitación de su hotel), Damasco, Bagdad...
Su cabeza bulle de proyectos: planea fundar una nueva editorial a su regreso a Buenos Aires en donde traducirá a pensadores y novelistas europeos, sueña con estudiar arquitectura y diseñar macroescuelas que edificará en los territorios argentinos en donde la civilización aún no ha llegado, desea crear una fundación que lleve el nombre de su madre para jovencitas de escasos recursos y de inquietudes artísticas. Poco a poco un nuevo libro empieza a tomar forma en su espíritu.
En 1931 vuelve a Buenos Aires y empieza a dar cuerpo a sus proyectos. Funda una revista, La Argentina Moderna, que dirigirá Carozzone y que publicará lo último en la poesía y prosa sin desdeñar los artículos políticos, el ensayo filosófico, la reseña cinematográfica y la actualidad social. La salida de la revista coincide con la aparición de su libro El Nuevo Manantial, al que La Argentina Moderna dedicará la mitad de sus páginas. El Nuevo Manantial, a mitad de camino entre la crónica de viaje y las memorias filosóficas, constituye una reflexión sobre el mundo contemporáneo, sobre el destino del continente europeo y el continente americano al tiempo que avizora y advierte sobre la amenaza que para la civilización cristiana representa el comunismo.
Los años siguientes son pródigos en nuevos libros, nuevas amistades, nuevos viajes (recorre el norte de Argentinay cruza la frontera boliviana montada a caballo), nuevas aventuras editoriales y nuevas experiencias artísticas que la llevarán a escribir el libreto de una ópera (Ana, la campesina redimida, 1935, estrenada en el Colón con división de opiniones y enfrentamientos verbales y físicos), a pintar una serie de paisajes de la provincia de Buenos Aires y a colaborar en el montaje de tres piezas del dramaturgo uruguayo Wenceslao Hassel.
En 1940 muere Sebastián Mendiluce y la guerra le impide viajar a Europa como hubiera sido su deseo. Loca de dolor, redacta ella misma la nota necrológica que aparece ocupando una página a dos columnas en los principales periódicos del país. Lo firma: Edelmira, viuda de Mendiluce. El texto acusa sin duda el extravío mental en que se encuentra. Concita burlas, puyas, el desprecio de gran parte de la intelectualidad argentina.
Una vez más, se refugia en la estancia de Azul con la única compañía de su hija menor, del inseparable Carozzone y del joven pintor Atilio Franchetti. Por las mañanas escribe o pinta. Por las tardes da largos paseos solitarios o dedica las horas a la lectura. Fruto de estas lecturas y de su manifiesta vocación de diseñadora de interiores es su obra mejor, La Habitación de Poe (1944), que prefigurará el nouveau roman y muchas de las vanguardias posteriores y que gana para la viuda de Mendiluce un lugar al sol en la literatura argentina e hispanoamericana. La historia es la siguiente. Edelmira lee Filosofía del moblaje, de Edgar Allan Poe. El ensayo le entusiasma, encuentra en Poe un alma gemela en lo decorativo y discute el tema ampliamente con Carozzone y Atilio Franchetti. Este último pinta un cuadro siguiendo fielmente las instrucciones de Poe: una cámara oblonga de unos treinta pies de largo por veinticinco de ancho (un pie equivale aproximadamente a veintiocho centímetros), con una puerta y dos ventanas colocadas en el extremo opuesto. Los muebles, el empapelado, las cortinas son reproducidas con el máximo de exactitud por Franchetti. Tal exactitud, sin embargo, le parece poca cosa a Edelmira que opta por reproducir al natural la habitación de Poe. A tal efecto manda construir en el jardín de la hacienda una habitación con las mismas medidas que la descrita por Poe y luego lanza a sus agentes (anticuarios, mueblistas y carpinteros) a la pesquisa de los enseres descritos en el ensayo. El resultado buscado y conseguido sólo a medias era el siguiente:
- Las ventanas son amplias, bajan hasta el suelo y se hallan montadas en profundos nichos.
- Los cristales de las ventanas son de color carmesí.
- Los marcos, de palorrosa, más gruesos que los usuales.
- Del lado interior del nicho tienen por cortinas un espejo tejido de plata adaptado a la forma de la ventana, que cuelga suelto en menudos pliegues.
- Fuera del nicho se ven cortinas de una riquísima seda carmesí, orlada con una brillante red de oro y forrada con el tejido de plata que forma la cortina exterior.
- Los pliegues de las cortinas surgen de debajo de un ancho cornisamento dorado que recorre la habitación en la línea de contacto de las paredes con el techo.
- El cortinado se abre o se cierra por medio de un ancho cordón de oro, que lo sostiene flojamente y termina en un sencillo nudo; no se ven clavijas ni otros dispositivos semejantes.
- Los colores de las cortinas y de sus orlas, es decir el carmesí y el oro, aparecen profusamente en todas partes, determinando el carácter de la habitación.
- La alfombra, tejida en Sajonia, tiene media pulgada de espesor y su fondo es también carmesí, simplemente realzado por un cordoncillo de oro (análogo al que festonea las cortinas) que se levanta apenas sobre el fondo, hallándose dispuesto de manera tal que constituye una serie de curvas breves e irregulares, las cuales se entrecruzan una y otra vez.
- Las paredes están revestidas de un papel satinado de una tonalidad plateada grisácea, en la que figuran menudos diseños arabescos del tono carmesí dominante, pero de un matiz más suave.
- Numerosos cuadros. Predominan los paisajes de estilo imaginativo, tales como las grutas de las hadas de Stanfield o el lago melancólico de Chapman. Vense, sin embargo, tres o cuatro cabezas femeninas de etérea belleza; son retratos a la manera de Sully. La tonalidad de todos los cuadros es cálida pero sombría.
- No hay ninguno de pequeño tamaño. Las pinturas diminutas dan a un cuarto ese aire manchado que constituye la falla de tantas hermosas obras de arte excesivamente retocadas.
- Los marcos son anchos, pero no profundos; están ricamente labrados sin ser opacos ni afiligranados.
- Las pinturas están bien adosadas a las paredes, sin colgar de cordones.
- Un espejo no muy grande, casi circular, cuelga de manera que no se refleje en él nadie que se encuentre ubicado en los sitios donde hay asientos.
- Éstos están constituidos por dos amplios sofás de palorrosa y seda carmesí, con flores de oro, y dos sillas livianas igualmente de palorrosa.
- De esta madera es también el piano, que no tiene funda y está abierto.
- Cerca de un sofá se ve una mesa octogonal del más hermoso mármol incrustado de oro. La mesa no tiene tapete alguno.
- Cuatro grandes y espléndidos vasos de Sévres, de donde asoma una profusión de hermosas y brillantes flores, ocupan los ángulos ligeramente redondeados de la estancia.
- Un alto candelabro, que contiene una lamparilla antigua llena de aceite perfumado, se levanta cerca de uno de los sillones (aquel en donde duerme el amigo de Poe, el poseedor de esta habitación ideal).
- Algunos livianos y graciosos anaqueles de dorados bordes, suspendidos de cordeles de seda carmesí con borlas de oro, soportan doscientos o trescientos volúmenes magníficamente encuadernados.
Fuera de ello no hay otros muebles, excepto una lámpara de Argand con su pantalla de vidrio transparente de color carmesí suspendida del alto y abovedado techo por una fina cadena de oro, y que vierte un resplandor sereno y mágico sobre todas las cosas.
La lámpara de Argand no fue extremadamente difícil de conseguir. Tampoco las cortinas, la alfombra o los sillones. Con el empapelado hubo problemas que la viuda de Mendiluce solucionó encargándolo directamente a la fábrica con un modelo diseñado especialmente por Franchetti. Las pinturas de Stanfield o de Chapman fueron inencontrables, pero el pintor y su amigo Arturo Velasco, un joven y prometedor artista, realizaron unos lienzos que acabaron por satisfacer el deseo de Edelmira. El piano de palorrosa también planteó algunos problemas pero a la larga todos fueron superados.
Con la habitación reconstruida Edelmira creyó llegado el momento de escribir. La primera parte de La Habitación de Poe es una descripción al detalle de ésta. La segunda parte es un breviario sobre el buen gusto en el diseño de interiores, tomando como punto de partida algunos de los preceptos de Poe. La tercera parte es la construcción propiamente dicha de la habitación en un prado del jardín de la estancia de Azul. La cuarta parte es una descripción prolija de la búsqueda de los muebles. La quinta parte es, otra vez, una descripción de la habitación reconstruida, similar pero distinta de la habitación descrita por Poe, con particular énfasis en la luz, en el color carmesí, en la procedencia y en el estado de conservación de algunos muebles, en la calidad de las pinturas (todas, una por una, son descritas por Edelmira sin ahorrarle al lector ni un solo detalle). La sexta y última parte, acaso la más breve, es el retrato del amigo de Poe, el hombre que dormita. Algunos críticos, tal vez demasiado perspicaces, quisieron ver en él al recientemente fallecido Sebastián Mendiluce.
La obra se publica sin pena ni gloria. Esta vez, sin embargo, Edelmira está tan segura de lo que ha escrito que la incomprensión apenas la afecta.
Durante 1945 y 1946, según sus enemigos, es asidua visitante de playas abandonadas y calles assecretas en donde da la bienvenida a la Argentina a viajeros clandestinos que arriban en los restos de la flota de submarinos del almirante Doenitz. Se comenta, asimismo, que es su dinero el que está detrás de la revista El Cuarto Reich Argentino y posteriormente de la editorial del mismo nombre.
En 1947 aparece una segunda edición corregida y aumentada de La Habitación de Poe. Esta vez se incluye una reproducción de la pintura de Franchetti: en ésta se puede apreciar la habitación desde la perspectiva de la puerta. Del durmiente sólo es posible vislumbrar media cara. En efecto, podría ser Sebastián Mendiluce o tal vez sólo un hombre corpulento.
En 1948, sin deshacerse de La Argentina Moderna, funda una nueva revista, Letras Criollas, cuya dirección deja en manos de sus hijos Juan y Luz. Poco después parte para Europa de donde no volverá hasta 1955. Como motivo de este largo exilio se cita su irreconciliable enemistad con Eva Perón. En muchas fotos de la época, sin embargo, Evita y Edelmira aparecen juntas, ya sea en cócteles, recepciones, fiestas de cumpleaños, estrenos teatrales y gestas deportivas. Evita, probablemente, no pudo llegar jamás a la página diez de La Habitación de Poe y Edelmira seguramente no aprobaba la procedencia social de la primera dama, pero existen papeles y cartas de terceros que atestiguan que ambas estaban embarcadas en proyectos comunes como la creación de un gran museo (diseñado por Edelmira y el joven arquitecto Hugo Bossi) de arte contemporáneo argentino, con un servicio de residencia y pensión completa incorporado, algo nunca visto en ningún complejo museístico mundial, con el objetivo de facilitar la creación y la vida cotidiana a los jóvenes y no tan jóvenes exponentes de la pintura moderna y evitar, de paso, su emigración a París o Nueva York. Se habla también del borrador de un guión cinematográfico escrito por ambas sobre la vida y desgracias de un joven donjuán inocente que protagonizaría Hugo del Carril, pero el borrador, como tantas otras cosas, se perdió.
Lo cierto es que Edelmira no volvió a la Argentina hasta 1955 y por entonces la estrella ascendente en las letras bonaerenses era su hija Luz Mendiluce.
Pocos libros más publicará Edelmira. El primer tomo de sus Poesías Completas apareceráen 1962; el segundo, en 1979. Un libro de memorias, El siglo que he vivido (1968), escrito con la colaboración de su fiel Carozzone, un conjunto de relatos brevísimos, Iglesias y cementerios de Europa (1972), en donde destaca su prodigioso sentido común, y una recopilación de poemas inéditos de juventud, Fervor (1985), componen la totalidad de su obra publicada en los últimos años.
Su labor de animadora de las artes y promotora de nuevos talentos, por el contrario, no decaería con el tiempo. Son incontables los libros que ostentan un prólogo, un epílogo o un envío de la viuda de Mendiluce, como incontables son las primeras ediciones que financió de su bolsillo. Entre los primeros cabe destacar Corazones rancios y corazones jóvenes, de Julián Rico Anaya, novela que en 1978 levantó considerable polémica tanto en Argentina como en el extranjero, o Las Adoratrices Invisibles, de Carola Leyva, poemario con voluntad de poner punto final a la estéril discusión que sobre la poesía se mantenía en algunos círculos argentinos desde el Segundo Manifiesto del Surrealismo. Entre los segundos es imposible no citar La Muchachada de Puerto Argentino, memorias acaso un tanto infladas sobre la guerra de las Malvinas con las que irrumpe en el mundo literario el ex soldado Jorge Esteban Petrovich, y Los Dardos y él Viento, una antología de poetas jóvenes y de buena familia entre cuyos objetivos estéticos está el de no utilizar cacofonías ni palabras disonantes ni groserías cotidianas y que, prologada por Juan Mendiluce, obtuvo un éxito de ventas inesperado.
Sus últimos años los pasó en la estancia de Azul, recluida en la habitación de Poe en donde solía dormitar y soñar con el pasado, o en la amplia terraza de la casa principal, sumida en la lectura o en la contemplación del paisaje.
Mantuvo la lucidez («la rabia», decía ella) hasta el final.
9 comentarios:
04:31
Hola. Te invitamos a visitar nuestra publicación. Un saludo.
09:21
Doña Decepción: Usted está resucitando mis dormidas muertes leterarias. Así como Tito mereció ser icinerado en el mar, mi cerebro carbonizado se hidrata con este pedazo de bolaño. Gracias.
13:57
Tal vez una propuesta útil de Bolaño, sea avanzar -indagar, concretar la realización del cine porno como género en bruto, como filón expresivo. El texto "Edelmira Thompson de Mendiluce" se presta. Yo que sé. A Dalí se le paraba la pija cada vez que veía a Hitler en fotos o filmado. Toda majestuosidad es erótica y mítica. Tendré que leer un poco de Bolaño. Yo no lo leía porque como librero me llegaba bajo la gesta de "literatura de consumo masivo". Por ejemplo de Sthephen King no leo nada, salvo "la hora del vampiro", lectura que realicé hace 30 años.
Otro argumento sería la historia de una mujer parecida a Amalita de Fortabat que ya casi convertida en momia, pague entre 500 y 1.000 dólares el polvo con jóvenes de su agrado. Los jóvenes los escogería el chófer de confianza. La momia estilizada de ojos color opio, filosofaría sobre la soledad que solamente pueden comprender los reyes. Etc.
La dinámica sería filmar como si se tratara de un documental.
15:50
En el invierno del 84 conocí a Edelmira Thompson viuda de Mendiluce. Tenía yo en aquel entonces un puesto de compra y venta de libros en el Parque Rivadavia, en la ciudad de Buenos Aires. Un día domingo, de tantos, llegó a mi puesto una anciana que dijo cumplir años aquel mismo día. Venía acompañada por Jorge Esteban Petrovich, un antiguo cliente mío y por Fernando de Rodrigo, un médico psiquiatra devenido posteriormente en escritor de inusuales características. Andaba en busca de la colección completa de Lírica Hispana, una minúscula revista editada en Venezuela por Connie Lobell y Jean Aristeguieta. Ya Petrovich me había alertado de su llegada. Me dijo: “¡Vos a la vieja cobrale lo que sea loco!, está forrada en guita”. Cosa que hice. No recuerdo ahora la cifra exacta en que vendí la colección, pero sí que me alcanzó para comer bife de chorizo durante medio año en el restaurante del Gato Dumas, incluso invitando amigos. En agradecimiento, la viuda de Mendiluce me obsequió un tríptico que aún atesoro y que cada vez que lo tengo en mis manos, me recuerda lo sabrosa que puede llegar a ser la carne argentina. En exclusividad para los lectores de Inmaculada Decepción, el tríptico de Edelmira Thompson viuda de Mendiluce, Tríptico a Mí, editado por Viento del Sur, año 1951.
I
Fuerte milagro y frágil criatura,
rumor de tiempo y fiebre amanecida:
cruza tu bosque la gacela herida
y la ciega el sollozo tu ternura.
Orfeo el hermano te legó la pura
lira de los prodigios y la vida
edifica tu ensueño a la medida
de tu fulgor, tu fuego y tu aventura.
Niña del canto musical redoma
donde la estrofa del amor levanta
de la leyenda el milenario aroma.
Sigue el jaguar la huella de tu planta,
a oír tu canto el ruiseñor se asoma,
y elige por morada tu garganta.
II
Joven del alba en albas victoriosa,
raudal de luz, doncella de la guerra:
¿qué son antiguo tu presente encierra
multiplicado en soledad preciosa?
Pájaro, espuma, domo de la rosa
en alto cielo y florecida tierra,
todo el paisaje de tu edad se cierra
en tu perfil de alondra jubilosa.
Más también eres la pasión nocturna,
la trágica, la herida, la violenta,
la triste, la fatal, la taciturna.
Rayo de sed que entre la carne alienta,
salmodia el sueño su pureza diurna
nacida de la noche y la tormenta.
III
Llegas de una remota profecía
a la orilla mortal. Llegas trayendo
el verso en donde estás amaneciendo
intacta y transparente cada día.
Criatura, milagro, alegoría
al fin rostro secreto descubriendo
de ti misma por siempre vas naciendo
de este presente y esa lejanía.
Hija del amor y del canto huracanado
en diáfano aluvión te transfiguras
la cifra de tu pecho enamorado.
Te invoco a ti en la figura
de la joven del don alucinado
que en el cielo de América fulgura.
hugo
17:43
Posiblemente uno de los mejores Bolaños. Aunuqe en Detectives Salvajes me defraudó enormemente y no he podido con 2666...
18:37
Fue cuestión de pichar la tecla y saltó la perdiz. El dr. Gregorio también reconoce haber estado con esta señora. La describe anciana y bella, muy inteligente, y que ella le dijo que quería hacer el amor con él. El entonces adolescente Gregorio, imaginaba a la dama en juventud y se excitaba: "Debió haber sido extremadamente hermosa". El encuentro fue en un caserón que la señora tenía en Belgrano norte. Es hasta el día de hoy que Gregorio maldice el no haberse acostado con la viuda, acusando allí el mayor error de su vida. "No lo hice porque me pareció muy vieja. Si seré estúpido".
Para más detalles preguntale a él. Escribile al mail. A mi me dijo que doña Edelmira había sido amante de Borges y del Che Guevara. Será que ella le contó...
20:54
He intercambiado un par de correos con el Dr. De Gregorio y, según su costumbre de estos últimos años, se ha mostrado bastante proclive a no aclarar nada. Dice que Edelmira estaba emparentada con muchas de las familias patricias de argentina. Los Casares, Guevara Lynch, Lafinur y otras. Me comenta que en su campo de Azul, Edelmira mandó a construir una cancha de tenis y en donde en más de alguna oportunidad se encontró con Bioy Casares en compañía de Borges. No recuerda si conoció o no al Ché. Me comentó que está verdaderamente arrepentido de no haber tenido alguna historia con ella. Por último me pidió que le publique en la Inmaculada un escrito que tiene sobre Arnold Schwarzenegger.
23:06
El muchacho está loco como un cable pelado. Es de fierro, se oxida, y la carta a Arnold es meritoria. Vale atenderla (esa y algunas más).
Por mi parte te reverbero bajarlías anteriores, sabiendo que al amante de Pizarnik le gustaría mucho y que desde ya su fantasma queda al acecho, armale un homenaje al sargento Bertrand. Supongo que Jarry se debe haber ocupado de él, aunque en "homenajes póstumos" se haya encandilado con el vampiro de Muy. Son varios los necrófilos que contribuyeron a revolucionar la cultura francesa, pero Bertrand es lo máximo. Las escenografías que logró fueron geniales.
Bajarlía lo merece. Gregorio no lo conoce a Bertrand, pero si se lo contás, le va a gustar. Como decían en la editorial Posada de Méjico: "No cites entrecomillado. Cuenta el informe con tus palabras".
10:12
Hace años en Oakland, un inglés alucinado me relacionó con un harisch indú que era gurú de directores de cine norteamericano. El harisch y yo nos llevamos bien de entrada, pues ninguno de los dois hablaba inglés (lo farfullábamos)y en la brasa de nuestras miradas entendíamos nuestro desprecio hacia el norteamericano medio. El inglesito quería que el harisch y yo HABLÁRAMOS. Al respecto se me ocurrió decir: "We can tok tomorrow". Hubo un silencio eléctrico y el harisch dijo entonces:"Or... we can tok ¡past tomorrow!". Inmediatamente rompimos a reir como bestias. Risa tremenda que hizo que el inglesito riera también. Y esa fue la gran enseñanza. El harisch y yo jamás conversamos de ningún tema "importante", pero nos reunimos varias veces y alguna que otra vez reímos (como locos).
Te cuento esto, respecto al sargento Bertrand. Lo podemos dejar para más adelante...
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