El fútbol y el Espíritu Santo
Cuando yo era niño, tenía un mundo por jugar. Sobre todo al fútbol. Los días eran largos y amables. Las nubes sobre el cielo de la Patagonia. El horizonte lleno de goles. El juego del trompo y la bolita no podían esperar. También el jueguito del zuncho, que se hacía con el cintillo que traían los barriles de vino. Acompañábamos al zuncho con un alambre con vueltita. Lo girábamos y girábamos. El frenesí de jugar en la Patagonia. Todo se reducía a una sola cosa. Jugar. También cazar pajaritos con honda. Una maderita con forma de Y, dos elásticos y una bandita de cuero amarrada con hilo al medio, una piedra y chau pajaritos. Aquello ahora, puede sonar cruel, en nuestros tiempos no lo era.
Pero de pronto se interpuso en mi vida, Dios. Y junto con Dios, la Iglesia de la cual era militante mi abuela. Mi abuela María. Mientras mis amigos jugaban y jugaban, yo partía los domingos con mi abuela a una iglesia. La Metodista Pentecostal, una de las iglesias más recalcitrantemente fundamentalista que existe.
Todo el juego por jugar y yo metido en la iglesia. Cantando coritos. Hincándome. Alabando a Dios. Rezando por nuestras pobres almas perdidas. Pensé que debería hacer algo rápido. Inventar un juego allí. En la iglesia. Un minuto sin jugar y yo no era yo. Yo no era nadie. Es que no se puede soportar tanto fervor religioso. Y al final lo logré. Casi sin darme cuanta inventé el juego más glorioso del cual tengo memoria. Jugué el juego del niño tomado por el Espíritu Santo. El elegido de Dios. Cerraba mis ojos y deambulaba por el recinto hablando lenguas extrañas. Poseído. La total posesión. Pasaba entre la corrida de asientos haciendo de las mías. Le pisaba los callos al Pastor. Siempre hablando en lenguas. Un agarrón a la chica que me gustaba. Un puñete sin querer el chico que me caía mal. Y los hermanos entusiasmados con el niño que lo había tomado el Espíritu Santo. Yo, el elegido. El Pastor con las manos batientes y diciendo, ¡Aleluya, Aleluya hermanos!, alabado sea Dios. Dios está acá y a hecho su obra en este niño. Amén respondía la concurrencia. ¡Amén, Amén, Amén hermanos Alabado sea Dios.
Evidentemente era el mayor espectáculo del pueblo. Sino de la Patagonia entera. Esto ocurría todos los domingos. Ya no sentía dolor en ir a la iglesia con mi abuela. Esperaba impaciente los domingos para ir y brindar mi función. Fueron dos meses de frenesí religioso. La iglesia aumentó su cantidad de fieles. El Pastor me recibía con honores. Verdaderamente mi espectáculo era formidable. Mi abuela emanaba una beatitud excelsa. Durante la semana ya no me regañaba como antes. Me cuidaba. Me permitía comer todos los dulces del negocio. Me trataba con un cariño sobredimensionado. Pero en esta vida todo acaba. Y acabó de la peor manera. Ya que cuando estaba hablando en lenguas, junto a un… zarapalanda belanda rami turonagua, se me salió un: "puta que cansa esta mierda". Primero fue una risita aislada. Después toda la iglesia prorrumpió en una carcajada general. Hasta ahí llegó mi impostura de niño poseído. Poseído por el Espíritu Santo. Mi abuela me sacó de la iglesia tomado de las orejas. Me quedé un mes sin dulces y nunca más me llevó a la Iglesia. A la iglesia Metodista Pentecostal. Una de las iglesias más recalcitrantemente fundamentalista que existe. De ahí en más, volví a jugar al fútbol, al trompo, las bolitas, al zuncho, a matar pajaritos con honda y a ser el chico normal y juguetón que siempre fui. Demos gracias a Dios. Amén.
Pero de pronto se interpuso en mi vida, Dios. Y junto con Dios, la Iglesia de la cual era militante mi abuela. Mi abuela María. Mientras mis amigos jugaban y jugaban, yo partía los domingos con mi abuela a una iglesia. La Metodista Pentecostal, una de las iglesias más recalcitrantemente fundamentalista que existe.
Todo el juego por jugar y yo metido en la iglesia. Cantando coritos. Hincándome. Alabando a Dios. Rezando por nuestras pobres almas perdidas. Pensé que debería hacer algo rápido. Inventar un juego allí. En la iglesia. Un minuto sin jugar y yo no era yo. Yo no era nadie. Es que no se puede soportar tanto fervor religioso. Y al final lo logré. Casi sin darme cuanta inventé el juego más glorioso del cual tengo memoria. Jugué el juego del niño tomado por el Espíritu Santo. El elegido de Dios. Cerraba mis ojos y deambulaba por el recinto hablando lenguas extrañas. Poseído. La total posesión. Pasaba entre la corrida de asientos haciendo de las mías. Le pisaba los callos al Pastor. Siempre hablando en lenguas. Un agarrón a la chica que me gustaba. Un puñete sin querer el chico que me caía mal. Y los hermanos entusiasmados con el niño que lo había tomado el Espíritu Santo. Yo, el elegido. El Pastor con las manos batientes y diciendo, ¡Aleluya, Aleluya hermanos!, alabado sea Dios. Dios está acá y a hecho su obra en este niño. Amén respondía la concurrencia. ¡Amén, Amén, Amén hermanos Alabado sea Dios.
Evidentemente era el mayor espectáculo del pueblo. Sino de la Patagonia entera. Esto ocurría todos los domingos. Ya no sentía dolor en ir a la iglesia con mi abuela. Esperaba impaciente los domingos para ir y brindar mi función. Fueron dos meses de frenesí religioso. La iglesia aumentó su cantidad de fieles. El Pastor me recibía con honores. Verdaderamente mi espectáculo era formidable. Mi abuela emanaba una beatitud excelsa. Durante la semana ya no me regañaba como antes. Me cuidaba. Me permitía comer todos los dulces del negocio. Me trataba con un cariño sobredimensionado. Pero en esta vida todo acaba. Y acabó de la peor manera. Ya que cuando estaba hablando en lenguas, junto a un… zarapalanda belanda rami turonagua, se me salió un: "puta que cansa esta mierda". Primero fue una risita aislada. Después toda la iglesia prorrumpió en una carcajada general. Hasta ahí llegó mi impostura de niño poseído. Poseído por el Espíritu Santo. Mi abuela me sacó de la iglesia tomado de las orejas. Me quedé un mes sin dulces y nunca más me llevó a la Iglesia. A la iglesia Metodista Pentecostal. Una de las iglesias más recalcitrantemente fundamentalista que existe. De ahí en más, volví a jugar al fútbol, al trompo, las bolitas, al zuncho, a matar pajaritos con honda y a ser el chico normal y juguetón que siempre fui. Demos gracias a Dios. Amén.
6 comentarios:
10:09
Lo mio fue el ping pong. De niño fui una especie de campeón en la iglesia de Monserrate (Independencia y Piedras)donde nací. Llegué a ganarle a jugadores japoneses, donde el peloteo se convertía en un fogonazo imposible de captar por el ojo humano. Creo que en los antros de aquella Iglesia adquirí mis basamentos de arquero zen que después utilicé en la vida teatral. Ahora soy viejo y aunque juego ping pong, el físico no me da para esos avatares.
Con el fútbol, mi relación fue traumática. Como cualquier mocoso nacido en el barrio más antiguo de Buenos Aires, curtí potreros y partidos de fútbol a granel. Con una constante: raramente podía patear una pelota. Podía cansarme corriendo tras ella que siempre alguien la iba a patear para el otro lado. En mi memoria predomina la imagen metafísica de la pelota andando por los aires, siempre alta y lejana... Solo una vez en la vida la tuve solo para mi. Fue en el bajo (lo que hoy es Puerto Madero. Por aquel entonces esa zona cerca del río y los barcos, ofrecía desmesurados descampados que se prestaban para jugar al fútbol o matar a alguien). La pelota era de cuero, gigante, y giraba en el aire con todo el cielo enceguecedor iluminando la situación, y yo el único en el campo para recibirla; absolutamente nadie podía interponerse entre la pelota y yo. El impacto era inevitable. Puse mi cabeza para recibir el pelotazo celestial, todo el cuerpo enclavado como un poste, los ojos cerrados... Y ¡PUM! la pelota me dió en medio del cráneo y me desmayó. No se cuanto tiempo permanecí inconciente panza arriba. Recuerdo que al despabilarme, mis amigos seguían jugando vorazmente, y yo simulando que no había pasado nada, seguí corriendo tras el balón inalcanzable.
Tal vez, esa experiencia traumática sumada a similares, me llevó en adultez a detestar la visualización de este deporte.
Con el ping pong fue distinto. Si bien una vez en un campeonato inter iglesias donde me llevaron como el campeón de Monserrate, cuando estuve ante mi contricante de otra iglesia, se me dió por pensar qué estaba haciendo (supongo que tuve miedo)y perdí vergonzosamente. Pero eso no fue traumático. Generalmente siempre se apareció durante mi vida, alguna mesa de ping pong inesperada, gané.
Feliz domingo.
10:11
Perdón, la iglesia de Monserrate está en Independencia y Tacuarí. Es que Piedras es otra calle fundamental en mi vida, es la que me llevaba hacia el centro.
18:22
bueno pues yo no llegue a tanto, aunque mi infancia estuvo muy ligada a la iglesia a lo mas que pude llegar fue a comerme las ostias y de vez en cuando sabotear las limosnas,,, pero eso se olvida
19:01
Pensar que por una milésima parte de tu posesión por el espíritu santo. Menos. Apenas una mísera diferencia de opinión sobre la tríada: padre, hijo y espíritu santo, Calvino lo quemó a Servet...
Torquemada, aquel asceta descalzo, no anduvo por Natales.
02:13
Amén, pues.
saludos
Pd. Ok, no me iré sin decirlo: me gustó tu blog. jijijiji
03:21
Saludos André y annie.
Publicar un comentario