Mi hijo me dice que hasta cuándo. Que ya está bueno y que la corte. Que ya es hora. Que soy un tipo maduro y debo recapacitar. Que debo darme cuenta. Que el mundo ha cambiado y que dos más dos ya no son cuatro. Dice que hay un mundo de posibilidades. Que me dediqué al póker, estudie una carrera o me enliste en la Legión Extranjera. Pero que basta de futilidades inútiles. Que sus compañeritos ya comenzaron a hablar. Y eso no es bueno para él, para mí, ni para el mundo. Que estoy a tiempo. Que no es tarde. Dice que me aconseja bien. Que me aconseja para mi bien. Mañana puede ser tarde me dice. Y en eso no hay retorno. Yo lo escucho. Dice que hace tiempo quería decirme lo que me va a decir. Que no me enoje. Que me va a decir todo lo que él y los chicos como él piensan. Qué cómo es posible que un tipo como yo. Un hombre hecho y derecho. Un buen padre de familia. Se dedique a escribir poemas. Lo escucho y no digo nada. Por la noche viene Leonor. Me comenta que pasó una semana de horror. Descubrió a Manuel, su esposo, con Mariela su amiga acostados en su cama. Nadie sabe lo que es el infierno me dice Leonor. El infierno es Manuel con Mariela. Estuve a punto de matarme. De matar a Manuel y a Mariela. Me dice que vivió la mas atroz de las pesadillas. Pero que unos poemas míos la salvaron. Especialmente uno que la hizo reír bastante. Uno que habla de un tipo que lo engaña su mujer y se enamora del tipo que lo engaña con su mujer. Me salvaste la vida me dice Leonor. Yo también la escucho y no digo nada.