Presentación del libro de Julián
A regañadientes fui a la presentación de libro de Julián. Es que ni te imaginas lo que puede ser aquello. La presentación de un libro. El aburrimiento en su quintaesencia. Me lo pidió estrictamente. Tenía que estar y fui. El maestro de ceremonias era un tipo que no conocía. Vestido a la vieja usanza de cowboy con aditivos. En el sombrero llevaba una pluma y en la mano derecha la biblia. Posiblemente tenía que ver con el contenido del libro. Un libro de poemas que Julián había ya publicado hace 15 años. Tenía que ver con un presunto Far West en una comarca chilena. La reedición de Todos somos cowboys, se debía a su actual mujer, una sexagenaria rica vendedora de propiedades. Enamorada de Julián. Ella, enamorada, le pagaba la nueva edición de un libro impecablemente intrascendente. Una edición de lujo numerada del uno al quinientos, firmado por el autor. Firmada por Julián. Y allí estaba yo, atrapado e invitado por Julián. Julián vestía enteramente de blanco, incluyendo los zapatos. Un sombreo alón negro y su casi metro ochenta de estatura. Con una voz empalagosamente nerudiana que no conocía. Que no conocía en Julián, comenzó a recitar sus poemas. Un tipo monocorde y sin gracia, me impactó. Lo primero que pensé fue, este no es Julián. Luego apareció sobre el escenario un conjunto mapuche de cuerdas. Tres tipos que entre tema y tema, reivindicaban la lucha del pueblo mapuche. Luego un grupo de danzas de tres señoritas, una más fea que la otra, que hacían una coreografía estúpida sobre los poemas de Julián. Al finalizar, el maestro de ceremonias, nos hizo escuchar unas palabras del poeta Gonzalo Rojas dirigidas a Julián. Y el trago amargo de la presentación se terminó. Luego nos fuimos a un restaurante, invitados por Julián y por la sexagenaria rica, vendedora de propiedades. Nos sirvieron vino de baja categoría y unos pinchos de camarones que casi nadie se atrevió a probar. Alabamos falsamente la obra del insigne Julián. Recuerdo perfectamente que dije que su libro era: un adelanto sin retroceso hacia la poesía unívoca de más allá de los circunspectos literatos insustanciales. Nadie entendió lo que dije, yo menos que nadie. Luego trajeron la cuenta. Le trajeron la cuenta a Julián. Nos dijo: Son 10.000 pesos por cabeza. Somos 15, en total son 150.000 pesos. Está bien, me fui preso. Es que nunca le pegué tanto a nadie. Yo no soy violento, pero aquella vez me perdí. Le di tantos golpes al puto poeta Julián, como a la sexagenaria puta vendedora de propiedades. Mañana salgo de prisión y lo juro. Volveré donde Julián y lo mataré.
8 comentarios:
14:45
Me hizo sonreír los cáustico de tu verbo. Un saludo venezolano,
Ophir
09:45
MAldito sean los julianes... y maldito sea el amor y sus falsas muestras de afecto.
Un abrazo che
F
10:09
Saludos Ophir. Un abrazo F.
10:22
Los poetas, sean buenos o malos, deben ser evitados socialmente.
La peor poesía puede ser leída con detenimiento y descubrimiento, pero el contacto humano es fatal (la imbecilidad engolosina). Salvo que se coja (salivación de la imbecilidad), y eso tampoco es atadura.
17:34
Hay mucho Julian suelto.
Saludos
17:12
Saludos Antonio. Gracias por por el comentario.
19:35
Que pena. Me quedé con ganas de leer algún poema del poeta cowboy. Besos Hugo, desde los campos castellanos que más me gustan: trigo verde y, entre el trigo verde, millones de amapolas en flor. Un paisaje que el poeta Julián convertiría en una hermosa canción country. Besos llenos de cenizas volcánicas para todos y todas.
23:06
La factura me sirve un montón. Gracias por reproducirla, Hugo.
Es una metáfora que soluciona mis intríngulis cunilingus.
Del carajo, man.
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