Héctor Martínez Díaz
La muerte de Hugo
Estimado Hugo, ¿cómo estás? anoche tuve un sueño contigo me avisaban que habías muerto. Un disparo de madrugada, un vecino, no sé si Chendo, no por lío de faldas, sentimientos cochinos, ni cuentas impagas, sólo un mal entendido.
Era de no creerlo, algunos lloraban en tu velorio, la abuela tranquila como siempre sentada al borde de la cocina, los buitres acosábamos tu biblioteca, algo habrá que sacar por el tiempo que con enfermiza envidia nos comimos en silencio tu arrogancia literaria. Algunas minas, tres o cuatro, llamaban a la puerta consultando si era cierto. En la quinta, camino al galpón me pareció ver a Willy Mena con otro tipo (qué hacía aquí me preguntaba).
Iba a tu funeral, una ceremonia en una punta de diamante de calle Mexicana, frente el Monumento al Minero con el Dorotea de fondo , un micrófono, poca gente, menos de la que uno pensaba. Cuatro tipos traían en andas tu cuerpo tendido sobre una plancha de cholguán llena de flores, cual funeral de Yogi Hindú, se te veía solo el rostro y los pies, por lo que no sé si vestías túnica. Venías en paz, tu piel limpia y tersa, con una barba tipo candado. Te colocaban sobre el pasto a cuatro metros de un cerco de madera gris. Me pareció ver que hacías una mueca como sonriendo y que tus parpados delataban el movimiento de tus orbitas.
¡Está vivo!, pensaba, te apretaba el dedo gordo del pie derecho y te sentabas alzando las brazos al cielo riéndote y cantando "¡Resucitó, Resucito!", por la surrealista broma que habías jugado. Íbamos a tu casa y nos fumábamos un pito.
Yislen me despierta y pregunta si tuve una pesadilla. No, le digo, soñé que se moría el Hugo. Un disparo de madrugada, un vecino, no sé si Chendo, no por lío de faldas, sentimientos cochinos, ni cuentas impagas, sólo un mal entendido...
Iba a tu funeral, una ceremonia en una punta de diamante de calle Mexicana, frente el Monumento al Minero con el Dorotea de fondo , un micrófono, poca gente, menos de la que uno pensaba. Cuatro tipos traían en andas tu cuerpo tendido sobre una plancha de cholguán llena de flores, cual funeral de Yogi Hindú, se te veía solo el rostro y los pies, por lo que no sé si vestías túnica. Venías en paz, tu piel limpia y tersa, con una barba tipo candado. Te colocaban sobre el pasto a cuatro metros de un cerco de madera gris. Me pareció ver que hacías una mueca como sonriendo y que tus parpados delataban el movimiento de tus orbitas.
¡Está vivo!, pensaba, te apretaba el dedo gordo del pie derecho y te sentabas alzando las brazos al cielo riéndote y cantando "¡Resucitó, Resucito!", por la surrealista broma que habías jugado. Íbamos a tu casa y nos fumábamos un pito.
Yislen me despierta y pregunta si tuve una pesadilla. No, le digo, soñé que se moría el Hugo. Un disparo de madrugada, un vecino, no sé si Chendo, no por lío de faldas, sentimientos cochinos, ni cuentas impagas, sólo un mal entendido...
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