El día que conocí a Favio

El día que conocí a Favio



Por Yoel Novoa

Nel 67, juntando cuadros y dibujos para rematarlos y viajar con esa plata, lo encaré -entre otros- a Roberto Duarte a la salida del nuevo Moderno: "Flaco ¿Me podés hacer cinco dibujos? Los necesito para venderlos y juntar guita para ir a Nueva York a hacer teatro". Duarte me miró fiero, me miró de arriba abajo: "Pendejo de mierda. ¿Y porqué carajo te voy a regalar Cinco dibujos a vos? ¡Andate a la puta que te parió!". Sin más, se montó a su motoneta y arrancó. Yo permanecí en medio la noche, anonadado por la sorpresiva puteada, y entonces, más o menos a los cincuenta metros, Duarte frenó y me gritó: "¡Pendejo! ¡Pasá por el taller que te doy un óleo!".
Al día siguiente, me aparecí por el taller y comenzó una historia entre él y yo, maravillosa. El óleo apalabrado quedó en suspenso hasta que me lo dio el mismo día que se realizó el famoso remate. Pero mientras tanto -un lapso de unos tres meses-, todos los días anduve por su taller, amándolo y aprendiendo de él. Viéndolo cagarse de risa con todos y contra todos, agarrándose a trompadas por la diferencia que un amarillo podía tener con otro amarillo. Chupándose todos los alcoholes y queriendo cojerse a cuanta mujer le gustara, incluso a su suegra a la que le juramentaba su calentura delante del mismo suegro.
El dejó de llamarme "pendejo" y empezó a decirme "poeta" porque yo le leía cosas que escribía, Siempre socarrón y con una carcajada a boca de jarro. A su vez yo empecé a llamarlo como le decían sus amigos: "mono".
Los sucesos de aquellos meses entre Duarte y yo, ameritan un trabajo más extenso queste post. Entonces vayamos al momento en que aparece la mierda...
La mierda tenía forma humana y se llamaba Carlitos. Un personaje curiosísimo peinado a la gomina. Un gran camelero que apareció chupándole las medias a Duarte, calentándole el agua no solo para el mate, sino que también para los pies. Sucedía que Duarte aunque gastaba aspecto de croto, de golpe vendía obra y recibía premios y andaba cargado de guita.
Duarte me había dicho: "Pendejo, si venís al taller y yo no estoy, andá al bar de la esquina, chupá y morfá lo que quieras, y que lo anoten a mi cuenta". Lo mismo le dijo a Carlitos, entonces el personaje se traía a desayunar, almorzar y cenar, a su mujer y dos hijos. Todo a cuenta del mono.
Durante los vaivenes, Carlitos empezó a ser el "secretario" de Duarte. El alcoholismo del mono daba para todo.
Para mi, llegar al taller y encontrarme con Carlitos, fue un motivo de alejamiento, pero de todas formas seguí dando vueltas por allí.
Resulta que Duarte y Leonardo Favio fueron amigos de chicos, amigos de la calle, con amigos comunes. Carlitos averiguó que Duarte le había prestado un óleo a Favio y que Favio lo tenía "de gratarola" desde hacía, digamos, cinco años. "Justo ahora que canta y está forrado en guita".
Entonces Carlitos se presentó en la casa de Favio y Favio no estaba. Si estaba su mujer Carola. Carlitos le explicó la problemática del polémico cuadro. Carola no entendía: "¡Yo que se! Llevate el cuadro". "Sí, me lo llevo -razonó Carlitos- Pero ¿y el alquiler? Todos estos años quel cuadro estuvo en esta casa, ¿quién lo paga? Dame plata". " No tengo". "Entonces dejame llevar algo de valor... ¡El equipo de música!". "Llevate lo que quieras, pero dejate de joder". Y Carlitos se trajo al taller de Duarte el equipo de música de Favio, y el cuadro. Duarte, alcohólico buenazo, contentísimo con lo que había hecho Carlitos...
Más a menos al día siguiente desta cuestión, llegué al taller y el mono no estaba, entonces me apoyé en una baranda a esperarlo.
Desde donde yo estaba apoyado, bajaba una escalera de mármol a la calle.
Era el comienzo de la tarde. Bajo la luz del sol y enmarcado por la puerta de calle, frenó un auto y de él, bajó Leonardo Favio empilchado con traje e impecables zapatos blancos, camisa negra. Tras él, un morocho corpulento con la camisa arremangada. Favio delante y el morocho detrás, subieron corriendo las escaleras, pasaron a mi lado ignorándome, y Favio golpeó estruendosamente la puerta. La sacudió haber si abría, hasta que comprobó que no se podía. Entonces giró y me encaró: "¿Sos amigo del mono?". "Si". "¿Le decís que me devuelva mis cosas?". "Si". Yo estaba arrobado, maravillado ante el fabuloso personaje de blanco, y su guardaespaldas. Me miró a los ojos por una fracción de segundos, y se fue.
Cuando llegó Duarte le conté: "... Y vino con un negro grandote".
Ahí Duarte estalló: "¡Que venga con quien quiera que los reviento a trompadas a todos!"...
Los entretelones del final del entuerto, los desconozco porque me fui de viaje.
Al volver me enteré que Carlitos había terminado robándole un montón de plata al mono y quel mono lo había hecho de goma a Carlitos.
En cuanto al asunto del cuadro. Duarte le devolvió a Favio su equipo de música, pero ambos amigos dejaron de ser amigos.

4 comentarios:

Creo que con esta cuestión de escribir recuerdos nestos posts, aprendí a saber algo de mi, que en el génesis del carozo es aprender a conocer a los demás.
Me descubro no inteligente, casi un discapacitado. No soy bueno para los negocios ni para comprender al mundo que me rodea, me cuesta mucho hacer esas cosas, no llego. Todo se me resuelve por el sentimiento, la mayoría de las veces mal.
Si este entendimiento lo hubiera tenido entre mis 20 y 30 años, el mundo hubiera sido (algo) distinto. Pero esto me sucede ahora...
Se trata de una humorada esperada. Humorada que recibo con la sonrisa de "El Mico" de Francois Mauriac.
Saber quien se es, me amiga con los demás.

Gracias por tus textos querido Yoel.

Oh dijo...
11:02
 

¡Oh!

llego hasta vos por enrique molina, por un post que colgaste de él, encuentro el nombre de tu blog, me gusta, y ahora, ya dentro, no nos conocemos Yoel?

fui amigo de Duarte, yo lo llamaba así, en los años sesenta...hace un siglo