El sobrino de Mario Vargas Llosa

El sobrino de Mario Vargas Llosa


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UENOS Aires en la década del setenta. Alsina y Lima donde el gallego Paz. Un hotel que pomposamente tenía el título de Hotel. Cinco pisos con un ascensor que funcionaba cada muerte de Obispo, sino de Papa.. Vivíamos allí seis chilenos en un cuarto minúsculo. Todos sin trabajo. Todo el día hablando pelotudeces. Todo el día escuchando el mismo disco de Pink Floyd. Muertos de hambre. Todos nuestros movimientos calculados. Se trataba de gastar la menor energía posible. Muchas veces dejábamos de hablar por lo mismo. Era intuitivo. No gastar energías. Llegando la noche hacíamos una colecta. Recolectábamos nuestros pesos que siempre eran los últimos, comprábamos un pan con chicharrones. El que le tocaba, el adelantado, era el que mejor se encontraba en ese momento Y era una proeza, una verdadera proeza, era como navegar por el Cabo de Hornos en una tabla de surf. Y partía a comprar pan con chicharrones. La proeza consistía en bajar los cinco pisos, ir a la estación Constitución, caminar ocho cuadras, luego volver otras ocho cuadras, subir los cinco pisos y llegar con el tesoro. Obviamente que el adelantado tenía ciertos privilegios. Comer primero del pan y unos gramos más que el resto. Los cinco que esperaban se mantenían en silencio. Casi sin moverse. Tendidos en cama. Esperando. Hasta sentir sus pasos y decir: parece que ahí viene. Luego partir rápidamente las raciones en cinco y comer. Comer el manjar más exquisito del mundo. 200 grs. para cada uno de pan con chicharrones.

Era ciertamente el Hotel Malvinas un lugar insalubre. Una noche desde el tercer piso un policía celoso, tiró a la travesti Patricia por el hoyo del ascensor. Recuerdo haberle dado el pésame a la madre, me sorprendió cuando me dijo: creo que se lo merecía. El gallego Paz era gordo, retacón y de voz estentórea, le gustaban las niñas, eso sí, de catorce para arriba. Las madres de las casi impúberes, generalmente estaban de acuerdo, No tenían que pagar la mensualidad y adquirían rango. Pasaban a llamarse La suegra del gallego Paz. En aquel pequeño y sórdido mundo, aquello era muy importante. Paseaban orondas por la inmunda cocina del Hotel, como princesa en Montecarlo. Repartía bendiciones o te bajaba el dedo decretando tu desdicha.

Fue allí donde conocí a Víctor Hugo Vargas, peruano, según él, sobrino de Mario Vargas Llosa. Trabajábamos en una verdulería del pasaje Carabelas. Todos los fines de semana se lo pasaba bailando en Mi Club, un boliche de Banfield. Allí el sobrino se transformaba. Era un alto ejecutivo de una empresa extranjera con negocios en América Latina. Víctor Hugo era el peruano más blanco y rubio del Perú. Y sus cosas funcionaban. Tenía una filosofía clara, si es que se puede llamar filosofía a su filosofía. Era del tenor de que a las mujeres, hay que mentirles sistemáticamente antes de llegar a la cama con ellas. Mentirles con el afán de conquistarlas. Decirles, por ejemplo, que era un alto ejecutivo de una empresa extranjera con negocios en América Latina. Luego si la chica le gustaba sus arrebatos sexuales, lo aceptaría completamente, incluso siendo verdulero de un local del pasaje Carabelas. Doy fe que su filosofía le funcionó en parte. Lo deje de ver. Volví a Chile. Quince años después regresé a la Argentina y vi venir un bisonte que caminaba por Plaza de Mayo, era el sobrino, lo reconocí no sé por qué, pero lo reconocí. Pesaba 400 kilos o más. Me contó que aún estaba viviendo donde el gallego Paz. Que el gallego Paz había muerto. Que estaba casado y que tenía cuatro hijos. Nos despedimos y quedamos de acuerdo en encontrarnos, ambos sabíamos de antemano que aquello no sucedería. Una lástima. Siempre me pareció más inteligente que el tío.


comentarios:

Me gusta tu manera de narrar, aparentemente simple, pero te va dejando una huella por lo cual sigues la historia.